Quantcast
Channel: Hetero – Relatos Eroticos
Viewing all 144 articles
Browse latest View live

Primer encuentro

$
0
0

Serian las ocho de la tarde y habíamos quedado en una cafetería, de esas que hay por el barrio de Malasaña en una callejuela estrecha y que solo los afortunados conocen, de esas en las que nunca te fijarías al pasar pero que alguien conoce o ha escuchado que merece la pena entrar. El sitio tenía dos plantas y estaba decorado con una estética muy de los años setenta, muebles y sofás antiguos, una luz tenue y paredes con estampados visualmente horribles. Bajamos entre risas por las escaleras que daban a la planta inferior donde escogimos una mesa al fondo en una esquina, te sentaste en una silla en frente donde no me apartabas la mirada y yo intente no ser tragada por un sofá al otro lado de la mesa. “Tienes hambre?” me preguntaste con una sonrisilla en los labios, por alguna razón te la devolví y me encogí de hombros “si es de algo dulce..claro, siempre”. La camarera no tardo en aparecer y pedimos un café, un té y me empeñe en que probaras el bizcocho de zanahoria, te prometí que terminarías chupándote los dedos, a lo que respondiste con una cara algo escéptica, me reí y te contesté que al menos me verías a mi chupándomelos.

El tiempo transcurría deprisa entre bromas, indirectas y comentarios banales hasta que en un descuido se me escapo del tenedor un trozo de bizcocho que conseguí atrapar con los dedos y metérmelo en la boca. Para cuando me quise dar cuenta te habías levantado de tu asiento y te estabas sentando a mi lado, venias riéndote y me llamabas torpe pero antes de que pudiera responderte dijiste “Pon las manos sobre la mesa”, podía haber preguntado por qué o haber replicado ,pero entendí que debía, quería hacerte caso, asique lleve ambas al filo de la mesa . Te observe con el ceño fruncido cuando tomaste mi tenedor, y te dispusiste a darme de comer con tus propias manos. Simplemente abrí la boca y espere a que el trozo de pastel entrara, que fue justo cuando sentí tu otra mano en mi muslo. “Me encanta” fue lo único que pude decir mientras me pasaba la lengua por el labio, probablemente te estaba provocando, allá tu si querías pensar si me refería a tus inesperadas caricias o al pastel.

Seguiste dándome de comer, alternando pequeños trozos entre ambos sin dejar de acariciar mi pierna, subías la mano y cuando contenía el aliento, volvías a bajar suavemente, no me dabas tregua a acostumbrarme y de nuevo la posabas en un lugar nuevo, mucho más dentro de la falda. Sonreías, lo más seguro es que estuviera completamente roja tratando de fingir que no pasaba nada, como si quisieras probar hasta cuando iba a aguantar llevaste la mano al interior de mi muslo, me tensé y al mirar al frente me di cuenta de como mis dedos se aferraban con fuerza a la mesa, vale..de eso te estabas riendo..

Al fin, dejaste el tenedor sobre el plato y cuando pensé que ibas a dejar de torturarme, me retiraste el pelo hacia un lado y te inclinaste sobre mi cuello, se me escapó un suspiro exagerado y noté como sonreías sobre mi piel antes de empezar a darme pequeños mordiscos y besos que subían por mi garganta. Creo que para entonces ya tenía los nudillos blancos pero no estaba dispuesta a darte el placer de desobedecerte por más que me gustara la idea de agarrarte de la camisa y acercarte mucho mas a mí en el sofá. Tu mano seguía en el interior de mis piernas, ahora ya jugando en mi ingle, roces delicados, arañazos suaves con las uñas, solo podía animarte mentalmente a que fueras mas allá, pero debiste de entenderlo porque entonces empezaste a acariciar sobre mis braguitas con un dedo. Deje escapar un sonido entre alivio, alegría y desesperación, no me había dado cuenta hasta ahora que no estábamos precisamente solos en aquel lugar, pero no parecía importarte. Te separaste un instante de mi cuello y yo lo eche hacia atrás inconscientemente para darte vía libre, pero cuando gire para mirarte me sonreías de forma traviesa “estas bien?” preguntaste fingiendo cierta inocencia, uno de tus dedos acababa de presionar por encima de la tela de mi ropa interior ya lo bastante mojada sobre mi clítoris, me lleve la mano a la boca evitando hacer un ruido vergonzoso y pareció divertirte. Con la respiración agitada asentí lo mejor que pude “perfectamente” respondí con la misma actitud. Me diste un pequeño beso en los labios y cuando estaba dispuesta a llevarlo a mas te girarte para llamar a la camarera, “creo que deberías…” estaba a punto de entrar en pánico si continuabas con la mano ahí dentro estimulándome “debería…que?” me diste otro beso y decidiste que era el momento de apartar a un lado la fina tela e introducir un dedo de golpe, me quedé muda e intenté concentrarme en la mesa cuando la camarera llegó a nuestro lado mientras tu pedias la cuenta como si no estuvieras en mitad de lo que iba a ser un gran orgasmo. Estaba concentrada apretando tu mano entre mis piernas que no note que te despedías dando las gracias, solo era capaz de sentir el movimiento de aquel dedo, que entraba , salía, que entraba de nuevo y hacia círculos, yo quería mas, empezaba a estar lo bastante excitada como para decirte que me arrancaras las bragas allí mismo.

De repente se me escapó un ruido de sorpresa cuando retiraste el contacto, atrapaste una de mis manos y tiraste de mi para que me pusiera en pie “nos vamos” , asentí en silencio, hubiera dicho algo pero fui consciente de que me temblaban un poco las piernas e intenté centrar todas mis fuerzas en no demostrarte lo alterada que estaba. Por suerte la habitación donde te hospedabas no quedaba lejos, por desgracia, te pareció divertido llevarme la contraria cuando dije de coger un taxi y tu insististe en coger metro, me estabas matando. Era hora punta asique apretados contra una pared del vagón esperaba ansiosa que me tocaras de nuevo, no lo hiciste, me mirabas con un aire de superioridad sabiendo que yo me moría porque volvieras a colar tu mano por debajo de mi falda, asique me lance, como si hubiera sido por accidente debido al reducido espacio que había, toque con mi mano la zona de tu entrepierna, apoye la frente en tu hombro para acercarme un poco mas y repetí el movimiento esta vez sin retirar la mano de tu paquete, te acaricie, distraída y con movimientos lentos pensando que en realidad lo que me hubiera gustado hacer era bajar la cremallera y que mi piel tocara directamente en la tuya. No se si pasaron uno o varios minutos cuando me cogiste de la barbilla y me dijiste que “no” un par de veces con la cabeza, te mire entre extrañada y divertida, me giraste para que me quedara yo mirando hacia la pared y tu a mis espaldas tomando mis muñecas con una de tus manos y pasando la otra por mi cintura para pegarte a mí, ahora empezaba a ser consciente por como notaba presionar tu polla dentro de los pantalones de que mi pequeño juego había tenido el efecto deseado.

Salimos del metro y entramos a trompicones agarrados de la mano donde te alojabas, pediste la llave al joven de recepción mientras que por debajo del mostrador me pellizcabas en el culo, me reí en alto y te di sobre la mano, atrapaste la mía y volviste a tirar de mi hacia el ascensor. Entramos en silencio, con una sonrisa en la boca, uno en frente del otro. Estiraste el brazo hacia mí con una mano abierta y me recorriste con la mirada de arriba a abajo, estuve seriamente tentada de parar el ascensor en ese momento pero te escuche claramente decir “quítate las bragas y dámelas”. Vale, no estaba para negociar y lo sabías, seguías con esa sonrisa de autosuficiencia, asique ayudándome de las dos manos, me acaricie ambos muslos hasta arriba, hasta llegar al borde de la tela, jugué con los dedos sobre el encaje y cerré los ojos para tomar aire, las deslice hacia el suelo lentamente intentando tomarme todo el tiempo del mundo. Finalmente ante tu atenta mirada, satisfecha por obedecer a algo tan fácil, te las puse sobre la mano. No se si fuiste tú o yo quien tiro del otro, solo se que me estabas besando, con fuerza, con lengua, frotando tu cadera con la mía, y recordé, si es que lo había olvidado, lo cachonda que estaba minutos antes y aunque no tenia intención de separarte, podía imaginarme tu lengua en otro sitio mucho mejor que en mi boca.

Llegamos a la habitación entre empujones, besos, mordiscos y lamiéndonos, con tus manos sobre mi culo para acercarte más si fuera posible y con mis manos alrededor de tu cuello. Entramos y al segundo me soltaste para poner tus manos sobre la puerta lejos de mí, creo que tratabas de contenerte, yo noté como me faltaba el aire a la espera de que dijeras o hicieras algo, y así fue “ponte a cuatro patas”, abrí los ojos sorprendida y asentiste con la cabeza para confirmar que había escuchado bien, me mordí el labio con fuerza y baje al suelo, apoyando mis rodillas y mis manos, gire la cabeza para mirarte y vi como te estabas desabrochando el pantalón sin apartar tus ojos de mi culo. En esa posición, la falda se subía lo bastante para que se viera al menos la mitad, consciente de ello arquee un poco la espalda y separé un poco las piernas, tu respuesta fue quitarte los pantalones aun más deprisa “camina hasta la cama”.

Respire hondo, si no me tocabas pronto iba a empezar a hacerlo yo te pusieras como te pusieras, camine con calma, no se si se puede ser elegante caminando a cuatro patas pero desde luego intenté con todas mis ganas hacerlo lo más provocadoramente posible. Al llegar al borde de la cama vi que te habías deshecho de tu camisa, y estabas tratando de hacer lo mismo con tus calzoncillos, la erección era considerable y no había que ser un lince para darse cuenta de que tenias tantas ganas de metérmela como yo de que lo hicieras. Me cogiste de la cintura y me ayudaste a subir a la cama donde volviste a colocarme de rodillas mirando al cabecero contigo detrás. Con manos firmes me quitaste la falda y deteniéndote un poquito más de lo que me hubiera gustado hiciste lo mismo con la parte de arriba, momento que aproveche para al fin tocarte la polla que era lo que llevaba pensando desde que me enseñaste en el metro que estabas escondiendo. Eche la cabeza hacia atrás y note una mano pellizcando uno de mis pezones, deje escapar un gemido y apreté inconscientemente las piernas ” por favor” se me escapó en un susurro, no pretendía decirlo pero dios como no me follaras ya, íbamos a tener un problema, te reíste, como era de esperar y llevaste tu mano a mi boca donde introdujiste dos dedos invitándome a que los chupara, lo hice, gustosamente, si esto te calentaba lo bastante para que te dieras prisa, adelante, “agárrate al cabecero”, no protesté, me incliné hacia delante y te escuché murmurar un “joder”, metiste esta vez los dos dedos dentro de mi coño y yo no puedo evitar echarme hacia atrás, apretando contra ellos, con la otra mano te agarraste a mi cadera, acariciaste mi culo y susurraste algo sobre “esto para otro día”, y al fin me penetraste,esperaba que fuera de golpe, de un solo movimiento, pero estabas decidido a alargar mi sufrimiento, lo hiciste lento, demasiado, asique intente moverme yo intentando buscar la fricción, de manera más brusca, con lo que conseguí que me agarraras con más fuerza clavándome los dedos en la carne “quieta”, solté el cabecero y apoye los codos en la almohada buscando una mejor posición, debiste de llegar tu también al límite porque empezaste a follarme bien, sin contemplaciones, cada vez más fuerte, lo hacías, asique no se porque empecé a animarte pidiéndote eso mismo, estaba a punto de correrme cuando te inclinaste sobre mi espalda para decirme que podía hacerlo, que podía correrme, no es que necesitase que me dieras permiso pero oírtelo decir me puso lo bastante para hacerlo al fin.

Absorta como estaba en mi propio placer, respondiendo de manera involuntaria a tus arremetidas, una veces más pausadas, mas contenidas entre soplidos, y otras más salvajes y rápidas, terminaste por salir y correrte sobre mi culo y espalda. Suspiré y me deje caer sobre el colchón, segundos después estabas dando besos sobre mis hombros, me giré como pude para mirarte de frente y sin aliento aun recuperándome, tan solo te dediqué una tierna sonrisa satisfecha.


La blanca Rebeca

$
0
0

Rebeca, mi vecina

Estaba yo super cabreado por no haber conseguido nada todavía con la sensual Rebeca, mi blanca vecina. De seguro le desagradaban los negros y si viejos, como yo, aún más, pero no estaba dispuesto a darme por vencido.

Me dispuse a hacerle una visita con cualquier excusa.

-Hola Rebeca, que tal?

Se me quedó mirando como si viera a un fantasma y me espetó un

-Qué quiere vecino?, -sin atisbo de educación.

-Pues nada, que si tenías un poco de perejil…

Me di cuenta de que ella estaba con la ropa algo mal puesta, como si se hubiera vestido deprisa. Yo no sabía que se estaba corriendo una soberana paja. Sus motivos los supe mucho después.

Se dirigió a la cocina y la seguí. Sus meneos delante de mí eran como una dedicatoria al amor salvaje y en eso estaba pensando cuando ella se puso a llorar al pararse de repente.

-Uhhhh… snif… snij uhhhh

-Pero que te pasa ricura… no llores

Me la acomodé difícilmente en el hombro pues era mucho más alta que yo, hasta llegar al saloncito donde nos sentamos en su sofá.

-Mi novio… el muy estúpido… me ha estado engañando con mi amiga Julia… ahahhh..

Rebeca era una tremenda mujerona como las modelos y sensual como las celebritis, su cuerpo era la perfección hecha mujer y sus movimientos de cualquier parte de su cuerpo eran de una calidad erótica increíble: sus manos de anuncio de televisión, sus caderas ondulantes como a cámara lenta te llevaban al suicidio si no parabas a tiempo, su boca con la sonrisa aflorando como preguntando qué viene ahora, y no digamos su lengua húmeda que la usaba siempre más tiempo fuera que dentro de su boca cosa que me hervía la sangre pues quería atrapársela en mis sueños imposibles. Su pecho, tetas, ubres, etc., inmensos, eran todo eso, toda la gama de apéndices mamarios completos con sus dos tinajas y sus dos pitorros al alcance del sediento, bueno del sediento con suerte.

Qué diríamos de sus piernas llegados a ellas, en este desagradable repaso a sus perfecciones ya que me está causando muy mal estar en todo mi viejo cuerpo y solo, pero solo una parte de mi me contradice y es la que tengo más escondida y claro, ella nunca ha visto.

Pues si, sus piernas son la ostia, digamos ya sin ningún prejuicio formal: son lo que estaríamos días, meses, años, subiendo y bajando de ellas para sentir y oler su carne fuerte, su enérgico andar, su firme estadía tanto de pie como sentada y, oh! no me lo recuerden, con la izquierda cruzada con la derecha, me gustaría estar atrapado y morir en su asfixia perfumada, pues no olvidemos que debajo de su falda el aroma de su entrepierna sería algo devastador.

Solo me resta decirles que, siendo fetichista de pies, esas dos maravillas me las reservo para mi. No puedo describirlos sin correrme y eso sería, otra vez, la rabia de todo el día. Bueno, algo les diré: sus pies son lo que querríamos tener en nuestro regazo todo el día. Pero no un día y ya está, no, todos los días, los 25 días de vacaciones sin interrupción; acariciar sus dedos, con la personalidad que tienen, tornear con la mano sus tobillos, sentir la piel endurecida pero melosa de sus suelas, besar su dedo gordo, uf!, ya no sigo, me viene, me vieneeeee.

Lo siento, no he podido evitarlo. Rebeca se había medio apoyado en mi hombro al estar sentado a su lado. Mi éxtasis por la cercanía me daba el valor para seguir sin pensar en nada, estaba como hipnotizado y no era yo. Notaba como olía mi sobaco y no parecía gustarle por lo que llegado el momento le dije

-Mira Rebeca, tu eres preciosa, una maravilla de las maravillas como mujer y no te preocupes, otro te follará…

Maldición, qué dije!… sin darme cuenta mis pensamientos se cruzaron en una absurda sopa de letras y debí coger la que más cerca tenía inconscientemente. Pero de piedra me quedé al oirla

-Usted cree don Pepe?

O me seguía o estaba en trance también. Lo averigüé enseguida. Acerqué mi cara a la suya y sin ella moverse, le agarré sus labios con mi gruesa boca y me la comí.

Madre mía! que buena estaba la chavala. A sus 26 años declarados –podría tener como 30 o poco más- su sabor era algo imposible de describirles, la textura de sus labios justos de grosor como para morderlos cariñosamente, el roce de sus dientes con mi lengua y, ya no les tengo más en ascuas, su deliciosa lengua tierna, mórbida, esponjosa, que me recordaba cuando debía estar en mi placenta todo encogido pero lamiendo el vientre de mi madre, todo aquello no era nada comparado con la exquisitez de aquella lengua que se demoró en retirar y que me supo –nunca mejor dicho- como el mejor regalo de un día cualquiera.

-Usted hace… tiem…po que me atra…e -le dejé decir en un breve intérvalo para respirar.

-Pues tu eres mi tiempo en el que vivo cada día, sin ti no estaría aquí, no pensaría, no me bañaría, no haría nada de lo que hago por que estas tu cerca.

Se lo dije sin respirar y volví al beso, ya morreo, entre una deliciosa mujer y un negro viejo y asqueroso, ese era yo.

Han pasado tres años desde aquella escena entre Rebeca y yo. Ella ahora está embarazada de nuestro segundo bebito. Parece mentira como le ha maravillado hacer un crío mulato en su vientre, no se lo explica pues creyó era como imposible. Le tuve que leer la genética para niños de la ESO y lo aceptó admirándose de haberlo conseguido.

Está muy enamorada de mi, bueno de mi o de mi miembro ya que tengo una deformidad y me alcanza tamaño y forma casi patológicos. Me requiere casi a diario para que le cumpla como pareja de hecho que somos y no me niego pues cada día me gusta más, no me cansa, no pierdo el interés en su íntima compañía, si antes estaba enamorado ahora estoy locamente enamorado pues he añadido el cuerpo a lo platónico, y eso si que es tremendo.

No saben la suerte que tengo. Me la follo de todas maneras, me la mama todo el tiempo, le doy por el culo y a cambio me bebo sus riquísimos flujos orgásmicos que me saben a elixir del paraíso. Creo que he rejuvenecido veinte años.

Además trabaja de dentista y no nos falta el dinero.

Madre, esposa y ….ansiosa de sexo

$
0
0

La serie de Madre, esposa y ….son las confidencias sexuales que vive una cuentacuentos y escribe en TR.

Lalo , mi marido y Paco, el esposo de Verónica han llevado a los críos al cole y al jardín. Hace un frío de cagarse, la ola polar ha caído sobre Buenos Aires, a mi me gusta el calor. Ando congelada y eso que siempre llevo un body de los que me regaló mi cuñada, uno de esos que te cubre todo el cuerpo como segunda piel, con aperturas en los bajos para que no tengas que sacártelo ni para orinar ni defecar. Los hay que tienen también agujeros para dejar fuera las lolas y otros con sus aros para que te las sujeten bien, como si fuera un corpiño. Cuando salgo, me pongo encima un pulover, un pantalón de corderoy y botines y una campera de cuero y a pesar de eso me hielo en la calle.
Estoy vestida con uno de los que te levantan las tetas, me miro en el espejo, la verdad es que estoy aceptáblemente buena para tener dos hijos y acercarme a los 37. Pongo la pava, hago mate y me siento a escribir. Ya he leído la prensa.
He acabado los relatos para este Ejercicio, y ando con una historia larga de la vida sexual de un matrimonio. Hanibal me pidió algo sobre una pareja estable y que fuera romántico, estoy en ello, pero tengo que buscar datos para ambientarla en la época (años 70- 200X), además me sale largo, no sé si dividirlo en dos partes. Saco cosas de la vida de mis suegros pero me cuesta…
Mi marido anda caliente estos días, hacemos el amor por la noche y jodemos por la mañana, y distingo porque a la noche el polvo es cuidado, mimoso y por la mañana es un desahogo salvaje. No está mal para un cuarentón. Hoy sin ir más lejos, al despertarse la tenía gorda y dura, bien empalmada, con voz mandona me ha pedido: “Hazme una mamada”. Me he aplicado con esmero, la he agarrado por la base, me la he metido en la boca, y taca taca hasta que le ha saltado la leche. Sin acabar de tragármela le he besado y pasado parte de su semen, para que sepa a que sabe su secreción íntima
Cuando se enteró de mi historia con Vero, me dio unos pocos consejos:
a) Que no se entere su marido.
b) Que no me enganche con ella. Dada mi bisexualidad , que ejerzo en contadas ocasiones, tengo el riesgo de volverme una lesbiadicta y más con una hembra como Verónica.
c) Que disfrute.
Así es mi marido, abierto pero controlador, me encanta.
Me toco un poco la conchita, la tengo al aire, sentada en una toalla, delante de la compu. La verdad es que tengo ganas de marcha erótica. Eso de ser madre lleva mucho tiempo y no nos deja viajar como lo hacíamos antes. En los viajes surgen aventuras, situaciones de morbo, sobre todo cuando vas a sitios que no te conoce nadie. Llevo demasiado tiempo de mamá ejemplar.
Mis dedos me están dando gusto. Busco un relato que me caliente, busco en intercambios, ojeo varios, mi conejito está más y más húmedo. Nosotros sólo lo hemos hecho dos veces, con un venezolano ESPECTACULAR y su mujer, una negrita divina y otra con un uruguayo perverso y una española más golfa que las gallinas. La verdad es que lo pase bien.
A mi me encanta jugar, calentar, soy una calientapollas, lo reconozco. A Emilio, un amigo de mi marido, le pongo a mil cada vez que nos juntamos los matrimonios. Es delicioso excitarle, dejarse tocar, lo tiene que hacer disimulando, para que yo no me de cuenta, pero me doy , y salgo mojada de sentir su deseo acumulado. Luego en casa follo con mi marido como la más perversa de las mujeres. Estos días hemos coincidido en casa de Vero, han venido a ver al recién nacido.
Al cabrón se le iban los ojos detrás de los pechos de la madre y de mis piernas, yo llevaba una mini de cuero y medias negras. La verdad es que le dejé ver el liguero. Aprovechó cuando se despidió para abrazarme y tocarme, como si no viniera a cuento, la cola. Yo , con cara de ingenua , me dejé hacer.
Quiero que la pajita dure, descanso, echo un pucho y me doy al mate. Estoy caliente , caliente, tanto que no me he dado cuenta cómo ha pasado el tiempo. Suena el teléfono. Es Vero que me espera en el gimnasio.
Hace tres meses han habilitado un pequeño gimnasio en el edificio, viene bien, pues sin salir y sin que te cueste, te puedes poner en forma. Yo no soy muy aficionada, pero al tenerlo tan fácil, bajo de vez en cuando. Ahora con Vero postparto, queriendo recuperar figura, la acompaño todos los días. Me ayuda a mejorar el cuerpo.
Me entra la duda , acabo la pajita o bajo caliente. Decido lo segundo, me pongo un chandal encima, me calzo unas chanclas y tomo el ascensor.
Verónica está haciendo pecho y espalda, el niño en la sillita, es un espectáculo ver como se le mueven los melones. Ahora debe llegar a 110 de talla. Nos besamos en la boca con picardía, las dos tenemos en la mente la noche que pasamos juntas, fue una delicia de placer y sexo.
El ejercicio con aparatos ayuda a liberar tensiones, durante un buen rato nos dedicamos a machacarnos. Es la hora de ir a buscar a los críos. La acompaño a su departamento, está encima del mío. Me deja un plumas, me viene grande pero voy tarde, salgo a los rajes, llego apenas unos minutos antes de que salga mi hijo, su colegio está a cinco cuadras, juntos vamos a buscar a los más pequeños. Me los dan y los cuatro de la mano hacemos la cuadra que hay hasta casa. Vero nos espera con la mesa puesta, ha preparado espaguetis a la boloñesa, a los peques les encanta. Les da de comer, mientras yo hago una ensalada con atún, tomate, palta, cebolla, lechuga y huevo duro. Yo tengo que mantener la línea y mi amiga recuperarla. Los niños están cansados, los más pequeños se acuestan y se quedan planchados. El mío,mayor se tumba en el sofá leyendo Noticias, no sé que entenderá, pero necesita leer algo antes de dormirse, a los pocos minutos, está en el mejor de los sueños.
Nosotras almorzamos tranquilas, bebemos cerveza, es bueno para las lactantes. Yo me preparo un café, cuando vuelvo mi amiga , teta en ristre , está dando de mamar al bebé. El ver esas tetas dando alimento es una de las maravillas de la creación, pienso que con esos senos si cría al niño a biberón , es para que odie a su madre toda la vida. Ese pensar con catorce años, cuando se despunta la sexualidad: ESAS UBRES LAS CHUPÉ YO, tiene que dejarte satisfecho y con un aire de superioridad ante todos tus amigos.
Vero se da cuenta de lo que pienso, y me hace un gesto obsceno, indicando que le hace cubanas a su marido- “Le encanta. Eso y esto”- simula una mamada. No podemos hablar tranquilas con mi hijo durmiendo en la habitación.
-“Bajo , me echo un pucho, acá no tengo , me ducho, me cambio y vuelvo para llevar a las fieras a las actividades”- Me apetece fumar y la visión de las lolas de Vero me han puesto nerviosa y caliente.
- “No hace falta que vayas a tu casa. En la cocina hay Luckys de mi marido que fuma ahí para no ahumar al bebé. Te puedes duchar acá. Te dejo una remera y una tanga, con unas medias de lana y mis botas que te van, yo uso el 38 y vos el 37, más el plumas, sexy no irás pero …irás. Por favor, no me dejas sola con las fieras”-
Era un buen razonamiento al que no me puedo negar. Así que voy a la cocina, me fumo un cigarrillo con la ventana abierta y con un beso la dejo camino del baño. Me desnudo, pongo el agua al máximo de calor, luego tanteo hasta la temperatura ideal, entro en la bañadera. Tomo la alcachofa, no quiero mojarme el pelo, dejo que el chorro tibio me llegue a la piel. Me doy cuenta que no estoy sola. Verónica ha entrado con una remera, una tanga y unas medias de lana en la mano.
-“ Deja que te ayude.”- su voz tiene un tono insinuante y lujurioso.
-“Soy toda tuya.”- me doy vuelta quedando frente a ella y tendiendo la ducha, mientras la miro a los ojos con mi aire más perverso. Se enjabona la mano derecha mientras sigue regándome, y luego pone la mano en mi vientre. Me acaricia suavemente la cintura y la pelvis, me giro. Los dedos recorren la espalda, levanto un brazo, lo va lavando y enjuagando. Luego repite la operación con el otro. Tengo los pezones erguidos y duros, estoy muy excitada, ella me sonríe cuando posa su palma en mi seno derecho. El placer me va inundando, sentir su roce, jugando conmigo, haciendo que me caliente, me trastorna. Me muerdo los labios cuando ataca mi pecho izquierdo. Deja la mano quieta , sé que nota como late mi corazón agitado.
Me guiña un ojo, abro las piernas, los dedos ascienden por mis muslos, estoy empapada. Dirige el chorro a mi monte de venus depilado, me abro más, cuando dirige el agua a la concha.
-“Verdad que la niña quiere que su amiguita siga ….”- me esta mirando con una sonrisa malvada curvando sus labios que la punta de la lengua humedece. No digo nada, estoy entregada, el índice camina por el valle de mis nalgas una y otra vez. Se detiene en el orto, rodea el esfínter masajeándolo, gimo un poco, y doy un ligero aayyy cuando lo introduce en mi puerta oscura. Dentro, casi fuera, recto , ligeramente corvado, está un rato, yo me derrito. Cuando lo saca, se lo lava, yo espero parada, ansiosa, como una perrita que sabe que la van a mimar.
Cambia la alcachofa de mano. – “Soy ambidiestra , no vaya a ser que te infecte cuando …. te haga esto”- Me clava dos dedos en mi sexo que los recibe gustoso, después tres, los mueve en el principio de mi vagina. Con el meñique y el pulgar acaricia mis labios íntimos
Me dejo llevar, estoy en su manos expertas, que me hacen gozar. Sale de mí, suspiro. Me levanta el monte de venus y hace que mi clítoris endurecido por la lujuria que de al aire. Dirige el agua hacia él.
Es maravilloso, yo me pellizco los pezones, quiero repartir mis sentidos inundados de placer. Ella sigue, sé que me voy a venir, la miro a los ojos. Deseo entregarme, aguanto con ellos abiertos mientras me llegan las olas del orgasmo. Tiene una sonrisa malvada, de dominadora, de dueña de mi cuerpo, yo disfruto hasta que acabo.
-“ Ves , ¿ como era mejor que te ducharas acá?”-
Salgo y me envuelvo en la toalla, me deja sola. Me visto, la tanga me viene, la remera enorme, las medias bien, encima el chandal. Está sentada en el salón con un vaso de leche.
-“ ¿ Te ha gustado?. En nuestra primera vez, vos llevaste la iniciativa, ahora me tocaba a mí. Habrá que repetirlo, será nuestro secreto. ….Anda, ve a la cocina y fúmate un pucho que como dice mi marido , el pitillo de después sabe a gloria”-
La obedezco, me doy cuenta que mis miedos, mis angustias, mi no saber qué hacer se han resuelto. Las dos queremos lo mismo.
Cuando vuelvo mi hijo se ha despertado, le pongo TCM, le queremos habituar al cine clásico. Son casi las cuatro, los dos enanos salen del cuarto , están de buen humor. Hay que ponerse en marcha. En quince minutos estoy con ellos en la calle a llevarlos a los talleres. Los pequeños a oír inglés e intentar chapurrearlo. El mayor a pintura.
Por la tarde les hemos metido en clases al lado de casa. A los menores inglés, al más grande a judo y pintura. No le apetecía inglés, lo entiende, el año que viene le va a tocar intensivo. Queremos ir a pasar unas semanas a Inglaterra, va a ser el incentivo para que se meta de cabeza en ese idioma.
Mientras están en clase , vuelvo a casa, me pongo un body, este don las tetas al aire, un pulover de vicuña ,el pantalón de corderoy y me fumo dos luckys , tranquila mientras le doy al mate frío, casi un tereré y leo un poco de la última de Lorenzo Silva y su pareja de guardias civiles.
Les voy a buscar, dejo a su hijo con Vero, aprovechamos para besarnos en la boca en un momento que no están los niños, al despedirnos un piquito, bajo a mi departamento con los míos y …. labores propia de madre.
Llama mi marido, viene a cenar pero tarde , se va a quedar tomando una copa con unos posibles clientes.
Baño a la pequeña, el mayor quiere hacerlo solo, no se lava muy bien , pero indica que busca la autosuficiencia. Les preparo la cena, hamburguesa con fritas para la niña, dos bifes de lomo para el chaval, bebida : leche. Me voy a contar un cuento a mi bebita, mi hijo en su cuarto lee a Twain.
Duermen las fieras, mi chico no ha llegado…. ¿ No se habrá ido de joda?
Que los clientes pueden ser muy puteros. Me preparo un gin tonic, suena el teléfono. Lalo que cene, que él está picando algo. …Será cabrón….Me hafo un sandwich de lomo, y preparo otro gin tonic……Me fumo un pucho….luego otro…
Decido ponerme a leer….no me concentro y eso que la novela es entretenida como todas las de ese autor. Pongo la calefacción un poco más alta, me voy a la cama con el ebook y otra copa. Me tumbo con el body sobre las sábanas….
Oigo la puerta, me hago la dormida, pero no cierro los ojos del todo para poder ver a mi marido, se desnuda, al dejar el pantalón en el galán hace ruido. Hago que me despierto.
-“ Es un poco tarde, ¿ has estado de copas y ….putitas?”- – “ Sí, cielo. Hemos picado un poco de embutidos y quesos con cerveza y luego hemos pasado por un puticlub”- – “¿ Y?”- -”Las había buenísimas, allí he dejado a mis acompañantes. Y he vuelto a mi dulce hogar o cárcel”- – “Sabes que sos un pedazo de cabrón, vos de niñas y yo con los niños”- – “ Te voy a confesar algo para enfadarte más…una rubita , jovencita , me ha metido mano, intentando que me quedara con ella”- Hago que me enfado, apoyándome en el codo. Se ha desnudado del todo y se está tocando la polla mientras me mira. Me levanto, le empujo para que caiga en la cama. – “Pedazo de cabrón , vas a saber lo que es bueno”- me espera tumbado, me paro sobre la cama y me empalo en su verga dura. Se desliza despacio, muy a fondo y casi fuera de mi lubricada vagina con mis subidas y bajadas. – “¿ Crees que un marido puede andar de picaflor con una hembra como yo en casa?. Sos un cabronazo….”- y me clavo hasta que los labios de mi concha se empotran en su pelvis.
- “La más puta la tengo en casa. ¡ Muévete , gatita!”- Y lo hago, adelante y atrás, círculos, lentos , rápidos, cortos , largos, y jugando con los músculos de mi vagina en un apriete y desapriete ( para algo valen las bolas chinas) . Me acaricio los pezones erectos, con la mano derecha hago que el clítoris roce directamente con su vello, sigo en la danza sexual del acoplamiento. – “ Putita, ¡Sácame toda la leche!”- y lo hago mientras me vengo yo también. Nos quedamos abrazados, sé que debería lavarme, pero no tengo ganas, prefiero sentirle a mi lado. – “ ¿ Un poco borracha o enfadada?”- – “Un poco borracha y …cachonda.”-

Melissa mi Esclava

$
0
0

Melissa se inclinó y levantó una caja de naranjas. Dios, ellos estaban cargados de sueño, pensó, mientras sus músculos se tensan para soportar el peso.

Sus brazos no estaban acostumbrados a este tipo de trabajo, ya que había trabajado en una tienda de ropa antes que trabajara aquí en un enorme supermercado.

No fue su decisión de dejar su antiguo trabajo, era sólo que la paga era mejor y el dinero era muy importante para ella en estos momentos.

A los 18 años de edad, alto, tenía que pensar en su futuro, lo que significa el dinero suficiente para un colegio público, donde podría continuar su interés por la pintura y el arte.

El dinero no iba a venir fácil a su familia, ya que ella y su madre soltera, cuando había sido cortada la bolsa de mantenimiento de Melissa de un padre que las había dejado hace 5 años.

Había sido una lucha de pobreza desde entonces y Melissa no quería mirar hacia atrás con cariño en sus años de la escuela secundaria.

Melissa había terminado de cargar su carro con las cajas de fruta, por lo que la empujó hacia los estantes comerciales.

Al llegar a la sección de frutas, empezó la laboriosa tarea de repoblar los grandes contenedores que alojan todas las selecciones. Mientras hacía esto, ella se dio cuenta, con fastidio, que algunos de los clientes masculinos a escondidas la mira. Odiaba eso.

La verdad sea dicha, Melissa era muy atractiva. De ascendencia italiana, su piel tenía un ligero bronceado permanente, atravesado por sus dos ojos verdes brillantes. Tenía el pelo castaño oscuro, rizado y largo sobre sus hombros.

Estaba a punto con 1.78 metros de altura y estaba llena de gracia femenina por su esbeltez e impresionantes curvas.

Su mayor “activo”, eso se lo habían dicho crudamente a menudo sus admiradores, disponía de unos pechos grandes y completos. Eran de perfil redondeado, jugoso y erecto, un hecho que ni siquiera la camisa holgada del polo verde de su uniforme no podía ocultar sus hermosas formas.

Dando su cuerpo femenino lo más atractivo era su trasero redondo y bien proporcionado, que tiraba de los pantalones de color caqui y no tan apretados que tenía que llevar. Melissa sabía que era muy atractiva, pero no siempre fue feliz.

La mayoría de los chicos en la escuela secundaria eran aún infantiles y los que tenían el coraje para invitarla a salir a menudo eran deportistas aburridos y desagradables. Ella había tenido algunos encuentros románticos, pero nada que se aproxime a la actividad sexual grave ya que aún era virgen, no pasaban de la base 1.

Volvió la cabeza hacia la izquierda, captó a un hombre de 40 o algo así, mirando su busto. Rápidamente el hombre voltio hacia otro lado, entregando obediente unas piñas a su esposa.

Esta ciudad me pone enferma, pensó Melissa. Era una ciudad rica, llena de elites sociales del medio oeste, gente pomposa, que no hacían más que ganar dinero y ver en la escuela secundaria el fútbol americano universitario.

Sus hijos eran todos unos perdedores borrachos y los pobres como ella fueron relegados a un estatus inferior. Contó los días hasta que pudo salir de la secundaria.

Otro hombre más, esta vez era un joven negro que se acercó a ella. Tenía una camisa de la tienda con el logotipo en el bolsillo de la camisa verde.

“Oye, tú eres de nombre Melissa, ¿verdad?”

“SÍ”. Respondió la bella chica algo azareada

“Yo soy el gerente del departamento de aquí, mi nombre es Jamal,” dijo el joven negro con una sonrisa extraña.

Melissa lo miró por un segundo y lo reconoció. Había sido una estrella del fútbol en la escuela secundaria cuando ella era una estudiante de primer año.

Se acordó de él que fue expulsado por drogas o por algo, pero ella no podía recordar. Era una cosa extraña, un chico negro en la escuela secundaria de blancos.

La madre de Melissa siempre había sido un feroz racista, y el pueblo había ayudado a facilitar sus propios puntos de vista de Melissa que la mayoría de los negros eran criminales perezosos.

“Encantado de conocerle Jamal”. Respondió la joven mujer

Jamal llego a conversar sobre los recuerdos de la escuela secundaria, del futbol y también si le gustaba el trabajo que hasta ahora hacia. Era una pequeña charla, pero Melissa estaba algo desilusionada y preocupada por su extraña sonrisa, casi era una mueca.

Eso, y la imponente real figura de Jamal. Fue probablemente alrededor de 1.90 metros de altura y fue construido muy sólidamente. Sus bíceps y su pecho se notaban musculosos y tensos contra el polo ajustado.

“Bueno, parece que estás haciendo un buen trabajo aquí hasta ahora. ¿Por qué no vienes a mi oficina por la parte de atrás?, tengo algunas formas para que usted llene.”

Melissa pensó que era extraño dejar el carro afuera, así, pero él era el jefe. Ella lo siguió hasta la parte trasera de la tienda y entro a su oficina que estaba llena de un escritorio, un armario y un archivador.

“Cierra la puerta detrás de ti Melis”, dijo Jamal.

Melissa accedió, pensando que era una especie de avance de su jefe a llamarla así “Melis”. Supuso que sólo era un tono amigable.

Se dio la vuelta y vio a Jamal derecho a un pie delante de ella. Estaba confundida por un segundo, y luego reaccionaron con cierto miedo al ver lo que había en sus ojos de jefe.

El poderoso joven negro la empujó contra la pared con mucho cuidado y luego puso sus enormes manos largas en sus pechos llenándolas por completo.

“Oh sí nena, son hermosas. Usted va a ser un gran empleada aquí…”

“NO… no… basta, no quiero esto…” dijo Melissa, mientras luchaba para empujar las manos de Jamal fuera de ella.

“Claro que sí perra, seguro que sí”, dijo Jamal, mientras besaba a la joven chica blanca, él se retorcía en los labios con fuerza.

Melissa estaba en shock. Tenía que escapar. Jamal estaba casi besando duramente y apretando sus pezones tensos, su lengua empujando contra ella que frunció los labios.

“¡Déjame en paz!” gritó Melissa, quien logró escapar de las garras de Jamal.

Ella abrió la puerta y salió corriendo, con lágrimas cayendo por sus mejillas. Temblaba mientras corría fuera de la oficina, en la sección de almacenamiento masivo de la tienda. ¿Qué debe hacer?

Melissa decidió contar a su principal gestor lo que le había sucedido, lo entendería. Pero primero, pensó, ella debe recobrar la compostura.

Ella encontró la habitación de las chicas reservada para las empleadas entro y en el lavabo estaba una mujer d negro de mediana edad, que se percató de la angustia de Melissa.

“¿Estás bien cariño?”

“Yo… estoy bien. Sólo un poco enferma”, balbuceó Melissa.

“Muy bien, me dices si necesitas ayuda”, dijo la dama, que luego se fue.

Melissa se miró en el espejo. Su cara y sus ojos eran de color rojo y la máscara del maquillaje y sus pestañas a la luz era un desastre.

Ella tomo algunas toallas de papel y empezó a limpiarse la cara. Unos segundos después, oyó la voz de la mujer de negro junto a la puerta.

“Sí, eres una puta, está ahí Jamal”.

Melissa se quedó helado. Oh no …

La puerta se abrió y allí estaba un Jamal enfurecido. Sus ojos estaban muy abiertos. Melissa respaldada hacia el lavatorio y con cara suplicante.

“Por favor, Jamal, por favor, deja que me vaya, no voy a decir nada…” sollozó Melissa.

“¡Es demasiado tarde para eso, puta! ¡Quiero algo de tú culo ya mismo!” gritó Jamal, mientras cerraba la puerta detrás de él.

Melissa, en un último intento desesperado, corrió para uno de los privados. Pero, justo cuando abrió uno, las manos ásperas de Jamal estaban en su espalda. Él le dio la vuelta con fuerza, cuando Melissa gritó y trató de alejarlo.

Jamal retiró su mano y golpeó Melissa extremadamente duro en el lado derecho de su cara. Melissa nunca había sido golpeada tan duro en su vida. Su cuerpo se entumeció, y aterrizó de nuevo en el asiento del inodoro.

“Ahora, vamos a ir al grano pequeña perra blanca. No deberías haber huido de mí de esa manera, te habría ido bien y fácil para usted. Porque por eso, voy a ser un real bruto con el lirio blanco de tú coño”.

Melissa apenas pudo reaccionar cuando ella se tambaleó por el dolor. Ella sólo miró, impotente, esperando que alguien la rescatara.

Jamal se arrancó la camisa, revelando un cuerpo muy musculoso.

“¡Ponte de pie puta!” ordenó, más o menos levanto a Melissa y la puso de pie. De inmediato se rompió la boca a la de ella. Esta vez, su lengua no le puede negar, Melissa simplemente no tenía la energía.

Se quedó allí, postrada por el miedo, ya que invadió casi la boca, empujando contra sus labios carnosos. Sus manos fueron por la espalda, ventosas masajeo de menos el culo regordete.

Después de unos segundos, Jamal se separo y la miró a los ojos.

“A mí me gusta besar a mis perras blancas antes de que realmente las coja para arriba. Sólo para que sepan lo mucho que los amo”, dijo, con una sonrisa brillante.

El hombre negro con su poder empujó los brazos de Melissa y rápidamente rasgó la camisa hacia fuera. Su piel bronceada era agradablemente húmeda, su encaje blanco de su suetador esforzándose por contener sus pechos D de copa. Tenía una pequeña cruz de oro que descansaba en su escote, un regalo que le había regalado su abuela cuando tenía tres años.

“WOW, qué lindo”, bromeó Jamal, arrancando la pequeña pieza de joyería de su cuello y lo tiró al suelo. Melissa miró hacia abajo, derrotada, como la última pieza de su inocencia juvenil terminó en el piso de un baño. Jamal hizo un trabajo rápido de su sujetador, y luego comenzó a apretar y lamer sus tetas.

¡Oh mi pequeña perra italiana, que tienes grandes tetas. Sí, señor, ¡Voy a divertirme con ellas!” dijo Jamal.

Melissa lentamente volvió a la realidad. Oh Dios, ella dijo, mientras sentía a Jamal trabajar sus tetas. No puedo creer que esto esté sucediendo a mí.

Ella era virgen, además de unos pocos que hacen las sesiones de tocamientos inocentes. Y ahora, que iba a ser violada por un hombre negro grande, que no eran más que delincuentes y pervertidos, en su mente recordó esos pensamientos inculcados por su madre. No había escapatoria, no hay esperanza, ella trató de ignorarlo.

Sin embargo, mientras sus manos se bajaron los pantalones apretados y bajo sus bragas blancas, no podía dejar de sentir una especie de hormigueo, una anticipación extraña en su coño.

“Siéntate perra,” ordenó Jamal, empujándola en el inodoro de nuevo.

“Por favor, déjame ir, por favor,… Yo…” balbuceó un Melissa desesperada.

Jamal puso su mano derecha al lado de su cara.

“Cierra la boca, putilla blanca, tú eres mi esclava ahora, a entender mejor eso! Si mantiene ese gimoteo te voy a vencer a muerte! ¿Me oyes?”

Los ojos de Melissa se abrieron como platos. Estaba tan asustado que apenas podía reaccionar, a excepción de una rápida inclinación de cabeza afirmando lo que dijo. Le temblaban las manos.

“Déjame hacerte una pregunta Melis. ¿Has visto una verga negra antes?”

Melissa se quedó atónita. Jamal puso su puño en frente de su cara.

“Responde a mi pregunta.”

“No… No lo he hecho y no la he visto.” Balbució Melissa

Jamal se rio burlonamente y con satisfacción.

“Ni siquiera un poco de una blanca polla?”

“No.” Indico la chica asustada

“Bueno, entonces, yo tengo algo para ti perra.”

Melissa se quedó sin aliento cuando la realización de él la golpeó. Jamal abrió la cremallera de los pantalones y los dejó caer al suelo. Entonces, él se bajó los bóxeres grises, dejando al descubierto un pene negro masivo.

Jamal la sostuvo en sus manos triunfalmente, justo en frente de su cara de esclava blanca. Se trataba de 30 centímetros de largo y muy grueso, con grandes venas corría a través de él, ya que latía en ese momento.

“Toma una buena mirada a esta polla, hija de puta. Vas a ver mucho de eso por el resto de tu vida. Ahora, abra tu boca.”

Melissa vacilante, pero con una mirada a los ojos de Jamal le indicaba y ordenaba que tenía que cumplir. Había visto algunas películas porno antes, y sabía lo que quería. Abrió la boca, con los labios grandes brillantes de saliva.

Los ojos de Melissa se abrieron con sorpresa cuando Jamal agarró la parte posterior de su cabeza y estrelló su polla gruesa llena de sangre en su garganta.

Melissa intentó reaccionar, pero Jamal empujó vigorosamente sus caderas hacia delante. Su polla golpeó la parte trasera de su garganta, y ella comenzó a amordazarla, tratando desesperadamente de respirar por la nariz. Ella miró a su amo, que se reía, mientras empezaba a joder rítmicamente a Melissa en la boca.

“Sí perra, te voy a mostrar cómo chupar la polla. Al igual que la perrita blanca que eres. Oh sí, chupa esta puta polla”, dijo, empujando aún más profundo.

Melissa estaba tratando de respirar correctamente mientras la lengua se enroscó alrededor de la polla de Jamal. Si era capaz de hacer un buen trabajo, tal vez sería a favor de Jamal, tal vez él se detendría.

Además, a pesar de Melissa, mientras sus manos apretaban la base del pene de sus grandes bolas de Jamal, esto no era tan malo. De repente se sintió excitada cuando la polla e sondeó la boca y la garganta. Jamal tiene un mejor agarre en su cabello y comenzó a follarla vigorosamente.

“Ah, sí, eso es correcto puta. Mirarme cuando te cojo en la boca!”

Melissa, con los ojos muy verdes mirando al hombre negro enorme que la estaba castigando. Él estaba tan confiado, tan dominante cuando él la folla en la boca.

Su madre tendría un ataque al corazón, si se entera que un hombre grande y negro se aprovecha de su pequeña hermosa princesa italiana. Melissa comenzó a sentirse diferente, menos temor, más admiración y el respeto a su amo negro.

Melissa chupó totalmente erecta la polla ahora de Jamal durante otros cinco minutos. Ahora ella se mostró entusiasmada, trabajando el eje largo y negro con ambas manos.

“¿Estás lista para tragar mi semen, puta?”

Melissa gimió su acuerdo y movió positivamente la cabeza.

Jamal la agarró del pelo y lo recogió por encima de su cabeza, dándole un mejor agarre.

“Ah, sí, aquí viene…”

Empuje tras empuje golpeó la garganta de Melissa. Entonces, como un río salvaje, un chorro de semen desbordo por su garganta, lo que la hizo jadear y atragantarse.

Jamal misericordiosamente sacó la polla, dejándola con tos, y luego la golpeó con un chorro de semen en su cara, luego un poco más en sus labios. Melissa estaba en tal frenesí ahora que ella lamió el semen en su cara, usando su mano para conseguir todo.

Jamal dio un paso atrás y se rió.

“Mire usted, putita. Hace unos minutos que estabas dispuesto a llamar a la policía, ¡ya no eres más que otra puta blanca! Perra te encanta esta polla, ¿verdad?,” dijo levantando aun su palpitante polla.

Melissa se sentó allí, sin saber lo que estaba al lado. Había hecho lo que le había pedido, tal vez ahora podría irse.

“Yo no te quiero besar a una zorra blanca manchada de esperma, ¿por qué no te lavas en el lavatorio del baño?”

Melissa se acercó y se miró en el espejo mientras Jamal entró en el baño y se puso a orinar. Él la había rociado más de lo que nunca se lo habían hecho antes, sin embargo, tenía semen brillante en su pelo y en sus tetas. Con una toalla de papel húmeda, se limpió a sí misma.

“Apúrate perra, me dieron más para usted aquí. ¡Acabaremos de una vez para empezar con tu culo!” Jamal le dijo, riendo.

Al llegar a la puerta, se volvió hacia la caseta. Allí estaba Jamal, con su pene erecto en la mano, su físico musculoso brillante de sudor.

“¿Vienes aquí perra?”

Melissa estaba tan asustada, ella sólo podía mansamente sacudir la cabeza.

“Bien, porque tengo unas cuantas cargas más que necesito rodar dentro de ti”, dijo a través de una sonrisa gruesa, mientras rápidamente se acercó a Melissa, quien dejó escapar una mansa protesta.

Jamal pasó la mano a un lado de la cabeza y luego agarró su cara. Sacó la lengua hasta la garganta y le apretó la teta derecha en forma masiva con su gran mano. Melissa gimió con resignación, mientras sentía el enorme paquete de Jamal rozando el coño todavía vestido.

Jamal agarró Melissa debajo de sus muslos y la levantó en el lavabo, mientras la recostaba contra el espejo. Sacó más o menos sus zapatos y los calcetines, y rápidamente sacó sus pantalones. Melissa no podía hacer nada más que ver como su amo negro tiró de sus bragas con tanta fuerza que el elástico se rompió, a la que Jamal se rio. Luego tiró de ella hacia adelante, dándole el acceso total a su rosado coño afeitado.

“Ah, un coño joven blanco. No hay nada como eso”, dijo Jamal, cuando comenzó a meter el dedo índice en su apretado coño.

Melissa abrió la boca y se echó hacia atrás cuando Jamal le sonrió. Luego metió la lengua en ella, y comenzó a comer con fuerza. Con la otra mano, Jamal apretó los pechos de Melissa tan fuerte que duele.

Melissa se quedó mirando el techo mientras ella pasó por un reciente asalto más de Jamal. Nunca había sentido algo así.

Esto fue… fue… increíble. Dejó escapar un gemido después de gemir soberbiamente, a pesar de que ella no quiso aceptar esta violación, esta violación. Sin embargo, ella no pudo evitarlo, fue un placer más allá de lo que podía imaginar. Melissa pensó en su madre racista y lo que le pensaría. Ella casi se rió.

Unos minutos más tarde, Melissa comenzó a sentirse ella misma una corrida.

“OH DIOS, SI, JAMAL, así, sigue, me voy a CORRER …”

Ella se echó hacia atrás y disfrutaba de su éxtasis, con las piernas temblando. Jamal se puso de pie y le dio un beso en la boca, a lo que respondió Melissa. Ella podía sentir su propio jugo en la boca de Jamal.

Jamal luego la quitó el fregadero y la abrazó con fuerza a su cuerpo.

“¿Te gusta esto Melis? ¿Le gusta cuando te como por afuera?”

Melissa sintió una dulzura en su voz. Que él la consoló.

“Sí, me gustó mucho.”

“Muchas de las chicas de secundaria también lo hicieron. Es por eso que me echaron, ¿sabes?. Me estaba golpeando tantas chicas blancas, que no sabían qué hacer con mí. Algunos padres de las perras me cogieron por fin con un poco de drogas, y me echaron. Eso no es justo, ¿es lo Melis? ”

Melissa sacudió la cabeza mientras descansaba contra el fuerte pecho de Jamal. Quería Jamal ser amable, hablar. Todavía no podía imaginar su joder, al sentir su erección en la parte baja del abdomen.

“Bueno, esto es suficiente por hablar con mi pequeña esclava blanca. Vamos a llegar a ella”, dijo, riendo de nuevo.

Melissa lo miró, asustada. Luego le agarró la garganta, ahogándola, y luego le dio la vuelta, con el rostro casi golpeando el cristal del espejo. Sintió a Jamal agarrarle el pelo y le lleva la cabeza hacia atrás y luego la empujó violentamente hacia delante, para que pueda agacharse.

Oh Dios, pensó, al sentir las manos de Jamal sondear su culo y su coño. Esto era, que iba a follar. Ella había sido una niña católica perfecta, salvandola a sí misma por su príncipe azul en la noche de bodas. Los hombres le habían rogado, le ofrecieron dinero, pero ella quería estar limpia, mantenerse pura. Ahora, ella iba a ser follada violentamente por un hombre negro. Como Jamal apretó su culo suave, pensó, tal vez, sólo tal vez, no sería tan malo.

“Oh bebe, tienes un buen culo. Bonito y redondo, lleno, carnoso culo”, dijo Jamal, mientras jugaba con su piel suave.

Esto podría no ser tan malo…

Melissa miró en el espejo mientras Jamal trajo a su poderosa mano en alto, y luego la dejó caer con una fuerza inimaginable a la derecha en su bronceado nalga derecha. Ella gritó cuando oyó el golpe húmedo, luego sintió la oleada de dolor caliente a través de su cuerpo. Lo hizo un par de veces más, cada vez más difícil que el anterior. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro mientras se prevé cada golpe brutal.

“Ahora eres mía perra,” gritó Jamal, riendo, golpeando una vez su culo, llego el final del tiempo. Ella sollozaba ahora, a merced de su fuerte atacante.

Melissa sintió a Jamal un duro roce de su polla contra en su coño, sólo empujando a los labios apretados. Ella contuvo la respiración. Jamal agarró sus caderas y empujó a sí mismo, duro, en el apretado coño.

Su virginidad se resistió, pero no tenía ninguna posibilidad. Tomó mucho empuje después de mucho empuje, que rasga su apretado coño en la sumisión.

Todo el cuerpo de Melissa entró en shock. Ella sólo podía gritar, lo cual hizo.

“Oh, por favor, Dios, JAMAL, PARA, ALTO POR FAVOR, me duele….”

Él sólo se rió y golpeó su culo de nuevo.

“¡Nada de parar hasta que me quede con tu culo blanco de perra embarazada!” dijo Jamal, cuando él la cogió más y más duro.

Melissa intentó bloquear el dolor, pero era demasiado. Podía sentir su coño en explosión, sentir su polla negra penetrar tan profundamente en ella. ¿Embarazada? Dios, que hablaba en serio, que iba a correrse dentro de ella, y ella quedaría embarazada.

Una madre soltera, sola, sin dinero. Ella cerró los ojos mientras Jamal la follaba más rápido. Era tan profundo ahora que podía sentir sus bolas golpear en el culo, creando una constante chasquidos. Apretó los dientes.

“Así que… joder… que es grande”, dijo él.

Melissa trató de estirar su cuerpo, hacia adelante, para obtener algún alivio de la gran polla negra.

“¡Yo trato de esta manera para follar en mi puta!” gritó Jamal, quien agarró el brazo izquierdo de Melissa y se la puso a la espalda, obligando a su coño para tomar todo el eje. Siguió follando, ni siquiera hace una pausa, siempre más, siempre más rápido, riendo, golpeando su culo.

Melissa no lo podía creer, pero ella comenzó a correrse. Se miró en el espejo y miró a Jamal, el que dobla los músculos, los ojos determinados, su fuerte brazo que sostiene Melissa en sumisión total. Era casi … sexy, pensó, mientras abría su boca y gritó.

“¡Oh sí, semen para mí perra!”

“OH SIIIII… JESUS ​​…..”

El orgasmo de Melissa sólo hizo a Jamal follar a un más duro. Sus bolas estaban golpeando sus nalgas en cada medio segundo, mientras le ponía su brazo más fuerte. Sólo tomó Melissa unos minutos para correrse de nuevo. Después de eso, Jamal metió la polla en la medida en que podía ir y se inclinó sobre la chica italiana abusando ​​brutalmente.

“Te encanta la polla negro ahora, ¿no?”

“Oh… oh sí, me encanta Jamal”.

“Tú eres mi esclava blanca ahora, putita. Cada vez que quiero que me la chupes, en cualquier momento que quiera follarte, será mejor que vengas corriendo perra. No me importa si estás en la escuela, en el centro comercial con tus amigos, o mirando la televisión con tú mamá en su remolque, cuando te llame, es mejor traer tu culo sobre mi casa y estar lista para unas pocas horas de puta. ¿Está claro? ”

Melissa tuvo problemas para responder SI, mientras se acercaba otro orgasmo de nuevo.

“VAMOS…SIIIIII… ¡SSSSSIIIIIII!”

Jamal retiró el pelo hacia atrás brutalmente fuerte.

“¿Quieres decir Sí, maestro JAMAL?”

“Sí … sí señor Jamal!”

Él le pegaba ya a la terriblemente dolorida nalga derecha del culo.

“PUTA MÁS FUERTE!”

“¡SÍ, AMO JAMAL!”

“Esa es mi perra”, dijo Jamal, cuando se inclinó hacia atrás y siguió empujando. Fue durante otros diez minutos, asegurándose de que realmente estaba destrozando al pequeño coño blanco de perra blanca. Llegó otras cuatro veces más, y ella estaba rogando por ello.

“FOLLAME JAMAL, OH DIOS, FOLLAME DURO…” y Melissa supo que hablaba en serio.

Sabía que nunca se sentiría algo mejor. Esto era lo que quería, que quería la polla negra masiva en el coño blanco, quería un hombre negro que la domine. Ella era una esclava ahora, una esclava de un maestro negro y no hay libre albedrío, ningún propósito que escuchar a su maestro africano y hacer lo que quisiera.

Jamal comenzó a sentir que viene su corrida.

“Yo no quiero dejarte embarazada aún puta. ¿Dónde debería correrme?”

“Me lo tragare…. lo tragare de nuevo y dominarme.”

“Apuesto a que lo harás. No, ¿cuánto combate te pongo aquí?”

Melissa estaba confundida, entonces sintió los dedos de Jamals penetraren su ano. El dolor era intenso, de acuerdo con la polla enorme en su coño.

“Sí, justo en el culo perra!”

Melissa ni siquiera podía imaginar eso.

“Jamal, YO… Yo. .. No sé si puedo…”

Jamal agarró el pelo de nuevo y la atrajo hacia sí.

“¡SE DICE MAESTRO JAMAL No vuelvas a hablar de nuevo a mí así PUTA BLANCA! ¡Te voy a matar!” gritó poniendo el puño cerca de su bonita cara blanca.

“Ahora, desea ser follada en el culo, ¿no?”

“¡Sí, amo, cógeme en el culo!”

Con eso, Jamal metió los dedos en el segundo nudillo. Melissa arqueó la espalda a la descarga eléctrica que le causó. Jamal se reia y finalmente sacó la polla de su coño, y luego se estrelló contra su culo enorme.

“AHHH…. ¡OH DIOS!”

Melissa apenas podía respirar mientras Jamal golpeó con fuerza el recto. Jamal agarró sus caderas y jodio como un martillo neumático que mantuvo una andanada de bofetadas contra el culo blanco de Melissa.

Sólo duró dos minutos, pero se sentía como una eternidad para Melissa, quien estaba recibiendo su culo destruido. Finalmente, Jamal abrió la boca y puso su cabeza hacia atrás. Melissa sintió el chorro de esperma caliente en su interior, y gimió. Su nuevo bombea un par de veces más, luego se retiró.

Melissa estaba tan agotado, por lo que pasó, ella cayó al suelo, apoyado en el cubo de basura. Ella sintió el semen de Jamal que goteo de su culo. Melissa miró a Jamal sonriente, de que la polla brillaba. Él comenzó a vestirse.

“Eso fue muy buena puta. Pero tienes mucho que aprender. Puedes volver a casa y tener una buena cena con tú madre”.

Me dieron el número de teléfono de su celular y lo archive, vas a llamar a las 8. Tu vienes a mi casa, y yo te voy a mostrar lo que significa ser un esclava blanca es todo. Bien podrías decirle a tu mamá que no vienes a casa hasta la mañana “, dijo, riendo, mientras se ponía sus pantalones de nuevo.

Melissa sólo podía mirar su arrogancia, su virilidad. Ella lo ansiaba ahora, ella lo quería y quería su dominación. Ella, una mujer blanca, se entregaría a él como un trofeo, como una esclava.

Jamal abrió la puerta y comenzó a irse, entonces la mujer de negro de mediana edad miró y se rió. Allí estaba la perra blanca pegada adelante, con la camisa de polo y pantalones caqui. Ahora estaba en el piso de baño, con el coño y el culo roto, una carga de semen negro en su garganta y se filtra fuera de su culo.

Melissa ya no podía esperar más para estar en la noche. Las horas se le hicieron días, ella estaba ansiosa y desesperada para ir a la casa de su nuevo amo negro para que la folle con su adorada y maravillosa polla negra en mil formas durante toda la noche.

De ese modo esta pobre y hermosa joven que fue virgen antes del episodio del sanitario, se volvió en una esclava adicta a la polla negra de joven negro medio delincuente.

El negro delincuente a su esclava blanca en algunas oportunidades la entregaba algunos de sus compinches negros transformándola en una puta de pollas negras que ella gozaba de los momentos de sexo brutal con esos hombres de color, pero su preferido era su amo que la desfloro con el cual tuvo un hijo bastardo. Ademas le dio un puesto más importante en el supermercado favoreciendola economicamente.

La madre que era una mujer pobre y racista acepto por conveniencia esta nueva vida de su amada hija que le proporcionaba el suficiente dinero para salir de esa paupérrima pobreza.

En fin con esta nuevavida pervertida formaron una feliz familia.

Mi primera vez

$
0
0

Hace relativamente poco, un buen amigo, me pregunto cómo había sido mi primera vez. Mi respuesta, fue, cuál de las primeras veces quieres que te cuente. Yo, evidentemente, sabía a qué primera vez se refería, pero con mi respuesta le hice notar que en el tema de sexo, al menos yo, considero que hay muchas primeras veces. Desde la primera vez que estas con un chico, de una manera sexual, sin necesidad que llegue haber penetración, la primera vez que hay penetración, la primera vez que tienes una experiencia con una persona de tu mismo sexo, y un largo etcétera que no voy a seguir enumerando.

Como he dicho, mi amigo, se refería a la primera vez que había tenido una relación completa con un chico. Seguramente pensareis que debe de haber mucha confianza, entre mi amigo y yo, para que me haga una pregunta, que mucha gente considerara, muy íntima y personal. Efectivamente hay mucha confianza y complicidad entre nosotros, pero su pregunta no fue por el puro morbo de escuchar una de las primeras experiencias eróticas de una amiga. Este buen amigo, tiene una hija que está entrando en los complicados años de la adolescencia, y está empezando a salir con chicos. Y diréis y eso que tiene que ver. Pues por circunstancias que ahora no vienen al caso es él solo, el que se encarga de su hija desde que era un bebe.

Pues llegados a este punto, digamos que hay temas, que por mucha confianza tenga con su padre, pues son muy complicados de tratar entre ambos, ya que son mucho más fáciles de tratar con una mujer. Vosotras lectoras, os veis preguntándole a vuestro padre que hay que hacer la primera vez que estas con un chico y más si tienen quince o dieciséis años. Yo creo que ninguna nos vemos en ese situación, lo que no quita que pueda haber alguna excepción que confirme la regla.

Sirva esto de introducción a este relato de mi primera vez con un chico, que escribí para la hija de este buen amigo, y a partir del cual, nos sirvió a las dos, para hablar del tema y aclarar todas las dudas y preguntas que le surgieron y otras que tenia rondando la cabeza desde hace tiempo.

Creo que fui muy precoz, pues tenía solo dieciséis añitos, era la menor del grupo de amigas, todas tenían diecisiete por y una dieciocho por aquel entonces. Fue con un amigo de mi hermano. Pero será mejor empezar por el principio.

Nacho, el mejor amigo de mi hermano pequeño. (Tengo dos hermanos, ambos mayores que yo, el mayor diez años y el pequeño ocho, y aunque la peque de la casa era yo, el siempre ha sido el pequeño de los chicos). Aclarado esto continúo. Nacho, siempre me había gustado, desde pequeñita. Aunque la manera en que me gustaba empezó a cambiar con el tiempo, cuando empecé a mirar a los chicos de otra manera. Me resultaba atractivo, por supuesto era, es, muy guapo. Y tenia y aun tiene un cuerpazo, ya que sigue practicando la natación. No sé porque me atraía. Tal vez sería porque pasaba mucho tiempo en casa, o seguramente, porque no me trataba como a una niña, como el resto de amigos de mis hermanos. El siempre me trataba como a una adulta. Siempre salía en mi defensa, me dejaba estar con ellos aunque a mi hermano, no le hacía mucha gracia tenerme por ahí deambulando. Al contrario, cuando no estaba, siempre tenía que irme a mi habitación o a otro lugar de la casa.

Cuando empecé a desarrollarme, y empecé a tener curvas y dejando atrás la niñez, note como Nacho se fijaba más en mí, sobre todo cuando llegaba el buen tiempo, y yo iba las ligerita de ropa. Y cuando estábamos en la piscina, en más de una ocasión me di cuenta de cómo me miraba fijamente, creo que empezaba a gustarle como me quedaba e bikini. Para Nacho pienso que debería ser un tormento. Era la hermana pequeña de su mejor amigo y claro, eso era terreno vedado. Así fue pasando el tiempo.

Llego el momento, en una de mis amigas, decidió que era hora. de acostarse con el chico con el que llevaba algún tiempo saliendo. Como ya he dicho todas eran un año mayor que yo, y alguna dos. En aquel momento todas mis amigas estaban saliendo con chicos. Todos compañeros del colegio. Yo, no salía con ninguno en particular, la verdad es que no me atraían demasiado, los veía demasiado infantiles, o tal vez yo era demasiado madura. Siempre me han dicho que soy demasiado madura para mí edad. No lo sé. Aunque si había tonteado con algunos, pero sin dar la seriedad que le daban ellas a sus relaciones. Yo por entonces, ya había experimentado con algún chico, sin llegar al coito, pero sí había habido besos y algún que otro magreo. Incluso con alguno había llegado a masturbarnos mutuamente.

La cuestión, mi amiga, tuvo su primera experiencia sexual con el chico con el que salía. Por supuesto, al día siguiente, quedamos todas para que nos contase como había sido. La conclusión a la que llegue después de saber lo que habían hecho. Que no había sido tan maravilloso como ella nos quería hacer pensar. Y por supuesto no había sido una experiencia inolvidable. Para mí que ella estaba deseando olvidarla, aunque dijo todo lo contrario. El único que lo paso bien fue el, pues ella, prácticamente ni se entero, en dos minutos había terminado. Y aunque repitieron dos o tres veces no pasaba de los dos minutos. Un chico con 16 o 17 años, con las hormonas totalmente alteradas, y totalmente excitado, es complicado que se controle.

Después de aquello, otra de mis amigas también decidió que era el momento. Y nuevamente se puso en común la experiencia. Yo llegue a la misma conclusión. Y así, ese verano, una a una, todas, fueron perdiendo su virginidad con sus respectivos chicos.

Yo aquel verano lo termine tan virgen como empezó. Yo quería que mi primera vez fuese de verdad algo inolvidable y que me apeteciese repetir, y que lo pasásemos bien los dos, no solo él. La conclusión a la que llegue aquel verano, fue sencilla, la primera vez de dos personas que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo, pues inevitablemente era un desastre, tal vez habrá alguna excepción, pero las menos. Como resultado de ese razonamiento, mi primera vez tenía que ser con un chico experimentado, que supiese lo que hacía.

Entonces lo que tenía que hacer era encontrar a un chico que ya hubiese tenido varias relaciones, a ser posible que fuese atractivo, y con el que tuviese cierta confianza para planteárselo. Después de darle muchas vueltas, Nacho, era el chico adecuado. Aunque era mucho mayor que yo, tenia 24, yo 16, pero el resto de los requisitos los reunía, había salido con varias chicas y ya tenía una relación estable con su novia, hoy su mujer. Y por lo que les había oído cuando hablaban, experiencia en ese tema tenía bastante.

Ya estaba decidida a hacerlo, y tenía decidido con quien hacerlo. Solo tenía que encontrar el momento de planteárselo y el momento de hacerlo. En varias ocasiones que nos quedamos a solas, dejaba caer indirectas y le plateaba posibles situaciones, pero no se daba por aludido, o si lo hacía, no me tomaba en serio. Tenía que cambiar de estrategia. Le prepararía una encerrona.

Teníamos que estar solos y con tiempo por delante. Estaba próximo el puente del Pilar y mis padres estarían de viaje. Me quedaría sola en casa con mis hermanos. Durante los días previos estuve pendiente de que planes tenían mis hermanos para el puente. Finalmente logre enterarme in extremis que habían quedado, los dos, con sus respectivas novias, para ir a la casa de la playa. Aunque deberían haberse quedado en casa al cuidado de su hermanita pequeña. Así que puse en marcha mi plan, en un descuido de mi hermano logre hacerme con su móvil y envié un SMS a Nacho quedando con él en casa, como si yo fuese mi hermano. Y con la esperanza que no supiese que se iba a la playa con su chica. Ya no había marcha atrás.

El viernes, en cuanto terminamos de comer, mis hermanos y sus respectivas se fueron. Advirtiéndome previamente que me portase bien, nada de líos… Que podían venir a casa mis amigas pero nada de fiestas y nada de armar mucho jaleo. Yo dije que si a todo, que me portaría bien, que sería buena…

Ya estaba todo en marcha para esa misma tarde. A las siete vendría a casa. Nacho llego una hora antes de tiempo, no me dio tiempo a vestirme como yo tenía pesado, y me pillo con ropa de andar por casa como siempre solía verme cuando venia, un pantalón muy amplio deportivo y una camiseta, bastante grande que le había quitado a uno de mis hermanos. La tenia cortada, sin mangas, cortada por abajo dejando al descubierto mi ombligo y a la que también le había hecho un generoso cuello en v, lo que hacía que casi siempre tuviese un hombro al descubierto.

Evidentemente pregunto por Alex, mi hermano, le dije que había salido, que lo había llamado su novia. El se quedo un poco contrariado puesto que había quedado con él. Le dije que esperase, que si había quedado llegaría enseguida. El acepto. Le dije que estaba en mi habitación haciendo los deberes. El dijo que subía conmigo mientras esperaba. Subimos a mi habitación y nos sentamos en la alfombra, donde tenía extendidos algunos libros y cuadernos. Nos pusimos a hablar, de nada en particular. Luego él se sentó en mi cama y yo seguía en la alfombra, desde su posición no apartaba su vista de mi escote, desde ahí me estaba viendo todo, ya que cuando estoy en casa no suelo llevar sujetador. Después de un rato esperando, dijo que lo iba a llamar. Le puse mil escusas para que no lo llamase. Al final se mosqueo y me pregunto qué estaba pasando que le contase que pasaba y lo llamaría.

Tuve que explicarle que Alex no iba a venir, que se había ido de puente con su novia, que el SMS lo había mandado yo. Cuando me pregunto a que venía eso, no me ande con rodeos. Y se lo dije claramente. Quiero hacer el amor contigo. Como siempre me hablo como a una adulta.

¾ Marta –me dijo –eso que tu quieres es imposible, eres una mujer preciosa (era la primera vez que un chico me decía que era una mujer), bellísima y no hay nada que me gustase mas. Pero no puede ser, eres la hermana de mi mejor amigo y si llegase a enterarse… Puedes imaginar lo que pasaría.

¾ No tienen porque enterarse –dije yo, intentando convencerlo.

¾ Compréndelo –me dijo él –no puede ser. Además ¿qué edad tienes?

¾ 16 – le dije – pero en dos meses cumpliré los 17.

¾ Yo 24, soy mucho mayor que tu, eres una menor y yo podría meterme en un lio—siguió exponiendo.

¾ Pero yo no se lo diré a nadie – repuse.

¾ Marta, es mejor que conozcas a un chico de tu edad, y bueno, luego os surgirá la ocasión.

¾ Pero Nacho, yo no quiero a un chico de mi edad, no quiero hacerlo con un chico de mi edad, no tienen ni idea de lo que tienen que hacer, solo lo pasan bien ellos—le expuse yo—yo quiero aprender.

¾ ¿Y cómo has llegado a esa conclusión, lo has hecho con alguno? – me pregunto.

¾ No – le dije – no he llegado al final aun con ningún chico. Pero lo sé por las experiencias que han tenido mis amigas.

¾ Pero lo que le haya pasado a tus amigas no quiere decir que te vaya a pasar a ti – repuso Nacho – puede ser todo lo contrario y puedes tener una maravillosa.

¾ Nacho, creo que eso que me acabas de decir no se lo cree nadie. No me trates como a una cría –le dije.

¾ Marta de sobra sabes que nunca te he tratado como a una cría.

¾ Entonces, ¿Por qué no quieres hacerlo conmigo? No te estoy pidiendo que dejes a Blanca, solo que te acuestes conmigo una vez. Nada más. No se enterara nadie – le expuse.

¾ Ya te lo he explicado, entiéndelo, por favor… No me pongas es esta situación – me dijo finalmente.

¾ Pero, Nacho, yo te gusto, lo sé—le dije—me he dado cuenta como me miras.

¾ Claro que me gustas, como no me vas a gustar si eres preciosa. Pero no puede ser ya te lo he dicho.

¾ Nacho, si no quieres hacerlo conmigo ¿Por qué no te has marchado ya?—le pregunte para zanjar la discusión.

¾ Porque, porque…—no supo cómo continuar. Y perdió su seguridad anterior.

¾ Yo te diré porque, porque te mueres de ganas de hacerlo conmigo, aunque insistas en negarlo y decir que no puedes, porque te mueres de ganas de verme desnuda… ¿quieres verme desnuda?—pregunte finalmente.

¾ No hay nada que me gustaría más que disfrutar de tu cuerpo—me dijo—pero no, no puedo—se repitió a si mismo.

¾ Entonces vete—le dije, echándole un órdago—sino mírame, voy a desnudarme para ti ¿o prefieres hacerlo tu mismo?—le dije rematando el envite.

Me pude de pie fui hasta mi equipo de música y lo encendí, empezó a sonar un blues, la voz de Billie Holiday sonaba acompañada de un trompeta. Luego camine despacio hasta situarme frente a él y comencé a quitarme la camiseta.

¾ Espera—me dijo justo antes que empezara a descubrir mi pecho.

Nacho se puso de pie, y se acerco a mí. Estábamos el uno frente al otro. Rozo con su mano mi antebrazo, suavemente, un solo segundo, pero sentí como una electricidad recorrió mi cuerpo. Se acerco un poco más y creí que iba a abrazarme, pero se volvió atrás. Los dos uno frente al otro notábamos la violencia de la situación. Vi como Nacho trataba de sobreponerse a esa situación y a la lucha que se estaba librando en su interior, entre la razón y el deseo. Nuestras respiraciones aceleradas hacían obvio el deseo y la excitación que ambos sentíamos. Cuando Nacho me miraba no podía evitar bajar sus ojos a mi boca, a mi cuello y al escote de mi camiseta. Para luego volver a mirarme a los ojos, cargado de deseo. Entonces vi como movía su mano y me dijo.

¾ Cierra los ojos.

Me di cuenta en ese momento que no estaba realmente preparara para lo que iba a pasar. Pero ya no podía dar marcha atrás, había jugado demasiado fuerte. Hice lo que me dijo y cerré los ojos. Sentí como sus manos sujetaban mi nuca con ternura y sentía su aliento cálido en mi cuello. Después se abrazo a mí, ciño mi cuerpo al suyo, con sus fuertes brazos, con la impaciencia de dar rienda suelta a un deseo contenido. Sus manos sujetaron mis caderas atrayéndome hacia él, para después subir, bajo mi camiseta, acaricio mis pechos y sus manos jugaron con mis pezones, que ante este contacto reaccionaron, erguiéndose orgullosos mientras se endurecían. Sentía su respiración en mi cuello, sus labios recorriéndolo y sus dedos en mi boca. Guio mi mano con su abdomen, duro y musculado, hasta introducirla en su pantalón, entre sus piernas y acaricie su polla dura y totalmente erecta. Abrí los ojos y mire a los suyos, vi pasión y deseo en ellos. De pronto se quedo quieto, y su mirada cambio, vi miedo en ella, como si la razón hubiera vuelto y comprendía que no podíamos llegar más lejos.

Entonces dijo mi nombre con ternura y acaricio mi pelo. Sus dedos acariciaron mis labios, su mirada volvía a tener deseo. Cerro mis ojos con sus dedos y sus labios se unieron a los míos. Y una vez vencida la resistencia de mis labios y mis dientes nuestras lenguas chocaron en el interior de nuestras bocas y empezaron un baile que había que me derritiese. Nunca nadie me había besado de aquella manera.

¾ Te deseo—me susurro al oído—no puedes imaginarte cuanto.

Luego se aparto de mi y entonces adivine como iba a suceder todo. Me quito la camiseta, despacio, tomándose su tiempo, luego acaricio mis hombros, mis pechos y siguió bajando hasta mi cintura y mis caderas.

¾ Quítame la camisa—me dijo. Yo comencé a desabrochar sus botones—despacio me susurro, sin prisa.

Desabroche los botones despacio, como me había dicho, y finalmente deslice la camisa por sus fuertes brazos dejándola caer al suelo, junto a mi camiseta. Acaricie su torso desnudo, musculado por las horas de entrenamiento en la piscina, con suavidad sin prisa, y finalmente lo recorrí con pequeños y suaves besitos.

¾ Bien—me susurro, mientras una de sus manos seguía en mi cadera y la otra acariciaba mi nuca y mi pelo.

Después, Nacho, desabrocho el cordón de mi pantalón y lo dejo caer a mis pies. Luego situando sus manos en mi cintura la acaricio suavemente y me beso, fue un beso tierno, sus manos bajaron hasta mis caderas y sus dedos se introdujeron en el elástico de mi braguita. Las bajo a lo largo de mis piernas dejándolas junto al pantalón. Saque mis pies de amabas prendas mientras Nacho volvía a abrazarme y besarme.

¾ Marta, ¿por qué me has hecho esto?—me dijo Nacho.

Y yo sabía que todo esto era algo que él quería hacer desde hacía mucho tiempo. Entonces levantándome con sus fuertes brazos, de mis piernas y mi torso, me deposito en la cama, con mucho cuidado y ternura, como quien deja en la cuna a un bebe dormido. Acerco sus labios a los míos, nos besamos, fue un beso larguísimo, apasionado, con deseo. Luego volvió a besar mi cuello, mis hombros y mis pechos. Se tomo su tiempo en ellos, los acariciaba, los besaba, los mordía con ternura, los chupaba y los volvía a besar. Continuó descendiendo por mi torso desnudo, besando mi abdomen y jugando con su lengua en mi ombligo. Sus labios siguieron bajando hasta mi pubis, totalmente depilado para él, y finalmente se centro en mi vagina, que yo la sentía muy húmeda. Fue una sensación indescriptible el sentir su lengua sus labios sus dedos dentro de mí. Y cuando se centro en mi clítoris… aun no sé como describir lo que sentí… fue mi primer orgasmo, con un hombre de verdad, me había hecho correrme tan solo con sus labios y su lengua, había hecho que me convirtiese en fluido que se vertía entre mis piernas y que el bebía. Luego el volvió a besarme, con su cara brillante, y mi saliva se mezclo con la suya y con mis propios jugos.

Nacho se puso de pie junto a la cama, desabrocho su pantalón y lo bajo hasta sus tobillos, lo piso y saco sus pies de él, retirándolo con una pequeña patada. Ahí estaba, delante de mí, tan solo vestido con un slip que ocultaba un enorme bulto palpitante.

¾ Vamos siéntate—me dijo Nacho, mientras me daba la mano y me ayudaba a incorporarme en la cama— ¿sabes lo que hay que hacer ahora?—me pregunto.

¾ Si—respondí, muy bajito.

El continuaba de pie frente a mí, puse mis manos en su cintura y acaricie sus abdominales. Aproxime mis labios a su vientre y lo bese, empecé a dar pequeños y suaves besitos hasta que me encontré con él elástico de su slip. Alce la cabeza y lo mire, buscando su permiso o su aprobación, no lo sé. El asintió con su cabeza, al tiempo que dibujada una leve sonrisa en su rostro, dándome su visto bueno. Baje su slip despacio, hasta dejarlo a la altura de sus rodillas, y deje al descubierto su miembro erecto, y totalmente depilado. Su polla era más algo más grande que las que había visto a otros chicos hasta ese momento. La cogí con mi mano, era la primera vez que tocaba una polla de un hombre de verdad y no de un crio, y la primera vez que la saboreaba con la punta de mi lengua, recogiendo el liquido transparente que había en la punta de su rosado y brillante capullo. Empecé a mover mi mano por ella. Y a recorrerla con mi lengua mientras una de mis manos acariciaba sus suaves huevos. La introduje en mi boca, mientras seguía masturbándolo.

¾ Despacio—me dijo—acariciando mis hombro para indicarme el ritmo exacto que debía seguir.

Después de unos minutos, haciendo mi tarea como me indicaba, se retiro de mí.

¾ Vamos túmbate—me dijo, subiendo mis piernas a la cama y ayudando a que me acodase—¿de verdad eres virgen?—me pregunto finalmente, mirándome fijamente a los ojos.

¾ Si—le dije, con hilo de voz.

Nacho se tumbo a mi lado, y sin dejar de mirarme fijamente, acariciaba mi cuerpo con su mano, la llevo a mis muslos recorrió la cara interna de estos, hasta subir a mi entrepierna, y navegando con sus dedos en mi interior comprobó la humedad que me provocaba el momento. Entonces su voz me sorprendió.

¾ Cierra los ojos, voy hacerlo, te dolerá un poco—me dijo.

Cerré los ojos. Y Nacho se situó encima de mi cuerpo con sus piernas entre las mías. Ahora sí era demasiado tarde para volverme atrás, sintiendo el peso de su cuerpo sobre el mío y demasiado tarde para saber si de verdad yo quería ese dolor.

Guio su polla hasta la entrada de mi vagina, y la recorrió con su glande hinchado recogiendo mis fluidos para estar perfectamente lubricado, y empezó a penetrarme muy despacio. La primera reacción de mi cuerpo fue ponerse a la defensiva, cuando el empieza apartarse como si hubiese perdido el interés por mi cuerpo, pero luego, justo un instante después, vuelve a entrar un poco más fuerte, sin poder evitar hacerme daño. No puedo evitar el miedo y hago un gesto para intentar apartarme, pero él me tranquiliza con sus palabras.

¾ Será solo un momento, el de entrar, ahora, ya estoy dentro, ves, no pasa nada—me decía con una voz cálida y suave que hacía desaparecer mis temores.

Y el dolor terrible, luego contradictorio, que no se parece a ningún otro dolor, se convierte en un placer que te lleva al abandono de dejarte hacer y luego tienes la necesidad de moverte y llegar a la cumbre. Notando como poco a poco vencía la resistencia que las paredes de mi vagina hacían al contraerse en torno a su miembro. Una vez se supo completamente dentro de mí, descanso un momento en mi interior y entonces comenzó a salir de mi, pero justo antes de abandonarme por completo volvió a entrar, lo hacía despacio, controlando en todo momento la situación. Poco a poco el ritmo con el que entraba y salía de mi aumentaba progresivamente. Este ritmo empezó a ser brutal. Vi como nuestros cuerpos se unían únicamente en el espacio que eran los pocos centímetros de piel de nuestros respectivos pubis. Que se rozaban, entrechocaban y se agitaban con un ritmo feroz y sofocado, haciendo que sintiese ahora dolor en los huesos de la pelvis y la juntura de las caderas. Todo ello me hacía sentir un placer indescriptible que recorría todo mi cuerpo y que hizo que empezase a gemir y gritar sin control. Mi vientre se contraía y un prolongado orgasmo se apodero de mi, haciendo que me corriese por segunda vez, perdiendo toda la fuerza de mi cuerpo, mientras Nacho continuaba entrando y saliendo de mi. Entonces Nacho salió de mi en el último momento y con un agudo gemido vertió toda su corrida sobre las sabanas. Se tumbo a mi lado me abrazo y me beso. Estábamos los dos exhaustos y empapados en sudor.

¾ ¿Estás bien? ¿te ha dolido mucho?—me pregunto, aun con su respiración algo acelerada.

¾ Sí, estoy bien. No me ha dolido mucho—le respondí y lo bese.

¾ Marta, esto no lo vuelvas a repetir, la próxima vez, procura que el chico se ponga un condón—me advirtió.

¾ No lo olvidare—le dije.

Nacho se incorporo y se sentó en la cama, yo me senté junto a él. Una mancha rosácea, diluida por mis flujos y el semen de Nacho, era la prueba de lo que acabábamos de hacer.

¾ Será mejor que te ayude a cambiar las sabanas—me dijo Nacho.

¾ No te preocupes, ya me encargo yo—le dije.

¾ ¿Quieres darte una ducha?—le pregunte.

¾ Si, lo hare—fue su respuesta.

¾ ¿Puedo ducharme contigo?—pregunte sonriendo.

¾ Vamos—me dijo Nacho cogiéndome de la mano y fuimos juntos al baño.

Entramos en la ducha, el agua tibia, caía sobre nuestros cuerpos mientras nos enjabonábamos mutuamente. Su polla empezó a endurecerse de nuevo, y no pude evitar volver a tenerla entre mis manos.

¾ Marta, no—me dijo Nacho

¾ ¿Por qué? Por favor. Quiero que me hagas un último favor—le dije.

¾ No lo vamos hacer otra vez sin tener condones—me dijo.

¾ No, quiero que me desvirgues…—pero no me dejo terminar.

¾ Pero que acabamos de hacer—me interrumpió.

¾ Déjame terminar—le dije, mientras salíamos de la ducha—quiero que me desvirgues el culo, que folles por detrás.

¾ Tú no estás bien, estas completamente salida—me reprocho.

¾ Mira—le dije girándome y mostrándole mi culito duro y redondito—no me digas que no, seguro que te encanta, y así seré tuya hoy totalmente.

¾ ¿Tienes un poco de vaselina?—me pregunto.

¾ ¡Bien!—dije contenta—no, vaselina no, vale una barra de cacao para los labios.

¾ Puede valer, vamos—me dijo, mientras volvíamos desnudos y mojados a mi habitación—esto, la próxima vez que lo hagas…

¾ Lo sé, que usen condón—le dije como cansada de su consejo–¿Qué hago?—le pregunte finalmente.

¾ Sube a la cama y ponte a cuatro patas—me dijo Nacho.

Yo obedecí sin replicar. El me ayudo y me coloco en la posición adecuada, dejando mi culo a su entera disposición. Empezó a acariciar mi ano con sus dedos y su saliva. Luego empezó también a estimularlo con su lengua, así recogía el flujo que volvía a manar de mi entrepierna, usándolo para meter sus dedos con más facilidad en mi agujerito. Primero introducía un dedo, cuando la dilatación de mi ano aumento, me penetraba con dos de sus dedos y después de estimularme convenientemente, empezó a meterme tres de sus dedos en mi virginal culito.

¾ ¿Estás preparada?—me pregunto.

¾ Estoy deseando ser tuya otra vez—fue mi respuesta.

¾ ¿Dónde tienes el cacao?

¾ En el primer cajón de la mesilla—le dije.

Saco la barra de cacao del cajón y empezó a aplicársela en su polla que no perdía ni por un instante su erección, luego lo aplico en mi ano.

¾ ¿Lista?

¾ Si.

Note su glande en mi ano y como una de sus manos sujetaban mis caderas para evitar que pudiese moverme. Le bastaron dos golpes de cadera para que me metiese toda su polla. Sentí el suave tacto de sus huevos en mi perineo. Estaba dentro de mí culo y me ardía, pero ese ardor, ese fuego, ese dolor, se fue diluyendo en placer conforme Nacho entraba y salía de mi culo. Intentaba no desplomarme sobre la cama, pues las piernas empezaban a flaquearme de tanto placer. Nacho seguía bombeándome el culo, se marcaba un ritmo tranquilo, pero a la vez firme y constante. Ese ritmo hacia que mis tetas tuviesen un movimiento de bamboleo con cada una de sus envestidas que hacía que mis pezones rozasen las sabanas, así mis tetas y los pezones estaban duros como piedras. Entonces saco su miembro de mi interior.

¾ Date la vuelta—me dijo.

Hice lo que me dijo. Abrió mis piernas, me elevo con sus brazos por las caderas y volvió a penetrarme de un tirón. Tumbándose sobre mí y sin dejar de mover sus caderas penetrándome, me besó con fuerza. Su pecho aplastaba el mío haciendo que le clavase en el mis duros pezones. Los dos estábamos otra vez cubiertos de sudor. Me iba a reventar. Me abrace con mis manos alrededor de su cuello y mis piernas abrazaron su cintura. Me sentía toda una mujer, en esta postura, me recordaba alguna escena de película, donde dos amantes lo hacían con pasión. No pude evitar volver a gritar y a gemir y un nuevo orgasmo invadió mi cuerpo. Notaba como me corría, como mi flujo empapaba mi culo y la polla de Nacho, que no paraba de moverse dentro de mí, y como bajaba por mi espalda.

¾ Me voy a correr… No aguanto más—dijo Nacho jadeando y con la respiración agitada.

¾ Hazlo dentro, por favor, hazlo dentro—le pedí.

Nacho cerró los ojos y mordió su labio inferior. Unos segundos después, sin dejar de moverse, empezó a llenarme el culo con la calidez de su esperma. No dejaba de moverse como si quisiera dejarme dentro hasta la última gota de su leche. Salió de mí y calló rendido a mi lado. Lo bese.

Eres maravilloso—le dije suavemente al oído.

Así estuvimos un rato, abrazados en la cama, descansando. Luego Nacho se levanto de la cama y busco su slip. Y mientras se lo ponía.

¾ Sera mejor que me vaya—me dijo.

¾ Quédate a cenar y dormir conmigo—le sugerí.

¾ No puedo, he quedado con Blanca, lo siento—fue la respuesta de Nacho.

¾ Está bien, lo entiendo. Entonces dúchate otra vez—le dije.

¾ Pero esta vez solo—me advirtió el.

Salió de la habitación y fue al baño. Yo me levante de la cama y lo seguí, sentí como el semen de Nacho salía de mi culo y corría por mis muslos. Apoyada en la puerta, vi como se duchaba. Cuando termino volvimos juntos a la habitación. Me tumbe en la cama desnuda como estaba y vi como se vestía.

¾ Marta—me dijo—esto no ha pasado, no se lo digas a nadie, si de esto se enteran tu hermano, o tus padres, o los míos, no sé que podría pasar. Prométemelo—me pidió finalmente.

¾ Te lo prometo, esto no lo sabrá nadie, ni mis amigas—le dije.

¾ Gracias, no espero menos de ti—me dijo él—me marcho.

¾ Te acompaño—dije.

¾ No bajaras así—me recrimino.

Salte de la cama y me puse mis braguitas, encontré mi camiseta y me la puse también. Bajamos juntos y lo acompañe a la puerta. Abrió la puerta.

¾ Espera—le dije.

El se detuvo y dio la vuelta. Lo bese abrazándome a su cuello. El correspondió a mi beso.

¾ ¿Vendrás mañana?—le pregunte.

¾ Recuerda, no le digas nada a nadie. Adiós—fue su respuesta y salió de casa.

¾ Hasta luego—me despedí yo y cerré la puerta tras él.

Subí a mi habitación, quite las sabanas, las metí en la lavadora y la puse en marcha. Ordene un poco mi habitación. Volví a desnudarme y me fui al baño. Me di una ducha caliente mientras recordaba todo lo sucedido ese tarde. Cuando salí del baño con mi albornoz me prepare una cena ligera y la comí frente al televisor. Esa noche, no use pijama, dormí plácidamente con el tacto fresco del algodón en mi piel.

Nacho, no volvió al día siguiente, estuvo casi tres semanas sin aparecer por casa. Cuando volvió me miraba de una manera cómplice, diciendo tenemos un secreto no lo desveles. De hecho, aun me mira así. Aquello no se ha vuelto a repetir, exceptuando un encuentro fugaz el verano siguiente, pero eso es otra historia. Mis hermanos no han llegado a enterarse de lo sucedido aquel día que me dejaron solita en casa. De hecho nadie lo sabe. Y siguen siendo grandes amigos. Lo sucedido aquella tarde de sábado no volverá a repetirse, aunque siendo sincera, me gustaría. Pero ya no puede ser, el está casado, tiene una niña, (que por cierto se llama como yo, ¿será por algo en especial?) y repetir aquello y que nos pillasen ahora si sería complicado.

Un encuentro ¿casual?

$
0
0

Ese jueves había madrugado un poco más de lo habitual. Había dormido plácidamente más de nueve horas y me sentía descansada. Solo tomé un vaso de zumo de naranja y un yogur desnatado. Me puse las mallas y las zapatillas de correr, una sudadera con capucha, encima de la vieja camiseta, completaba mí atuendo. Y la gorra, una gorra con visera ligeramente doblada, que le permitía sacar una coleta por una abertura occipital.

La mañana era fresca, lo que me animó a caminar con un ritmo rápido. A esas horas las calles estaban casi desiertas y en pocos minutos me encontré en el Paseo del Prado, cerca de los límites del Jardín Botánico. Se respiraba una ligera humedad en el ambiente y el césped conservaba aun gotas de rocío. Al pasar cerca de la puerta principal del Museo del Prado, encima de un banco de piedra, un objeto brillante llamo mi atención. Era un teléfono móvil. Miré a un lado y a otro por si encontraba alguna persona cercana, pero nadie parecía ser su dueño. Con curiosidad, observe la pantalla por si aparecía algún nombre, alguna seña de identidad. Pulse la agenda y recorrió un listado de nombres y números: Alberto, Alfonso, Ana, Antonio… Había casi por igual de hombres que de mujeres, así que no supo hacerse una idea de a quién podría pertenecer.

Cuando ya lo iba a dejarlo donde lo encontré, dos tonos me anunciaron la llegada de un mensaje mientras un sobre parpadeaba insistentemente. Pulsé la tecla, Menú, Mensajes y se desplegaron en cruz varias opciones: Leer, Editar, Borrar… Pulsó la primera. “SIENTO LO DE AYER, POR FAVOR PIENSALO”. ¿Responder?

Vaya. Alguien ha tenido problemas y se está arrepintiendo. Sera mejor que lo deje en alguna oficina de Correos o de Objetos Perdidos – pensé. Y lo puse en el interior del bolsillo de la sudadera. Reanudé el paseo, con grandes zancadas, y al subir por la ligera pendiente hacia las vallas del Retiro inicie una pequeña carrera hacia mi objetivo. Cinco vueltas al circuito fueron más que suficientes, la respiración se había vuelto jadeante y el sudor resbalaba por las sienes. Me acerqué a un parque infantil y una especie de puente de hierro, levanté una pierna y comencé a hacer estiramientos. Dos llamadas volvieron a reclamar mi atención. Un nuevo mensaje había llegado: “PERDONAME DIME ALGO, CUALQUIER COSA ANTES QUE TU SILENCIO”.

Me gustó la frase. Desde luego, quien quiera que fuera, era alguien perseverante. Una cierta curiosidad empezó a instalarse en mí mente. Y por echar una mano, y medio en broma, conteste: “VALE, TE PERDONO”.

De vuelta a casa me encontraba fenomenal. No hay como empezar el día con un poco de ejerció. Nada más entrar en casa comencé a desnudarme para ir directa al baño. Una ducha, con agua templada, prolongaría la sensación de bienestar. No tenía intención de salir de casa en todo el día. Me lo había tomado para mi después de días sin parar, entre viajes, desfiles y sesiones. Me puse cómoda y me tire en el sofá a leer y escuchar música, hasta la hora de comer.

Después de preparar una ensalada con aguacate, palmito, lechuga y aceitunas, puse en el microondas el trozo de pizza que me había sobrado de la noche anterior. Comí tranquilamente sentada en el sofá, mirando el televisor. Me gustaba ver el informativo cuando podía. Tras una manzana y una infusión de menta-poleo, lavé los platos y limpie los restos que habían caído en la bandeja. Cuando me disponía a abandonarme plácidamente en el duermevela de la sobremesa, una melodía musical me sobresaltó. Seguí la música hasta el cesto de la ropa sucia. Salía del interior de la sudadera. Era el teléfono que encontré. Lo había olvidado.

- Sí, dígame…

- ¿Irene?

- No, no soy Irene… creo que tengo su teléfono…

- ¿Quién eres?

- Me llamo Olga y encontré el móvil en la calle.

- Oye Olga, gracias por tu mensaje, pero esto no es una broma… necesito hablar con Irene.

- Perdona, pero no es ninguna vacilada. No sabía qué hacer y parecía que necesitabas ayuda.

- ¿Ayuda?… Lo que necesito es encontrar alguna solución.

- ¿Solución… a qué?

- Es inútil déjalo.

- ¿Por qué dices eso? A lo mejor si me lo cuentas te sirve de algo.

- ¿Tú que eres psicóloga o algo así? ¿O a lo mejor eres de una ONG?

- Ves… ya empiezas a ponerle sentido del humor.

- Vale, vale, tú ganas.

- Pues dime cómo te llamas.

- Javier… ¿y ahora qué?

- Que problemas tienes con Irene.

- Nada en especial… que seguramente lo vamos a dejar. Si es que no lo hemos dejado ya.

- Quizá mañana lo veras de otra manera…

- Hoy es mañana y sigue sin aparecer…

Un pitido interminable interrumpió la conversación. Con insistencia me avisaba que la batería se estaba agotando. No, ahora no –Oye… no te oigo… se va la voz. Mire el reloj, eran las cinco y media pasadas, podría solucionarlo.

Me puse unos vaqueros, una camiseta, busque un zapato cómodo, cogí el bolso, las gafas de sol y me dirigí, en taxi, hacia Callao. En la zona había grandes almacenes y tiendas especializadas en telefonía, seguro que podría encontrar un cargador para ese modelo, al menos la marca era conocida.

Efectivamente, el modelo era de este mismo año, solo tenía unos meses. Eso me dijo el dependiente mientras buscaba en un ordenador la referencia exacta del almacén. A los pocos minutos, subió con una pequeña caja… son veinticinco euros, me dijo el dependiente cuando me lo entrego.

Con el cargador en el bolso sentí un alivio especial, había resuelto el problema, pero también se me acelero el corazón ante la ansiedad por reanudar la conversación. Me había parecido un chico simpático a pasar de estar preocupado con el problema de su chica.

Al llegar a casa, y mientras esperaba que el indicador de batería alcanzara, al menos, la mitad de la pila, no podía quitarme de la cabeza a Javier. ¿Qué estaría haciendo? ¿Qué habría pasado en esta hora de ausencia? No pude mas, marqué el número que ya se había instalado en la memoria. Una voz familiar me contestó. “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura…”

Sin dudarlo le mande un mensaje, TE ESPERO A LAS 10 EN VIPS NEPTUNO. OLGA. Esa era mi oportunidad, ir a la cita, hablar con él, conocerle y poder desprenderme de aquel teléfono. Le había dado un par horas, creía que era suficiente. Pero… ¿y si vivía en el extrarradio de Madrid? ¿Y si le pillaba el atasco habitual de esas horas de la noche?

Decidí no seguir pensando en los posibles inconvenientes que pudiese tener para llegar a la cita. Seguro que se presentaría. Fui a mi habitación y me puse frente al espejo. ¿Debería cambiarme? Finamente pensé que no, ese vaquero me quedaba genial, lo mismo que la camiseta, solo tenía que cambiar los zapatos por unos de tacón y coger una chaqueta. Eran algo más de las nueve y cuarto cuando salí de casa, busque un taxi y fui a su encuentro.

Cuando entre en la zona de cafería, me di cuenta de un error, ¿Cómo lo reconocería? No era caso de pedirle a la cajera que le llamara por megafonía o acercarse a todos los tipos que tuvieran cara de llamarse Javier. ¡Pero qué tonta… si tenía su móvil! Le llamo y espero… Así tengo tiempo para ver qué aspecto tiene, ¡a ver si va a ser un tipo raro!, me dije. Marqué el móvil de Javier y me lo metí en el bolsillo. Paseé entre las mesas buscando que alguien cogiera un teléfono en esos momentos. Me dio un poco de corte porque muchas miradas se centraron en mi. Y le vi. Preguntaba ¿Irene?… ¿Olga?… No me atreví a decirle nada. Descubrí una mesa vacía a pocos metros de él, donde podía observarle sin llamar la atención y me senté, pedí un refresco.

Javier estaba triste y preocupado. Todo en él parecía rezumar culpabilidad. Iba vestido con un traje oscuro, posiblemente azul marino. Con una camisa azul muy claro, con el cuello y los puños blancos y una corbata lisa de color azul eléctrico. Tenía barba de varios días, lo que le daba un aspecto informal a pesar de la seriedad con que vestía. Seguramente trabajaría en un banco, o seria abogado, o seria un joven ejecutivo de alguna multinacional. Debería tener en torno a los treinta y tantos y así sentado parecía de estatura normal, ni alto ni bajo. Tenía una taza de café y un vaso de agua delante y no paraba de juguetear con un teléfono móvil entre las manos. Le estuve observando unos diez minutos y por fin cuando termine el refresco me acerque.

- ¿Javier?

- Si… tu eres Olga ¿no?

- Hola, ¿me puedo sentar?

- Pues claro.

- Oye… tengo una duda, ¿Por qué mandabas mensajes, por qué al principio no telefoneabas? –le pregunte de golpe.

- Lo hice, toda la tarde y toda la noche, pero Irene no contestaba.

- Tampoco salía tu nombre en la pantalla cuando llamabas.

- Tuvo que borrarme de la memoria. Como si eso también me borrase de su vida.

- Seguro que quiere hablar, déjala un poco de tiempo… y te llamará.

- No, no lo creo… me pase bastante.

Me sentí incomoda. Estaba removiendo heridas abiertas y no me hacía gracia que me tomasen por una curiosa entrometida. Javier tomo aire y un sorbo de agua.

- Seguro que no fue para tanto.

- Sí, yo creo que sí. La puse entre la espada y la pared. Además ayer después de discutir, me fui al trabajo, cuando volví por la tarde a casa pensé que ya se le habría pasado, yo me disculparía y todo volvería a la normalidad. Pero no estaba en casa. Había cogido una maleta y faltaba alguna ropa en su armario. La llame y no me respondió. Llame a su padre al despacho, trabaja con él y me dijo que no había ido a trabajar, a casa de sus padres tampoco fue, ni a casa de alguna amiga. Además hoy tampoco ha ido a la oficina. Estoy preocupado por ella.

- En qué sentido la pusiste entre la espada y la pared.

- Le pedí que se decidiese entre su trabajo y nosotros. Su padre le exige muchísimo en el trabajo, últimamente siempre está cansada, no tiene ganas de nada, y eso está o estaba empezando a minar la relación.

- Entonces no te preocupes, te llamara, solo necesita tiempo para pensar. Por eso se ha ido. Necesitaba alejarse para ordenar sus ideas y tomar una decisión. Y no la puede tomar estando a tu lado, que la presionaras en tu favor, ni yendo a la oficina o a casa de sus padres que harán lo mismo en sentido opuesto. Cuando has dicho que no tiene ganas de nada también te refieres a lo que creo.

- También, vamos sobre todo eso, porque por lo demás, salimos de vez en cuando a cenar por ahí, vamos al cine de copas con los amigos, pero sexo ya he perdido la cuenta de las semanas que hace que no lo hacemos. Y porque te cuento todo esto.

- Sera que te he caído bien.

- Puede ser, pero llevo un rato dándole vueltas a una cosa, tú no eres psicóloga, eso seguro, y no sé porque tu cara me es familiar, te he visto antes en algún sitio.

- Es posible, muy posible, soy modelo.

- Claro eso es, hace unas semanas fuiste portada de la revista Marie Claire.

- Si, así es. No me digas que la lees.

- No, pero por mi trabajo estoy al tanto de lo que se publica.

- Pues si te dogo la verdad, pensaba que eras abogado, o ejecutivo o algo asi.

- Soy periodista, redactor jefe de una editorial, publicamos varias revistas y periódicos.

- Por cierto, cambiando de tema. Has cenado porque yo estoy muerta de hambre.

- Podemos pedir algo si quieres.

- Claro.

Cenamos y estuvieron hablando más de tres horas, de nuestras infancias, de nuestros recuerdos, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros temores y de nuestros deseos. Un capítulo especial fue, obviamente, Irene. Y como había ido cambiando su relación con ella y como en los últimos meses la situación se había complicado. Y otro capítulo especial fue, Luis. Le conté la relación tumultuosa que habíamos mantenido durante unos meses y que finalmente había terminado.

- ¿Sabes una cosa Olga? Que ahora me conoces mejor que muchos de mis amigos.

- Y tú ahora también me conoces mucho mejor que la gente y los amigos que me rodean. Es una maravilla estar contigo, sabes escuchar. Creo que será mejor que nos vayamos a casa, se he hecho tardísimo.

- Es verdad. ¿puedo llamarte alguna vez?

- Claro, pero toma te devuelvo el teléfono de Irene y apunta el mío.

Javier tomo un bolígrafo y apunto el teléfono.

Salimos juntos de Vips. Cuando nos despedimos nos dimos dos besos y me dio las gracias, por enviarle el mensaje y quedar con él. Luego Javier empezó a caminar calle arriba. Yo me quede en la puerta esperando que pasase algún taxi que me llevase a casa. Una voz a mi espalda me sobresalto.

- Perdona te he asustado ¿Te pasa algo, esperas a alguien, si quieres me espero hasta que llegue para que no estés sola a estas horas?—dijo Javier.

- No, pasa nada, no te esperaba de nuevo. Y tampoco espero a nadie, solo a que pase un taxi para ir a casa.

- Haberlo dicho antes, yo te puedo llevar tengo el coche un poco más arriba.

- No quiero molestarte.

- No es molestia, de verdad, yo sí que te he molestado a ti, además no tengo nada mejor que hacer y en casa de momento no me espera nadie.

- De verdad que no es molestia.

- Claro, vamos.

Caminamos hasta su coche, un BMV serie 3 coupe de color negro. Se quito la chaqueta y la tiro en el asiento trasero antes de subir al coche. Dentro del coche, con el motor encendido, Javier me miro, nos miramos y poco a poco nuestras cabezas fueron acercándose, hasta que cuando estábamos a pocos centímetros el uno del otro, Javier me beso. Yo correspondí al beso en un primer momento, pero luego me aparte.

- No, aquí no, llévame a casa –le dije y le di la dirección.

Javier no dijo nada, arranco y salió de la plazoleta donde estaba aparcado, dio la vuelta a la manzana para bajar por la Carrera de San Jerónimo hasta Neptuno y bajar por el Paseo del Prado.

- Podríamos haber ido por Alcalá. Es más corto.

- Ya lo sé, pero me gusta ver las luces de los museos por la noche.

Era verdad nunca me había fijado, el Paseo del Prado estaba precioso por la noche, y la iluminación de las fachadas de los museos a la que tampoco le había hecho caso, les daba a los edificios una imagen totalmente distinta a la que estaba acostumbrada.

Yo miraba por la ventanilla, mientras Javier conducía, íbamos en silencio y de vez en cuando lo miraba y sé que el también me miraba, algunas vez coincidimos y rápidamente el volvía a mirar al frente y yo a mi ventanilla. No puedo evitar pensar que tiene muy buen cuerpo, se nota que se cuida, y creo que se estaba empalmando porque en una de mis miradas no pude evitar fijarme como en la zona de la bragueta crecía un bulto.

Paró delante de mi casa y puso el freno de mano. Yo había encendido un cigarrillo, Javier me mira, nos miramos, tiro el cigarrillo por la ventanilla. Sonreímos. Yo me acerco a él, comienzo a besarlo. Javier corresponde a mi beso, lo toco y me toca por todos lados. Me besa en el cuello y mete la mano bajo mi camiseta, desabrocha mi sujetador sin ninguna dificultad, es mañoso pienso. Acaricia mis tetas hasta que se me ponen duros los pezones.

- Apaga el motor ¿no? Le digo a Javier.

Javier gira la llave en el contacto y apaga el motor. Me acaricia el vientre por debajo de la camiseta. Cierro mi ventanilla y miro para ver si pasa alguien. Un hombre pasea a su perro.

- ¿Qué haces? Le pregunto.

Javier me está empujando para situarse debajo de mi en el asiento del pasajero dejándome sentada encima de sus piernas. Una vez en esta posición, me acaricia las tetas mientras me besa y mordisquea el cuello y la oreja. No puedo evitar jadear un poco y giro la cabeza para besarle con la lengua fuera. Javier me desabrocha los botones del vaquero y mete su mano como puede. Tira un poco de mi pubis y abre mis labios vaginales con sus dedos. Sube su dedo índice y comienza a tocarme el clítoris, luego me lo mente en la vagina y me acaricia un poco la zona entre el clítoris y el culo. Cojo la mano de Javier y guio su dedo hacia mi clítoris.

- Mas rápido –le susurro.

Javier empieza a mover su dedo cada vez más rápido. Al poco tiempo mi vientre comienza a contraerse y me corro.

- ¿Ya? –me pregunta Javier.

- Sí, pero ha pasado el hombre del perro y se ha quedado mirando. Qué vergüenza –le digo.

- No tiene importancia, ni se ha fijado.

- ¿Y si sale algún vecino que me conoce?

- Pero si estamos en la oscuridad y encima los cristales están empañados.

- Es verdad hace calor – le digo.

Estoy empapada en sudor. Javier se mueve un poco debajo de mi, para que me dé cuenta de que esta muy excitado. Me giro y le quito la corbata, la tiro al asiento trasero, y empiezo a desabrochar su camisa y le muerdo los pezones. Javier comienza a desabrocharse el pantalón.

- Tranquilo –le digo.

Y le ayudo con ellos. Agarro su polla con todos los dedos y empiezo a masturbarlo muy despacio, mientras, Javier, mete su lengua en mi oreja y muerde mi lóbulo y mi cuello. Noto como esto lo escita hasta casi el orgasmo, así que paro bruscamente.

- Todavía no – le susurro al oído. Levanto la cabeza y limpio un poco el vaho del cristal y miro si hay alguien fuera. ¿quieres que te haga una mamada? – le pregunto.

- Sí, claro – me responde Javier, jadeando un poco.

Le bajo un poco más los pantalones y le como el capullo hasta que está nuevamente a punto de correrse. Entonces paro de nuevo, saco su glande de mi boca y le digo.

- No, todavía no.

Entonces vuelvo a comerle el capullo, cada vez más rápido, hasta que siento como no puede controlarse más. Javier agarra mi cabeza por el pelo y con un gemido de placer se corre en mi boca. Siento como sus tiros se estrellan en mi garganta, tiene un orgasmo muy prolongado e inunda mi boca con su leche caliente. Saco un clínex de mi bolso y escupo en el.

- Toma esto es tuyo – le digo a Javier dándole el pañuelo cargado con su leche.

Él lo tira por la ventanilla. Y sonríe satisfecho. Pienso que ha sido como una peli porno. Javier vuelve a su asiento y recompone un poco su vestimenta, mientras yo hago lo mismo.

- ¿Te apetece subir a mi casa y tomamos una copa?—le pregunto a Javier.

- Claro que me apetece, pero creo que no debería.

- Por qué, si ya que puede pasar. Además por mi parte no lo va a saber nadie y menos Irene por qué no la conozco. Y creo que por tu parte serás discreto.

- Eso no lo dudes. Venga vamos.

Cojo mi bolso y salimos del coche. Javier coge su chaqueta, pero no la corbata, llega los tres primeros botones de la camisa desabrochados y puedo ver su cuidado pecho lo que le da un aire muy sensual e informal. Entramos en el portal del edificio y tomamos el ascensor, vamos en silencio. Javier mete su mano en el bolsillo trasero de mi ajustado vaquero y aprieta mi culo. No le digo nada y le dejo hacer. Cuando llegamos al séptimo piso vamos a la puerta de mi casa. Busco las llaves en el bolso desordenado. Cuando las encuentro la llave de seguridad se me resiste como de costumbre. Javier desde atrás toma mi mano y con un leve movimiento de su muñeca sobre la mía abro a la primera. Entramos y me sigue hasta el salón.

- Siéntate donde quieras y perdona el desorden no esperaba tener visita – le dije para disculparte por los montones de papeles y revistas amontonados sobre el sofá y la mesita.

- No pasa nada, no te preocupes, cuando se vive solo es normal – me respondió sentándose en el sofá.

- ¿Qué quieres tomar, te apetece un güisqui?

- Perfecto, solo si no te importa.

Saque un par de vasos del mueble bar y la botella de Chivas. Me senté a su lado y puse un par de dedos de bebida en cada vaso. Javier se quito la chaqueta y la dejo sobre el brazo del sofá. Estuvimos charlando un rato mientras terminábamos nuestras copas. Yo cada vez estaba más caliente pero a el parecía que se le había pasado del todo la excitación. Tenía que hacer algo quería tenerlo dentro de mí. Desde que corte con Luis no había vuelto a estar con un hombre hasta esa noche.

- Ven, vamos a mi dormitorio – le digo a Javier cogiéndolo de la mano y levantándome del sofá.

Javier apura de un trago lo que queda en su vaso y lo deja sobre la mesita de centro. Me sigue guiado por mi mano hasta la habitación. Nada más entrar le empujo contra la pared, le beso y me froto contra él hasta que noto como se va calentando y su polla crece bajo su pantalón. Me quito la camiseta y empiezo a desabrochar los botones de su camisa mientras le beso. Y siento como su lengua viva explora toda mi boca. Luego me deshago de su camisa tirándola a un lado, le acaricio el pecho y le muerdo los pezones mientras voy descendiendo hacia su bragueta, mientras él me pasa la mano por el pelo. Le bajo los pantalones y me deshago de ellos. Javier empieza a desabrocharme los míos.

- Espera – le digo – túmbate en la cama.

Tumbado boca arriba, sobre la cama deshecha, observa cómo me quito el sujetador, después los vaqueros y por último las braguitas, estas se las tiro, él, las coge al vuelo y las lleva a su nariz para inspirar mi aroma. Yo sonrío al ver en enorme bulto que hay en su bóxer. Me acerco a la cama y agarrando sus bóxer por el elástico los bajo a lo largo de sus piernas para luego lazarlos a mi espalda. Su polla erecta apunta hacia su vientre. Me inclino sobre ella y la sujeto con mis manos lo pajeo suavemente y le mamo un poco el capullo. Su excitación sube tan vertiginosamente que unos segundos se corre, en mi cara, sin poder controlarse, con un gemido de placer. Me limpio la cara con la sabana. Y el intenta disculparse. Le digo que no importa que es normal, que no se preocupe.

Antes de que baje su erección por este primer orgasmo, me siento sobre su polla aun dura y la meto en mi coño que esta rebosante de humedad, le agarro las manos y empiezo a follármelo poco a poco. Siento como su erección se mantiene dentro de mí y comienza a coger más vigor, llenando mi interior completamente. Le beso dejando caer mi pelo, ahora suelto, sobre su cara. Empiezo a moverme sobre el cada vez más y más rápido.

- Quédate quieto, espera – le digo.

En esa posición, se que esta apunto de correrse de nuevo y noto en su cara como está haciendo un verdadero esfuerzo por no correrse. Le suelto una mano y llevo mis dedos a su boca para que me los chupe. Una vez me los tiene bien ensalivados los llevo a mi clítoris y empiezo a frotarlo con fuerza.

- ¿Estás listo? –le pregunto.

- Si – me responde, entre jadeos y con cara de estar a punto de explotar.

Vuelvo a cogerle su mano y moviendo mis caderas sobre el de una manera brutal, sintiendo como su polla llega hasta lo más profundo de mí. Me inclino hacia él.

- Córrete, córrete, córrete – le murmuro al oído.

No puede evitar correrse y llenar son su leche mi hambrienta vagina, que se contrae entorno a su polla para mantenerla en mi interior y deje dentro hasta la última gota. Mientras mi orgasmo se prolonga aun unos instantes más. Le beso.

- ¿Te ha gustado? – le pregunto, con la respiración entrecortada.

- Si – me responde jadeando aun.

Me tumbo a su lado. Le beso y con mi mano empiezo a tocarle su polla, que empieza a perder su vigor anterior.

- No sé si voy a poder correrme otra vez – me dije Javier.

- Sssshhhhh – le digo para que se calle y pongo mis labios sobre los suyos para besarlo.

Insisto con su polla y sus huevos, los acaricio, los aprieto, los masajeo y lo masturbo. Finalmente mi esfuerzo tiene su recompensa y su polla empieza a endurecerse de nuevo. Estoy muy excitada. Pongo mi húmedo chocho encima de la cara de Javier y empiezo a comerme su polla otra vez. Javier empieza a comerse mi sexo con voracidad, su lengua recorre mi raja de arriba abajo, introduciéndose en mis labios y mi vagina, me perfora con su dura lengua y succiona, y muerde mi clítoris haciendo que me vuelva loca de placer, mientras sus dedos entran y salen sin parar de mi culo. Siento como mi vientre se contrae y mi coño le golpea su cara, mientras me estoy corriendo sobre ella en prolongado y placentero orgasmo que hacía tiempo no sentía. Cuando mi orgasmo empieza a declinar.

- Para, para – le digo.

Javier saca los dedos que tenia dentro de mi culo. Ahora me concentro y sigo comiéndole la polla con voracidad hasta que finalmente logro que se corra por tercera vez. Me tumbo a su lado y lo abrazo. Me levanto de la cama y voy al baño a escupir. Cuando vuelto un hilo de fluido me resbala por el interior de mis muslos. Javier esta sonriendo sentado en la cama. Yo le sonrío y me siento a su lado.

- ¿Esto también lo hacías con Luis? – me pregunta Javier.

- No me hables ahora de ese hijo de puta, lo único que quiero es olvidarle – le respondo.

- Lo siento, no quería molestarte – se disculpa.

- Perdona tú, no debía responderte así, no tenias porque saber lo mal que me lo hizo pasar en algunas ocasiones. Y encima, al final, me hizo quedar como un puta y ser la mala de la historia, para el irse de rositas. Pero lo dicho mejor olvidarlo.

- Por cierto no hemos usado condón y me he corrido dentro…– dijo Javier algo preocupado.

- Tomo la píldora – le tranquilice – sabes una cosa, tu chica va volver contigo, estoy segura, si yo fuese ella no podría estar mucho más tiempo sin lo que hemos tenido esta noche – concluí.

- Eso espero, pero si vuelve, no sé cómo voy a poder mirarla de nuevo después de lo que he hecho esta noche – se lamento Javier.

- No te preocupes por eso, lo de esta noche solo ha sido sexo, nada más, necesitábamos desahogarnos y es lo que hemos hecho, no le des más vueltas, lo que ha pasado aquí no va hacer que cambien los sentimientos que tienes hacia ella y dejes de quererla – le aclare.

Me levante de la cama y busque mis braguitas, mientras me las ponía.

- Será mejor que te vayas. Le dije.

Javier se levanto y empezó a buscar su ropa, le indique donde estaba el baño y salió de la habitación. Volví a sentarme en la cama y encendí un cigarrillo. Unos minutos después, Javier, apoyado en el marco de la puerta.

- Vuelo me marcho, lo he pasado muy bien, gracias – me dice.

- Espera, te acompaño – le digo.

Dejo el cigarrillo en el cenicero de la mesilla, me levanto y me pongo mi camiseta. Voy hacia él, lo cojo del brazo y vamos al salón en silencio. Recoge su chaqueta que seguía descansando en el brazo del sofá y se la hecha al hombro. Seguimos hacia la puerta y el la abre. Cuando ya va a salir, lo sujeto con fuerza del brazo. Me pondo de puntillas, porque sin los zapatos de tacón es más alto que yo, y lo beso dulcemente en los labios.

- Siempre que quieras hablar… ya sabes mi número –le dije a modo de despedida.

- Lo hare… lo mismo te digo. Hasta pronto – me dijo

- Hasta pronto.

Javier se acerco al ascensor y espere en la puerta hasta que subió en él. Antes que la puerta se cerrare se giro y me miro por última vez guiñándome un ojo y sonriendo. Le devolví la sonrisa y entre en casa. Me puse otra copa y me fui otra vez a mi habitación. Me senté en la cama, encendí otro cigarrillo y bebí un trago de mi copa. Cogí el mando a distancia del equipo de música y lo encendí, empezó a sonar un Nocturno de Chopin. Apuré el cigarrillo, la copa y me quede dormida acunada por la dulce música.

Juegos en el Camino

$
0
0

Podría citar un montón de típicos tópicos sobre la imprevisibilidad de la vida, sobre su capacidad para alterar todo nuestro mundo o al menos una parte de él, para dar comienzo a esta breve crónica… Pero mejor que comience por el principio y deje de elucubrar sobre cuestiones que no atañen a este relato.

Después de una serie de sucesos personales, decidí utilizar unas vacaciones para recorrer a pie el camino de Santiago. No me movían cuestiones morales ni religiosas, simplemente el afán de desconectar un poco de la cotidianeidad y explorar nuevos lugares y, ya que estaba, hacer un poco de ejercicio y senderismo. La misma noche en la que llegué a Astorga, mi salida de ruta, empezó todo.

Me hallaba en el albergue, recostado sobre la litera superior y ligeramente apoyado contra una ventana, leyendo como buenamente podía, gracias a la mortecina luz de una farola de la calle. Suficiente para un lector ávido como yo y con el insomnio gobernando mi mente. Súbitamente, una mano aparece en el borde del camastro. Tan sólo se veían los dedos, agarrando las sábanas. Me revolví, acompañado como siempre del sonoro crujido de la cama, para poder prestar más atención. La mano se separó y juguetonamente, abrió los dedos e hizo el aspaviento de “hola”. Inconscientemente alcé mi mano para saludarla, cuando a mitad gesto, desapareció para volver a reaparecer casi al instante con una linterna pequeña que dejó caer bastamente sobre la cama. Comencé a moverme para intentar asomarme para agradecer a quien fuera la amabilidad, cuando a mitad se escuchó una maldición en alemán que rápidamente entendí gracias al sentido común, por lo que intenté dejarme caer suavemente sobre mi posición original y leer en silencio. Acompañado de aquella nueva luz, mis ojos se cerraron pensando en dar las gracias a la mañana siguiente.

A la mañana siguiente me alcé de un salto debido con el sonido de la sirena de un camión. Todavía conservaba en mis manos la linterna encendida y el libro medio aplastado. Medio dormido, bajé como pude de la cama y deambulé por el pasillo hasta el baño de los chicos. Cuando el reflejo de una chica en ropa interior hizo que mi sueño se desvaneciera con un relámpago. Allí vi a una chica, acabando de lavarse los dientes, apoyada en la pila. Aguantaba con una mano de piel morena una melena lisa de color castaño cobrizo, impidiendo que se mojara con el agua que corría. Vestía un top deportivo que apenas dejaba a sus pechos acompañar el movimiento del brazo. Unos pechos que se antojaban ni grandes ni pequeños, en su justa medida, y unas mallas deportivas cortas de color azul cielo. Mi mirada se cruzó por un instante con sus ojos de color verde y mi corazón comenzó a latir de excitación. Súbitamente, mi moral entró en acción y rápidamente agaché la cabeza con la sangre agolpada en mis mejillas y en mis calzoncillos, y continué con paso rápido hasta el baño, cerrando tras de mí. Mientras me acicalaba para dar los buenos días a mi primer día de marcha, pensaba en lo que había visto y me sorprendí de haber recorrido con mi mirada la piel tostada de aquella mujer en apenas unos segundos. Algo más aliviado y con la mente puesta en el camino, abrí la puerta.

-¡Oye! – súbitamente un dedo me estaba apuñalando el pecho y tenía encima aquellos ojos verdes mirándome inquisidoramente. Di un paso atrás y ella avanzó otro, su cuerpo parecía una tormenta estival. Sin embargo, y aguantándome el corazón en la boca por el susto, no pude evitar deslizar mi mirada por aquel rostro endemoniadamente bello y bajar ligeramente hacia su cuello, a la sombra de la marca del bikini en los hombros…

- Me debes mi linterna… – tras lo cual todo su cuerpo cambió y parecía ser la niña más buena del mundo. Junto sus brazos sobre su pecho y sonrío de oreja a oreja.

- Ah!… esto… sí claro, ahora te la doy.- Comencé a caminar muy turbado hacia la habitación, cuando de pronto recordé que no le había dado las gracias así que rápidamente giré todo mi torso hacia donde estaba ella, pero me había seguido de cerca. Nuestras caras chocaron y caímos al suelo. – Lo.. lo siento.. ¿Estás bien? –

- Con mal pie empiezas el camino – dijo entre huraña y divertida. Se levantó del suelo de un salto y me miró sonriente. Me acompañó gentilmente y tras darle las gracias, se alejó con un grupo de chicas que la esperaban.

Mientras caminaba aquel día, recorriendo mi primera etapa, estuve largo tiempo pensando en aquella chica y sus amigas, elucubrando e intentando deducir su origen, su relación. Saqué en claro que obviamente eran amigas, quizá parientes, que tenían la misma edad más o menos, en torno a los veinte, y que obviamente habían ido mucho a la playa o habían tomado el sol mucho, por su moreno. Sin embargo no podía quitarme de la cabeza aquellos ojos verdes y aquel comportamiento que tan pronto oscilaba a un lado, como al otro. Al anochecer de ese día ya no pensaba en nada, sólo en dormir y descansar en mi nuevo albergue. He de confesar que las busqué con la mirada mientras todos nos acostábamos, pero allí no estaban. Al día siguiente había pasado a ser una chica más, un personaje fugaz en mi periplo a Santiago… cuánto me equivocaba.

Al atardecer del tercer día, mientras estiraba en un parque en las inmediaciones del refugio, después de la última etapa, una luz apareció entre mis piernas. Me giré para ver su origen y la encontré allí de pie, observándome divertida.

- Vaya cómo has llegado a éste lugar? – dijo con sorna.

- El chiste es fácil, caminando, como tú supongo. – repliqué en tono glacial. Estaba muy cansado después de recorrer más de cuarenta kilómetros y no me apetecía jugar con nadie.

Volví a lo mío e intenté concentrarme en la quietud del lugar, pero no pude evitar escuchar como ella se movía detrás de mí y se dejaba caer en el césped, cerca de mí. La miré a hurtadillas, de reojo. Estaba a mi lado, sentada tranquilamente en la hierba, mirando con una mueca triste el ocaso del día mientras se frotaba los gemelos. Sus ojos se volvieron hacia mí y rápidamente volví a lo mío. Casi podía sentir la satisfacción de ella al haberme descubierto. Por lo que furioso, me giré y continué mi estiramiento encarándola, observándola ávidamente casi con crueldad. Me di cuenta que vestía un sencillo short vaquero con una camiseta ancha de color avellana. Su cintura era ceñida por un chaqueta de chándal aplastada contra la hierba. Me miró de hito en hito, sorprendida. No dudé en fijar su mirada. Le estaba diciendo “no eres una diosa”, “no te rías de mis vergüenzas”, “venga chula, ahora qué vas a hacer”. Ella miro avergonzada el horizonte y tras suspirar enfadada, se levantó de un salto y se marchó a paso rápido. La vi desaparecer calle abajo y no pude evitar fijarme en que tenía unas caderas muy pronunciadas, unas piernas ligeramente más grandes de lo que debería. “Hasta las diosas tienen fallos”, pensé.

Al día siguiente, mientras caminaba por un sendero y me tiraba por encima una botella de agua, escuché unos gritos más adelante. No podría entender qué decían, pero conforme me aproximaba se sucedían y súbitamente nada. Continué mi camino, extrañado e inquieto hasta que llegué a una fuente enorme de piedra con una concha amarilla labrada en la pared. Bajo ella estaba sentada la chica de la linterna, con la mirada perdida entre sus piernas. Sola. Por un momento experimenté una ternura digna de un caballero medieval. Pero simplemente me aproximé a la fuente y metí dentro mi botella de agua, dispuesto a rellenarla, evitando por todos los medios mirarla. Bebí y me refresqué la nuca y cuando me giré allí estaba ella mirándome de hito en hito.

- Uhm… ¿y tus amigas?- dije yo nervioso, sintiéndome atacado por aquellos ojos.

- Ya las veré en Santiago- respondió mientras se quitaba la mochila y la dejaba en el suelo. Sendas marcas de sudor bajaban por su espalda hasta el nacimiento de su culo, donde se marcaba, debido a la humedad, un tanga que en mi mente se adivinaba de lo más erótico.

- ¿Ya no vas con ellas?

- No, ahora voy por mi cuenta. Apártate que necesito llenar la botella de agua. – dijo con hostilidad.

Me sentí defraudado, y mirándola desafiante a los ojos, moví un ápice mi cuerpo, para que si quería pasar, tuviera que tocarme o apartarme. Ella sonrió con malicia y se acercó hasta mí, y sin dejar de caminar, contorsionó su cuerpo para pasar por el pequeño espacio y justo cuando había pasado, pisó mi pie.

- ¡Ups! Perdón – Mi mente se arremolinó en furia. Había pasado de sobra esa enana, me ha pisado adrede. Me giré airado y con un manotazo, vacié mi botella sobre su cabeza.

- ¡Está helada! – gritó entre maldiciones. Reí todo lo que daba de mí el pecho, y eché a correr. No sé por qué, simplemente corrí sin mirar atrás. Corrí hasta llegar al fin de la etapa

Horas más tarde, bastante más cansado de lo que debería debido a la carrera, mientras ocupaba mi mente en qué cenar, la vi entrar por la puerta. Su piel ligeramente húmeda, brillaba por el sol de la tarde. Me dirigió una mirada furibunda y luego una sonrisa maléfica. Mientras entregaba sus datos y le asignaban un lugar, no dejó de lanzarme miradas enigmáticas. Mi inquietud iba en aumento. Huí de sus ojos verdes como un verdadero cobarde, por lo que rápidamente ordené mis pertenencias y salí a cenar. Mientras intentaba quitármela de la cabeza evitando los lugares donde podría estar e incluso, pasando a hurtadillas por los interiores del albergue, mi perversa mente no dejaba de esculpir su recuerdo en mis neuronas. Aquella mirada, aquellas curvas, aquella tormenta de verano, empezaba a perturbarme más de lo que imaginaba. Tanto es así que cerré mis ojos y abracé el sueño con ella aún en mi mente.

A la mañana siguiente me desperté con una notable erección en mi pantalón, pero lo peor no era levantarse así en medio de aquel lugar lleno de gente, sino que además estaba durmiendo fuera del saco, por lo que cualquiera que hubiera pasado a mi lado me habría visto. Rápidamente la vergüenza despejó todo atisbo de embotamiento matinal, y agarrando el neceser de forma estratégica, volé hasta el baño. Al salir me esperaba ella, ya con la mochila preparada. Me sonrió y me dio dos besos en la comisura de los labios.

- Buenos días… caballero – dijo con sorna. – Espero que tengas un buen camino hoy. – guiñó un ojo y salió corriendo como una niña pequeña con una sonrisa boba en sus labios.

Todavía aturdido por aquello, comencé a preparar mi mochila para la etapa, cuando me percaté de dos terribles cosas, la primera que todos mis calcetines estaban expuestos como si de un tenderete se tratara, a lo largo de la cama. Mojados. Lo segundo fue que las zapatillas también tenían un dedo de agua. Maldecí para mis adentros. Se había vengado. Luego encontré una nota junto a mi ropa interior, escrito en una letra cursiva y muy redondeada, decía “Así sabrás lo que ha sido caminar veinte kilómetros con los pies mojados. Espero que los disfrutes tanto como lo disfruté yo. Ah! Cuidado con las rozaduras y la tierra que se pega. Besito.” Y al final había un corazón con una firma “Núria”. Al menos ahora sabía cómo se llamaba. Justo debajo, había un calzoncillo mío con el dibujo de un pene erecto hecho a rotulador con una leyenda que decía “Señor Pene”. Encima me había visto. Fugazmente pasó por mi mente un instante de excitación al saber que ella me había visto así… Luego comencé a planear mi venganza.

Nada más llegar al albergue, localicé su litera por la mochila. Mientras me reponía del día, la busqué con la mirada y tras la cena, vi mi momento cuando ella hablaba con otro peregrino. Rápidamente me dirigí a su mochila y la abrí sin miramientos. Busqué su ropa y la extendí por la cama. Vi su otro top y su ropa interior. Ver aquello así hizo que me excitara y mi pene reaccionara lentamente ante la perspectiva de manipular todas las prendas íntimas de aquella extraordinaria chica. Pensar que aquello acariciaba su piel… Entre excitación y rabia, aparté sus tangas y me los guardé en el bolsillo, así como su único sujetador y un culotte de color azul chillón. Sonreí para mí. Ahora a ver qué tal hace la etapa sin todo aquello. Recogí y dejé las cosas tal y como estaban, para que no se diera cuenta de que había manipulado nada. Al fin y al cabo, ella ni siquiera sabía que estaba allí, bien me había cerciorado, por lo que no estaría en guardia. Marché a mi cama con la felicidad del trabajo bien hecho y con la excitación de tener en mi poder sus prendas íntimas. ¿Se le marcaría las formas de su cuerpo sin la ropa interior? Mañana lo comprobaría. Me moría de ganas por verlo.

Al día siguiente me levanté antes de lo habitual y salí a caminar poco antes del amanecer, sin siquiera comprobar que mi pequeña venganza se había cumplido. Quería gozar de una tranquila caminata siguiendo el nacer del sol. Quería no volver a pensar en nada. Sin embargo ella estaba allí, nadando en mi mente. Excitándome con su imagen. Su nombre retumbaba en mis neuronas. Al final no pude evitarlo. Mi excitación era imposible de controlar, así que salí del camino y me interné en la penumbra de una arboleda. Allí, me cercioré de que nadie podía verme y me despojé de la mochila. Busqué un lugar cómo donde sentarme y allí, entre el frío de la brisa matinal, y las tenues caricias del amanecer, introduje mis manos en el pantalón y extraje mi miembro, y entre imágenes mentales y las circunstancias del aire libre, dejé que mis caricias me llevaran al clímax.

Mi magnífico comienzo del día fue rápidamente destruido al llegar al nuevo refugio. Me negaron la entrada porque estaban completos, y tuve que caminar seis horas más a pleno sol del mediodía para llegar al siguiente lugar, una cochambrosa casa de tres estancias con tres tristes literas y un camastro. Eso sí, un inmenso patio lleno de arbustos tan altos como un servidor, donde el cuidado brillaba por su ausencia. El hombre que lo regentaba, tras tomarme los datos, comenzó a contarme una historia rocambolesca de la que no alcanzaba a comprender, debido a la insolación que comenzaba a sufrir. Lo único que extraje en claro era que se tenía que marchar y que dejase la llave en una maceta en la puerta cuando me fuese. También me explicó dónde estaban las cosas, pero a mí me daba igual, sólo quería dejarme caer en algún lugar fresco y bien iluminado, por lo que una vez el hombre se hubo marchado, arrastré mis pies hasta el patio y dejé mis cosas al lado de una mesa con dos balancines que estaban a la sombra de un árbol. No bien me acababa de sentar, cuando sonaron unos golpes en la puerta. Maldije en voz alta y apelando a mi voluntad más bondadosa, me alcé del asiento y me encaminé a la puerta.

- ¡Tú! – dije sorprendido cuando la vi allí, bajo el inclemente sol de la tarde, respirando agitadamente por el esfuerzo y apoyándose con cara cansada sobre el marco de piedra de la entrada. Ella abrió mucho los ojos con sorpresa y soltó un improperio. Me lanzó una fulminante mirada aunque atisbé un alivio infinito en fondo de sus pupilas, cuando me aparté de la puerta y la invité a pasar gentilmente.

Mientras recitaba como un loro pero incoherentemente la rocambolesca historia del exiliado responsable de la casa, ella en silencio rellenaba sus datos en el libro y se estampaba el cuño en el credencial. Aproveché entonces para recorrer con mis ojos su figura, fijándome en que no se le marcaba ninguna ropa interior y que se podían percibir sus erectos pezones a través de la tela de la camiseta, así como la silueta del pubis más abajo y la impecable línea de sus nalgas. Siguiendo con el recorrido, me percaté en que tenía unas piernas fuertes y con un músculo marcado y desarrollado, como de alguien que hace deporte a menudo. Entonces me fijé en que le temblaban las piernas y rápidamente me acerqué a ella y le puse una mano en el hombro. Todo su cuerpo se erizó con el contacto de mi mano y así mismo, noté una descarga de deseo recorriendo mis dedos y mi brazo hasta mi cabeza. Me miró con enfado y curiosidad, aunque se podía ver marcado en su rostro, en las interminables líneas de sudor y las marcas de transpiración de la ropa, que estaba extenuada. Continué con mi movimiento, mirándola directamente a los ojos verdes, deleitándome con la línea de imperfecto rostro, parándome en algunas espinillas infantiles y en la sencillez de su asimetría. Agarré suavemente el asa de la mochila y la retiré de su hombro, e hice lo propio con el otro. La cargué contra mi hombro y caminé sin esperarla, mientras seguía recitando las innumerables características de aquel irrisorio palacio. La excitación vibraba en mi interior e intentaba por todos los medios que no se notara. No podía evitar pensar en que no llevaba nada debajo, en que se marcaban sus intimidades. Evité mirarla a los ojos porque sabía que si lo hacía, descubriría mis pensamientos. Por lo que, con tono monocorde, le indiqué que se acomodara y que yo me marchaba al jardín.

Me senté en el balancín del jardín y puse mi sombrero de paja sobre la cara, intentando invocar un sueñecito reparador, pero me era esquivo. Sin embargo, cuando estaba a punto de desistir, apareció ella en el jardín. Podía verla a través de los agujeros de la paja del sombrero. Dio un par de pasos reconociendo el salvaje lugar y luego se encaró a mi posición. Observé que sus labios se torcían en una sonrisa amable y luego unos tímidos dientes mordieron por una fracción el pequeño y exiguo labio inferior. Recompuso tu postura corporal y se dirigió a mi lado con rostro severo. Se sentó en el balancín de enfrente de mí y tiró mis pies de la mesa de piedra. Fingí sobresaltarme y me quité el sombrero de la cara. Ella me miraba sonriente.

- Bueno, creo que ya te has divertido bastante. – dijo con una sonrisa en los labios y un tono glacial en la voz

- ¿Perdona? – repliqué devolviéndole la sonrisa. Ella se recostó y sobre el balancín y abrió las piernas ligeramente. Me retaba a mirar y yo caí por un fracción, la justa para confirmar que efectivamente, se le insinuaba las líneas del pubis en su apretada malla.

- Pues que sé que fuiste tú quién cogió mi ropa. ¿No te era suficiente con hacerme caminar mojada sino que además ahora querías verme caminar sin ropa interior?

- ¿Cómo sabes que fui yo? Podría haber sido otro… – dije utilizando mi mejor cara de póquer. Ella sonrió divertida y por unos instantes permaneció quita. De pronto, como un serpiente, salto de la silla y metió la mano en el bolsillo de mi pantalón, pero torpemente tropezó con mis pies y calló entre mis muslos. Sorprendido lo único que hice fue acomodar instintivamente mis piernas para que no se fuera al suelo, eso sí, agarré la mano dentro del pantalón. Ella sonrió con confianza.

- ¿Qué es esto que estoy tocando? Si parece uno de mis tangas… – susurró juguetona sin sacar la mano del bolsillo.

Desde mi perspectiva podía ver el nacimiento de su escote, ello unido a su cabeza apoyada en el interior de mis muslos, peligrosamente cerca de mis genitales, hicieron que el deseo nublara parcialmente mi buen juicio y se reflejara, inconscientemente, en una ligera hinchazón de mi pene. Hecho que no se le escapó ya que dirigió su mirada a mi entrepierna y luego sonrió con un rubor infantil en las mejillas. Extraje su mano de mi bolsillo y suspiré, derrotado, mientras ella sacaba todas sus prendas del interior. Volvió a su asiento y las dejó todas en un montón encima de la mesa, justo entre ambos.

- Fue por lo que hiciste en mi calzoncillo. – repliqué enfadado.

- ¡Oh! Vamos, no fue para tanto. Una sencilla obra de arte. – comentó con una risa suave.

- ¿Qué no fue para tanto? – proclamé enfadado. Me alcé del asiento y bajé mi pantalón un poco para que viera su obra de arte. Ella comenzó a reírse ligeramente sonrojada. – ¿Qué te hace tanta gracia? – Bajé mi mirada a mi entrepierna y allí vi el dibujo y mi pene creciente. Morí de vergüenza. Me dejé caer en el asiento y desvié mi mirada, huraño, al fondo del salvaje jardín. Núria mantenía una sonrisa sincera y traviesa. Durante minutos no hizo más que mirarme.

- Te propongo algo, una especia de tratado de paz. – dijo mientras se levantaba con deliberada lentitud. La repasé con la mirada, todavía enfadado, sin importar mi descaro. Ella no se ofendió. – Que te parece si tú me vas dando las prendas todas las mañanas, las que tú quieras que lleve y podrás cambiarme siempre que quieras. A cambio tú realizarás una cosa que yo te pida al día. Sólo una. Sin rechistar. ¿Trato? – dijo extendiendo la mano delante de mí. La así sin pensar. Sólo anhelaba tocar su piel y cuando sentí la tibieza de sus dedos en mi mano, mi corazón se encabritó y mi excitación comenzó a subir aún más.

- Trato. – concedí sonriente.

Ella me devolvió las prendas con una mirada inquieta y me miró expectante. La observé allí, de pie, esperando para mí. Anhelando saber mi primer deseo y sonreí con fiereza.

- Date la vuelta. – dije en un tono que no admitía replica.

- ¿Perdona? – sorprendida, me miró con ojos desafiantes.

- Sí, date la vuelta que voy a elegir qué vas a llevar por el momento. – Dudó un poco. Desplazó su peso a un pie y luego al otro y finalmente sonrió con lascivia y como si portara un vestido, se dio la vuelta lentamente, para que admirara bien. Cogí unas prendas y se las di.

- Entonces este tanga y el sujetador… de acuerdo. – hizo ademán de irse con ellas

- ¿A dónde vas? – la interrumpí.

- A cambiarme claro.

- No, no. Cámbiate aquí. – me miró nerviosa, casi asustada. – ¿A qué esperas? – mi excitación era absoluta.

Mi pene comenzaba a crecer sin control bajo los pliegues de la ropa y sabía que iba a ser más que evidente en apenas unos minutos. Ella recobró la compostura y llevó sus manos al short. Lentamente comenzó a deslizarlo hacia abajo. Sus pezones se marcaban bajo la camiseta y el rubor de sus mejillas se intensificaba. Comenzaba ya a verse la piel blanca de la ausencia de sol y casi a verse el pubis cuando con una sonrisa, me giré y esperé. Ella exclamó con sorpresa y comenzó a reírse por lo bajo. Al poco, se acercó por detrás de mí y metió sus manos en mis dos bolsillos. Podría notar sus pechos contra mi espalda y su calor corporal rodeándome los dorsales. Sus manos juguetonas exploraban ambos bolsillo y donde en uno asía la llave de la puerta, con el otro comenzó a acercarse por dentro hacia mi pene hasta que con la punta de los dedos, comenzó a acariciarlo. Se le escapó un suspiro. Yo intentaba ser como una roca, pero era imposible. Con una última caricia, retiró las manos y salió corriendo por delante de mí entre risas. Iba sólo con ropa que le había dado. Sus nalgas casi desnudas se movían delante de mí hasta perderse en el interior del edifico. Pude fijarme que tenía una sombras de celulitis pero en aquel momento, aquel cuerpo me parecía el más sexy sobre la tierra. Mi excitación era más que patente bajo el pantalón y mientras me encaminaba a una ducha reparadora, donde aliviarme un poco los calores, escuché como ella cerraba la puerta y desaparecía en una de las habitaciones.

Más tarde, en una de las duchas del complejo, cuando el agua me golpeaba en la ducha y mis manos comenzaban a estimular mi pene, escuché su voz a mi espalda.

- Estupendas vistas… aunque igual mejoraban si perdías algún kilo. – me giré sorprendido y la vi sentada en los bancos de vestuario, mirándome con descaro, vestida únicamente con su ropa interior.

- Lo mismo digo. – repliqué.

- Creo que ha llegado la hora de cobrar. Quítate el jabón y sin salir, mastúrbate para mí.

- ¿Qué? – exclamé indignado

- Que te toques como hiciste en el bosque.

- ¿Me seguiste? ¡Estás loca!

- Tú también lo estás. Y ahora a ver que te vea, venga. – Su tono, entre lascivo y tiránico, no admitía réplica.

Me armé de valor aunque por dentro me estaba muriendo de timidez y vergüenza. Las dudas me asaltaban. ¿Le desagradaré físicamente? ¿Se reirá de mí? ¿Será todo una broma?… Ella simplemente se recostó en banco y contra la pared y me miró expectante. Me di la vuelta y dejé que agua cayese sobre mi piel desnuda. La enfrenté con todo mi cuerpo, apuntando con mi pene a su figura. Me sonrió y pude ver como por una fracción de segundo, su lengua paseaba por sus labios con deseo. Aquello aumentó mi excitación y mi confianza, por lo que comencé suavemente a acariciarme el pene con una mano bajo su atenta mirada.

Deslicé mis dedos por el contorno de mi erecto pene y me detuve durante un largo minuto a rodearlo con tranquilidad, regodeándome en cada sensación producida. Después comencé a retirar la piel del glande, dejando al descubierto el mismo, rojo e hinchado. Notaba en mi mano como poco a poco comenzaba a segregar el fluido pre seminal. Sonreí para mí, con lo excitado que estaba no haría falta usar mi saliva al principio. La miré mientras continuaba con aquella caricia. Ella no perdía ojo de mis movimientos. Sus manos habían descendido hasta el borde de su braguita y allí permanecían, recorriendo con sensualidad el borde. Me sonrió divertida. Di un par de pasos y salí de la ducha, completamente mojado y me acerqué a ella sin dejar de acariciarme. Núria sonrió:

- Así lo veré mejor, sin duda. – comentó divertida.

- Espero que lo estés disfrutando. – repliqué en un susurro.

- Mucho.

Advertí que uno de sus dedos comenzaba a jugar por encima de la tela, con su vagina. Eso me excitó a un más, por lo que, deteniéndome a escasos centímetros de su cuerpo, agarré mi miembro con todos los dedos y comencé a subir y bajar lentamente. Ella bajó toda la mano y comenzó a acariciarse ya sin pudor, por encima de la tela del tanga. Su otra mano ascendió y se quedó jugando con el borde del sujetador. Entreabrió los labios y comenzó a respirar más agitadamente. Mi mano comenzó a ascender el ritmo, suavemente, sin prisa, como si de una escala se tratara. Ella no quitaba ojo de la operación y poco a poco su respiración fue acelerándose cuando de pronto, suspiro complacida y me sonrió. No lo entendí primeramente, pero al observar su entrepierna asentí feliz y lleno de ego. Su mano se había introducido bajo las bragas y se podía ver perfectamente el movimiento de sus manos jugando el clítoris.

- No te cortes y disfruta. – le susurré de forma cómplice. Ella se mordió un labio y comenzó a acariciarse un pecho.

- Lo mismo digo. No… pares.

Con la cabeza ya perdida en la nube del deseo y la lujuria, aceleré aún más el ritmo. De la punta de mi pene comenzó a salir más líquido preseminal y parte cayó en una de sus piernas. Ella la recogió con la mano y se llevó un poco a los labios. “No sabe mal” dijo con una sonrisa. Aquello disparó mi cuerpo y mi mano libre descendió hasta mis testículos donde comenzó un masaje acorde con lo demás. Entonces ella comenzó a suspirar cada vez más fuerte, así como incrementaba la velocidad de su mano bajo la tela del tanga. De pronto se quedó quieta y tuvo una convulsión en el cuerpo. Su boca se quedó entre abierta mientras me miraba fijamente. Exhaló con placer poco después. Yo notaba como mi resistencia llegaba al límite. Mi mano subía y bajaba a la velocidad del rayo. Estaba a punto de culminar, cuando de pronto me miró a los ojos con deseo y se incorporó, quedando su pecho a menos de un palmo de mi pene. “No te cortes”, susurró.

Exploté en placer.

Comencé a soltar pulsaciones de semen que fueron directamente sobre su piel morena y sobre su escasa ropa interior. Cayeron chorros en su sujetador, en sus piernas e incluso por las clavículas y el nacimiento del cuello. Di dos pasos atrás por el esfuerzo y pensé que quizás podría molestarle. Las dudas asaltaron por un momento mi mente, vacía temporalmente de todo deseo debido al orgasmo, pero ella se levantó y me dio un beso tímido en los labios. Sabía a fruta. Sabía a gloria. Sabía a deseo y pasión. Luego, tras asentir con la cabeza, llevó uno de sus dedos a sus pechos y recogió con la yema parte de mi semen. No pude ver qué hizo con él porque se dio la vuelta y salió de la habitación, pero sí logré escuchar una expresión satisfecha justo antes de que la puerta se cerrara.

Así comenzaron unas de mis vacaciones más interesantes e inesperadas de mi vida.

El profesor

$
0
0

La vida de un profesor de la ESO y Bachilerato no es nada fácil. El sueldo es una mierda, el trabajo aburrido, los alumnos unos desagradables y todos sus padres unos irresponsables que te echan en cara el no poder educar a un hij@, que la mayor parte de su vida se la ha pasado con ejemplo paterno poco menos que inútil. Esto es lo que pasa cuando tu trabajo es dar clases de Física en un instituto de cualquier calle pobre de este país. Mi nombre es Javier. A mis cuarenta años recién cumplidos me levantaba cada mañana de Otoño, Invierno y Primavera sumido en la rutina, con un hijo de 4 años que no dejaba de llorar y una mujer a la que apenas veía a lo largo del dia. La relación con ella era insulsa, casi ya no teníamos relaciones sexuales y la magia con la que parecio iniciarse la relación había acabado ya muchos años atrás. La vida trasncurria sin sobresaltos ni mis alumnos me hacían caso, ni mi familia me hacia caso. Entre medias me abstraía llendome de putas baratas que por 4 duros me aliviaban y hacían de mi vida algo duro y ruin aunque quizá algo mas entretenida. De mi vida profesional poco se podía decir, daba clase de Fisica en todos los cursos de la ESO y en Primero de Bachillerato y mi carrera que desde un primer momento parecía que iba por muy buen camino, se torcio y dio paso a una profesión cada año mas repetitiva.

He de decir que a pesar de mis 40 años no me mantenía demasiado mal. Con una calvicie inicipiente y una miopía que provacaba la utilización de gafas de cada vez mas graduación, al menos gozaba de un cuerpo bien conservado por el deporte, de 1,85 de estatura y un pene que aunque poco utilizado había dado grandes noches de gloria gracias a sus 20 centimetros.

Y asi llego el mes de Febrero. El segundo mes del año llego todavía mas frio de lo habitual. Tras varios días lloviendo el clima había dado paso en la ciudad a un frio que te calaba los huesos y te hacia ir dia a dia con cada vez mas ropa de abrigo además las instalaciones del instituto eran bastante deplorables por lo que cualquier precaucion en la vestimenta era poca, tanto para alumnos como para los profesores y tutores de cada clase. Como cada dia madruge, tome algo de café y sin desayunar casi, me fui de casa antes de que se levantaran mi mujer y mi hijo. Llegue a la sala de profesores tras media hora y me dispuse a entrar aquel Lunes a primera hora de la mañana en la clase de 4 de ESO.

Los alumn@s… todo lo que se diga de ellos es poco. Un mar constante de hormonas, sin educación ninguna, la mayor parte no necesitara para nada tener clases a lo largo de su vida ya que si alguna vez trabajaran será de camarero, camionero o señora de la limpieza. Por supuesto que había excepciones que permitían seguir creyendo en esta profesión, pero, merecia la pena matarse por unos cuantos??? Hacia tiempo que había decidido que no y desarrollaba mi trabajo sin importar lo que dirían de mi, diciendo en cada clase lo que me tocaba y sin preocuparme de si lo entendían, o no.

No obstante algo bueno tenia que tener dar clase, y sin duda, lo mejor eran las alumnas. Como correcto profesional nunca había tenido nada con ninguna pero tan solo mirarlas y disfrutar de su cuerpo juvenil y despreocupado, casi siempre virgen e inocente era suficiente. Muchas habían sido las pajas que les dedique a mis alumnas durante mis años de docencia. Las había pequeñas y tetudas, altas y con un culazo, cuerpos de espanto que eran lucidos con vestimentas apretadas y escotes generosos. Las había sucias pero apetecibles, pijas feas y gordas pero con un noseque que que se yo. Las había rubias e indecentes, morenas y pelirrojas, jóvenes de raza negra y actitud lasciva, melenas al viento, las había inteligentes y con cuerpazo, inútiles que habian sido folladas por la mayoría de a clase, chicas que se hacían de rogar y adolescentes que a lo largo de los años habían dado cambios sobresalientes y se habían convertido en el deseo de toda la masculinidad de la clase… Alguna vez se me insinuo alguna pero como sabia cual era mi papel jamas cai en aquella trampa. Nunca ninguna alumna me había visto titubear delante de ellas e incluso cuando a lo largo del tiempo alguna se me insinuo, nunca permiti que vieran que había alguna posibilidad de sacar alguna nta gracias a ello. Pero fue aquel Lunes frio de Febrero, aquel Lunes que había amanecido como cualquier otro dia de invierno, cuando la historia vario para nunca volver a ser la misma.

Como iba diciendo entre en clase aquella mañana de Febrero con la intención de que se pasara lo más rápido posible ya que es la hora que peor viene para dar una clase. Comence explicando la lección sin que mis alumnos (los pocos que quisieron ir a clase) estuvieran prestando la más minima atención, acabe de decir mis palabras y me sente ordenandoles hacer algunos ejercicios en pareja. Estaba a punto de acabar la clase cuando entro Claudia.

Claudia era la típica niña que provenia de familia desestructurada que vivía sola con su madre y que pasaba por completo de hacerle un minimo de atención a la clase. Nunca hacia los deberes en clase aunque hay que reconocer que tampoco molestaba. Se pasa la mayor parte del tiempo con el móvil, atrás y sin molestar. Llevaba un par de años repitiendo curso y tenia ya 18 añitos por lo que se le veía pasar de los chavales de su curso y por lo que había podido oir había estado con multiples tios. La razón por la cual había estado con multiples tios era sencilla: Claudia era simplemente indescriptible para los sentidos. Media 1,70 tenía unos pechos en gran proporción aunque no por ello era gorda, sino que tenia un cuerpo estilizado, prácticamente de modelo, con unas piernas largas y delgadas. Su rostro mostraba unos ojos grandes y expresivos, una boca de caramelo pintada siempre de un color rojo muy fuerte, una nariz chata pero bonita donde llevaba un sensual piercing y un largo pelo liso profundamente oscuro, de un negro muy intenso. En pocas palabras era una mujer muy excitante y tremendamente sexual, pero no por ello lo exhibia. Se sabia tan superior, tan tremendamente bella con respecto a sus compañeras que no le hacia falta utilizar una actitud facilona para conseguir lo que quisiera. No tenia casi amigas, al menos no en clase, ni una relación muy amplia con nadie de allí dentro.

Mi actitud con ella, como con las demás chicas por muy bien que estuvieran, era la de completa y total transparencia, aunque evidentemente a lo largo de los años me había fijado en su tremendo sex-appeal.

Al llegar a clase se sento, y como ya dije antes no solia prodigarse mucho al enseñar su cuerpo. Iba correctamente vestida ya que con lo que se pusiera destacaba con respecto al resto. Se sento en ultima fila y sin sacar un solo libro espero tranquilamente a que la clase acabara. Como el propio colegio lo exigia, al acabar la clase tuve que reunirme con ella para que me diera una explicación de su tardanza a la par que una justificación por escrito. Claudia, tienes la justificación de que has llegado tarde? Pregunté, no profesor, ya se que me tengo que quedar esta tarde, respondio ella sin darle importancia. Los alumnos que no dieran justificación a llegar tarde se veian obligados a asistir esa misma tarde una hora de castigo y asi lo entendio Claudia. Aquella tarde me tocaba a mi quedarme con los castigados asi que después de un insulso dia llego la hora de reunirse con Claudia y los demás castigados. Afortunadamente no había mucha gente lo que podría faciltar que me marchara antes de tiempo.

Al llegar las 17:00 la hora a la que me tenía que ir todos los alumnos, incluida la hermosa Claudia habían salido del aula y en el momento en el que me disponía recoger todo despúes de una tediosa hora de corrección recibi una llamada. Quién es? Conteste, Javi, soy yo Marta (mi mujer) has recogido ya a Santiago de la guardería? Un escalofrio me recorrio la espalda, aquel dia me tocaba recoger al niño de la guardería y me había olvidado por completo.

Durante los siguientes quince minutos se desarrollo una discusión muy importante entre mi mujer y yo. La trifulca no hizo más que evidenciar un matrimonio marchito ya desde hacía tiempo. Aprovechando que se suponía que estaba solo en el Instituto me pude explayar a gusto con mi mujer, a todo volumen, sacando diversos temas a colación, el sexo, nuestra relación fuera de la cama, el cuidado de nuestro hijo, o incluso el trato con mis suegros y cuñados. Justo en el momento en el que mi mujer me saco el tema de las putas ( era evidente que lo sabía) colgué. No quería seguir hablando más, no me veía con las suficientes fuerzas, me gire para irme de aquella aula que había oído todos mis problema, cuando me di cuenta de que no había sido la única…

Que pasa profe? Problemas con la parienta? Claudia apareció detrás mia luciendo una sensual sonrisa de burla, ella estaba situada en la puerta, a unos 5 metros de mi posición en la mesa de profesor y siguió hablando. Parece ser que su relación no esta lo suficientemente consolidada eh? Lo he oído todo profe, más le vale cuidar algo mejor a la parienta no vaya a ser que se vaya con alguien que le trate mejor. Me dispuse a contestarle rápidamente: Callate niña! Tú no tienes ni idea de nada, asi que no me toques las pelotas y ocúpate de tus asuntos. Pero ella no estaba dispuesta, al parecer se había divertido con la conversación. Que pasa profe? No le ha dado ración a su mujer de polla? Porque se la veía descontenta… Y es curioso porque estoy segura de que usted esta bien dotado… Y que es eso de que se va de putitas… Te gustan las putitas jóvenes Javi? (me llamo por mi nombre de pila) Escuchame niñata porque no te lo voy a decir mas veces, no te consiento que me hables a si y menos de mi relación, asi que ocúpate de tus asuntos. Pero Claudia siguió hablando. Venga profe… (me dijo con voz tierna y sensual) si ya se le ve en la cara que le gustan las mujeres… Más de una miradita ya me ha lanzado… Sabe que??? (decía mientras se acercaba y el tono de su voz sonaba cada vez más melodioso y sensual, moviendo lentamente la boca y mostrando varias veces su lengua) entre las alumnas eres de los profesores más afamados, algunas sueñan con hacer algo con usted (decía cada vez más cerca, y cada vez más sensual) muchas notamos sus miradas lascivas profe (ya se había situado a escasos metros de mi cara, mientras yo seguía mirándola fijamente, con los ojos clavados en su boca y sin moverme un milimetro) muchas… muchas notamos profe… como nos mira ( estaba justo delante mia, a punto de rozarnos ya ahora ya hablaba casi susurrando apollada en la mesa y extremadamente sensual) no mira mucho verdad Javi… y seguro que su pollita se pone dura… verdad javi? No le gustaría tocarnos?.. No le gustaría disfrutar nuestros cuerpos… (susurraba ya en mi oído mientras yo me derretía) Sobre todo… mi … cuerpo.. (estas ultimas palabras las dijo con su mano en mi entrepierna). Al acabar de susurrar esto me dio un beso en la boca y yo que había seguido inmóvil hasta ese momento y apunto estaba de perder los papeles disfrutaba de su musical voz sin importarme ya nada ni nadie.

Pero ahí se acabo todo. Después del beso Claudia se levanto y con la mejor de sus sonrrisas dijo : Adios profe y guiñándome un ojo se marcho.

Tarde varios segundos en reaccionar. La niñata cachonda esa me había puesto a mil, algo que nunca me había pasado. A punto estuve de reaccionar de verdad e incluso actuar yo, pero se fue. Me había tenido controlado en todo momento y cuando me tenia en su red se limito a marcharse riéndose. Estaba totalmente desubicado, recogi todo y me meti en el baño de profesores donde me hice la paja más rápida de mi vida, al acabar me quede unos minutos reflexionando en el váter. Que me había pasado?? Tenía que controlarme, dejar que esto pasara, olvidarse de ello y volver a tratar a Claudia como una más. Tendría que volver a casa arreglarlo con Marta y volver al día siguiente al colegio como si nada hubiera pasado.

Y asi lo hice, aquella noche no dormi nada. Seguia sin apenas hablarle a mi mujer y sin apenas hacerle caso al niño, intentaba olvidarme de Claudia pero era imposible. Mi mente se iba una y otra vez a su boca, su piercing ( había descubierto uno en la lengua a parte del de la nariz), sus ojos y sus tetas, su mano tocando mi pene y sobre todo el recuerdo de aquel timido pero seguro y contundente beso que me había propinado.

Era Martes, me levante y me fui a clase, aquel día no tenía case con los de 4 de ESO, los de la clase de Claudia asi que me pude entretener más. La tarde llego y con ella el recodatorio del director de la excursión al museo de arte del Jueves. A cada profesor le tocaban dos excursiones al año sin contar las de fin de curso que era por sorteo, y a mi me tocaba habitualmente ir al museo. Esta vez me volvió a tocar y tendría que ir con 3, 4 y 1 al museo durante toda la mañana de dos días después con la profesora Lucía. Inmediatamente pensé en que Claudia iria también a la excursión y tendría que verla pero intente no darle mayor importancia.

Esa tarde intente olvidar lo ocurrido y me fui de putas otra vez. Olvide a mi mujer y mi hijo una vez más e intente disfrutar de la tarde lo máximo posible. Era curioso el afán que tenia por demostrarme a mi mismo que aunque no fuera ni buen marido ni buen padre si que tenía que ser profesional e intentar no cometer un fallo que llevare al desastre lo poco que quedaba decente en mi vida. Quiza por ello insistiera en que irme de Putas era mejor que follarme como deseaba a la putita de Claudia. Aquel día elegi a una Negra de tetas gordas y mientras me la follaba intentaba no pensar en Claudia, aun y asi no pude y me corri en el coño de la ramera mientras pensaba en mi alumna, pague y me fui de allí.

Aquella noche volvió a ser difícil, mi primera clase con Claudia seria la mañana siguiente justo antes del recreo y no me hacía ilusión llegar allí.

Eran las 11:00 de la mañana de aquel dia ya no tan lluvioso del mes de Febrero y entre en la clase de 4 de la ESO con la intención de tener una clase placentera o al menos aburrida e insulsa, como siempre. Pero nada más entrar ya me di cuenta de que era diferente. Claudia estaba en primera fila y aunque de primeras su actitud parecía ser la de siempre, cuando la mire desde la mesa me guiño un ojo y se mordio la lengua. En ese momento me empalme otra vez y me empece a poner nervioso. El resto de la clase no lo noto pero ella si y parecía divertirle la situación. Explique la clase entre insinuaciones continuas de mi alumna fetiche entre las que destacaba su abertura de piernas que me dejaba ver un pedazo de pantalón roto por que podía ver un lindo tanga, o como me enseñaba sus preciosas tetas a través de un generoso escote que se puso aque día. Acabe la clase antes de lo normal y me fui rápidamente lo que fue de gusto del alumnado ya que les daba via libre para el recreo.

Las pajas que me había echo con Claudia ya eran incontables, solo pensaba en ella y ya no me importaba nada el resto, solo desnudarla con la mirada. Contenrme delante de ella era ya una obsesion y mi cabeza se afanaba burdamente en recordarme que tenía que ser buen profesional. Volvi a dormir poco aquella noche.

Al día siguiente no madrugue tanto por la excursión cuando me levante ya estaban mi mujer e hijo despiertos Al acabar de prepararme le di un beso a mi hijo y me despedi sin apenas mirar a mi mujer. Al llegar al Instituto ya estaban todos los que había querido ir (unos 12 entre los que desgraciadamente se encontraba Claudia, aquel dia mas puta de lo habitual con una falda y medias color carne y un abrigo que ocultaba una chaqueta y una camiseta ceñida que marcaban sus pechos) pero transcurrio en un principio sin problemas con mi aumna favorita. Pase gran parte de la visita al museo con mi compañera Lucía en lo que fue una gradable mañana.

Pero cuando ya estaba a punto de acabar note un susurro en el oído. Profesor, me encuentro mal de la garganta… me puede acompañar a pedir un vaso de agua? Me gire y allí estaba Claudia con aquella sensual y picara sonrisa. Lucía se encontraba enseñándole una cosa a algún alumno fiki asi que no pude decirle que no a mi preciosa alumna. Se puso delante mia y se empezó a contonear suavemente, solo para que yo lo notara, a aquella niña se le había puesto entre ceja y ceja calentar a su profesor. Cuando ambos llegamos a la cafetería para pedir un vaso de agua ella me volvió a susurrar Profe… me acompaña al baño… me encuentro mal del estomago ahora y creo que necesito ayuda… y volvió a aparecer aquella picara sonrisa que ya protagonizaba mis mas maravillosos sueños.

En aquel momento mi corazón se detuvo. Estaba ante la situación clave. Si accedia estaría poniendo en grave peligro mi puesto como profesor y mi futuro asi como el de mi familia… Pero fui incapaz de decir que no… A pesar de que me hacia una idea de cuales eran las aspiraciones de mi alumna favorita. Afortunadamente aquello estaba vacio .La acompañe a un baño pequeño sin que nos viera nadie y cerre la puerta. El baño era el típico de una cafetería cochambrosa… Un váter un fregadero y poco más. Claudia se pego a mi y me volvió a susurrar: Profe… como accedió usted a entrar aquí conmigo? No le parece imprudente? Y se pego a mi cuerpo que estaba totalmente paralizado. Siguio hablando Que pretende hacer aquí conmigo profesor? No recuerda usted que tiene mujer? Le quiere usted ser infiel? Mmmm… conmigo además eh profe? Estabamos totalmente pegados y mi polla a punto de romper el pantalón, pero el miedo y sus propias palabras me hacía continuar inmóvil. Javi… quiere usted follarme eh? Meterme la polla por el coño verdad? Ha venido aquí para esto.. Ya no se puede resisitr… Acto seguido se puso de rodillas y me abrió la pitrina.

Mi mente se nublo. No sabía ni donde estaba ni me acordaba de nada mas, mi polla y su imagen habían tomado el control y me dispuse a disfrutar de su mamada. Pero no fue asi. Con la polla fuera, erguida y deseosa de sus labios, me planto un beso esta vez en la propia polla y luego en la boca y se vovio a ir. No sin antes recordarme que si me veian salir del baño con ella probablemente me suspenderían de empleo y sueldo. Me volvió a dar un beso en la boca y salio por la puerta.

Estaba en un baño de señoras, con la polla bajada, un calenton tremendo y no podía salir. Aquella niña había vuelto a mandar sobre mi de una manera totalmente irracional. Espere unos minutos y sali sigilosamente. Fuera ya me esperaba toda la expedición dispuesta a volver de nuevo al colegio y allí estaba ella, como si nada hubiera pasado. Con gran vergüenza volvi a tomar el mando de la expedición mientras le explicaba a Lucía alguna mentira de que me había pasado.

No podía vivir. En mi cabeza solo se encontraba aquella maldita niña, apenas cene, a penas dormi y apenas hable con nadie. Solo pensaba en ella, y en nada más. Me tenia totalmente dominado, había jugado conmigo como si fuera un niño pequeño y me tenía totalmente a su merced. Solo pensaba en sus piernas. Su mirada, sus pechos y me veía continuamente a mi con el pene fuera y ella debajo, apunto de chupármela. Mi conciencia ya casi no decía nada, el sentimiento de profesionalidad casi había desaparecido, solo tenia en mente sus ojos, su boca y su pelo.

Amaneci aquel viernes de Enero absorto en ella, y asi me fui a clase. Me pase el día entero esperando verla aunque solo fuera para alegrarme la mirada, pero no paso, no estaba en su clase cuando me toco dar clase ni la vi por el pasillo o el recreo. Mi obsesion no cesaba e incluso pregunte a algún alumno si sabia donde estaba. A lo que ninguno dijo nada.

Llegaron las 15:00 de la tarde y me iba a casa a empezar el fin de semana cuando abri el bolsillo del abrigo y me encontré un fino papel en el. Lo abri y en el tan solo ponía un par de palabras concisas. Hoy a las 17:30 en la sala del patio. La letra era indudablemente de Claudia. La sala del patio es una sala que tenemos habilitada para los balones, donde además hay colchonetas, balones de goma, y todo tipo de elementos que utilizan los colegiales para asisitir a clase de gimnasia. Estaba totalmente excitado y fuera de mi. Esa carta era de ella, y en aquel sitio por las tardes nunca había nadie. Ella lo sabía y también conocía que yo como profesor lo sabía.

Pasaron dos horas y media de dolor de cabeza y reflexión mental. De verdad pretendía que nos viéramos allí? Queria que follaramos? Como me tenia tan controlado solo querria gastarme una broma?? El caso es que con el corazón en un puño y a mil por hora me plante con las llaves de la sala del patio delante de su puerta y esperando su llegada. A la hora estimada todavía no había llegado. Me encendí un pitillo y comencé a fumar aunque estuviera prohibido dentro de el Colegio. Continue fumando y allí no aparecia nadie. Habían pasado casi 15 minutos y cuando me estaba apunto de ir, apareció a unos metros mi diosa. Claudia.

Vestia únicamente un largo abrigo y unos tacones altos. Tenía puestas unas gafas de sol y atado el pelo con una coleta, llevaba una ampia sonrisa en la boca y cuando llego a mi altura se quedo en silencio y sonriente, saboreando probablemente su victoria sobre mi.

Ha venido profesor! Dijo ya en ato y con una gran sonrisa. Sabia que vendría, se quedo aer con las ganas verdad? . Se abalanzo contra mi cuerpo y me propino un morreo con lengua en la boca, mi cuerpo todavía inmóvil observo como acto seguido se despojo de su abrigo y quedo de pie delante mia con un conjunto de lencería negro, formado por un tanga, un ligero, y el sujetador. La observaba desde mi posición sin media palabra. Era lo mas maravilloso que había observado jamás. Su cuerpo moreno estaba delante mia con aquel increíble conjunto unas gafas de sol y los tacones. Abri la puerta y nos metimos dentro.

La bestia que llevaba yo dentro se quiso apoderar de la situación pero la niña no quería. Tranquilate amor, te voy a follar como jamás te han follado y va a ser encima de una colchoneta y por una choni de ciudad que no sabe hacer la o con un canuto… Pero te voy a follar hasta que no puedas más para que nunca te olvides de mi. Me tiro en la colchoneta, me desnudo y sin dejar que hablara, se quito las gafas de sol y me comenzó a chupar la polla. Fue la mayor mamada de la historia. Mi polla goo cada uno de los segundos que su lengua la recorrio, haciendo los aprones necesarios, controlando cada posición y sin sobresaltarse lo más minimo. Su boca y el piercing de su lengua se movían alrededor de mi miembro de forma musicalmente maravillosa. Todo lo que tocaba se convertia en placer, después de unos pocos minutos en los que me estuve a punto de correr paro y tranquilamente me dijo que quería que hiciera. Follame le dije sin miramientos. Y tu mujer y tus hijos Javi??? Que pasa con ellos? Prefieres acabar con tu vida por una putita con lencería y unos tacones? No lo pensé lo más minimo en mi cabeza solo estaba su cuerpo desnudo, sus monumentales tetas, sus infinitas piernas, su cuerpo de modelo y su rostro maravilloso. Follame ya maldita puta conteste deseando que me cabalgara. Javi! Por favor? No piensas en que este puede ser tu ultimo dia como profe? Suplicamelo, dime lo que quieres que te haga y yo te lo hare… De nuevo deje de pensar. Follame niña, deso tu coño desde la primera ve que lo vi y llevo varios días sin pensar en otra cosa que no sea follarte.

Ves? Era lo único que quería oir. Rapidamente me tumbo, se quito el tanga y metio mi polla por su dilatado y calentísimo coño. Fue lo mas maravilloso que me ocurrio nunca. Tenia por fin a quella zorra en mi poder y solo pensaba en su escultural cuerpo. Mi polla se movia gozosa entre sus labios que derramaban litros de liquido entre gritos de “Eres mi putita, te voy a follar como llevas pidiéndome desde hace días” por mi parte y de “ Follame profe, he sido una niña mala y quiero que su polla me castigue” Estuve cabalgandola durante varios minutos y cuando mi polla no aguantaba mas la saque y le empece a comer el chocho. Ella me incitaba a que se lo comiera y lamiera, yo que ya era un autentico experto lo hacia con gusto y con ganas, tuvo un orgasmo entre gritos de placer, momento en el que la volvi a levantar, poniéndola en la postura del “ misionero” comencé a darle otra vez ante gemidos y constantes gritos lascivos. A los pocos minutos saque mi polla a punto de reventar y se la meti sin miramientos por su maravilloso culo. No tarde mas que unos minutos en correrme momento en el que me desplome y se me callo ella encima. Me quede un instante derribado y tirado en el suelo totalmente desnudo, disfrutando de haberme follado sin que nadie lo supiera a la mejor mujer, que mis ojos jamas hubieran visto. Pero el gozo fue efímero. Ella todavía desnuda y sudada se levanto cojio mi ropa y las llaves y con un escueto:

Ya nos veremos cariño, mientras me guiñaba un ojo, se fue dejándome encerrado y desnudo en la sala del patio.

CONTINUARÁ.


El polvo canalla

$
0
0

Pelayo, por fin pudo ir a Madrid, donde ella vivía. Por fin podrían tener la ocasión de verse.

Hacía varios meses que su relación de fantasía, había sufrido altibajos. Mantener relaciones en las redes sociales y sin compromisos mutuos, siempre es difícil. Pero al menos cenarían juntos y podrían hablar y explicarse.

Cuando ella llegó, él la esperaba en la puerta del hotel, en el barrio de Salamanca. Ambos tenían la duda de qué hacer si subir a la habitación o ir directamente el hotel a cenar. Pelayo tomó la iniciativa y propuso ir directamente al restaurant. Ella en principio se sintió un poco decepcionada, había pensado pasar la noche con él, pero viendo que la llevaba directa al restaurant pensó: ¿Y dónde voy a dormir esta noche?

Una vez que pidieron la cena, unos surtidos de ibérico y después un pescado, regado con un buen vino de rioja, empezaron a hablar de lo que había sucedido durante los últimos meses.

- Tú me dijiste que cuando cenáramos yo podría pedir el postre – dijo ella – Sigue siendo así.

- Por supuesto, el postre lo elijes tú.

- Sabes, yo he cambiado el turno esta noche y pensaba que dormiría contigo, pero no estoy segura si tú quieres lo mismo.

- Por supuesto, no hay ningún motivo para que no te quedes a dormir.

- ¿Y si el postre que pido incluye tomarlo en tu habitación?

- Pues lo tomaremos, por mi encantado. Y si no quieres postre pues podemos dormir igualmente, puedes estar segura que nada sucederá si tú no lo deseas.

- Yo quiero postre.

- Yo también. Pero sabes que el postre es goloso, y yo no puedo darte postre todos los días, solo esporádicamente.

- Lo sé. Yo lo quiero hoy, y cuando podamos “cenar” juntos, nada más

- Entonces, apuremos la cena y pidamos el postre enseguida para llevárnoslo al hotel.

Quizás parecía una conversación de besugos, pero ambos se entendían perfectamente. Se miraron a los ojos y se sonrieron tiernamente.

Cuando llegaron a la habitación, él cerró la puerta y le dijo:

- Dentro de esta habitación no existe el mundo exterior, hasta que volvamos a abrir la puerta, entonces ya no existirá este mundo, sino el otro.

- Me gustaría que solo existiera este mundo, pero sé que tenemos que abrir la puerta mañana. Así que aprovechemos el tiempo ¡Quiero mi postre ya!

Al decir estas palabras se abrazo al cuello de Pelayo, lo beso en la boca, intercambiando sus lenguas. El posó sus dos manos en el culo de ella, lo notó suelto, ella no llevaba bragas, eso lo excitó de tal manera que su polla se puso dura de golpe. Se apretó contra el vientre ella para hacerle sentir el duro paquete. Ella bajó una mano y buscando la cremallera del pantalón, se la bajó, metió la mano y acaricio la polla por encima del calzoncillo, primero, y luego la sacó por el hueco abierto en el pantalón al bajarle la cremallera.

- Yo no llevo bragas. Pensé que tampoco te pondrías calzoncillo.

- Me he dado cuenta, pero como eras tú la que pedía el postre… no estaba seguro que fuese eso lo que deseabas.

- Eres bobo. La quiero entera, quiero saborearla y que me des todo el zumo que tengas. Tengo ganas de comerme mi postre.

- Espera un momento, creo que primero me comeré yo el mío. Así, luego, saborearas mejor el tuyo – mientras le decía esto, ya le había desabrochado el pantalón, la camisa y los sujetadores.

Con un movimiento rápido la tumbó encima de la cama y, aún vestido pero con la polla fuera, se dedicó a chuparle los pezones. Ella se los ofrecía sujetando las tetas con su mano- Mientras, él se iba quitando la camisa, los pantalones y los calzoncillos, sin dejar de chupar los pezones.

Cuando hubo estado completamente desnudo y ella empezaba a gemir del gusto que sentía en los pezones, le levantó las piernas, ella las abrió todo lo que podía, y se dedicó a chuparle el coño, pasándole la lengua de arriba abajo, masajeando el clítoris con la punta de la lengua. Fue un largo trabajo, ella gemía y estaba colorada del gusto que sentía pero no alcanzaba el orgasmo, hasta que él tomó el clítoris entre los labios y aplicó más velocidad a su lengua, rodeándolo y succionándolo. Por fin ella explotó en un orgasmo que la hizo gritar, se corrió como hacía tiempo que no lo hacía, él sintió tal placer de notar como ella se corría que, de nuevo. su polla se puso dura y unas gotas de líquido empezaron a lubricar su capullo. Siguió chupando el clítoris hasta que notó que el éxtasis de ella iba decayendo.

Se levantó, le dolía el cuello de haber estado tanto rato con la cabeza entre las piernas chupándole el coño. Ella se incorporó, tomo en su mano la polla dura y mojada, se la llevo a la boca y empezó a mamarla despacio, saboreando cada entrada y cada salida. De cuando en cuando, la sacaba de la boca y con la lengua la recorría de arriba abajo, le chupaba los huevos y le pasaba la punta de la lengua por debajo de los huevos hasta llegar al ano. Ella se dio cuenta que eso le daba un inmenso placer a Pelayo. Nunca antes lo había hecho, pero ahora le apetecía seguir y con la punta de la lengua se recreó en ese punto. Pelayo pensó que se correría solo con el placer que estaba sintiendo, no podía menos que gemir y levantó el culo para permitirle a ella la maniobra, aunque le daba apuro que le hiciera aquello, pero estaba sintiendo tanto placer que… no podía resistirse.

Después de un buen rato ella volvió a hacer el recorrido inverso, volvió a meterse aquella polla dura y jugosa en la boca. La saboreó, se recreó succionándola y rodeando el capullo con la lengua, hasta que notó un chorro caliente y salado que se derramaba sobre su lengua, salía a borbotones, al tiempo que él levantaba el culo y gemía de placer. Ese era su postre, ¡Por fin!, ella lo disfrutó, lo saboreó y se lo tragó todo. Siguió chupando hasta que él le dijo que lo dejara, “ya no puedo más”.

Se abrazaron, ella se subió encima de él y sintieron el roce de sus pieles, se miraron con ternura y en silencio. Permanecieron así un rato, hasta que ella tuvo necesidad de levantarse.

- Tengo que ir a mear – dijo ella

- Te acompaño

- Umm… sí, me apetece chuparte la polla, mientras meo.

- Joder, eso me pone a mil, pero no sé si la encontrarás.

¡Caray, si la encontró! Ella sabía hacerlo. Mientras meaba se metió de nuevo la polla en la boca, estaba pequeña, pero poco a poco se fue volviendo a poner dura. Él la tenía agarrada por la cabeza y le estiraba suavemente el pelo de la nuca, mientras la polla entraba y salía de nuevo en su boca y el sonido de la orina lo acompañaba como una música morbosa.

Cuando hubo terminado de mear, él ya tenía la polla dura de nuevo y dispuesta para una nueva corrida. La llevó a la cama y le pidió que se pusiera boca abajo, le ayudó a flexionar una pierna sobre el vientre. Él se colocó por detrás, en aquella posición pudo contemplar el culo y el coño en todo su esplendor, húmedo, hinchado y palpitante. Sintió ganas de aproximar su capullo al ano de ella e introducirle la polla allí, pero no tenían ningún lubricante a mano y temió hacerle daño, así que decidió llevarla al coño.

- Te voy a echar un polvo canalla. Disfruta todo lo que puedas, porque te follaré fuerte hasta que me corra, sin esperarte. Quiero llenarte el coño de leche.

- Sii. Fóllame fuerte y échame un polvo canalla. Me gustan esos polvos sin ternura, que me folles como si fuera tu putilla.

Metió y sacó la polla, dándole fuerte, sintiendo como en cada entrada la polla llegaba al fondo del coño. Ella gemía, le gustaba aquella forma de ser poseída por detrás, sentía como la polla le entraba mucho más y además sentía los huevos de él rozar sobre su otro muslo. Le gustaba, aunque sabía que no se correría, sin embargo deseaba que él se corriera y le llenara el coño de leche, quería sentir el chorro caliente y como luego le mojaba los muslos al salir.

Pelayo, sintió un gusto tremendo durante al menos diez minutos, hasta que ese gusto se concentró en el capullo y desde sus huevos empezó a salir leche bombeada hacia arriba. Él mismo se sorprendió que en tan poco rato volviera a haber tanta leche, la sentía salir dentro del coño de ella que ya parecía un charco de mojado que estaba.

Cuando hubo acabado de correrse, sacó la polla y tuvo que tumbarse. Estaba agotado. Ella, se puso boca arriba y mientras le acariciaba a la polla, empezó a hacerse una paja.

- Lo siento, debería hacértela yo, pero estoy agotado – se excusó él, respirando con dificultad.

- No te preocupes me encanta hacérmela delante tuyo. Quiero que descanses y me eches más polvos canallas.

Al rato él cambio de postura y la acompañó, chupándole los pezones mientras ella seguía haciéndose la paja, hasta que dio un grito, levantó el culo y se corrió.

Se durmieron abrazados, desnudos, y a media noche volvieron a follar. Ella le pidió que no fuera tierno, que siguiera follándola al estilo canalla. Ambos se corrieron dos veces más.

A la mañana siguiente bajaron a desayunar, volvieron a la habitación y antes de irse ella le volvió a sacar la polla, se puso de rodillas y le hizo una última mamada, que él disfrutó y agradeció. Una mamada completa antes de despedirse que fue maravillosa.

- Tú te quedarás todo el día con el gusto que te acabo de dar, y yo con el sabor de tu leche – Le dijo ella, mientras los besaba en la boca aun con sabor al semen que se había tragado.

Abrieron la puerta de la habitación para irse cada uno a su mundo. Su mundo ya no existiría hasta la próxima cena y el próximo polvo canalla.

Si te ha gustado este relato, te invito a leer mis e-books, publicados en Amazon, “No te preguntare” y “Fantasía en la red”. También puedes seguirme en twitter: @Gonzalo_Fern

Quítate el vestido, las flores y las trampas

$
0
0

Segunda parte de “Todo lo que necesitas es amor” Se puede leer independiente del relato anterior, aunque la autora aconseje leerlo.

Cuando años después oí esa canción de Aute sentí que describía lo que vivimos en Venecia, una pareja de jóvenes recién casados a los que les muestran un camino de libertad sexual, donde casi todo vale si se hace de acuerdo. Sin Silvia y Carlos probablemente nuestro matrimonio hubiera sido diferente.
Las copas en la plaza de San Marcos eran un lujo, y yo estaba un poco piripi, camino del hotel, me apoyaba en Silvia, los hombres iban detrás cuidándonos. Me costó subir las escaleras, al entrar en la habitación nuestras camas eran lo primero que una veía, su recamara estaba al fondo. Silvia me besó en los labios, apenas un roce pero que me dio un subidón de calentura. Cuando entraron en su pieza y cerraron la puerta, Pablo y yo nos quedamos mirándonos, me quité el vestido, él se sacó la camisa y se bajó los pantalones. Se le notaba la erección, enorme, queriendo romper los calzoncillos. Nos bajamos la ropa interior y se abalanzó sobre mí. Yo le espera abierta de piernas, deseando sentir su verga en mí.
No podíamos ni gemir, casi ni suspirar con los argentinos al lado. Me daba fuerte, rápido, un mete saca salvaje, la ventaja de que hubiera bebido es que tardó en correrse dándome tiempo a que yo llegase. Dos besos, él se puso el calzoncillo, yo la braguita y una camiseta y cada uno a su cama. Era la primera vez que dormíamos separados desde nuestra boda, pero no cabíamos en las camas , eran muy pequeñas.
Me despertó un “muy bien , nena, sigue así”- eran susurros de pasión, venían de la cámara de nuestros compañeros. Me di cuenta que su puerta aunque cerrada, tenía una pequeña rendija que filtraba la luz.
Me empecé a tocar oyéndoles, era excitante. Pablo , también se había despertado, nos miramos y sin decir nada nos levantamos a intentar espiarles.
Silvia estaba arrodillada ante él, sujetando con una mano la polla que tenía en la boca. Movía la cabeza , deslizando los labios por la dura arma, con la otra mano se estaba masturbando. Me quedé impresionada, sabía del sexo oral pero no lo había visto ni mucho menos practicado, lo nuestro había sido masturbación manual, creí que mis flujos iban a mojar el suelo.
-“ Anda ponte como una yegua”- Silvia se levantó, se colocó en cuatro sobre la cama y su marido con la pija en alto tanteo su coño hasta que la penetró con fuerza. Ella se inclinó, liberando una mano, de modo que pudiera seguir tocándose el clítoris mientras gozaba de los embistes del hombre. Un gemido profundo de la hembra indicó que ya había acabado, él siguió bombeando unos segundos hasta que se derrumbo sobre ella.
En silencio , volvimos a la cama, yo imité la postura de Silvia poniéndome como una perrita, me retiré la braga , dejando el coño al aire. No se necesitaba más. Pablo me la metió de un golpe. El segundo polvo de la noche, también en silencio, fue salvaje, perverso, con las imágenes de los argentinos en la mente. Yo me vine antes que él, y gocé de sus descontrolados movimientos antes que me soltara la leche.
Sonó un despertador, era hora de levantarse. Las 8.30 de la mañana. La vida del turista es dura.
De la habitación de nuestros compañeros se oyó la voz de Silvia: – “ Los chicos , al baño primero.”- Carlos y Pablo en calzoncillos fueron al W.C y a ducharse , salieron envueltos en batas. Yo estaba cagándome, y entré primera a usar el inodoro. Estaba limpiándome cuando llegó Silvia desnuda.
-“Nos esperan desayunando y estudiando el itinerario del día.”- Después de verla haciendo el amor por la noche, encontrármela desnuda me daba una mezcla de excitación y vergüenza. Ella se movía ante mí sin complejos. Me quedé mirando su coño, estaba depilado.
-“En Argentina nos depilamos mucho, te da un punto de morbo, a los hombres les gusta ver una concha sin pelo.”- me dijo al sentir mi mirada, mientras se metía en la ducha. – “ Y entra que vamos con prisa”- Lo hice para no parecer mojigata, la ducha era amplia pero nos rozábamos la piel de la forma más natural, por lo menos eso parecía con ella, yo me estaba poniendo a mil. Apenas tardamos cinco minutos pero salí con un calentón que me puso los pezones erguidos, me di cuenta que ella también los tenía enhiestos. Nos secamos y vestimos igual, vaqueros, camiseta blanca de manga corta, y sandalias sin tacón. Nos reímos al vernos , parecía que íbamos de uniforme. Desayunamos y a la calle, hacía un tiempo delicioso, y empezó nuestro periplo turístico. A medida que pasaba el día y veíamos más cosas aumentaba el calor. En un puesto, Pablo compró unos sombreros blancos de paja, nos reímos al ponérnoslos , comimos ligero aprovechando para descansar y seguimos recorriendo la hermosa ciudad de los canales. Carlos era un guía magnífico, se sabía todo y de todas las cosas, pero no resultaba pedante. Empezaba a oscurecer y no habíamos parado. En un día nos habíamos visto Venecia. – “ ¿ Vamos al hotel ahora y luego salimos o comemos, nos tomamos una copa y nos damos un paseo en góndola?”- preguntó el argentino. Optamos por la segunda alternativa, eso sí cuando Carlos dijo que él pagaba la góndola, Pablo exigió invitar a cenar. Lo hicimos en las mesas que tenía, en una pequeña plaza sin ruidos, una tasca. Éramos lo únicos turistas. Cenamos como boas. Unas lonchas de mortadela sublime, junto a encurtidos con su pizca de vinagre, una pasta en tirabuzones con almejas y ajo y unos salmonetes a la plancha geniales, todo ello con cinzano para los aperitivos y un vino blanco helado de Orbieto para los platos principales. Mi Pablo comentó alegre: – “Una cena cojonuda y encima barata”- Fuimos dando un paseo hasta la plaza de San Marcos, nos volvimos a sentar en un terraza , a tomar café, y darle al negroni. Se empeño en pagar mi marido, así que camino del hotel donde nos esperaba la góndola, Carlos compró dos botellas de champagne , pidió en la conserjería que le dieran un cubo con hielo y cuatro copas, y así armados fuimos hacia la puerta donde nos esperaba la góndola. Pasear en góndola en Venecia durante una hora bajo la luna, recorriendo los canales, un mundo de romanticismo y aventura, un vivir una fantasía de amor, así me sentía con el brazo de Pablo sobre los hombros, recostada en su pecho, jurándome que siempre le amaría. Pero al tiempo, calentándome al pensar en la noche que me esperaba. Sentía los ojos de los argentinos sobre mí, yo de vez en cuando les devolvía la mirada cuando bebíamos el champagne. Notaba que me estudiaban como una boa a una conejita, para devorarme, y me ponía cachonda, no podía evitarlo. Cuando regresamos al hotel, había caído una botella. Al llegar a la habitación compartida, Carlos propuso acabar la segunda botella. Teníamos las puertas abiertas, era un espacio grande. Descorchó y puso la radio. Era música para bailar agarrados. Brindamos por los cuatro y Silvia se abrazó a su marido comenzando a danzar. Pablo y yo les imitamos. – “Un poco de morbo”- ordenó la argentina a los hombres- “Quitaros las chombas”- No sabía lo que estaba diciendo, pero cuando Carlos se quitó el niki , mi marido le imitó. Bailar pegada al pecho desnudo de Pablo me excitaba aun más de lo que ya estaba. Lo hicimos dos piezas, Silvia se separó de su marido, me miró a los ojos y me dijo- “ Ahora nos toca a nosotras”- Sin ningún pudor se quitó la camiseta, yo decidí no quedarme atrás. Y las dos con el torso desnudo, quedamos ante nuestros hombres que nos abrazaron para volver a bailar. Yo sentía que estaba con el coño empapado, el roce de mis pezones erectos contra el vello del pecho de Pablo, el hacerlo junto a otra pareja, era un subidón de libido, que me hacía esperar el paso siguiente, expectante y ansiosa. Nos separamos, volvimos a llenar las copas, la bebida estaba helada. Nos mirábamos, no sabía lo que iba a ocurrir a continuación, sólo tenía claro que quería follar. – “ Ayer nos espiaron cuando cogíamos, nosotros a ustedes también. … Es una tontada no seguir disfrutando juntos…..No me mires así, Pilar… no digo que Carlos vaya a cogerte ni yo a tu marido….. lo que creo es que podemos seguir los cuatro…bailando…..besándonos …. acariciándonos … y haciendo el amor. No vale la pena irnos corriendo cada uno a su nicho…sigamos la noche juntos…”- y chocó su copa con la mía, después, con Pablo y luego con su marido. Fue Pablo el que dijo : – “ Pues a ello”- tirando de mí hacia él.
Silvia se interpuso y le susurró con un guiño – “ Espera un poco, que nos queda un par de bailes para animar la noche”- Y me tomó de la mano, agarrándome para danzar, no pude evitarlo, me encontré en sus brazos, la música nos llevó. Yo creí morir de deseo, sentía sus senos contra los míos, el rozar de los pezones, cada vez más duros, aunque ya era imposible tenerlos más excitados. No podía retirar mis ojos de los de ella, que chispeaban alegres y juguetones. No estábamos pegadas, solo piel con piel, cada vez más caliente.
Cuando acabó la pieza, apenas nos separamos, estábamos una frente a la otra, respirando agitadas.
-“ Mira lo que han hecho lo chicos”- me comentó risueña. Carlos y Pablo se habían quedado en calzoncillos, que estaban levantados por las pollas erectas. – “Ahora nos toca a nosotras”- Y al ritmo de la música que seguía saliendo de la radio, se desabrochó el vaquero, yo la imité, y despacio les hicimos un semi strip- tease , quedándonos en braguitas, agarradas de la mano….. Y explotamos. Nos empujaron a la cama, Pablo me separo la leve tela que me cubría el coño y sacando la pija , me la clavó de un golpe. Levanté las piernas para sentirle más hondo y comenzó a bombear como un loco,me vine, no podía aguantar más , cogida de la mano de Silvia los espasmos me sacudieron mientras la leche de mi marido me inundaba. La argentina comenzó a gemir como una posesa al correrse. Estuvimos un rato con los hombres encima de nosotras, liberada la enorme tensión acumulada durante todo el día. Fue Silvia la que primero se movió tirando de mí. – “ Anda , vamos a lavarnos la concha , mientras se nos recuperan”- Fuimos al baño, se sentó a horcajadas en el bidet y se lavó el chocho depilado, yo la imité. Me ayudó a levantarme y me besó en la boca. Me quedé de piedra, me volví a calentar. De la mano, totalmente desnudas, entramos en el dormitorio, nos esperaban igual nuestros chicos, de nuevo estaban empalmados.
-“ Venid acá.”- Carlos tenía lo voz ronca por el deseo.
-“Ahora vamos, pero como ya la leche rápida ha salido, probemos a hacerlo despacio. Anda, Pilar, que nos cojan a la cucharita”-
Se tumbó en la cama, de costado, con el culo hacia fuera, y me hizo señas que la imitara. Me puse como ella, estaba cachonda perdida, avergonzada, pero en la que el humor de mi compañera, la convertía en una diversión , en una aventura para recordar toda la vida.
Pablo se ha quedado adormilado al sol sobre el pareo. Le miro con un enorme amor, siempre ha sido un tipo excepcional, capaz de todo, de dar placer, abierto como demostró aquella noche, y leal. En Venecia se dio cuenta que yo o era la niña mojigata que podía ser por mi educación y mi ambiente familiar. Porque aquella noche me vio gozar como una golfa y perder todas mis trampas. Silvia me tomó de la mano, fijó su mirada en mí. Seguro que quería saber lo que sentía al ser penetrada por mi marido, por lo menos era lo que yo pensaba. La cabeza de su verga tanteó mi coño mojado y se fue deslizando en mi interior. Carlos hacía lo mismo a su mujer. Ninguna cerró los ojos, en los que se reflejaba el placer de sentir la polla llenando la vagina lubricada. Al meterse con nosotras en la cama para follarnos, nos habían empujado hasta casi dejarnos pegadas. Silvia estiró el cuello y me dio un beso, dulce pero perverso. Esa vez no fui tímida y se lo devolví metiendo la lengua. Cogió mi mano y la llevó a su teta. Tenía una piel suave, elástica a mi caricia, plena de vida. Fui yo la que le llevó su mano a mi pecho. Decidí imitar los que me hiciera, ella era la sabia, la experta, la maga. Sobó y sobé, pellizcó los pezones y los pellizqué, repetía lo que ella me hacia. Las dos teníamos una sonrisa en los labios como niñas que juegan al espejo. Mi marido me había puesto las manos en las caderas y cada vez empujaba más fuerte y más rápido. Silvia colocó su mano libre en el triángulo de mi pelvis y con dos dedos llegó a mi clítoris erguido, yo también busqué su botón rosado. El ser follada por Pablo y masturbada por Silvia era estar en un séptimo cielo. Me fui dos veces siempre sin cerrar los ojos, para que la argentina supiera cómo gozaba. Pablo soltó su semen, Carlos también se corrió. Nos quedamos tumbados, apretados en la cama. Poco a poco las pijas perdieron dureza y salieron de nuestros coños. Estábamos muertos , nos quedamos dormidos los cuatro. Estaba amaneciendo, apenas un rayo de luz se filtraba por las cortinas cerradas, una mano me sacudió el hombro. Era Silvia. Estábamos con las piernas entrelazadas,me di cuenta que en mi muslo había restos del semen de su marido y que ella volvía a estar mojada a base de restregarse en mi pierna. Yo la imité, me encantaba masturbarme así. Y fui yo la que empezó el beso, un beso en que nos entregábamos mientras nos vinimos pajeándonos. – “ Vamos a dar una alegría a los chicos”- me susurró al oído. Con señas me indicó cómo seguir. Pasé mi brazo sobre ella y agarré la polla de Carlos mientras ella hacía lo mismo con la de Pablo. Sólo había tocado la pija de mi novio, aquella era un poco más delgada aunque en descanso parecía algo más larga. Chipi- Chipi- se la meneé bien meneada, hasta que se empezó a poner dura. – “Ahora”- me ordenó y cada una se dedicó a su marido. Abrieron los ojos y antes de que dijeran nada, dos amazonas les cabalgaban. Yo seguía el ritmo de mi compañera, imitando todo lo que hacía , tocándome los pezones y ….descubriendo el placer de masturbarte mientras te follan. Cuando ella empezó a acariciarse el clítoris, dejándolo un poco al descubierto, la imité y creí morir de placer. Con decir que me vine dos veces antes de que Pablo acabara. – “Pablo ¿ has visto que dos putitas tenemos ?”- Era la primera vez que me llamaban putitita pero debo reconocer que me encantó. – “Pues las putitas se han ganado un descanso. Así que chicos id a las camas pequeñas, y dejarnos dormir un poco. Antes de que cierren el desayuno nos avisan”- dijo Silvia y se dio la vuelta cerrando los ojos.
Ellos se levantaron, dejando toda la cama para las dos. Era algo menos de las nueve cuando me desperté, Silvia estaba despierta a mi lado. – “ Los hombres han bajado hace diez minutos, me han despertado al cerrar la puerta.”- me dice mientras me mira cómplice- “ ¿ Lo has pasado bien?. Tienes madera de gata viciosa. ¿ Nunca antes has hecho una cosa parecida?”- – “ No, y me ha encantado”- no pude por menos de aceptar. – “Hay que poner morbo en la pareja. Hacer sólo lo que una quiera, yo me hubiera cogido a Pablo, pero sé que no te hubiera gustado y a tu marido mucho menos que Carlos te hiciera el amor…….. ¿ y se la has mamado?.Veo que no por la cara, así que…tampoco te ha roto el orto…darte por culo…Pues a chuparla ya puedes empezar a aprender y practicar y …lo del culo ….úsalo para alguna ocasión especial. Y tampoco has estado con otra mujer, y eso que tienes aptitudes…¿ No te han comido la concha?”- Yo la miraba con ojos como platos, asombrada de su lenguaje descarado, debía mover la cabeza diciendo no, porque me empujó hasta dejarme tumbada, me abrió las piernas y ..
Antes de que me diera cuenta y con un – “Esto último lo vamos a arreglar” se lanzó sobe mi coño a lamerlo, besarlo, comérselo. Me agarró de sorpresa, la más maravillosa de las sorpresas, enseguida me estaba retorciendo de placer. Era una delicia, me llevaba al paraíso y cuando se ocupó de mi clítoris chillé. En ese momento sonó el teléfono. – “Son las 9 y 10 , cierran a las 10 y seguro que tardan en ducharse”- Era la voz de Carlos, cegada y chorreante de placer, apenas pude decir: – “Gracias, ahora nos ponemos en marcha-” y a continuación , tras colgar- “ Silvia, ¡ por favor, sigueee! . No pares”- Y no paró hasta que me llegó un orgasmo como una explosión atómica. – “ Niña, vos valés para el sexo. Sos divina”- me dijo besándome en la boca.
Nos duchamos, nos vestimos con el uniforme de camiseta , vaqueros y sandalias y bajamos, desayunamos y volvimos a la calle.
Hicimos museo, calle , canales y comida en San Marcos y acabamos en Murano. Estábamos felices y se notaba. Ellos compraron un juego de copas , completo, precioso, y unas lámparas y como dos señores, pidieron que se lo mandaran a Argentina. Al salir, Silvia se quedó atrás conmigo, el de la tienda nos llevó a un reservado, allí nos mostró lo que le había dicho mi amiga: Una polla maravillosa de cristal. Era una delicia verla. -“Envuélvala bien para que no se rompa, que tiene que viajar en coche”- mientras el hombre lo hacía mirándonos con ganas de echarnos un polvo, Silvia me dijo al oído- “ Es un regalo para que te alivies sola o practiques cómo chuparla”- Volvimos camino del hotel, estábamos tristes, tocaba despedirnos, ellos se marchaban en tren hacia París. No tardaron nada en hacer las maletas , les acompañamos a la estación,viajaban en coche cama, tomamos un café en el bar. – “ Ha sido un placer conoceros”- dijo Carlos, poniéndose serio- “Hoy tienen la habitación pagada . Disfrútenla y acuérdense de nosotros …. La verdad , gatita, que me hubiera encantado cogerte . Sos un bomboncito, …pero este moro de marido tuyo me hubiera capado…”- – “Oye, que yo también hubiera follado a tu mujer , que está como un pan”- contestó, con una sonrisa Pablo-
-“ Otra vez será. No ha estado mal lo que nos pasó. Gracias por todo”- Les acompañamos por el anden hasta su departamento. Silvia besó a Pablo en la boca, un beso largo, de pasión. Carlos hizo lo mismo conmigo. Fue bueno y perverso. Silvia y yo nos quedamos una frente a la otra, nos miramos, miramos a nuestros maridos y nos fundimos en una abrazo con un beso lujurioso.No nos dijimos nada, no hacia falta. Nos quedamos en el andén hasta que el el tren salió. Después volvimos en vaporeto al hotel. Una extraña sensación se había instalado entre los dos. Íbamos callados , de la mano. -”¿ Qué te ha parecido?. ….Ha sido muy fuerte..”-fui yo la que rompí el muro del silencio. No sabía cómo decirle que me había gustado, que me había hecho más mujer, que había roto con tabús de toda mi educación represora. – “No pensé que eras así…..tan abierta….tan…liberada. Pero me ha encantado”- me respondió, parándose y dándome un beso, en el que se mezclaron el deseo y el cariño. – “Yo tampoco sabía cómo eras tú …ni que yo era capaz de hacer lo que hemos hecho. Pero es bueno…¿ te hubiera gustado tirarte a Silvia?”- – “Si, está buenísima. …Y a tí, ¿ follar con Carlos?”- – “ No”- mentí, me hubiera encantado, estaba como un pan y era un golfo total- “ Lo que nunca pensé es que me iba a pasar los que me pasó con otra mujer. …Pero por qué no vamos a cenar algo ligero y ….nos vamos al hotel a hacer el amor…..Quiero hacerte una mamada…Nunca lo he hecho y debe ser ….Uauuuu”- Mi sonrisa de oreja a oreja era toda una invitación, una ración de pizza y una botella de vino y estábamos en la habitación.
No quería desnudarme como el día anterior, ahora todo era nuevo, así que mientras el cerraba la puerta yo me quité los vaqueros, me miró con sorpresa. – “Mira y admira y no te desnudes”- le susurré viciosa. Me bajé la braguita, levanté los brazos para que me viera bien el coño y comencé a moverme como una bailarina árabe, mientras me iba quitando la camiseta. Mirándole a los ojos fui hasta él, me arrodillé y le abrí la bragueta. Tenía la polla dura, la saqué y me la metí en la boca. Puse mi mejor voluntad ….hasta que un chorro de leche me llenó , lo tragué, no tenía mal sabor. Pablo se desnudó, yo le esperaba en la cama, como una tigresa ronroneante, la mamada se la había dejado gorda, grande pero semifloja, se acostó a mi lado y comenzó a acariciarme, lo sabía hacer, le agarré la pija y se la meneé. A chuparla tenía que aprender, pero haciéndole pajas era una maestra. Se le puso como una piedra y follamos en todas las posiciones, él arriba, yo montada, a cuatro, una y otra vez hasta quedar agotados y dormidos.
Al día siguiente emprendimos el camino de regreso, íbamos camino de la Costa Brava , yo jugando con la pija de cristal en la boca, aprendiendo a mamarla. Pablo, calentándose con mis estudios, decidimos parar cuando vimos un cartel de camping naturista. Él no aguantaba más, quería follarme, yo andaba con el mismo deseo y eso de naturista, prometía.
Todo dios estaba en pelota picada, nos quedamos con ojos como platos, montamos la tienda, entramos y jodimos, se la chupé para comprobar el adelanto de mis estudios y volvimos a follar.
Salimos como los demás habitantes del lugar, sin ropa, era tarde el sol ya no calentaba, pero lo primero que hicimos es comprar un protector para lo que nunca había andado al aire. Y allí, nos quedamos dos días, y nos aficionamos al nudismo .
Una pareja mayor viene andando tranquila por la orilla, más cerca de los 80 que de los setenta, desnudos, las carnes flojas, doradas, con ese color de los nórdicos. Me encanta verles, sin prejuicios, tranquilos, felices, gozando de un sol que no tienen en su tierra.
Miro la hora, es momento de ir a comer. Tiro de mi galán y me pongo la parte baja del bikini y el pareo, él su traje de baño y camiseta. Tenemos mesa reservada, nos conocen, tanto que saben que vamos sin dinero y pagaremos a la noche cuando no hallamos estado en cueros en la playa. Si llevas la cartera, no puedes estar tranquila.
Un tomate con su aceite de oliva, unos gambones rojos y un pescado a la sal, ese va a ser nuestro almuerzo, con un barbadillo bien frío.
Estamos comiendo , casi sin hablar, yo tengo la mente en los años pasados juntos, cuando se acercan dos mujeres en la treintena, son guapas, y saludan a mi marido.
-“ Pablo, ¿ te acuerdas de mí? . Soy Marga Cifuentes, me distes clase en el instituto. Gracias a ti, entendí la física y las mates y acá me tienes una señora ingeniera. Esta es mi amiga Marta”- Es una escena que suele ocurrir, gente joven le saluda , les ha dado clases , y parece que le recuerdan con cariño. Es que se ha sido catedrático y director de instituto, no al principio, que cuando volvimos a Madrid, siguió dando clase con los curas y en la academia, mientras yo……llevaba mi embarazo…mi parto…y acaba la carrera. Porque llegué preñada del viaje de novios, dí a luz antes de terminar el curso, y pude aprobar con la ayuda de Bea que me pasó apuntes. El nieto cambió a mis padres, hasta el punto que no había quien se los quitara de encima. Eso sí, me permitía acudir a la Universidad en cuanto pasó de la teta al biberón. Cuando se van , tras despedirse con un beso, oigo como Marta le dice a su amiga: – “Tu profe sigue siendo un guaperas, un galán maduro”- “Cuando nos daba clase , estaba buenísimo”- Pienso en si me la habrá pegado con alguna jovencita en los años que llevamos de pareja, la tentación ahí estaba. Mientras tomo el café se lo pregunto, el tema siempre me ha rondado la cabeza:
- Cariño, ¿ Has estado con otras mujeres?. Dime la verdad, ya ha pasado el tiempo y no me voy a poner celosa. Pero tantas chicas a tu alrededor…”- – “No, contigo he tenido todo lo que he querido en mi vida. …..Sólo estuve con Bea, y porque los dos decidimos ayudarla……Pero , y tú, mi maciza y fornicadora esposa, ¿ has estado con alguien?”- – “No, has sido el único hombre de mi vida, follatore maravilloso”- le contestó mintiéndole. Continuará.

Fito y Noemi, Fin de curso

$
0
0

Mi vida realmente había cambiado demasiado desde aquellos meses, pero trataba de ocultar ello para que mis familiares y profesores no se dieran cuenta, mi novia Noemí y yo nos habíamos convertido en personas sexualmente activas en esos meses, habíamos aprendido el arte de amarnos teniendo sexo, desde nuestro último encuentro estábamos teniendo sexo cada vez más frecuentemente, a veces la mama y la hermana de Noemí viajaban lo que nos daba libertad en su casa para ir a hacer el amor, habíamos hecho el amor en todos los rincones de su casa durante esas semanas de libertad deleitándonos como adolescentes en busca de placer carnal.

Esas semanas cada día después de clases ya no íbamos a nuestra esquina habitual a apretujarnos sino directamente nos metíamos a la casa de Noemí para hacer el amor, utilizamos incluso su mesa de su comedor para darnos un revolcón.

Sarcásticamente temía que su hermana se diera cuenta que los preservativos de su farmacia se estaban acabando tan rápido. Aparte de eso yo también tenía que mentir en casa que iba ayudar media hora a un “amigo” en matemáticas después de clases. En otras palabras verdad porque estaba “ayudando” a mi amiga a “multiplicarnos”.

Estábamos llegando a fin de año y las clases ya estaban por terminar, varias actividades se estaban de desarrollando en mi colegio como actividades de fin de curso, una de ellas un teatro organizado por el grupo de literatura, a nosotros en esos días nos obligaron a ir al teatro a ver la obra que estaban presentando.

Era el penúltimo día de clases, ese día vi Noemí algo preocupada porque estaba mal en algunas materias pero ella ocultaba su preocupación cuando estaba conmigo, ese día ella estaba con un top rojo y unos jeans ajustados de color azul que le hacían notar sus curvas, nos subimos a la parte de arriba del teatro desde ahí veíamos la obra mientras yo la abrazaba de atrás y la apretaba su cintura con mis manos, empecé a besarle su cuello con suavidad mientras le preguntaba:

- Amor por que estas preocupada

No es nada.- Me decía Ella mientras sonreía.

Metió una mano en su bolsillo y saco un condón. – Mira nos sobro uno, lo utilizamos me dijo melosamente mientras me preguntaba.

Ven le fije tomándole de su mano nos subimos las gradas y nos fuimos a la parte superior del teatro que era una zona oscura y no había nadie ahí nos abrazamos y nos besábamos riéndonos en forma silenciosa tratando de mandarle una indirecta me incline hacia adelante ella entendió se tumbó en el suelo yo me puse de rodillas y empecé a desabonarle su pantalón le baje su cierre y después sujetándole de su cintura empecé a bajárselo con algo de dificultad mientras ella deshacía la envoltura del condón logre bajarle el pantalón ajustado con mucha dificultad hasta sus rodillas se notaba entre la penumbra que estaba con un calzón rojo se lo baje rápidamente y luego yo me baje los pantalones.

Ella me alcanzo el condón me lo puse acerque mi pene a su vulva metiéndole mi glande con suavidad por en medio me recline hacia ella y empecé a moverme tratando de penetrarla, nos besábamos, esta vez lo hacíamos con suavidad acariciándonos por encima de su top le chupaba las tetas y los pezones ella trataba de ocultar sus gemidos estaba acariciándome la espalda mientras yo continuaba con mis movimientos en vaivén, de unos minutos me vine dentro de ella y nos besamos.

-Te amo.- le dije mientras nos besábamos.

-Yo también mi amor.- me dijo ella.

Nos despedimos besándonos, no volví a verla desde ese día porque nos fuimos de vacaciones con toda mi familia como siempre nos íbamos cada fin de año me olvide de todo durante ese periodo y me puse a disfrutar de las vacaciones, cuando el avión partía del aeropuerto recordaba los momentos que pase con ella pero cuando llegamos a ese hotel lujoso de Santo Domingo me olvide de todo y me puse disfrutar de ese mundo que realmente era diferente, las chicas que veía ahí, me hacían dudar excesivamente porque estaba en noviazgo con Noemí, porque yo podría disfrutar de todos esos cuerpos si yo quisiera. Dudaba de todo pero a la vez estaba hipnotizado por esa ciudad las playas y sus hoteles de lujo haciéndome olvidar por completo de mi novia.

Fiera de serie

$
0
0

CAPÍTULO 1

“UN SÁBADO COMO OTRO CUALQUIERA”

El monitor del ordenador informaba de que faltaban unos pocos minutos para la medianoche. La fatiga me invadía y los párpados empezaban a pesarme como persianas de plomo, pero no debía sucumbir al sueño. Tenía que mantenerme despejado toda la noche. Ya habría tiempo para descansar al día siguiente. Apuré de un trago la lata de refresco de cola con cafeína y, con cierto estilo, pero sin mucho mérito, la encesté en la cercana papelera.

Un breve timbrazo me sacó de mi soporífero ensimismamiento. Esteban llegaba bastante puntual a nuestra clásica cita sabatina. Vaqueros negros y camisa de color violeta. Observé sus gafas de culo de vaso, su expresión bonachona y la sonrisa tímida que esbozaba siempre a modo de saludo. El cabello abundante lo llevaba peinado hacia atrás con gomina. No me anduve con circunloquios:

—¿Nos liaremos con una esta noche?

—Ojalá se dé bien la cosa. De todas formas, por muy esquivas o indiferentes que resulten las mujeres, siempre tendremos un último recurso a nuestro alcance.

—Hacerlo está en nuestra mano —corroboré.

Me quedé pensativo mirándole, mientras le franqueaba la puerta y la cerraba procurando no hacer ruido. Pasamos al salón y nos sentamos ante el ordenador.

—Mira que somos desgraciados —reflexioné en voz alta—. ¿Tú te crees que se puede estar dos años sin hacer nada con una tía? ¡Me voy a volver loco de remate con tantas pajas! Si me hubiera hecho monje de clausura o ermitaño ligaría más.

—¡No te quejes, capullo! —me increpó—. Tú pillas cada cierto tiempo. Aunque sean lustros, pero cada cierto tiempo pones a alguna mirando pa’ Cuenca. Yo sí que estoy a dos velas. Parece que me han echado el mal de ojo.

—No me cuentes tus penas que ya sabes que no me anima saber que tú estás peor que yo. Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Quieres tomar algo?

—Sí, té al limón.

Esteban, tanto en mi casa como en los bares solía pedir té, como los anglosajones. Y yo lo compraba como una deferencia hacia él, porque a mí no me gustaba. Yo cogí otro refresco de cola con cafeína a fin de ahuyentar la somnolencia. Lo normal hubiera sido tomar alcohol, pero coincidíamos en que ninguno probábamos las bebidas espiritosas, pues no nos gustaban.

—¿Nos ponemos unas guarrillas? —ofrecí.

—Por supuesto, chaval. Hay que alimentar la imaginación y ya que no podemos verlas de carne y hueso, nos conformaremos con verlas en la pantalla. Toda buena paja requiere de una inspiración visual adecuada.

Abrí una carpeta llamada “Cultura general” y seleccioné uno llamado “Brazilian girl at the beach” en una carpeta. Esteban comentó:

—Es curioso que, en estos vídeos de Internet, las únicas que tienen derecho a un nombre propio son las de Estados Unidos. Las demás son la brasileña, la colombiana, la húngara…

—Ya sabes, el que pone los contenidos, establece las normas. Esto es como el que escribe la Historia.

En el susodicho vídeo salía un tipo de músculos definidos y voluminosos plagado de tatuajes de colores llamativos hablando con una morenaza de tez medianamente oscura, ataviada con un minúsculo biquini negro.

Tras hablar en inglés sin subtítulos durante unos tres minutos, se marchaban en busca de la intimidad requerida para hacer ciertas cosas.

—Ojalá las cosas fueran así en la realidad —comentó Esteban en un tono de voz introspectivo—. Cuatro frasecitas y a calzarse a una tía flipante. ¡Con lo que cuesta hacer algún avance en la vida real!

—Pues sí —convine—. Aquí se ven tetas, culos, chorretes depilados, pero no se aprende cómo conseguirlos, que es lo que interesa.

Mientras se alejaban y en sucesivas tomas efectuadas por la cámara, se contemplaba el culo voluminoso y redondeado, pero no blando, de la chica, que gracias a su raquítico biquini apenas dejaba margen a la imaginación. De pecho andaba más escasa; se notaba que no se había operado.

—Lo que daría por tener una como ésa esta noche —comenté gesticulando con las manos.

—¿Y quién no? Pero, puestos a elegir, prefiero que tenga más tetas.

—Te juro que hoy me follaría un caballo —dije con contenida rabia.

—¿Ni siquiera una yegua? ¿Y de qué raza tendría que ser el cuadrúpedo sodomizado: árabe, andaluz, percherón? Y la descendecia, ¿cómo sería? ¿Nacerían minotauros o qué demonios nacería?

—Una velada contigo es un no parar de reír —ironicé—. Mira: a veces veo vídeos de tías de sesenta tacos follando y te aseguro que no me parecen tan mal. La polla me responde igual que con las de veinte. La verdad es que estoy un poquito desquiciado.

—No pongas el listón tan bajo, hijoputa. Yo prefiero una buenorra de veinte aunque sea más fea que el culo de un mono.

—¡Hombre, claro, no te jode! Claro que yo también prefiero una de veinte que una de sesenta, pero dónde están esas tías buenorras de veinte, porque yo nunca las veo. O mejor dicho, las veo a todas horas, pero siempre con otros.

Por supuesto, no hubo besos ni demostración alguna de cariño. La mujer se desprendió de su exigua vestimenta y se tumbó boca arriba en la cama. El tipo tatuado no se anduvo con remilgos y, de rodillas sobre una alfombra se puso a chupar a la chica la cara interna de los muslos y los pliegues de su vulva.

—¡Vaya diosa!

—Sí, pero es de ése.

Y al soltar estas palabras, se echó a reír a mandíbula batiente. Cuando se hubo calmado, pregunté:

—¿A qué vienen tantas risas, si puede saberse?

—Sin darme cuenta, he hecho un pequeño juego de palabras. Tú has dicho: “¡Vaya diosa!” y yo he respondido: “Sí, pero es de ése”. En francés, diosa se escribe “déesse”.

—Cuanto más te conozco, más fascinante me resultas, Esteban —le halagué con sorna—. ¿Alguna otra ocurrencia afrancesada?

La madre de Esteban era de una localidad de la costa azul cercana a Marsella y, aunque mi amigo había nacido en España, dominaba la lengua de Víctor Hugo con reconocida solvencia.

—Creo que ya te lo he dicho alguna vez —me contó—. En francés “yo amo” se escribe “j’aime”, y mal pronunciado sonaría igual que tu nombre, Jaime.

—Cuanta sabiduría tienen los gabachos, porque es verdad que yo amo a las tías, pero, sobre todo, adoro a las que tienen un culo como ese —dije señalando a la bella mujer pixelada—. A todas. Y un amor profundo, no te vayas a creer. Fíjate si soy enfermo que a esa le pondría la cara en la raja del culo y luego apretaría los cachetes contra mis mofletes hasta notar que me faltara el aire. Y qué a gusto me la follaría después.

—“Loca” en francés se escribe: “folle”.

—Curioso.

—Ojalá pudiera tener algo con un pedazo de tía como esa —se lamentó Esteban—. Pero no soy guapo, no estoy cachas, no tengo pasta. Ligar se convierte entonces en un reto difícil de afrontar.

—¡Basta! Deja de autocompadecerte. Hay miles de tíos que da pena verlos y no tienen dónde caerse muertos y ahí los tienes, dale que te pego con tías guapísimas. No hay secretos para ligar. Hay que echarle un poco de jeta, decir tonterías y tener un poco de paciencia. E ir a sitios. Encerrado en casa no se consigue nada.

El individuo seguía ensalivando la entrepierna de la mujer, con el empeño de un restaurador de arte que estuviera barnizando el recoveco de una valiosa talla. Ella empezó a frotarse el clítoris, que estaba en un prominente monte de Venus, de modo que su respiración anhelante no tardó en convertirse en unos jadeos bastante audibles. Su impecable rasgueo de guitarra, arrancaba notas de placer visibles en el rostro de la joven, en el que se reflejaba el gozo.

Luego el tipo se desprendió de sus bermudas, revelando su sexo depilado y la brasileña se agachó delante de él. Con denuedo se metió en la boca por completo, el miembro erecto. El hombre la sujetaba a ella los cabellos para que no entorpecieran el desarrollo de la felación.

—De las tres tías que me he follado, solo una me la chupó —dije—. Y te puedo asegurar que con bastantes menos ganas y poniendo bastantes más pegas que esa. Con semejante panorama de tías infollables, no me extraña que la gente se vaya de putas.

Luego fornicaban en diversas posturas. En la segunda, ella lo cabalgó a él poniendo sus manos en el torso del hombre tumbado sobre el colchón y meneando el culo a toda velocidad, como si estuviera bailando samba. La piel de sus nalgas vibraba con cada acometida. Entonces comenté:

—Ojalá encontrara una tía que me follara así —comenté—. Pero la cosa no es fácil.

—Mis ambiciones no llegan tan lejos —dijo Esteban—. Si me deja sobarle las tetas una tía, me sentiré el hombre más afortunado del mundo.

El vídeo terminaba con el tío soltando una dosis de esperma sobre el cuerpo de la mujer, todo un homenaje a la originalidad. El semen formaba un reguero desde la barbilla hasta los huecos de las clavículas de la mujer.

La ceremonia de todos los sábados volvía a repetirse. Tras la contemplación de pornografía para motivarnos durante una hora más o menos, nos encaminábamos a la zona de bares.

La estrategia era la de siempre. Íbamos a un bar de copas, pedíamos una consumición y nos situábamos en un rincón donde nos molestaran lo menos posible los altavoces con su retumbar y su sonoridad lacerante. Se trataba de que los tímpanos sufrieran lo menos posible.

Cerca de nosotros había un par de chicas bailando. De cuando en cuando, intercambiaban cuchicheos entre ellas. Una era rubia oxigenada, de cara ancha, achaparra de cuerpo y estaba bastante pasada de kilos. La otra era castaña, más alta que su compañera y lucía un escote bastante pronunciado. No era agraciada, ni estaba delgada, pero estaba bastante mejor que su amiga.

Tenían pinta de haber ido allí para ligar. No parecían estar celebrando nada, ni creo que estuvieran allí, a las tantas, para escuchar música o porque les divirtiera mucho salir por ahí. Las miradas que lanzaban hacia su entorno y su forma de bailar protocolaria y nada espontánea, así lo indicaban.

A la castaña me la follaría, pero si ella ponía algo de su parte. Uno no es un reptil y está para arrastrarse lo justo. Puestos a que te den calabazas, la humillación es menor si te las da una de las que llaman la atención. Me dije que cabía la posibilidad de intentarlo, pero no pensaba insistir. A la primera negativa, por mi parte se podía ir a freír espárragos. La otra apenas me gustaba y en este caso, ya podía poner ella mucho entusiasmo, porque, en principio, solo podíamos ser amigos.

El predominio masculino era ofensivo. ¿Dónde estaban las mujeres? ¿Todas tenían plan? Supongo que lo de que hay siete mujeres por cada hombre es uno de tantos cuentos chinos que nos endilgan como si fueran verdades universales. Habría que ajusticiar a los que han inventado tantas sandeces destinadas a engrosar el imaginario colectivo.

Mis ojos repararon en una chica que pululaba por mis inmediaciones. Morena, bajita, de pelo liso y corto y sumamente atractiva. Con un culo desarrollado bien marcado en unos vaqueros de tela fina con un desgaste artificial. Andaba un poco renqueante, y tenía los ojos vidriosos. Llevaba una camiseta ajustada que revelaba dos senos medianos. Se me acercó decidida y una vaharada de alcohol invadió mis fosas nasales.

—Tengo una visita.

—¿Quién te visita?

—Viene de visita. Solo un día.

Me agarró del antebrazo con suavidad y me hizo agachar la cabeza para soplarme al oído:

—El que viene para curarme.

—¿Quién te va a curar?

Me miró con dulzura sin decir nada y luego se aproximó a la barra a pedir una nueva consumición. Me sentí desconcertado y no supe qué hacer.

Dicen que los borrachos dicen siempre la verdad. Pero ésta era una borracha peculiar pues no decía más que frases inconexas. Parecía una sonámbula o una loca. Pensé en “folle”, y esto me hizo sonreír. Precisamente habíamos hablado de eso haría pocas horas. Yo las llamaba coincidencias del destino.

A la pareja de amigas no pareció gustarles la intromisión de la chica y se pusieron a nuestro lado, bailando una enfrente de la otra. Vi que Esteban las miraba cada vez con menos disimulo. ¿Por qué demonios los tíos, en pleno siglo XXI, siempre tenemos que dar el primer paso?

Y ahora, tengo que tomar una decisión:

Opción 1. Hay más tíos en el bar y es evidente que estas dos chicas se nos han acercado a nosotros. Y estoy prácticamente seguro de que no van a hacer nada más. No se pierde nada por ponernos a hablar con ellas. Creo que tengo más oportunidades de pillar con esta opción, pero puede que surjan discrepancias con Esteban, porque intuyo que nos gusta más la misma.

Opción 2. Me gusta la morena. Está la que mejor de las tres. Me la echaría hasta de novia. Es atractiva y me he sentido halagado por haberme elegido para contarme cosas. No me hace mucha gracia que esté borracha o vete a saber, porque las conversaciones con alguien que no está cuerdo devienen en monólogos entrecruzados, pero es lo que hay. La vida no la hacen a la carta.

Incluya usted en su comentario, si así lo desea, la opción 1, si quiere que Jaime entable conversación con la pareja de amigas, o la opción 2, si considera mejor que Jaime ataque a la morena. Ustedes son los dueños del destino del protagonista. La opción más votada, será el punto de partida del próximo capítulo. En caso de empate, me decantaré por la opción incluida en el primer comentario. Gracias por leer este texto y no dude en participar. Que tenga un buen día.

Nunca digas de esta agua no beberé

$
0
0

La noticia vino como una cerveza helada después de un día caluroso de trabajo. Justo cuando se me había acabado la prestación por desempleo, había perdido casi todos mis ahorros en preferentes, me había quedado sin casa, de hecho estaba recogiendo mis cosas para largarme de allí. Mi novia se había largado haciendo cierto el dicho “Cuando la miseria entra por la puerta, el amor salta por la ventana”. Justo en ese momento en que la mierda me llegaba al cuello, vino el cartero con una carta certificada a mi nombre. No esperaba ninguna noticia buena a estas alturas y en verdad no lo era en cierta manera:

“Muy señor nuestro:

Lamentamos comunicarle que su tía Dña. Angustias García Fuster falleció el pasado mes, al ser su único heredero, le rogamos se ponga en contacto con nosotros para poder hacer lectura de sus últimas voluntades y testamento.

Atentamente,

D. Fernando Páez de la Sierra”

Mi tía Angustias, la hermana de mi padre, esa que mi abuelo había echado de casa y dejado de hablar por casarse sin su consentimiento con un pastor al que odiaba. Cosas de los pueblos de entonces, el caso que yo era hijo único y había que tener muchos cojones para hacerle frente a mi abuelo, que era un déspota manipulador. Yo tuve la suerte de que muriese siendo yo muy pequeño y pude elegir mi destino, pero mi padre no le quedó más remedio que quedarse con su negocio, mi abuelo era tan egoísta que no quiso que estudiara. Estoy seguro que mi padre se vengó de él vendiéndola a la competencia que más odiaba su progenitor. Como mi viejo era viudo de una mujer no quería, se casó obligado por el mismo de siempre, yo siempre he tenido la duda sobre su paternidad, porque siempre he recordado que dormían en camas separadas. Ahora yo era un hombre hecho y derecho con un buen trabajo en una multinacional, y Papá con un buen dinero en el bolsillo hizo lo que siempre quiso hacer, viajar, pero no como los jubilados españoles, no, mi viejo hizo la ruta de las fulanas, haciendo que se lo fundiera todo en princesas del amor hasta morir en los brazos de una mulata por culpa de una sobredosis de viagra.

Con esta pequeña introducción, quiero decir que estaba más sólo que Marco en el día de la madre, vendí todo lo que pude en una tienda de segunda mano, las joyas de mi familia en un perista. Así que con unos mil euros como fortuna y un depósito lleno de gasolina y un viejo Suzuki; me planté en la notaría de una pequeña ciudad de provincias a menos de tres horas de Madrid.

El notario, muy simpático, me leyó el testamento, mi tía, ¡Me dejaba una finca de doscientas hectáreas con todos los aperos y una cuenta corriente con más de treinta mil euros! Su casa y otra de las cuentas, en cambio, se la había dejado a una tal Pepita Hernández. No me importó mucho. ¡Por fin un golpe de suerte! Firmamos los papeles pertinentes para poder hacerme cargo de todo y tras un par de días de papeleo, me fui a ver mi flamante herencia.

La propiedad lindaba con una pedanía miserable a más no poder donde vivían ni veinte vecinos, además estaba muy abandonada, los aperos y tractores eran buenos pero muy viejos. En cuanto a las tierras, bueno la parte donde estaba la vid estaba hecha una lástima por no haber sido cuidada en un par de años. El resto de los bancales, estaban en barbecho desde hacía un par de años y se podrían recuperar con trabajo. Si conseguía enderezar la finca podría ser muy productiva, además la tierra no era mala y era la oportunidad de tener algo sólo mío.

Volví al pueblo con la idea de buscar un sitio donde dormir, pero era tan pequeño que no había más que una tienda/bar/correos/etc…Así que pedí un bocadillo y que me recomendaran un sitio donde dormir. El dueño del bar me recomendó que me fuera a vivir al pueblo de al lado, pero yo quería algo cerca de momento para no perder tiempo con el trabajo. El hombre lo único que dijo es que esperara un momento, salió y al minuto entró con una mujer más o menos mi edad, unos cuarenta años, muy de pueblo, chándal de táctel, camiseta publicidad, el pelo limpio pero sin arreglar, uñas descuidadas.

- Buenos días soy Lola Sanchez, El señor Argimiro, dice que usted querría alquilar una habitación.

- Efectivamente…pero no puedo gastar mucho, pero le juro que cobrará puntualmente. -Le respondí.

- Bueno, nosotras no cobramos como en Villamagna pero estará más a gusto. ¿Le parece bien si le cobro 200 euros al mes? A cambio, además del alojamiento le daremos tres comidas diarias, y una colada a la semana, no hay lujos pero sí muchas comodidades, estará bien. Si lo desea podemos verlo ahora mientras comemos.

- Gracias…, por cierto mi nombre es Jose Luis García, pero me puede llamar Pepe.

Era una casa típica de pueblo con todos los adornos, fotos de comunión, tapiz de los ciervos y recuerdos y suvenires, pero no había mentido en la limpieza, ni en lo de la comida…uff, ¿Cómo algo tan sencillo como unos huevos fritos con patatas puede estar tan rico?, no me anduve por las ramas, le pagué el mes por adelantado conforme acordamos y me instaló en una habitación grande con un buen armario. Sorprendentemente, la habitación tenía baño propio, además de una mesa con una estantería para mis cosas, después de colocar mis pocas pertenencias.

Me fui a trabajar, había que preparar los aperos para empezar a labrar al día siguiente. Además, todavía no había pensado en lo que podría sembrar, y que me permitiera ingresos lo antes posible. Después de una nueva inspección, lo tuve claro, el producto que vendía desde hacía años, que no necesitaba de cuidados excesivos y además aún estaba a tiempo de sembrar… el “Kenaf”, la hierba milagrosa que produce más biocombustible y un montón de cosas más, no necesita de cuidados y la multinacional para la que trabajaba además te garantizaba la compra si la sembrabas. Así se hizo la hora de volver, más que nada por falta de luz.

A la noche conocí al resto de la familia, Doña Concha era la madre de Loli y fue un shock en toda regla, una mujer unos años mayor que yo guapísima y arregladísima que trabajaba a en un hotel rural cerca del pueblecito. La madre en cuestión, era lo contrario a su hija y presumía de lo que le había regalado la naturaleza, curvas y llevaba unos vaqueros ajustados de los que las mujeres de su edad nunca se ponen, el pelo recogido en una coleta con el pelo castaño y unos ojos color miel que remataban un conjunto impresionante. ¿Quién la hubiese conocido con veinte años menos?, no era Loli, esta era mucho más modosa a la hora de vestir y desde luego iba bastante más desaliñada que la madre. Conocer a mi otra casera hizo que me fijara más en la otra, la verdad es que era guapa, pero es que la madre la eclipsaba en todo momento, más guapa, más simpática, más todo.

La dinámica durante los primeros días fue realmente dura. Yo me iba todos los días a las seis de la mañana al campo y volvía entrada la noche exhausto de labrar, sembrar, quitar hierbas, piedras, hasta que no lo puse todo un poco en orden, sólo dormía cuatro o cinco horas. Era algo terriblemente cansado hasta que día Loli se acercó a la finca a llevarme la comida como todos los días y me dijo:

- Si sigues así te vas a morir de cansancio, ¿por qué no contratas a alguien?

- Porque no tengo dinero Loli, la finca la heredé justo cuando me echaban de mi casa por no tener un duro, la semilla me la han fiado porque soy un ex compañero, pero el gasoil y el resto de cosas las he tenido que pagar al contado.

- Bueno, por lo que veo la teoría la dominas, pero la práctica, mira lo mal que has rematado que está todo, además los surcos los has hecho al revés, de esa manera se va a desmoronar todo cuando …-Respondió Loli

- ¿Y tú como sabes de esto?… -Dije asombrado

- Mi padre era agricultor y de los buenos, me lo enseño todo, yo iba a ayudarle todos los días después del colegio. Murió hace un tiempo. Contrátame lo que más me gusta trabajar la tierra. – Me suplicó.

- Pero no puedo pagarte. – Reclamé.

- Me da igual, cobraré los jornales cuando cobres la cosecha. Además, me necesitas, he visto lo que vas a sembrar y ni de coña llegas, ¿qué me dices?

- ¿Y tu casa, y tu madre que dirá? -Pregunté…

- No dirá nada, mi madre sabe de sobra que esto es lo que me gusta, siendo sólo tres en casa lo puedo hacer si hacemos media jornada sólo. Además me lo debe. -Contestó rabiosa.

- Bueno, si lo tienes tan claro…no seré yo quién te lo niegue. ¡Bienvenida a bordo!

- ¡Gracias!, -Dijo mientras me abrazaba dándome a sentir unas tetas enormes.

- Mañana empezamos.

Loli era una trabajadora incansable y gracias a sus conocimientos, todo empezó a funcionar medianamente bien. Era muy respetuoso con sus opiniones y ella con las mías, hacíamos buen equipo, cogimos muchísima confianza, tanta que un día ella se metía con mi aspecto alegando que iba hecho un guarro y que estaba mejor sin la barba yo me limité a decirle:

- Pues anda que tú, bien podrías copiar a tu madre y cuidar un poco tu imagen.

- Si vieras a mi madre desnuda no tendrías tan algo concepto…-Respondió con mala leche.

- Si claro…mira tú eres más joven que ella y pareces mayor, sólo tienes que arreglarte un poco y serías mucho más atractiva que ella.-Le contesté.

- Si claro…lo dices porque no me has visto desnuda. -Respondió con rabia.

- No te he visto desnuda y te juro que si pudiera quemaría tu colección de chándales horrorosos que tienes, además, ¿Te crees que yo tengo un cuerpo diez?- Dije…

- Seguro que sí y más ahora que estás haciendo un montón de trabajo físico. -En eso llevaba razón había adelgazado más de quince kilos desde que heredé la finca.

- No tanto como el tuyo. -Sabía que cruzaba la línea de no retorno.

- Anda déjate de tonterías y nos ponemos a trabajar que el abono líquido no se va a echar sólo.

La cosa quedó así, hasta que un par de días después, llegó la cascada acontecimientos que me han llevado a esta situación. Loli y yo estábamos llenando de agua y abono líquido una cuba, cuando un reventón de la bomba del agua nos caló hasta los huesos. El problema es que el abono es corrosivo al contacto con la piel, para evitar males mayores, yo me desnudé completamente, ante la mirada estupefacta de Loli, hasta que me di cuenta que estaba ahí parada, poco más o menos que tuve que arrancarle el chándal a tiras mientras la rociaba de agua para eliminar los restos de abono líquido.

No sé si lo habéis visto alguna vez, pero el espectáculo de una mujer desnuda duchándose con una manguera es de lo más sensual. No pude evitarlo…me puse muy burro. Ella era muy atractiva, pero su manía de usar ropa ancha, impedía que pudiera admirar sus curvas. Eso sí, hacía años que la cera no visitaba su cuerpo, la miraba de manera descarada, hasta que se dio cuenta de lo que me pasaba y sonrojado me di la vuelta tapándome la polla como pude.

- Lo siento Lola….no quería. -Le contesté bastante cortado.

- No, si la que lo siente soy yo…pero es que jamás pensé que te pudiera resultar atractiva. En realidad me siento alagada. Ahora vayamos a la nave a ponernos algo seco, eso sí tu primero, quiero deleitarme con tu culo. -Dijo con un desparpajo no visto antes.

- Ok, dije bastante avergonzado.

- La verdad es que tienes un buen culo. -Dijo ella entre risas, mientras caminábamos.- ¿De verdad que me encuentras tan guapa? -Me preguntó más seria, una vez que llegamos a la nave donde guardaba algo de ropa para evitar esto.

- Sí… eres muy guapa y te encuentro deseable. -Le respondí, aun a sabiendas de que podría ser un error de bulto.

- ¿Más aún que mi madre? -Volvió a preguntar.

- Bueno ya te lo dije el otro día, entre tu madre y tú, la única diferencia es que ella va mucho más arreglada. Verte desnuda, me ha abierto los ojos de lo guapa que eres, es sólo que estás muy abandonada.

- ¿En serio? – Preguntó con ojos vidriosos, mientras me abrazaba clavándome las tetas en mi pecho.

No respondí, sólo la besé intensamente mientras la agarraba fuertemente de su culo para levantarla en vilo. Mi sangre había huido del cerebro, dejando únicamente esa reserva que llamamos instinto, sin preámbulos ni nada, la taladré de un golpe. Nos besamos, nos mordimos los labios, cuello, todo mientras la embestía con una rabia inusual en su coño encharcado. Ser tan bestia tiene su inconveniente y es que me corrí enseguida, estaba tan ensimismado conmigo que no reparé en ella ni un momento. Fue un polvo medicinal porque pude descargar una gran cantidad de tensión acumulada por el trabajo, las prisas de llevar a cabo un proyecto sin dinero y la rabia de haber sido abandonado a las primeras de cambio, por la que creía que iba a ser la madre de mis hijos. Hicieron que a la pobre Loli le diera duro, aunque viendo su cara de gusto, debió de gustarle.

Lo peor de follar de esa manera es que luego no tienes un sitio donde relajarte cómodamente con tu pareja. Así que los dos apoyados contra un tractor. Estábamos abrazados, yo ensimismado en mis pensamientos y ella observándome silenciosamente, hasta que levantándome de un salto. Le lance un mono de trabajo y le dije:

- Lávate y Ponte esto…hoy toca un día de descanso.-Le dije mientras le lanzaba un mono de trabajo.

- ¿No has tenido bastante?, ¡Tenemos trabajo! – Me replicó sorprendida.

- No, además como jefe tuyo hoy nos lo tomamos libre los dos, el trabajo está terminado, esa era la última cuba que echábamos, si se queda algún surco sin abonar tampoco pasa nada.

- ¿A dónde me llevas?

- ¡Ya lo verás!, ¡Sube al coche!

- ¡Así!-Dijo escandalizada.

- Sí, así… ¡Sube ya!

Ella estaba entre asustada y extrañada pero me divertía la idea de lo que se me había ocurrido, fuimos a una ciudad que estaba a una hora de buena carretera. Ella se dio cuenta y respiró aliviada, no dejaba de tener la mentalidad provinciana del “qué dirán”. Justo a la entrada a la ciudad había un centro comercial, llamamos un poco la atención sobre todo porque íbamos con los monos llenos de porquería, pero me daba igual, la aventura del centro comercial fue divertidísima, primero para convencer a la gente que nos dejara entrar, luego para convencer a Loli que se dejara aconsejar y finalmente para que se dejara hacer un arreglo completo de peluquería y estética. A mí me dijeron que tendría para tres o cuatro horas así que me fui a dar un paseo y terminar de hacer compras, aun así tuve que esperar un rato. Pero cuando salió con el pelo arreglado de peluquería y con un maquillaje muy ligero. La sensación era como si de una mariposa saliendo del capullo de seda, nada más verme se agarró de mi cuello para decirme:

- ¡Gracias por todo cariño!, jamás había pensado que pudiera ser tan guapa. -mientras me comía a besos.

- ¡Vamos a comer algo! -Le dije…

- Mejor vamos a un hotel, quiero agradecerte lo que has hecho hoy por mí.

- No…hoy quiero presumir de mujer guapa en un buen restaurante.

La comida fue en una estupenda marisquería, langostinos, centollos, cigalas, almejas de carril, ostras y de postre una buena tarta de Santiago, todo bien regado con Albariño “Esencia Diviña”, que hizo las delicias de mi chica. Los hombres la miraban con deseo, había descubierto un diamante y yo quería presumir de ello. Hacía tiempo que no me sentía importante, las cosas se habían enderezado, la cosecha se recogería en un par de meses y salvo cataclismo, me aseguraría la continuación de mi vida profesional, tenía una mujer guapa a mi lado. ¿Qué podría pasar mal?

Miraba a mi chica feliz, pero me sacó de mis pensamientos una frase de ella al oído, “vamos a un hotel que estoy muy cachonda”. Así que pagué y nos registramos en un hotel cercano, tan pronto como cerré la puerta la empujé a la cama y la desnudé completamente, nunca imaginé que se lo depilara entero, con una sonrisa me dijo “la esteticista, me dijo que los orgasmos son mejores”. Yo empeñado en demostrar ese estudio científico, empecé a comerlo, pero no con delicadeza, más bien con gula, avaricia y sobre todo orgullo.

Orgullo por haber sacado del ostracismo a una mujer inmensa en todos los aspectos, era buena, inteligente, follaba como una diosa y encima me estaba agradecido por haberle arrancado sus inseguridades. Por primera vez en mucho tiempo me sentía el “puto amo”. Si en nuestro primer polvo me dejé llevar por una especie de desquite con la vida, esta vez me invadió la lujuria de saber que tenía a una gran mujer a mi lado, bueno más bien debajo. ¿Follamos?…no, hicimos el amor, como las parejas que se aman intensamente, con besos apasionados, embestidas salvajes y corridas retorcidamente copiosas. Perdí la cuenta de las veces que nos corrimos. Quedamos cansados, pero alegres, satisfechos y sobre todo en mi caso agradecido, porque ella era mía, mi creación valiosa, pero al mismo tiempo yo era suyo, su amante al que había dejado que la descubriera y que estaba enamorado de ella hasta las cachas. Ya nada volvería a ser igual. Estábamos abrazados, cuando ella volvió a preguntar:

- ¿Me encuentras atractiva?- volvió a insistir.

- Sí, soy afortunado de tenerte para mí.

- ¿Más que mi madre? – Insistió.

- Mira, tu madre tiene un polvo gordo, pero no me gusta, ¿me la follaría?…sí, pero sería sólo eso, sexo. Al final no podría ser, tengo una edad en la que he hecho el cabra bastante y lo que busco es alguien cómo tú. Ahora me toca…cuando te conocí pensé que eres muy modosita, pero en la cama te mueves como una diosa.

- No eres el primero, he tenido algún novio, pero a follar me enseñó mi mami.-Dijo con cara de susto.

- ¿En serio? -Pregunté con los ojos como platos.

- Sí, mi madre me dijo cuando cumplí los dieciséis años que era lo suficiente mayor para aprender a follar, de esta manera los tendría satisfechos y comiendo de mi mano. Mi madre me desvirgó. Me enseñó todo, creo que de esa manera ella acrecentaba su poder sobre mí y así tenerme apartado de los hombres. Mi madre es egoísta, no quiere que ningún hombre se interponga, pero la quiero con locura y no pienso separarme de ella.

- Tenemos un problema entonces. Podemos seguir viéndonos a escondidas, largarle un rollo a tu madre sobre la cosecha y rezar para que se lo crea. O bien coger el toro por los cuernos y tratar de torearlo lo mejor posible. ¿Qué piensas? -Le pregunté

- Creo que va a ser mejor lo segundo…pero que sepas que mi madre es muy distinta a lo que te crees. -Dijo ella.

- Bueno, tú déjame hacer que verás como en una semana tengo a tu madre comiendo de mi mano. -Le dije a Loli en un alarde de chulería, pero en verdad es que no tenía ni la más remota idea de lo que iba hacer.

- Con mi madre será mejor que abras la mente, es muy distinta a todas las mujeres que hayas conocido. -Dijo ella mientras agarraba mi pepino.

Llegamos al pueblo, no sin antes haber echado un par de polvazos más en la ducha del hotel, con tan mala suerte que Concha nos esperaba en la puerta de casa, su cara de mala hostia lo decía todo, cuando nos bajamos del coche ella, le dijo a Loli que se fuera a su dormitorio, orden que obedeció sin rechistar. A mí, en cambio, me condujo al salón de la casa donde, me espetó un seco. -Recoja sus cosas, acaba de dejar de ser nuestro huésped.- Su mira fría bien podría haber helado un horno siderúrgico. Pero yo estaba decidido a luchar por Loli, por lo que sin mirarle, le dije:

- No pienso irme, el acuerdo lo firmé con su hija y he pagado dos meses más por adelantado, además piense que es mejor que me acueste con su hija aquí a que me la lleve al pueblo de al lado. Quiero que esto funcione, con o sin usted.-He de decir que era la primera vez en mi vida que le echaba un par de huevos a la vida.

- ¡Mi hija no se irá de mi lado, eso te lo digo! -Respondió hecha una furia.

- ¡Ni yo lo pretendo!, sólo quiero hacer las cosas bien, aunque haya empezado mal, pero muchas veces las cosas salen solas de por sí. -Le respondí mi futura suegra con un convencimiento a prueba de bombas.

- Entiendo, Pepe…Está bien, mi hija ya es mayor…te hemos conocido durante este tiempo y no eres mala gente, más bien lo contrario. Pero es mi hija y no pienso dejar que se marche con el primero que vaya. Y en tu caso pienso que has encontrado mano de obra sin coste. -Esto último lo dijo muy alto para que la escuchara Loli.

- Es usted una manipuladora de primera división…acéptelo, si no me veré obligado a llevarme a su hija de su lado y no es lo que quiero, se lo aseguro-Dije mientras me iba a mi cuarto para cambiarme e irme a currar al campo, a ver si se me pasaba la mala hostia.

Estuve todo el día sin bajarme del tractor pensando todo el rato en lo que podíamos hacer para solucionar el entuerto, al final el hambre y el cansancio me pudieron, así que decidí volver. Cuando llegué a la casa…llamé a Loli, estaba decidido, alquilaría una casa en el pueblo y nos iríamos allí a vivir, por lo menos hasta que su madre cediese. Quise entrar en casa pero estaba cerrada por dentro, no quería tener otra discusión con Concha, así que, decidí entrar siendo lo más posible. Sabía que podía pasar por el patio escalando por la reja de la ventana. Una vez dentro, la puerta del patio estaba abierta y pude acceder a la casa. Escuchaba ruidos…más bien gemidos así que lentamente llegue hasta la habitación de Concha que era donde se escuchaban. Estaba entornada, pude ver algo que me dejó ojiplático, ¡estaban follando! una estaba a cuatro patas, mientras que su madre la estaba taladrando con un strap-on mientras la tenía agarrada del pelo. Pensando que era mi Loli la que estaba siendo follada, no me pude reprimir y ciego por la ira, fui por detrás para quitársela de encima. La folladora cayó de espaldas y con cara de sorpresa, aunque os aseguro que ni la mitad de grande que la mía cuando vi que era Loli la folladora. La poca luz me había jugado una mala pasada.

Loli se levantó con el artilugio puesto entre sus piernas, mientras que su madre, asustada por lo repentino, se tapó con la sábana. Mi cara de confusión hizo que mi chica me abrazara con dulzura y me llevara a sentarme en la cama junto a su madre, mientras ella se quitaba el arnés y se ponía un camisón encima, me miro dijo:

- Creo que te debemos una explicación. -Me dijo mientras se sentaba a nuestro lado.

- Bueno, siento haberte pegado, pero pensé que tu madre te estaba haciendo daño. Siento mucho…-Dije llorando debido a la tensión del momento.

- Mamá, vamos a decirle la verdad, creo que se lo merece…-Dijo Loli.

- Sabes que nunca ha salido bien, no hemos conocido a un hombre que acepte estas cosas. -Dijo mi suegra.

- ¿Aceptar el qué? …-Pregunté.

- Mamá, es un buen hombre, lo he conocido durante estos dos últimos meses, te garantizo que no pasará nada. ¿Verdad, Pepe? -Dijo Loli.

- Claro cariño, aunque lo de tener relaciones con tu madre ya lo sabía -Contesté.

- Sí, pero esto no…-Dijo Concha mientras se puso de pie.

Como ya os dije, la madre, tenía un cuerpo diez, buenas tetas y buen culo para una mujer de casi cincuenta años, todo eso acompañado de una cara preciosa y que venía rematada por unos ojos muy bonitos. También es cierto que aunque vestía sencilla, lo hacía con mucho estilo y siempre la había visto muy arreglada. Siempre maquillada aunque viniera de trabajar. La afirmación de que es una mujer de bandera sería cierta, salvo por un “detalle” no tan pequeño que salió a la luz en cuanto se puso de pie y dejó caer la sábana y que evidenciaba otra cosa, Concha no era la madre de Loli, sino más bien su padre.

Era guapa, muy guapa, pero tenía una polla tan grande como la mía, aunque os juro que no dejaba de ser deseable por ello. Imaginarme a mi chica con el arnés dando por culo a mi suegra/o, tendremos que discutir esos términos, a un travestí de los de quitar el hipo. Joder, me sentí marear, si sumamos que sólo había bebido agua durante el día, le pedí a las chicas que se pusieran algo encima y que me contaran todo mientras cenábamos, como personas civilizadas. Yo, mientras, me di una ducha para poder pensar en lo que había visto con más calma. Tenía ante mí la decisión más grande de mi vida, había conocido a una buena mujer, honrada, trabajadora, que me quiere y que sabe asumir su rol de pareja sin querer imponer su criterio a toda costa, que convenza no que venza y esa era mi chica, me lo había demostrado con creces, además confiaba en mí y folla como una diosa. Sólo me repetía a mí mismo «Es lo que siempre he deseado de una mujer».

Es difícil de saber cuánto tiempo estuve en la ducha, pero no lo es menos, que cuando salí ellas estaban vestidas. Habían cortado algo de queso, patés y embutidos. Yo me senté, abrí una botella de vino tinto y les serví, la tensión se podía cortar, ellas me miraban de reojo, mientras untaba el pan y comía. Me lo estaba pasando bien, el ver a dos mujeres así, pero no podía alargar más la agonía…Iba a romper el silencio cuando Conchi se adelantó:

- Bueno, di algo…

- ¿Qué quieres que diga?, ayer estaba enamorado de una mujer pueblerina que tras un proceso de transformación resulta que es una diosa del amor. Contento con mi elección, mi amor, mi vida…me dice que tú la follas, puedo entenderlo desde la perspectiva de que no hay hombres en el pueblo y os consoláis mutuamente, vale…Aun me queda algo que su madre no tiene, pero resulta que no, que su “madre” también tiene…¡Eso es jugar con ventaja, porque además tienes tetas! Entiéndeme que soy de la capital, pero desde la perspectiva masculina no es normal…

- Es cierto, no es normal, -dijo Concha; Pero estarás conmigo que es hermoso. Loli y yo no somos familia en línea directa, ella era la hija de mi hermana, a la que quería mucho…pero ella y su marido murieron en un accidente de tráfico. Yo, por aquél entonces ya había empezado el tratamiento hormonal y estaba a punto de ponerme las tetas. De la noche a la mañana me encontré con una nena de cinco años, que había que explicarle que su “tía” meaba de pie…-Concha hizo una pausa para sollozar.

- Tranquila, le dije, no tienes que recordar esa etapa…-Le dije conmovido, mientras le cogía de la mano.

- Hacía tiempo que no recordaba esto, perdona…pero es importante que lo sepas, yo quería seguir con mi idea, pero no podía dejarla sola en un centro de acogida, sería traicionar a mi hermana que fue la única que me apoyó con la decisión de convertirme en mujer. Así que, me esperé un par de años, mientras trabajaba como bróker de bolsa. Cuando Lola cumplió los catorce años, le expliqué lo que iba hacer, para ello necesitaba de su ayuda y comprensión…una vez operada, conocí a Blas el amor de mi vida…

- El que le enseñó todo lo que sabe sobre agricultura a Loli…-Dije mientras le servía una copa de vino.

- Sí, Blas tenía tierras por esta zona, lo conocí en una cena de su primo, que era un buen amigo mío. Blas era gay, pero también era un hombre muy de pueblo, nos enamoramos…al final quería a Lola como a una hija y a mí como a su mujer, era la cuadratura del círculo, una familia sin dar el cante. Fuimos muy felices, hasta hace un par de años que el pobre murió. Yo me retiré de la bolsa cuando vine a vivir al pueblo. Vivimos de mi trabajo en el hotel rural y de que Loli hace traducciones desde casa para una editorial de temática gay de otro amigo. -Dijo mientras paraba para dar un trago.

- Vale, entiendo lo del padre, pero sigo sin ver que tiene que ver lo de tener relaciones entre vosotras.-Dije antes de dar un largo sorbo de vino.

- Esto te lo cuento yo. -Dijo mi chica; Mis padres, eran sexualmente muy activos, sobre todo cuando estuve estudiando fuera, como te dije, Blas me enseño todo lo que sé sobre el campo que era lo que más me gustaba, pero estudiar agrónomo me obligaba a irme fuera y yo era feliz en el campo que era lo que más me gustaba. Mi vida era sencilla y feliz, cuando me conociste hacia sólo dos años que había muerto Blas y yo todavía lo sufría, era el segundo padre que perdía en mi vida, por eso iba tan mal arreglada, tú me hiciste recordar lo feliz que soy en el campo. Mi infancia fue muy feliz, pero me hacía mayor y una mujer como yo tiene necesidades, un día mi madre me pilló masturbándome mientras leía una novela erótica que tenían mis padres, el caso es que me mojé y comencé a masturbarme. Mi madre me escuchó…y me vio espatarrada haciéndome una paja.

- Eso nos ha pasado a todos. – La interrumpí…

- Ya, pero estoy segura que a ti te castigó, a mí en cambio, me pidió que siguiera y me dejó tranquila. Después de un tiempo, le pedí a mi madre un favor…que te puedes imaginar cual era. Ella se negó, alegando que no podía ser, pero yo tenía un as en la manga, los diarios de mi madre. Concha me los regaló cuando cumplí los dieciocho. En ellos mi madre cuenta cómo ella desvirgó a Concha. Cómo ella lo folló, para evitar que se fuera de putas, con la idea de que si era cariñosa con ella quizá no tendría dudas. Yo le pedí el favor, es más se lo exigí, le llegué a amenazar con contarlo por ahí. Concha accedió, el resto ya lo has visto, yo la follo, ella me folla, las dos felices. Blas el pobre se murió sin saber de nuestro vicio. Pero he de reconocer que aunque he estado con algún hombre más, tú eres el único que me lo sabido hacer. -Dijo Loli justo antes de echarse a llorar.

Por primera vez en mucho tiempo, no supe que decir. Nos quedamos los tres mirándonos en silencio, nos lo habíamos dicho todo. Por lo que lo único que me quedaba era hacer lo que tenía que hacer, no dejar perder a una mujer tan especial, ¿y qué si se folla a su madre travelo?; Ellas son buena gente y eso es lo importante. Me han cuidado y acogido como uno más en su casa. Apuré mi copa de vino…eché una mirada a las dos mujeres que tenía delante. «En verdad que son dos hembras hermosas» pensé para mí. Les brindé una mano para que se levantaran de la mesa, agarrando a cada una de la mano, las traje hacia mí para poder morderles la boca.

Fin.

Perra, puta y zorra en el extranjero II

$
0
0

Por fin comenzó el trabajo en el DF, las jornadas me alejaron del mail y de las citas clandestinas. En la oficina, algunos mexicanos buscaron seducirme, decidí que no era el momento, faltaba mucho para mi regreso, solo me llamó la atención un uruguayo, todo un veterano, tenía algo más de cincuenta años, vivía en la colonia Roma, su trato fue respetuoso pero coqueto, sin sobrepasarse te estaba diciendo me gustas, te deseo.

Por el día jueves, llevaba cuatro días asistiendo a la oficina, coincidimos para almorzar, me invito, fue un gentil hombre, quedamos de tomar unas cervezas en la noche. Acordamos no salir juntos, me recogería en el hotel y de allí partiríamos a un lugar cerca de su casa.

Fuimos a su casa, en el camino cambiamos de planes, vivía en un cuarto piso, un apartamento super cómodo, entapetado, los zapatos había que dejarlos en la entrada.

Me ofreció un coctel con tequila, puso música, conversamos, después me insistió que bailáramos, todo en el más completo respeto. Danzando nuestros cuerpos se encontraron, su cadera y su masculinidad rozaron mi vientre, el pubis, las nalgas, nos besamos tenuemente, un beso, otro beso, su lengua, mi lengua, sus manos tocando mi trasero, mi panocha, mis tetas. Mis manos tocando su miembro, su espalda, sus nalgas.

Mi vestido y prendas íntimas fueron cayendo a las alfombras, sus labios se besaban indistintamente mis tetas, mi cuello, mis oídos, la espalda. Sencillamente me arrechaba.

Lo desnude, su verga me decepcionó un poco, era de buen tamaño pero delgada, no se la chupe, deje que me la sobara al ritmo de la música.

El cayo de rodillas y me olio toda, olio mi sexo, mis nalgas, me olió el culo; después me chupo y me dio lengua en la chocha y en el ano, además jugo con sus dedos. La ligera humedad se convirtió en un lago, que aumentaba y aumentaba con cada lengüetazo, con cado dedo, con cada lamida.

Estaba que le pedía que me la enterrara, pero se concentró en mi ano. Me chupo el culo, le dio lengua y lo empezó a penetrar con sus dedos, uno, dos, y pronto llego el tercero. El primer orgasmo anal llegó, grite y me estremecí, sus caricias me embriagaban de placer.

“tienes un culo lindo, un culito que me voy a comer”, sus palabras me encendieron la arrechera, vi como se puso el condón, me puso en cuatro sobre el mueble y me la metió directo por el ano. Disfrute de ea enterrada, me clavo como un maestro, sentí la molestia inicial de su glande abriéndome, ese dolorcito placentero, una vez dentro me la fue enterrando con suavidad y lentitud, el placer de mi culo abriéndose ante el embate de esa verga era delicioso. La sentí hasta el tope, los primeros bombeos fueron suaves, cuando percibió que mi culo se acomodaba a su polla incremento su ritmo, después me toco el chocho y las tetas, el segundo orgasmo llegaba, él me tomo del pelo, me dijo colombiana puta, y me la clavo fuerte, grite y me corrí. No se boto, se sentó sirvió vino, me invito a bailar, fumamos cannabis y jugueteamos de nuevo.

Bailando quede de espaldas, alabo mi culo y me puso a mamar, una vez erecta se colocó el condón y me la clavo por delante, estaba en cuatro sobre la alfombra, mi coño devoraba literalmente esa verga, mientras él me metía de nuevo los dedos en el culo, falanges que reemplazo por su verga, empecé a recibir un pollazo por delante y otro por detrás, me corrí nuevamente, él cambio su forma de penetración y se concentró en mi ano, hasta que sentí que me llenaba de leche.

Seguimos bailando, tomando vino y fumando, me preguntó si tenía otros amantes el Df, sonreí, me pido que la próxima vez lo llamara y le avisara, que iba a estar con otro hombre, que dejara que se corriera en mis tetas, en el cuello, en el abdomen en todo mi cuerpo, que no me bañara y que lo fuera a visitar. El pedido me pareció extraño pero me comprometí a cumplirlo.

El resto de la semana fue normal en la ofis, aproveche para masturbarme por cam, y el viernes acepte salir con un tipo, le dijo al uruguayo que estuviese pendiente que lo llamaría o le pondría un mensaje, me indico donde a que hotel debía ir y donde me recogería una vez terminara mi cita. Hable por celular con el nuevo amante, le dije que no tenía mucho tiempo, que nos viéramos en tal sitio, que quería platicar con él y conocerlo.

Nos encontramos, conversamos, me tome una cerveza, fue directo al punto, le respondí directo, le dije que estaba arrecha y con ganas de verga, eso lo enloqueció, quería que le mostrara las tetas en el lugar donde estábamos, que le mostrara la vagina. Quería meterme mano, me negué de dientes para afuera, vamos a tal sitio, está cerca, acepto, en el carro le mostré lo que quería ver y le toque su polla, le pedí que me la metiera de una.

Llegamos y me desnudo, casi me arranca la ropa, me metió los dedos y me sintió húmeda, se bajó el pantalón y me mostro su verga, estaba rica, me fue a clavar pero lo para me puse el condón y me la deslizo. Me clavo fuerte y comenzó un rosario de vulgaridades, que no bajaban de puta, de zorra, lo anime con mis palabras, soy tu puta, tu zorra quiero la leche en mis tetas, no aguanto sentí que se iba a venir, le quite el condón, se la chupe dos o tres veces y se botó en mis pechos, la ordeñe y esparcí su leche por todo lado, pensaba en el uruguayo y en manjar que quería.

Mi mexicano quería conversar y conocerme, le dije que quería verga, que tenía una polla rica y se la mame, lo calenté expresándole mi admiración por el tamaño, por lo gruesa, por lo cabezona, se arrecho y lo cabalgue, me puse en cuatro, de lado, boca abajo, me dio sin piedad, me repitió hasta el cansancio que era una puta, una zorra, y se corrió en mi vientre, de nuevo esparcí la leche por mi cuerpo. El deseo de estar con el uruguayo me aceleró, le dije que tenía que llegar a casa por mi novio.

Se fue a bañar y le mande el mensaje al uruguayo, salimos en su carro y el tipo me puso a mamar, se la mame rico, con ganas, con fuerza, lo desleche de nuevo quede untada de leche en la cara y en el cuello, me baje del auto y minutos después el sudamericano me recogía.

Me pido que lo contara, comencé por la mamada, me olio la boca, el cuello, me beso, me lamio, estaba arrecho. Llegamos a su apartamento, siguió con su lametazos, me quito la ropa y me olio toda, me escupió las tetas, el cuello, el vientre y me paso la lengua.

Toque su verga y estaba súper erecto, mucho mas con mis detalles, cada pormenor lo excitaba más, cuando le exprese que le había reservado el culo, me puso boca abajo y me lo lamio, escupió, me metió lo dedos, me trato de perra.

El uruguayo estaba desesperado, caliente, con su verga muy dura, sentí un poco mas de dolor cuando me empezó a penetrar por el culo, me la enterró y me empezó a bombear con fuerza, mientras me expresara que era una rica perra, una puta rica.

Su palabras, sus vergazos, la escena de comerse, de lamer la leche de otro macho me tenían loca, me corrí, él se arrecho más, me clavo más duro, me dio nalgadas, estaba extasiada de la enculada.

“perra te saque la mierda”, me gustaron sus palabras, sus dedos se acercaron a mi nariz, sentí el olor de mis excrementos, no sentí asco, le pedí que me la acabara de sacar, me tomo del pelo y me penetro con fuerza, me golpeo, grite, me corri y seguí recibiendo hasta que me lleno de lecho. Quede en silencio, extasiada, el a mi lado. Después e quito el condón y su semen cayo en mi pelo, en mi boca, me lamio, se lo bebió y tomamos vino.

Esa noche dormí con él, en la mañana me despido con otra enculada, Sali de ese apartamento con dolor pero llena de placer.

Caromar1985@hotmail.com

Conociendo a Pedro

$
0
0

Se animó a visitar el centro de masajes que su amiga le había recomendado. Aquella visita fue de lo más provechosa para la mujer…

Every single day, I got a heartache comin’ my way

I don’t wanna say goodbye

baby but look at the tears in my eye.

I don’t wanna say goodbye

Mama but look at the way you made me cry

every way that’s nice

you show you’ve got a heart that’s made of ice

and I know.

Fire and water must have made you their daughter

you’ve got what it takes, to make a poor man’s heart break

a poor man’s heart break.

Baby you turn me on

but as quick as a flash your love is gone.

Baby I’m gonna leave you now

but I’m gonna try to make you grieve somehow.

Fire and water must have made you their daughter

you’ve got what it takes, to make a poor man’s heart break

a poor man’s heart break

and my heart is breakin’ too…

Fire and water, FREE

Pregunta por Pedro -fueron las únicas palabras que Clara le dirigió tras sacar una tarjeta con un número de teléfono de su pequeña bolsa.

No pudo preguntar nada viéndola bajarse de la cinta para coger la toalla y ponerla alrededor del cuello y los hombros. Le echó una mirada sonriente antes de darle la espalda y encaminar sus pasos hacia el vestuario. No tardaría en seguirla pues en apenas diez minutos acababa su ejercicio diario.

Divorciada y cuarentona como ella, se conocían desde dos años antes cuando había entrado al gimnasio al que iba. Ya saben, el típico gimnasio en el que quemar el mucho estrés acumulado durante el día. Muchos meses atrás habían coincidido en uno de los ejercicios y desde entonces mantenían una estrecha amistad pues varias eran las veces que habían salido a tomar algo, al cine o incluso a mover el esqueleto. También habían podido disfrutar de alguna que otra aventura nocturna con algún desconocido que les había salido al paso.

Estuvo un rato más hasta notar la máquina moverse lentamente marcando el final del ejercicio. Se bajó de la cinta, tomando la toalla para secar el sudor del rostro. Echando un vistazo al reloj de pulsera vio que marcaba las ocho y media así que recogiendo sus cosas se dirigió al vestuario como había hecho la otra. Volvió a secarse la frente y el rostro mientras cruzaba el largo pasillo que llevaba al vestuario femenino. Por el camino se cruzó con alguna que otra amiga con la que solían coincidir en horarios. Dos besos y unas palabras, para enseguida despedirse con ciertas prisas pues no quería hacer tarde para la cena. Sola en casa y ya sin hijos de que ocuparse, le gustaba mantener su rutina metódica sin escapar mucho de ella.

Entró al vestuario en el momento en que Clara abandonaba la ducha con su melena morena y lacia mojada y la toalla cubriéndole el cuerpo. Se la quitó quedando completamente desnuda ante ella. No era la primera vez que la veía así, era norma habitual entre ellas mostrarse a la otra sin reparo alguno. Sentada en el banco, la vio coger sus ropas de la taquilla para disponerse a vestir. Rocío seguía secándose el sudor que le cubría el rostro y los brazos. Había sido una provechosa sesión la de aquella hora y media, media hora de abdominales, media de bicicleta y otra media en la cinta. Se dispuso a deshacerse de las mallas y las zapatillas. Deseaba una ducha de agua caliente que la relajara del esfuerzo llevado a cabo.

Mañana, vendré a primera hora de la mañana. Tengo dos días libres y aprovecharé para hacer cosas y ver a mis hijos.

¿Dos días libres? Ummm, qué suerte tienen algunas.

Sí, me deben días en el trabajo y aproveché para pedirlos. Ya sabes, ventajas de ser funcionario.

A mí me los dan con cuentagotas –exclamó la morena poniéndose el tejano después de haberlo hecho con el fino jersey de punto que ya le conocía.

Mientras su amiga se vestía, ella hizo el camino contrario desvistiéndose con rapidez y urgencia. Pronto quedó tan desnuda como Clara lo había estado instantes antes. A esa hora había pocas mujeres en el vestuario, apenas tres o cuatro más.

Nena, quien tuviera tus pechos a tu edad –dijo fijando la vista en ellos.

La verdad, a sus casi cincuenta años se mantenían todavía en un estado más que aceptable. Al menos mucho más tersos y duros que los de muchas mujeres de su edad. La misma Clara los tenía más pequeños y en peor estado pese a los seis años que se llevaban. Y de ahí su comentario.

Pese a sentirse halagada, no hizo tampoco mucho caso. La conocía bien y aquellos comentarios eran habituales entre ellas. Algún escarceo habían tenido, no mucha cosa pero sí lo suficiente para saber de su deseo por ella. Clara era tímida pero decidida al mismo tiempo, sabía lo que quería y se lo hizo saber una noche en que se encontraban en su casa. Se ducharon juntas, acariciándose y reconociéndose los cuerpos abundantes y maduros. Las caricias llevaron a algo más, besándose sin casi darse cuenta de lo que hacían. A Rocío le gustó sentir los labios sobre los suyos y las manos acariciándole llenas de espuma. Salió de su casa y estuvo toda la noche pensando en ello. Habían pasado tres meses y desde entonces no había sucedido nada.

Con algún que otro amigo iba ya bien servida, nada serio de todos modos. Desde su divorcio no quería nada a lo que atarse, solo encuentros ocasionales con los que saciar la necesidad de hombre. Luis, su compañero de trabajo siempre estaba dispuesto a un buen revolcón. Trece años más joven que ella le daba lo que necesitaba sin pedir nada a cambio, solo un rato de sexo y diversión.

Bueno cari, ya estoy lista –anunció Clara ya calzada y arreglándose el pelo con las manos.

¿Tienes la tarjeta que te di antes? –preguntó de pie junto a ella.

La tengo sí.

No dejes de ir. Y pregunta por Pedro.

¿Quién es?

Ya lo verás. Tú pregunta solo por él, da los mejores masajes de la ciudad no te digo nada más –respondió con una sonrisa enigmática y los ojos brillándole de un modo especial.

Guardó la tarjeta en el bolso sin mucho interés y, tras dejarla sola, se metió en una de las duchas. Se duchó con calma, gozando del calor del agua corriendo sobre su piel cansada. Tenía dos días para ella sola, sin preocupaciones laborales y sin que sus hijos la necesitaran para nada. Rocío acabó en casa, viendo una película insulsa tras haber cenado y pronto marchó a dormir, quedando rápidamente traspuesta entre las sábanas.

El segundo de sus días libres decidió hacer caso a su amiga y visitar el centro que le había recomendado. Estuvo dudando en hacerlo pero se sentía con alguna molestia y pensó que un buen masaje sería su salvación. Tras volver del gimnasio, tomó el móvil y marcó el número que aparecía en aquella sosa tarjeta en la que solo se veía el nombre y la dirección del centro.

Hola buenos días, llamo de parte de una amiga para pedir cita para un masaje.

Perfecto, ¿a qué hora le va bien pasar? –escuchó la voz joven de mujer preguntar al otro lado de la línea.

Ummm, había pensado en esta tarde. ¿sobre las seis va bien?

Sí, sí claro… a esa hora tenemos un hueco libre. Deme sus datos y le tomo nota.

Tras dar los datos y quedar en la hora, colgó no sin antes decirle que deseaba estar con Pedro tal como su amiga le había recomendado. Escuchó algo parecido a una risilla nerviosa, contestándole seguidamente que no había problema en ello y que aquella era una magnífica elección.

El tiempo de espera se le echó encima con rapidez. Liada por casa, no tardó en ver la hora de marchar. Apenas una hora para la visita concertada, se vistió de sport con unos leggings negros y elásticos, blusa, jersey gris y largo por encima para disimular las cartucheras y unos mocasines planos con los que ir cómoda. Cubriéndose con una chaqueta fina de piel y agarrando el bolso y las llaves de casa, no tuvo que esperar mucho la llegada de un taxi.

El camino se hizo corto, era una dirección en la zona alta de la ciudad. Una zona tranquila y a la que llegaron sin mayor contratiempo. Por el camino el taxista, un hombre como de sesenta años, la hizo sentir molesta con sus continuas miradas a través del retrovisor. Una ya no era una niña pero al parecer resultaba mínimamente interesante para aquel tipo medio calvo y de sonrisa apacible. Al fin llegaron, apeándose del taxi tras haber pagado a aquel besugo sin darle propina por supuesto.

El centro era un local de planta baja y de fachada moderna que a Rocío le causó buena impresión al menos desde fuera. Amplios ventanales con los estores echados pues a aquella hora daba el sol todavía con fuerza. Le abrieron, entrando en un amplio hall de paredes verdosas al fondo del cual se encontraba una joven muchacha como de veintipocos años. La muchacha que le había tomado nota por teléfono –pensó al acercarse con paso seguro.

Buenas tardes, tengo cita para un masaje.

Hola buenas. Deme sus datos, por favor – le pidió con una sonrisa amable la joven de cortos cabellos pelirrojos.

Tras dárselos, enseguida apareció en la pantalla del ordenador la cita programada durante la mañana.

Ok perfecto, aquí está. ¿Pidió masaje con Pedro, verdad?

Si es posible, lo prefiero. Una amiga me lo recomendó…

Ummm, ¿una amiga suya? ¿Cuál es su nombre?

Al responder el nombre de Clara, la joven volvió a sonreír con una sonrisa de oreja a oreja. Un cuadro sin demasiado gusto colgaba tras la butaca en la que se encontraba sentada. Echándole una mirada más interesada, resultó ser un paisaje montañoso y que no supo muy bien qué pintaba allí.

Sí, sé de quien habla, suele venir de vez en cuando por aquí. Es una de las mejores clientas de Pedro…

Rocío no dijo nada, revisando la estancia como si quisiera hacerse al lugar. Dos nuevos cuadros, igual de horrorosos que el otro, la hicieron desistir en su examen. Centrándose de nuevo en su interlocutora, la vio teclear de forma rauda y eficiente. Tras abrirle ficha en el ordenador como nueva clienta, la hizo seguirla por un largo pasillo con diversas puertas a los lados. Frente a ella, reparó en el contoneo coqueto al andar de la muchacha. Era alta y estilizada, unos veintiocho años le echaba tras haber hablado con ella. De pelo corto y revuelto, vestía un elegante conjunto de chaqueta y falda en color negro que complementaba con zapatos negros de medio tacón cuyo sonido marcaba los pasos por encima del suelo de parquet. La falda por encima de la rodilla, dejaba ver la parte baja de las piernas cubiertas por unas finas medias.

Alcanzaron una puerta que la joven abrió con la llave que había tomado del cajón del escritorio. Pasaron al interior, hallándose con un cuarto alargado y de paredes en rosa chillón, destacando gracias a la luz que entraba por el ventanal que daba a la calle. La muchacha tiró de la cuerda para entornar del todo los estores, quedando así la habitación más oscura e íntima.

Bienvenida, siéntase en su casa y cualquier cosa que necesite me tiene a su disposición. En el armario tiene toallas de sobra y también perchas para la ropa. Desnúdese y dese una ducha si lo desea… Pedro no tardará en venir –comentó guiñándole el ojo de forma cómplice, antes de despedirse y cerrar la puerta dejándola sola.

Rocío se encontró entre aquellas cuatro paredes, volviendo a revisar todo de arriba abajo. La habitación poco tenía para ver. Tan solo un armario empotrado, dos sillas, la camilla para el masaje y una percha de pie a un lado. Un ficus de buen tamaño descansaba en uno de los rincones dando así alegría y verdor al cuarto.

Una vez reconocida la habitación, se empezó a desnudar con calma y parsimonia. Quería disfrutar de ese momento, lejos del estrés del día a día. Había dejado cosas pendientes en el trabajo pero ya se encargaría Laura de que todo fuese bien. Ahora solo quería relajarse y gozar de un buen masaje. Sentía los músculos contraídos por el cansancio y el estrés diario, unas buenas manos serían el mejor bálsamo sobre todo para su espalda algo dolorida.

Tras deshacerse de la chaqueta que la tapaba, se descalzó dejando los zapatos en uno de los estantes del armario. Luego desaparecieron los leggings, quedando al aire las piernas de muslos prietos y rollizos, y por último el jersey y la blusa con lo que se vio cubierta tan solo con el conjunto de sujetador y braguita en débil tono salmón. Se miró en el espejo que colgaba de la pared viéndose hermosa en su madurez. La edad no suponía para ella una molestia como en otras mujeres, sabía llevar el paso de los años de la mejor manera posible.

Soltó el cierre del sujetador, saltando los pechos hacia abajo aunque no mucho. Como le había dicho su amiga eran aún bonitos y firmes, de pezones oscuros y grandes que volvían locos a los hombres. Entre las manos los amasó suavemente, manteniéndolos elevados en un gesto de vanidad femenina. Llevó las manos sobre la barriga y las caderas, allí donde se concentraba la grasa que todas las féminas tanto temen. Las subió por los costados de nuevo hacia los senos. A través de la luna del espejo, echó una breve mirada a los muslos con celulitis.

De todos modos y considerando su edad, Rocío era una mujer aún apetecible y bella, con la belleza propia que dan los años bien llevados. Resultaba atractiva con sus facciones de marcada simetría. Con alguna que otra arruga, aunque pocas cubriéndole el rostro, guardaba la tersura y suavidad de una piel bien cuidada y heredada de su madre la cual la había dejado hacía un tiempo como consecuencia de una larga y dolorosa enfermedad.

Una vez se hubo quitado la braga, recogió la corta melena con un coletero y hecho esto se dirigió a la ducha anexa. Estuvo probando el agua antes de entrar, buscando la mezcla necesaria para un buen baño tibio. Al fin se introdujo en la pequeña ducha, dejando que el agua empezara a humedecer su cuerpo. La sensación resultaba de lo más agradable, notando el líquido elemento caer por los brazos y las manos, entre los pechos y el vientre; las piernas también recibieron el necesario tratamiento doblando la madura mujer primero una pierna y luego la otra para así esparcir la espuma por ambos muslos. Pasó la mano enjabonándose el cuerpo de forma lenta. Disfrutaba la caricia gracias al agua caliente primero, con la que relajar los músculos y liberar la tensión del día a día. Luego el contraste del agua fría para favorecer la circulación sanguínea. Poco a poco notó relajarse los músculos cansados.

Escapó del cubículo agarrando el gran toallón que había dejado en el colgador junto a la ducha. Ya seca, encaminó los pasos hacia la camilla en la que se tumbó boca abajo esperando la llegada del masajista. Música suave de jazz envolvía el cuarto gracias al hilo musical que alguien había encendido. Le encantaba ese tipo de música, de manera que la elección no había podido ser más acertada. Desnuda y fresca, se encontraba ahora mucho más a gusto que cuando llegó.

No habían pasado dos minutos cuando escuchó el sonido de unos nudillos sobre la puerta. Era su masajista pidiendo permiso para entrar, a lo que accedió dando paso en voz alta y bien audible. El hombre ingresó a la habitación saludando a la mujer de forma cortés y atenta. Rocío elevó mínimamente el torso, girando la cabeza para devolverle el saludo. Una sorpresa inesperada le supuso la visión de su nuevo acompañante.

Pedro era un hombre como de treinta y tantos años, de piel completamente negra y brillante. Un negro como de 1,90, que para nuestra querida protagonista era mucho más de lo que podía esperar. Al menos era seguro que no esperaba algo así. Envuelto en un largo albornoz color azul verdoso, no era especialmente atractivo aunque sí interesante con aquella sonrisa encantadora y fresca cubriéndole la cara en todo momento. Los dientes blancos y bien cuidados destacaban en el oscuro de su piel así como el blanco de los ojos, negros negrísimos por lo demás. Tras saludarla, se encaminó a la percha donde colgó el albornoz mostrando su anatomía musculosa y fornida, de complexión corpulenta y atlética. De espaldas a ella, Rocío pudo apreciar brevemente la espalda fuerte y ancha, para bajar rauda la vista hacia la zona trasera cubierta por aquel pantalón beige corto y ceñido a su figura más que generosa. Fue un breve momento pero lo suficiente para que la mujer sintiera un latigazo correrle todo el cuerpo.

La madura mujer no pudo menos que morderse el labio con la imagen espléndida del que iba a ser su masajista. Ahora agradecía enormemente la recomendación que Clara le había hecho. La verdad que no estaba nada mal pero tumbándose completamente en la camilla no quiso pensar más en ello.

¿Rocío verdad? –preguntó mientras preparaba lo necesario para el masaje.

Sí, así es… ¿tú eres Pedro no?

Lo soy, sí señora. Y dígame, ¿alguien le recomendó nuestros servicios o fue por iniciativa propia que nos conoció?

Al responder que venía de parte de Clara, el hombre exclamó preguntando por su amiga y diciendo que hacía un tiempo que no les visitaba. La música hacía la estancia plácida y atrayente. La mujer se dejó llevar por las notas débiles del piano manteniendo un ritmo repetitivo y machacón. El apuesto treintañero, volvió junto a ella proporcionándole una pequeña almohada en la que reclinar suavemente la cabeza. Rocío giró la cabeza quedando la mirada a un lado. Cerró los ojos esperando la labor del hombre.

Pedro tapó convenientemente el trasero femenino con una pequeña toalla, no sin antes echarle un vistazo al cuerpo desnudo de su clienta. Las formas de la mujer le parecieron atractivas y sensuales, con sus curvas bien marcadas y sus kilos de más. Una cuarentona madura a la que relajar de la tensión diaria –pensó mientras agarraba el frasco de aceite. Varias eran las mujeres de esa edad que requerían los servicios del centro. Mujeres casadas, divorciadas, separadas y solteras, maduras como aquella y otras más jóvenes, ejecutivas agresivas o simples dependientas de boutique o de cualquier otro tipo de negocio. La gente se sorprendería al saber el número de hembras que echan mano de este servicio, no exclusivo únicamente para hombres. La imagen de aquellas piernas gruesas y macizas hizo que el eficiente masajista notara un pequeño estremecimiento entre las piernas. Tirando del tapón abrió finalmente el bote.

El moreno comenzó echando una buena cantidad de aceite a lo largo de la espalda femenina, provocando en ella un grito de sorpresa.

¡Está frío! –exclamó al notar el líquido correrle por la espalda.

Tranquila, pronto pasará –dijo él con voz serena.

Dio inicio al masaje llevando las manos al cuello y los hombros, moviéndolas de forma decidida y experta. Rocío emitió un tímido gemido demostrando el efecto que aquel roce le causaba. Necesitaba aquello, unas manos que la trabajaran dándole el descanso que reclamaba. El masaje continuó lentamente por la espalda para de nuevo volver al cuello apretando los músculos con fuerza. Las manos se abrieron a los lados, esparciendo el aceite a lo largo de los hombros. Una vez más hacia abajo, pasando los dedos por el hueco de la espalda lo que sirvió de agradable bálsamo para la mujer que gimió nuevamente disfrutando la caricia. Pedro buscó los costados repartiendo el segundo chorreón de aceite. Presionaba los dedos con energía para conseguir el alivio de la madura hembra. Rocío notó la circulación activársele, una sensación de calor le corría por la espalda. Con las manos bien llenas de aceite continuó el masaje restregando con la misma fuerza los músculos contraídos. Las manos resbalaban arriba y abajo, en círculos y de forma suave haciendo el contacto de lo más agradable. Nuevamente gimió débilmente, ya completamente abandonada a aquellas manos maravillosas.

¿Qué tal se encuentra? ¿Siente alivio?

Sí, me siento bien… continúa, por favor.

Relájese señora –la voz del hombre era un simple susurro en sus oídos.

Boca abajo, con los ojos cerrados y la boca mínimamente entreabierta, Pedro la observaba mientras seguía con su trabajo. Ciertamente resultaba bella, apetecible para cualquier hombre que se la encontrara. Poco a poco, la cabeza del moreno empezó a cavilar. Escudado en la tranquilidad de la mujer, las miradas se hicieron más insistentes por encima de las piernas y el resto del cuerpo. Bajando a una de las piernas, esparció el líquido oleoso moviendo la mano por toda ella hasta dejarla humedecida y brillante. Haciéndola doblar la pierna, tomó el diminuto pie para acariciarlo de forma lenta y sutil. Trabajó a conciencia cada una de las partes del pie, tomándose su tiempo, masajeándolo con movimientos tan pronto suaves como más firmes, apretándolo con los dedos. No había prisa alguna, deseaba que la mujer disfrutase sus caricias y para ello el masaje debía ser lo más delicado posible.

Uuuuuummmm, qué bien lo haces. Qué a gusto me encuentro –indicó en voz baja y apenas susurrando.

Aquello marchaba así que se entregó con mayor vigor al masaje. Vio los labios de la mujer temblorosos bajo el roce de sus manos, evidentemente lo estaba disfrutando. Siguió frotando los pequeños dedillos de uñas pintadas de un oscuro tono rojizo, lubricándolos uno a uno entre el placer que Rocío recibía.

Bien muchacho, lo haces realmente bien. ¿Hace mucho que te dedicas a esto?

Unos tres años –respondió él sin dejar un segundo su frenética tarea. En el centro llevo unos dos años.

Eres bueno sí… sigue así vamos…

Continuó un rato más masajeando la totalidad del pie viendo que aquello agradaba a la madura. El empeine, el talón y el tobillo notaron sus caricias de una suavidad extrema. Dejando el pie a un lado, las manos subieron por la pierna hasta alcanzar el gemelo que trabajó con interés al sentirlo rígido y tenso. Necesitaba de sus cuidados y eso hizo, apretándolo una y otra vez hasta conseguir domarlo de su dureza. Una vez hecho y pasando de largo, llegó al muslo que tanto le atraía. Con evidentes rasgos de celulitis, resultaba sin embargo de lo más interesante para Pedro. Presionando con los pulgares, estuvo acariciando las mollas sin descanso, entretenido en aquello que tanto le gustaba. Las manos sobre el muslo, la mujer tumbada ante él suspiraba y gemía con cada caricia que le daba. Realmente aquel masaje estaba valiendo la pena, iba a volver a casa de lo más relajada y con las pilas cargadas para el trabajo.

Cogiendo más aceite, las manos se deslizaron ágilmente gracias a la acción lubricante. Arriba y abajo, las manos se movían con descaro y facilidad obteniendo de la mujer la mejor de las respuestas. Aún no había abierto los ojos desde el inicio del masaje, tan distendida se hallaba. Pedro tuvo cuidado de no sobrepasar la toalla que cubría el trasero de su hermosa clienta. Le hubiera gustado chuparlo y lamerlo. Todo llegaría a su debido tiempo –pensó para sí mientras continuaba masajeando el poderoso muslo. Mientras, Rocío notó una sacudida correrle el cuerpo, confiada como estaba a aquellas manos que sentía por encima, llenándolo de caricias y lentos masajes.

Continúa con la otra pierna, ¿quieres? –exclamó en un hilillo de voz. Cada vez su voz se hacía más débil y callada.

Obediente, el muchacho se colocó al otro lado de la camilla tras haber llenado una vez más las manos de aceite. Repitiendo el mismo ritual, la totalidad de la pierna, el pie y el muslo disfrutaron de aquellas masculinas y encantadoras manos, acariciándola con suavidad infinita. Especialmente, a la mujer le gustaron las caricias en el pie descubriendo una extraña excitación con cada roce entre sus dedillos. El hombre también empezaba a sentirse excitado, el deseo se instalaba en él sin poder poner freno a ello. Aquella mujer le ponía, muchas eran las mujeres a las que había hecho gozar pero con Rocío y pese a haberla conocido apenas unos minutos antes, era algo distinto. Sin embargo, debía mantenerse profesional en todo momento. No podía perder de vista la posición de cada uno, si no era ella quien lo reclamaba Pedro debía mantenerse lejos de cualquier acción que le delatara. Entre las piernas una respuesta inconfundible empezaba a producirse…

Buscando olvidar aquello, se entregó a la furiosa tarea de frotar y frotar la espalda desde el cuello hasta los riñones, cubriendo la piel femenina que apreciaba cálida y tersa. Ella pedía mayor atención por su parte, suspirando largamente y sin poder evitar mostrar su deleite. Resbalando por toda la espalda, los dedos recorrieron la columna vertebral para acabar en la cintura. Era aquella una de las zonas sensibles del bello cuerpo de la mujer que respondió emitiendo ahora sí un gemido prolongado que al hombre le hizo estremecer. Insistió dos o tres veces más, pasando por la misma zona y consiguiendo igual respuesta por parte de ella.

¿Le gusta eso? –preguntó también él en voz baja.

Me encanta sí… es fantástico.

Pedro sonrió viendo el éxito obtenido. Había que ser paciente, cada vez la cosa parecía ir mejor. Las manos corrían por los costados, teniendo buen cuidado en no alcanzar los pechos que tanto deseaba probar. Le costaba horrores no hacerlo pero confiaba que la espera valiese la pena. El roce aumentaba a cada segundo que pasaba, haciéndose más profundo e intenso hasta arrancarle a la mujer un gemido placentero. Rocío notó un cosquilleo agradable entre las piernas. ¿Se estaba calentando? –pensó sintiéndose alterada con las manos estupendas de aquel moreno.

Al hombre no le pasó desapercibido ese nerviosismo creciente que ella mostraba. Era imposible de ocultar y la pobre Rocío no pensaba en otra cosa que el momento cercano de tener que volverse. Ahí le iba a resultar aún mucho más difícil todo. Había estado con algún que otro hombre y también con mujeres pero con aquel chico todo era diferente. No sabía si era deseo o solo una simple atracción, quizá aquellas manos que tan bien sabían trabajarla.

¡Dios, qué a gusto me siento muchacho! ¡Es tan relajante! –tuvo que reconocer abriendo los ojos al levantar tímidamente la cabeza.

Las miradas se cruzaron tras mucho rato, los ojos grandes y hermosos de la hembra con los oscuros y muy negros del hombre. Ninguno de los dos dijo nada, solo se miraron un breve instante para volver a caer ella sobre la camilla lanzando un sonoro suspiro. Acarició la desnuda espalda, masajeando los hombros para bajar después por la misma hasta alcanzar el final. Rocío deseaba que siguiera, que avanzara mucho más hasta hacerse con su redondo trasero. Pero él no lo hizo subiendo nuevamente para notar la piel erizarse bajo sus dedos.

Estaba bien seguro que lo deseaba tanto como él, la mirada de la mujer no engañaba. Las conocía demasiado bien y sabía cuándo estaban listas y preparadas para todo. Sin embargo también sabía que cuánto más la hiciera esperar, más perra estaría y más deseosa de sus cuidados. Aquella madurita era hermosa y de carnes duras y llenas, tal como a Pedro le gustaban. Le gustaban las mujeres curvilíneas y con algo de chicha, con cuerpos que tuvieran donde coger, fuertes y agradables al tacto como aquel lo era.

Cambiando su interés atrapó una de las piernas, acariciándola y pasando la mano con deseo creciente. El bulto que descansaba bajo el corto y ceñido pantalón era ya imposible de ocultar. Por suerte, la guapa clienta se encontraba con la cabeza echada al otro lado, ajena por completo a la excitación del muchacho. Echando la toalla a un lado, aparecieron ante él las redondas montañas femeninas. Quedó unos instantes observando el fascinante trasero que se le ofrecía a la vista. ¡Fascinante, verdaderamente fascinante! –pensó teniéndose que llevar una de las manos a la entrepierna para buscar algo de alivio. Dejando caer una gran cantidad de líquido se dedicó a llevarla por una y otra nalga, moviendo las manos con dedicación y energía extremas. Ella gimió creyendo morir con aquello, aquellas expertas manos la estaban volviendo loca con cada uno de los roces que le daba. El hombre estuvo largo rato repitiendo la misma operación, rozando los dedos por encima de la humedad de sus cachetes. Rocío sintió la excitación correrle entre las piernas, se notaba cachonda y mojada con el lento ir y venir de aquellas suaves manos por encima de su culo. El trabajo sobre el mismo continuó, disfrutando el muchacho de aquel par de nalgas que a cualquier hombre harían vibrar. Las llenó de aceite, extendiéndolo por toda la zona para lubricarlas por entero. Las manos resbalaban con facilidad entre aquellas gruesas montañas. Los débiles gemidos femeninos fueron ganando en intensidad con cada apretón que él le propinaba. Era imposible no responder a semejantes estímulos sobre su piel.

¿Qué tal se encuentra? –escuchó la voz del moreno sacándola del ensimismamiento en que se encontraba.

De maravilla… ¿dónde aprendiste a hacerlo así? –notó la voz temblarle.

Secreto profesional –respondió él haciéndola sonreír con su respuesta.

Bueno esto ya está. ¿Quiere volverse por favor? –pidió con la amabilidad que le caracterizaba.

Tomando más crema, comenzó apretando los hombros y el cuello femenino haciendo fuerza con los dedos y las palmas de las manos. De ahí descendió al bonito y abundante pecho de la mujer. Eran un par de pechos de gran tamaño, agradables al tacto y suntuosos que tuvieron la virtud de conseguir una respuesta positiva por parte del chico. Se excitó Rocío con rapidez al sentir las fuertes pero delicadas manos del muchacho por encima de sus senos. Del mismo modo se excitó Pedro acariciando con cuidado aquellas montañas de piel firme y tersa. Una respuesta se creó entre sus piernas que no pasó desapercibida ahora para ella. Observó que le excitaba y aquello la hizo humedecerse mínimamente los labios aprovechando que él no la miraba.

Sí, así muy bien… sigue me gusta…

Abandonando los pechos con gran dolor por parte de ambos, el hombre bajó a la barriga haciendo aquella caricia bien erótica para ella. La masajeaba muy suavemente, estirando las manos hacia los costados para luego retroceder al mismo punto de partida. La mirada se le iba sobre los pechos de grandes y oscuros pezones. Deseaba chuparlos y morderlos, lo deseaba como ninguna otra cosa… La madura de carnes voluptuosas deseaba algo más pero se mantenía inmóvil, gozando el contacto de las manos sobre su piel. La vagina aparecía mojada y lubricada, ansiando un cálido encuentro que nunca llegaba. Era imposible que no se diera cuenta de cómo estaba.

Los dedos aceitosos volvieron sobre los senos rozándolos con desparpajo. El contacto con los pezones hizo que estos se elevaran y endurecieran obligando a Rocío a sollozar como una bendita. La tenía loca, la tenía loca… ¿cuándo iba a ir más allá? Él bajó a los muslos, acariciándolos lentamente por encima y por la parte interna para descender seguidamente piernas abajo. Abiertas tímidamente las piernas, Pedro podía ver el pubis cubierto de pelo bien recortado que la mujer presentaba. No era un coño poblado pero sí lo suficiente como para hacerlo bonito. Siguió acariciando los muslos esta vez con mayor entusiasmo. Entusiasmo que no pasó desapercibido para ella, emitiendo un claro gemido de satisfacción. Se encontraba empapada en jugos, pensó que era el momento de atacar…


La bibliotecaria modosita

$
0
0

Llevaba ya un par de meses intentando encontrar un compañero de piso que se amoldara a mis necesidades cuando la conocí. Trabajaba en la biblioteca municipal del barrio de mis abuelos y, si bien nos habíamos cruzado un par de veces, nunca habíamos intercambiado ni un triste saludo. Su mirada se posaba unos segundos en lo que ella consideraría mi extravagante indumentaria, para después apartarla bruscamente, como si fuera consciente de que su descarado escrutinio había sido descubierto y de que aquella malsana curiosidad fuera del todo indecorosa.

No era una mujer llamativa. Los hombres no se daban la vuelta para contemplar, al pasar, su esbelta espalda, ni el voluptuoso vaivén de sus sensuales caderas. Era más bien una muchacha recatada y clásica a la hora de vestir, si bien podía adivinarse un cierto toque de elegancia en la elección del calzado, de tonos cálidos y tacones imposibles. Porque sin duda sufría un severo complejo de inferioridad, que su corta estatura no hacía sino acentuar. El corte de pelo masculino quitaba cierta feminidad a su rostro, si bien sus rizos enmarañados le dotaban de un cierto aire travieso e infantil que quedaba reafirmado por aquella tierna mirada color chocolate.

La noche en que nos presentaron oficialmente no estaba pasando por mi mejor momento. Con el dinero de las actuaciones apenas me alcanzaba para pagar el alquiler del cuchitril donde me había visto obligado a refugiarme después de que mi padre me echara de casa. No estaba dispuesto a seguir teniendo a un guitarrista melenudo y vago, que se había dejado la carrera unos meses atrás sin tan siquiera habérselo consultado, viviendo bajo su mismo techo. Necesitaba desesperadamente un compañero de piso con el que compartir gastos si no quería acabar viviendo debajo de un puente, o muerto por una avanzada desnutrición.

Desde que mi padre me dio la patada, había compartido techo con varios de mis excompañeros de clase, pero la cosa no había cuajado. Había algunos que se negaban a pagar; otros que no aguantaban la música tan alta a horas intempestivas; y algunos otros que simplemente no veían con buenos ojos que me tirara a sus novias cuando llevaba unas cuantas copas de más. El bajista de mi banda, sin embargo, se acercó aquella noche con la muchacha descrita anteriormente cogida del brazo, y nos presentó. Según decía, era una compañera suya de la facultad – ambos estudiaban historia – que estaba buscando piso porque no soportaba por más tiempo la situación en casa de sus padres. De nuevo, parecía incapaz de sostenerme la mirada por más de cinco segundos. La mía se clavó en sus labios, gruesos y carnosos como fresas maduras. Imaginé las maravillas que esos labios podrían obrar en mi polla y sufrí una erección instantánea. Sin poder remediarlo, mi atención se centró entonces en sus tetas, pequeñas y blanditas, que podían entreverse a través de su escote en forma de pico. La boca se me hizo agua. Mi temperatura corporal subió al menos diez grados. ¿Cómo era posible que me hubieran entrado tan de repente aquellas terribles ganas de follar?

La chica seguía sin pronunciar palabra y aquello me excitaba aún más. Sin hacerle más preguntas ni a ella ni a mi amigo le dije que la habitación era suya, y que podía trasladarse al piso al día siguiente si quería. La muchacha, cuyo nombre más tarde averigüé era Helena, pareció un poco confundida al principio, pero como estaba desesperada – quién sabe hasta qué punto – por salir de casa de sus padres, aceptó de buen grado. Así pues, quedamos en mi piso al día siguiente, donde arreglaríamos todas las cuestiones del pago del alquiler y la división de tareas. Aunque en este caso en particular, no me habría importado que la nueva inquilina me pagara en carne, y que sus tareas domésticas se limitaran a abrirse de piernas y dejar que la taladrara día y noche con mi verga.

Los primeros meses de convivencia fueron una tortura para mis nervios. Cada vez que mi nueva inquilina se metía en la ducha yo me escabullía en su habitación y rebuscaba entre su ropa sucia para poder oler sus braguitas. Algunas veces me las guardaba y me masturbaba con ellas, llenándolas con mi semen, de la misma forma que quería llenar con mi leche el coño de su dueña. Pero sin duda, lo peor era cuando esa pequeña putita se ponía a gemir por las noches, mientras se masturbaba como una gata en celo, en la habitación de al lado. A veces me preguntaba si no lo hacía a propósito. Si acaso no sabría que me moría de ganas por follármela y aquello la divirtiera de algún modo enfermizo. A la mañana siguiente, la muy zorra se quedaba mirándome, con aquella sonrisa de niña buena de convento que nunca ha roto un plato, mientras que yo tenía en la entrepierna una barra de hierro candente.

La tortura, sin embargo, no duró mucho. Una noche después de cenar, decidimos poner la tele porque no teníamos nada mejor que hacer. Helena comenzó a hacer zapping para ver si encontraba algún programa mínimamente aceptable y fue a dar con un canal porno. En la película se veía como una rubia maciza con enormes tetas de silicona estaba ensartada en el falo de un negro musculado y con un pollazo de dimensiones descomunales.

Helena se quedó con la vista clavada en aquella enorme verga y en el bamboleo de las tetas de la actriz. Durante un par de segundos se vio incapaz de articular palabra, hasta que finalmente fijó su atención en mí.

“Será mejor que cambie de canal”, se apresuró a decir. Yo asentí con la cabeza, apretando los puños sobre las rodillas, tratando de contenerme y de disimular en la medida de lo posible la estaca que presionaba contra la tela de mis vaqueros. Helena puso uno de esos programas del corazón que tanto gustan a mi abuela y se recostó bruscamente contra el respaldo del sofá. La tela de su vestido se alzó levemente, pero lo suficiente para que pudiera vislumbrar sus braguitas blancas de monja. Aquello fue la gota que colmó el vaso. No sin cierto aire vacilante, alcé una mano en su dirección y la dejé caer sobre su muslo desnudo, para después iniciar un suave movimiento ascendente. Helena dejó escapar un murmullo asustado de entre sus labios, pero aquello no me detuvo. Seguí avanzando hasta que mis dedos acariciaron los labios de su coñito a través de la fina tela de sus bragas.

“Tobias, ¿qué estás hacieeendo?”, musitó, las palabras saliendo a trompicones de sus labios, impregnadas de un oscuro placer que aún se negaba a reconocer. “Eeesto nooo estááá ¡bieeeeeen!”

Introduje el dedo índice por debajo de su ropa interior y comencé a acariciarle el clítoris en círculos, primero despacio, y luego dotando a mis dedos con un ritmo infernal. Helena empezó a gemir como una posesa, pidiéndome más, pero yo no estaba dispuesto a dejar que se corriera sin haber recibido antes algo a cambio. Aparté la mano de su coñito peludo y me deshice de los pantalones vaqueros. Helena comenzó a protestar como una niñita a la que le han quitado su caramelo, pero ella no sabía que estaba a punto de recibir su piruleta…

Me bajé los calzoncillos y puse mi verga frente a su boca. En su rostro se dibujó una mueca contrariada, como si aquello no fuera con ella, pero mi postura firme y su curiosidad innata acabaron por darle los ánimos que necesitaba para meterse mi pollón en la boca. Se notaba por sus movimientos bruscos y torpes que no había hecho una mamada en su vida, pero aun así no tarde en correrme – tan desesperado estaba –, llenando su boquita de leche calentita.

La muy puta se relamió, y llevó su mano derecha al interior de su conchita, donde empezó a darse placer como la zorra que era. Sus gemidos se dejaban oír por toda la casa, y temí que despertara a los vecinos. Tras unos minutos de reposo, me coloqué de pie frente a ella, listo de nuevo para la batalla. Alcé sus piernas en posición vertical y apoyé sus pies en mis hombros. Sus ojos vidriosos estaban deseando que la penetrara, y yo también. Comencé a acariciar su clítoris con mi glande haciendo que se retorciera de placer. Sin poder aguantar por más tiempo la penetré de una sola envestida, arrancando de su garganta un grito, al límite entre el placer y el dolor.

“¡Fóllame, hijo de puta! ¡Haz que me corra! ¡Quiero toda tu lechita dentro de mi coño! ¡Aaaaah aaaaah! ¡Qué guuuuuuuuuusto! ¡Aaaaah! ¡Soy tu puta! ¡Soy tu puuuta! ¡Oooooooh, qué bieeeeen!”

“¡Puta, puta, puta de mierda, toma polla!”, no dejaba de decirle. “¡Córrete para mí, zorra! ¡Oooooh, estoy en el cielo!”

No tardamos mucho en corrernos. Por fin, la fantasía que había torturado mis sueños durante tantas noches se hacía realidad. Por fin conseguía follarme a esa monjita pudorosa y enseñarle lo que era la leche de un buen macho. Desde esa noche follamos siempre que podemos, a pesar de que ella parece haber encontrado un novio estable…

Contra cuatro chicos ¿bisexuales?

$
0
0

Ir a nadar es algo que disfruto en exceso. Aunque soy moreno me agrada asolearme vistiendo sólo un pequeño traje de baño. Y claro, también me gusta deleitarme la vista mirando cuerpos bronceaditos apenas cubiertos por algún bikini.

En cierta ocasión, acudí a un balneario en el estado de Morelos para descansar durante un fin de semana. Como era mi costumbre iba temprano para disfrutar un rato de la piscina para mi solo ya que conforme avanzaba el día se iba saturando. Al llegar, un poco sorprendido vi que una pareja se me había adelantado y ocupaba uno de los camastros en la zona que más me gustaba. Siendo pocas las personas que ya estábamos ahí no quise ocupar uno de los camastros más cercanos para no incomodarlos. Sin embargo, ellos notaron cual era mi intención y la señora me sonrió diciendo – Esta es la mejor zona, verdad.

- Sí, cuando el sol está más fuerte los árboles dan sombra y está muy cerca la piscina – le respondí y aproveché para acercarme a uno de los camastros más cercanos a ellos.

Acomodé mis cosas y me lancé a la piscina para nadar un poco. El agua estaba fresca y cristalina. Algo que me agradaba de ese lugar es que el agua no estaba estancada y era realmente clara y cristalina. Al estar nadando alcancé a percatarme como la pareja se colocaba el bronceador. Él se había quitado el traje de baño tipo short que usaba y se había quedado en un traje de baño sumamente pequeño, incluso más pequeño que el mío y que lo hacía lucir sumamente atlético. Ella se quitó el pareo que traía puesto y mi sorpresa fue mayor. La parte inferior de su bikini se perdía entre sus nalgas redondas y bien paraditas, usaba una tanga y lucía impresionante que al agacharse casi podían distinguirse los bordes de su culito.

Seguí nadando para evitar tener malos pensamientos que ya comenzaban a reflejarse en mi entrepierna, pero casi enseguida la pareja se metió a la piscina y comenzaron a nadar como si compitieran él contra ella a manera de juego. Yo, muy cerca, comencé a tratar de nadar a su ritmo, pero era evidente que eran buenos nadadores y me superaban con facilidad, sobretodo él. De cuando en cuando hacían alguna pausa en alguna de las orillas para brindarse besos y caricias, algunas sumamente atrevidas bajo el agua y de las que me pude percatar cuando me acercaba a ellos por debajo del agua, era evidente que les gustaba el sexo y no les importaba mucho que los vieran.

Poco a poco fue llegando más gente, al mediodía nadar era algo complicado, así que Yo aproveché para descansar leyendo tendido en el camastro. De cuando en cuando levantaba la mirada para seguir algún trasero digno de admiración, algunas tetas bamboleantes y uno que otro paquete que se llegaba a mostrar al frente de algún traje de baño. Sin embargo debo admitir que cada que podía le echaba una mirada a la parejita, ella me agradaba bastante pero él hacía volar mi imaginación. Aunque él ya se había puesto nuevamente su short, lucía sumamente atractivo y la imagen en mi mente de él sin el short hacía que mi pene respingara dentro de mi bañador.

De pronto él se levantó y le dijo a su pareja que necesitaba ir al baño. Ella siguió tendida boca abajo sin hacer mayor caso. Él me miró y me guiñó el ojo, o al menos eso me había parecido. Lo seguí con la mirada y él volteó un par de veces hacia donde estábamos. La duda me asaltó. ¿Sería posible? Pero la razón me hizo volver a la lectura evitando que mi imaginación se desbordara. Al poco rato regresó y volvió a quitarse el short para meterse a nadar un poco. Nuevamente me deleité la pupila mirando aquel cuerpo apenas cubierto por ese diminuto bikini. Me parecía que el paquete que se formaba al frente era un poco más notorio. Entonces ella se volteó para pedirme que me acercara y Yo, dudando un poco, dejé a un lado mi libro para acercarme y ella me sonrió solicitando – ¿Me puedes ayudar a ponerme un poco de bronceador en la espalda? – y enseguida se acostó boca abajo. Sólo asentí y comencé a untarle el bronceador en los hombros y la espalda. Su piel era suave y firme, me fascinaba recorrerla una y otra vez pero sin sobrepasar el límite que marcaba la parte inferior del bikini. Sin embargo, ella me solicitó – Por favor, podrías ponerme un poco en las piernas también – y las separó ligeramente como para darme acceso incluso a la parte interna de sus muslos. Nuevamente la duda me asaltó y antes de comenzar a aplicar el bronceador busqué a su pareja, quien seguía nadando sin la menor preocupación. Comencé a aplicarle el bronceador en los tobillos, después en las pantorrillas, en los muslos y, finalmente, decidí arriesgarme a ponerle bronceador en las nalgas. ¡Qué nalgas! Realmente era agradable sentir esas nalguitas firmes en mis manos mientras le aplicaba el bronceador, más que aplicar bronceador comencé a masajearlas presionando ocasionalmente su culito por encima de la tanga, creo que esa sensación me hizo perder la noción de la realidad y no me di cuenta que a mi lado ya estaba su pareja, hasta que oí su voz varonil diciendo – Si quieres Yo puedo seguirle.

Sólo asentí y sonriendo dejé que Él continuara. Entonces decidí meterme nuevamente a la piscina para bajar la notoria erección que me había provocado aquella escultural mujer. Me zambullí, pero la cantidad de gente que había hacía que fuera difícil nadar en línea recta. Di varias vueltas intentando evitar el contacto con los demás bañistas. Estaba a punto de salir y, cuando me aproximé a la orilla, sentí que alguien chocaba contra mi y me sujetaba por la cintura.

- ¡Oh, perdón! – se disculpó una voz a mi espalda que reconocí de inmediato.

- No te preocupes – le sonreí a ese hombre.

Era él. A pesar de que se había disculpado, no había retirado sus manos de mi cintura.

- Es que ya hay mucha gente y no se puede nadar bien – me explicó sin retirar sus manos e hizo un movimiento audaz, bajó un poco la mano derecha y la posó sobre mi trasero.

- Cierto, por eso me gusta venir tempranito – le respondí y al sentir que su mano no sólo se había posado en mis nalgas, sino que ya me las acariciaba ligeramente.

- Sí, a mi esposa y a mi también nos gusta venir a esa hora… ¿Eres de aquí? – me interrogó.

- No, soy de la ciudad de México pero me gusta disfrutar del clima de la zona – le respondí y como él no cesaba su caricia decidí corresponderle rozando con una mano su paquetote bajo el agua.

- Sí, siempre soleado… allá arriba puedes tenderte sobre el césped y asolearte sin el bullicio de la gente… deberías ir – me sugirió señalando una pequeña colina al fondo del balneario donde se veía todo verde y bien podado.

- Creo que lo haré – le dije dándole un apretón descarado al bulto que se sentía enorme y atravesé a nado la piscina.

Cogí mi toalla y mi libro para dirigirme hacia el sitio que me había señalado aquel hombre. Estaba un poco más lejos de lo que imaginaba pero era cierto lo que había dicho: el bullicio de la gente había desaparecido. Me tendí sobre el césped boca abajo para leer mientras esperaba que llegara aquel chavo.

- Seguiste mi consejo, ¿eh? – dijo una voz conocida detrás de mi.

- Sí, me pareció que era una buena elección, muchas veces he venido pero nunca había subido hasta acá – le respondí echándole una mirada de arriba abajo.

Se veía realmente varonil y muy sexy en ese traje de baño.

- Ven, hay un lugarcito que es nuestro favorito – me dijo guiándome hacia un pequeño hundimiento en la colina rodeado de arbustos y algunos árboles.

- ¡Qué tranquilidad! – exclamé al llegar a ese lugarcito.

- Sí, aquí casi nadie viene… a mi esposa le gusta venir aquí porque se puede coger rico, al aire libre y nadie se da cuenta – me dijo mientras se paraba frente a mi y me sujetaba por la cintura para apretarme contra su cuerpo.

- ¿Y no crees que ella vaya a venir? – le pregunté pasando mis brazos alrededor de su cuello.

- No, ella sabe que vine a buscarte, aunque quizás se esconda por ahí para mirarnos, me dijo que te pusiste un poco nervioso cuando le pusiste el bronceador – me dijo con naturalidad mientras iba metiendo sus manos bajo mi bikini para masajear mis nalgas.

- Sí, la verdad es que es una mujer muy atractiva… Por cierto, ¿sabe que también te van los chicos? – le pregunté con curiosidad.

- Claro… lo sabe… mmm… Tienes las nalguitas ricas – me respondió y me quitó la toalla para extenderla sobre el césped.

- Creo que deberíamos quitarnos esto – sugirió él mientras se despojaba del traje de baño quedando completamente desnudo y yo lo imité.

Se tendió boca arriba sobre la toalla y me ofreció su hermoso y vigoroso pene. Al arrodillarme él me jaló para acomodarme sobre él y formar un “69” donde Yo le mamaba la verga y él se ocupaba de mi culito con sus dedos y su lengua. Me hacía estremecer cada vez que mi culito era acariciado. Su verga me parecía deliciosa. Era cabezona y ligeramente curveada. No debía medir más de veinte centímetros pero era más grande que la mía.

- ¿Estás listo? – me preguntó.

Yo me giré y quedando a horcajadas sobre él comencé a sentarme en aquel duro miembro. Sentía como mi culito cedía ante la presión de aquel enorme glande que poco a poco avanzaba en mis entrañas.

- Ah… la tienes enorme… mmmm – gemí al sentirla toda dentro de mi.

Entonces comencé a menear mi trasero y a darle apretones con mis nalguitas. Él me sujetaba por la cintura e impulsaba su cadera hacia arriba buscando penetrarme un poco más. Yo estaba bien ensartado cuando él con gran habilidad se giró y sin sacarme la verga me colocó mirando hacia el cielo azul y abriendo al máximo mis piernas comenzó a cogerme vigorosamente. El ritmo de las embestidas se fue incrementando poco a poco mientras nos íbamos acoplando hasta que llegó un momento en el que mis piernas estaban sobre sus hombros, nuestras lenguas se enroscaban y su verga taladraba mi culito a un ritmo acelerado.

Cuando más excitados estábamos giré mi cabeza hacia un lado y alcancé a ver detrás de los arbustos unas siluetas. Volví a besarlo y comencé a gemir un poco más. Me excitaba la idea de ser visto por alguien más, sobretodo si existía la posibilidad de que fuera la esposa de ese semental. Aquel hombre me estaba cogiendo rico y ambos estábamos disfrutando al máximo. Le mordisqueé la oreja y le susurré que teníamos público. Él me miró, sonrió y me hizo que me colocara “en cuatro” y arrodillándose detrás de mi comenzó a comerme el culo mientras Yo les hice una seña a los que estaban escondidos en los arbustos para que se acercaran. Al principio se sorprendieron y trataron de esconderse. Pero volví a hacerles la seña para que salieran de su escondite.

- Ah… mira, tenemos público – le dije a mi enculador quien sólo sonrió y sin importarle la presencia de aquellos visitantes inesperados me separó las nalgas y me ensartó nuevamente en esa posición.

Eran tres adolescentes que lucían de manera notoria tremendos bultos al frente de sus trajes de baño. Uno de ellos usaba un traje de baño tipo bikini y se podía apreciar con claridad el perfil de su verga. Los otros dos usaban bermudas ceñidas a la cadera y que realzaban sus nalgas. Uno de ellos, el más moreno de los tres se adelantó hacia mi y se arrodilló, dejando a la altura de mi rostro el paquete que se formaba al frente de la bermuda. Yo levanté la mirada y le sonreí mientras gemía por las vigorosas embestidas del hombre que me enculaba y palmeaba las nalgas.

- Mira lo que te vas a comer – me dijo aquel chavito mientras se bajaba su bermuda y dejaba en libertad una verga morena y circuncidada.

Yo no esperé a que me repitiera la invitación. Comencé a lamerla desde los cojones hasta la cabeza, haciendo que ese adolescente se estremeciera. Enseguida la metí en mi boca una y otra vez. Era una verga deliciosa y muy dura. Pero la inexperiencia del chico hizo que pronto alcanzara el orgasmo. Una abundante cantidad de leche inundó mi boca. Con gran deleite tragué su semen y dejé su verga limpia.

- A ver, quien sigue, su amiguito no aguantó mucho – les dijo mi enculador, quien seguía metiéndome la verga a un ritmo semilento pero sumamente vigoroso y al mismo tiempo masajeaba mis nalgas.

Por unos momentos dudaron los otros dos chicos y fue el del bikini quien se acercó y se arrodilló en la misma posición que el anterior. Besé el enorme paquete y él comenzó a reirse – Hummm… me haces cosquillas.

Entonces le hice a un lado el pequeño calzón de baño y liberé su vigoroso y juvenil miembro. Era una verga realmente hermosa. Cabezona, gorda y ligeramente curveada hacia arriba. Comencé a lamerla como lo hice con su amigo y él se fue acostando boca arriba y de esa manera pude disfrutar mejor de aquel delicioso caramelo y poco a poco el hombre que me enculaba, este chico y Yo nos fuimos acoplado. Las dos vergas entraban y salían de mi cuerpo perfectamente sincronizadas mientras mi enculador se encargaba de mi verga con su mano, masturbándome y haciéndome gozar al máximo.

- Ahhhh… toma… tómala toda mmmm – gimió el hombre estaba detrás de mi vaciando su leche en mi culito y casi al mismo tiempo mi verga comenzaba a arrojar su leche en sus manos.

- Ah… ah… ahhhhh – gimió el adolescente mientras su pene respingaba en mi boca arrojando su leche contra mi paladar.

- ¡Qué cabrones! – exclamé mientras aquellas deliciosas vergas se retiraban de mi culo y de mi boca.

- ¿Y Yo? Para mi no va a haber una probadita… miren como la tengo – protestó el tercer chico que ya se había quitado la bermuda y mostraba con orgullo su pene completamente erecto.

- A ver, vente para acá – le ordené mientras estaba tendido al lado de mi enculador.

- Oye, yo me tengo que ir… ¿te dejo mi número entre tus cosas? – me dijo el hombre que ya se ponía su traje de baño.

- Sí, ahí me lo dejas y nos ponemos en contacto – le respondí mientras veía como se alejaba y encontraba con su esposa, así que me dirigí hacia el chico que requería de mi atención y le ordené – Acuéstate boca arriba.

Él me obedeció de inmediato y entonces Yo me acomodé sobre él. Busqué sus labios y comencé a besarlo. Al principio me rechazó pero poco a poco las caricias fueron consiguiendo que él me correspondiera. Nuestras lenguas se enroscaban al igual que nuestras vergas. Restregaba mi verga en estado de flaccidez contra la suya en plena erección. Sus manos se habían apoderado de mis nalgas y de pronto ocurrió. Clavó sus dedos en mis nalgas y comenzó a eyacular.

- Perdón… es que no me pude contener – se disculpó un poco avergonzado.

- No te preocupes bebé, eso suele suceder la primera vez – le respondí y volví a besarlo añadiendo – pero esto tiene solución.

Entonces comencé a besar todo su cuerpo. A recorrerlo con mis labios, lengua y manos. Al llegar a la verga comencé a lamerla. Estaba aún dormida pero pronto comenzó a mostrar señales de vida. No tardó mucho en alcanzar una nueva erección y en esta ocasión no la íbamos a desaprovechar.

- ¿Eres virgencito, verdad? – le pregunté mientras me colocaba a horcajadas sobre él.

- Este… pues sí… ahhhhh – gimió él al sentir como me sentaba sobre su verga y la devoraba con mi culito.

- Ahh… que rica la tienes… cógeme… mmmm – gemí y busqué nuevamente sus labios mientras él comenzaba a impulsar su verga hacia arriba.

No tardó mucho en volver a eyacular y mi culito recibió su leche.

- Pues ya no eres virgen… jejeje – sonreí y me tendí a su lado mirando hacia el cielo.

- Yo soy virgen… Yo soy virgen – me dijo el morenazo deseando ser el siguiente en clavarme su pene.

- Y Yo – exclamó el chico del bikini que aún no se recuperaba.

- Bueno, pues eso tiene solución – les respondí y atendiendo al moreno que ya tenía nuevamente su verga bien parada me la metí en la boca, la lamí de la base a la cabezota, llenándola de saliva y me monté sobre él, coloqué la punta de aquel juvenil miembro en la entrada de mi culito y poco a poco fui bajando mis nalgas. Era sumamente excitante mirar a los ojos de aquel jovencito mientras su pene se abría paso en mis entrañas hasta tenerme completamente ensartado.

No podía creer que se me presentara la oportunidad de tener a tres adolescentes vírgenes y calientes para satisfacerme. Meneaba mis nalgas sobre aquel chico y él empujaba hacia arriba vigorosamente su cadera intentando meterla cada vez más en mi culito. Por otro lado, el chico del bikini me ofrecía su verga para que con mis labios volviera a ponerla dura y lista para la acción.

- Ahhhh… ah – gimió el moreno y en esta ocasión su leche se mezcló con las de mis otros dos enculadores.

- Te toca – le dije al del bikini.

- Pero Yo quiero cogerte “de a perrito” – me solicitó el del bikini y de inmediato me coloqué en la posición solicitada, ofreciéndole mi culito y mis nalguitas.

La sodomización inició. Me separó las nalgas y colocó la cabezota contra mi ansioso culito, empujó y aquella juvenil verga se abrió paso entre mis nalgas avanzando lenta y vigorosamente hasta quedar completamente en mi interior.

- Ufff… que apretadito lo tienes… mmmm – gimió él mientras iniciaba un mete y saca delicioso. Era evidente que ese chico no era virgen. La manera de cogerme era sumamente deliciosa. Lo hacía a un ritmo delicioso al tiempo que me palmeaba las nalgas con fuerza. Mis gemidos parecían excitarlo en exceso y eso aumentaba el ritmo de las embestidas. La sacaba completamente y volvía a clavármela hasta los cojones. Mi propia verga estaba durísima y pronto se dio cuenta de mi excitación.

- Voltéate – me ordenó colocándome boca arriba con mis piernas sobre sus hombros.

- Ahhhhhh – gemí al sentir la profunda estocada.

En esa nueva posición él comenzó a cogerme a un ritmo sumamente acelerado. Mi verga chocaba contra mi vientre y contra el suyo. Mi excitación pronto llegó al punto máximo, no pude evitarlo y comencé a eyacular. Él me besó y los apretones de mi culito en su verga hicieron el resto. Sentí como aquel delicioso pene respingaba en mi interior llenándome el culo de leche.

- Tú no eras virgen, ¿o si? – le dije sonriendo mientras él extraía su verga.

- Sí… era virgen… pero hace dos años dejé de serlo jejeje – se rió y se acomodó la verga en su bikini.

- ¿Pues a que edad…? – le pregunté mientras me ponía mi traje de baño.

- A los 15 – sonrió ese chico.

Lo que dijo me preocupó un poco. Significaba que tenía 17 años.

- No te preocupes, los tres somos bien cogelones desde chavitos – respondió el morenazo que ya también se había puesto su traje de baño.

- ¿Ninguno era virgen? – pregunté.

- No, pero la verdad nunca nos habíamos cogido a un putito… jejeje – sonrió el otro.

- Ahhh… eso lo explica… – les respondí comprendiendo que el mío era el primer culito masculino que probaban.

- La neta es que tienes el culito bien rico y esa boquita mmmm – comentó el del bikini mientras iniciábamos el regreso hacia la zona de la piscina.

- Pues ojalá y podamos repetir – les sugerí.

Ellos se miraron entre sí y la respuesta fue unánime – sólo lo hicimos para probar – y era algo respetable, así que me despedí de ellos. Los vi alejarse hacia un grupo de tres chicas que parecían un poco molestas. No era de mi incumbencia, así que me dirigí hasta el camastro donde estaba mi mochila. Fui a las regaderas para limpiar los residuos del encuentro sexual que me había dejado tan satisfecho, y no era para menos, cuatro vergas me habían dejado el culito suavecito y rebosante de leche.

De regreso a la ciudad de México encontré en uno de los bolsillos de mi mochila una nota que decía “Soy Carlos, el hombre que te metió la verga frente a los chavitos, te dejo mi número en la ciudad, pregunta por mi o por mi esposa, Irene, ella sabe de ti quiere que le hagamos una doble penetración, llámanos”.

Mi pene se puso durísimo de sólo leer la nota. Sin duda alguna les llamaría pero eso, eso es otra historia.

Profesora Castro

$
0
0

Eran las 9 de la noche de mí último día como becaria y yo todavía seguía allí. Quieta frente al ordenador veía pasar una interminable sucesión de números de todas las bases de datos que tenía que comprobar para ella, que, evidentemente, se encontraba tomando algo en la cafetería con alguna eminencia del mundillo.

El día que me dijeron que iba a trabajar de becaria en la universidad estuve a punto de ponerme a bailar pero ni siquiera me imaginaba con quien me iba a tocar investigar. Con su metro setenta de pura maldad la profesora Castro había aterrorizado a alumnos y profesores con sus cambios de planes en el último momento y sus exámenes hechos a conciencia para tener a varias clases entretenidas en verano…pero ahí estaba yo, 2 años después de haber sido una de sus víctimas me veía obligada a gestionar sus (brillantes) alocadas investigaciones de 9 a 9 todos los días de la semana.

Mi teléfono sonó mientras introducía los últimos códigos para recordarme que mi maravilloso novio me esperaba para cenar en casa. Hice una última comprobación para quedarme tranquila pero el sonido de unos tacones me evitó apagar el ordenador. La profesora Castro pasó con ese paso firme tan suyo y se agachó sin ningún cuidado sobre mi mesa para escrutar mi trabajo, una mueca, un levantamiento de ceja “Me temo que te has dejado un par de cosas ¿crees que alguien te tomará en serio si te dejas algo tan básico?”. Se encendió un cigarro disfrutando de cada una de mis quejas y cuando paré de hablar ella simplemente se encogió de hombros y me dijo “espero que lo tengas acabado cuando salga del despacho, no me gustaría nada tener que volver a maquillar tus informes delante de la comisión porque tienes algún plan al que no puedes faltar”.

Tecleé desesperada para corregir el error y llegar a la cena pero ella encontraba un fallo nuevo cada vez que venía. Así que me rendí y acepté que, como tantas otras noches, no iba a salir antes de las 10. Estaba agotada cuando terminé, notaba los hombros doloridos de la tensión y los ojos llorosos por las horas frente a la pantalla pero ahí estaba, perfecto, sin ningún error.

Ella se agachó a observar, veía sus grandes ojos castaños yendo de lado a lado de la gráfica en busca de cualquier cosa que pudiera criticar “no lo vas a encontrar, zorra” pensé y observé con una enorme satisfacción como se retiraba hacia atrás “vale, está decente, deberías irte a casa ya”.

Me marché sin esperar a que revisara nada más y anduve los 10 minutos que me separaban de la parada de autobús. El frío de Noviembre de Madrid me entumecía los dedos demasiado incluso para sacar el cigarro que tanto rato llevaba deseando fumar. Un mercedes oscuro bajó la ventanilla delante de mí y su voz de zorra pasivo-agresiva murmuró “sube, yo te llevaré, a estas horas vas a tener que esperar media hora más hasta que venga tu bus” entré sin dudar, todavía no sé por qué, quiero achacarlo al frío…intento achacarlo al frío. Le pregunté si podía fumar y ella asintió “si, claro, pero fuera de la universidad no me llames profesora, llámame Laura” ese cambio de humor me tomó por sorpresa pero lo acepté en silencio mientras me encendía el cigarro y salíamos del campus. Sin dejar de mirar la carretera preguntó “¿hoy era tu último día como becaria? (asentí)¿qué vas a hacer ahora?” respondí con firmeza hasta que me fijé en su mirada, aún no me queda claro por qué me puso tan nerviosa ni por qué en cuanto volvió a centrarse en la carretera pensé en cómo conseguir que volviera a mirarme así. No sé en qué momento, de la media hora que duró el viaje, empecé a apreciar cómo se lamía los labios cuando cambiaba de marcha o la forma en que su ropa marcaba exactamente lo que debía marcar sin parecer vulgar… no sé en qué momento crucé la línea pero en cuanto paramos en el portal de mi casa y ella se volvió hacia mí no pude evitar lanzarme a besar esa boca que no había podido dejar de mirar en todo el viaje. Fue un impulsó estúpido del que me arrepentí los segundos que tardó ella en devolverme un beso mucho más profundo que el mío. Sin que (quisiera) pudiera evitarlo Laura se colocó sobre mí reclinando ligeramente el asiento de copiloto, notar su cuerpo sobre el mío me enloquecía, paseé mis manos por su cuerpo incapaz de creer lo que estaba haciendo. La desnudé con violencia, como si cada minuto que no pasara lamiendo sus pechos o acariciando la tibieza de su piel fuera tiempo perdido, ella suspiraba animándome a continuar. Mordí su cuello, arañé su espalda y miré excitada como sus ojos me pedían más. Mi mano bajo hasta sus muslos y entró en su sexo con fuerza, ella gimió y se apretó contra mí balanceando suavemente sus caderas, yo ya no era dueña de mi misma. Sus labios, apoyados en mi oído, dejaban escapar suspiros cada vez más intensos que conseguían que mi propio sexo latiera con fuerza, quería escucharla gemir, quería notar como su piel, tan caliente como la mía, se erizaba de placer, quería ver como, por una vez, no era ella la que tenía el control. Su espalda se arqueó, los suspiros se convirtieron en gemidos entrecortados y los gemidos en gritos hasta que en una última embestida se dejó caer sobre mí rodeando mi cuello con sus brazos. Sonrió mordiéndome el labio, estaba más caliente que nunca y ella lo sabía, no sé cómo pero lo sabía. Su rodilla empezó a apretarse contra mi sexo mientras sus manos expertas acariciaban mi pecho y sus labios subían por mi cuello dándome pequeños mordiscos, notaba arder cada parte de mi cuerpo con sus caricias y embestidas. Agarrada a su espalda cerraba los ojos y apretaba con fuerza mis manos en torno a sus hombros intentando no gritar, intentando que no se me notara todo el placer que me estaba provocando con lo que me hacía pero mis esfuerzos se hicieron inútiles cuando sus dedos penetraron mi sexo ganando velocidad. Con la mano libre me obligó a mirarla a la cara mientras sus dedos dentro de mí empujaban cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Ardía, vibraba, temblaba…Laura ahogó mi último grito con un beso y sacó la mano de entre mis muslos volviendo al asiento de conductor mientras se vestía.

Yo me vestí rápidamente, solo entonces me daba cuenta de lo que había hecho y la culpabilidad empezaba a tomar un sitio muy importante en mis emociones. Laura se despidió de mí como lo habría hecho si no hubiera pasado nada…pero había pasado y mis piernas todavía temblaban cuando encaje la llave en la puerta de mi piso y avancé en silencio al dormitorio. Me tumbé en la cama al lado de mi novio agradeciendo que estuviera dormido para no tener que mirarle a los ojos.

La mariposa en la botella de Tequila

$
0
0

La taza, de porcelana barata, se fragmentó en varios pedazos, tras caer al suelo, en el momento en que la enfermera auxiliar la intentó depositar sobre la mano de la muchacha. El leve impacto, llamó la atención de los hombres que inspeccionaban los cajones del mueble bar y al momento, todas las miradas recaían sobre la tila que ahora empapaba la desgastada alfombra sobre la que se asentaba el sofá.

Temblorosa, con la mirada perdida en la mancha, que se extendía lentamente sobre la alfombra, la compañera de Irene, comenzó a gimotear de nuevo, mientras se tapaba el rostro con las manos. La enfermera estrechó sus brazos de manera cariñosa, sobre el cuerpo de la joven, al tiempo que escrutaba con la mirada el interior de la habitación contigua, esperando recibir ordenes del medico que permanecía explicando a la policía los detalles de las cuchilladas recibidas por Irene y su pareja.

El escueto mobiliario de la habitación, se encontraba sumergido entre columnas de libros, y folios, escritos durante las interminables horas de universidad. De no ser por el testimonio de la compañera de Irene, que explicó que aquel desorden era habitual, los policías abrían interpretado la escena, como un claro caso de robo.

El doctor abandonó la habitación llevando su maletín de cuero consigo, del cual, tras acercarse a la muchacha, cuyos llantos se acrecentaban por momentos, saco una jeringa junto a un pequeño envase de cristal. La enfermera, sin dejar de asir la cabeza de la joven, contra su pecho, deslizó ligeramente la manga de la camiseta de esta, y mojando con alcohol un pequeño trozo de algodón, de la mochila de nailon que tenia junto a sus pies, lo frotó varias veces sobre la parte exterior del delgado antebrazo, no sin antes observar una pequeña rosa, tatuada unos centímetros más arriba de la zona desinfectada.

El doctor insertó rápidamente la aguja de la jeringa en la piel de la muchacha, y presionando el émbolo, la inyectó un tranquilizante.

Los llantos de la compañera de piso de Irene, se tornaron en un gimoteo nervioso al contacto de la aguja en su antebrazo. Separando la cabeza, del pecho de la enfermera, lanzó una mirada acusadora al doctor, al tiempo que con su brazo izquierdo presionaba el lugar del pinchazo. La enfermera insistió a la joven que se relajara y, que se tumbase sobre el sofá, después tapando su cuerpo, con una sabana que uno de los policías de uniforme la alcanzó tras rebuscar en un armario, calmó a la muchacha acariciando su melena, mientras esta, se sumía en un estado de relajación previo al momento en que cerrando sus ojos comenzaría a dormir.

El doctor y la enfermera, abandonaron el apartamento poco después de la llegada del comisario que, con gesto malhumorado, venia recriminando a la nueva inspectora su retraso al presentarse en la comisaría. Bajo su gorra, la joven, mantenía una larga melena morena recogida, en un curioso moño, que dejaba su rostro completamente despejado. Los labios, decorados con un tenue carmín rosado, se convirtieron durante unos días en los más apreciados dentro de la jefatura de policía. La fama de su exuberante belleza decreció, tras el incidente que protagonizó en el primer caso de homicidio al que acudió, cuando mientras trataba de recoger las huellas, de la chaqueta de una anciana que había sido degollada, la novata inspectora se desplomó sobre el cadáver, victima de una lipotimia, como consecuencia de la impresión que la provocó la gran cantidad de sangre que permanecía derramada por el lugar del crimen. El comisario, curtido con más de veinte años a su servicio, calificó el incidente como puramente anecdótico, pero lo cierto es que, desde aquel día, ordenó que la joven inspectora permaneciera bajo la supervisión de un superior, siempre que hubiera un cadáver de por medio. Y en este crimen en concreto, había dos.

Poco después del amanecer, cuando la luz del sol comenzaba a iluminar la habitación, Marta, la compañera de piso de Irene, que ahora permanecía totalmente dormida sobre el sofá del salón, irrumpió en la habitación después de haber llamado, varias veces, a la puerta, incluso antes de entrar realizo varias llamadas al teléfono móvil de Irene, para tratar de despertarla, pues tenia pleno conocimiento de que no había pasado la noche sola. Preocupada ante la posibilidad de que Irene llegase tarde al examen, de economía, que la joven tenia a primera hora de la mañana, Marta decidió entrar en la habitación a despertarla y la escena que encontró, era la misma que el comisario y la joven inspectora pudieron observar nada más traspasar el umbral de la puerta de la desordenada habitación.

El olor de la sangre seca penetró en el interior de las fosas nasales de Diana, su desagradable perfume descolocó durante unos instantes a la joven inspectora que, siguiendo los pasos del comisario, luchaba por mantener la compostura. Sobre la, no muy grande, cama de la habitación se encontraba el cuerpo desnudo de una chica, su pecho y su cuello permanecían cubiertos de sangre, mientras sus muñecas se encontraban enrojecidas por la presión de unos grilletes de acero, forrados con plumas sintéticas de color rosa, que la encadenaban al cabecero de la cama. A la derecha de la cama, entre esta y la ventana, se encontraba el cuerpo, también desnudo, del novio de Irene. Juan un joven guapo y atractivo, pero de dudosa reputación amorosa según contarían después sus compañeras de universidad a los inspectores de policía, se encontraba tendido en el suelo, de costado, con una herida letal de arma blanca en la espalda que, en opinión del doctor, le habría atravesado el ventrículo derecho del corazón.

Lo primero que llamó la atención de Diana, al acercarse al cadáver del muchacho, no fue la herida de su espalda, ni la gran cantidad de sangre que había brotado de ella, si no el hecho de que en su pene, ya flácido, se encontrase un preservativo de color azul turquesa, en él cual, al reflejarse la luz del sol, emitía ligeros destellos fluorescentes. Diana, tras colocarse unos finos guantes de látex, examinó con total naturalidad el pene y los testículos del joven. Detrás de ella, el comisario, sorprendido por la actitud decidida de la inspectora, no perdía detalle de sus movimientos. Sin percatarse de estar siendo el foco de atención de su superior, Diana se dirigió hasta la cama, donde descansaba el cuerpo de Irene, primero examinó las enrojecidas muñecas y los eróticos grilletes que la mantenían encadenada al cabecero, de forja blanca, de la cama. Sin cruzar, en ningún momento, su mirada con la profusa herida sangrante del cuello de la chica, continuó examinando el cadáver, prestando especial atención en el piercing que atravesaba el pezón derecho. Un gesto desconcertante invadió el rostro de la inspectora mientras separaba las, ya frías, piernas de Irene. Su vulva, delicadamente depilada, permanecía aún húmeda y cubierta por una espesa capa de semen que escapaba, sobre el ano, hasta la superficie de la sabana que enfundaba el colchón.

Girando bruscamente el cuello, Diana, enfrentó su mirada a la del comisario. El hombre, que había permanecido en silencio, ante la meticulosidad de los movimientos de la inspectora, se acercó al cadáver de Irene.

– Comisario. – Dijo Diana mirándole a los ojos.- ¿ Cómo es posible que tenga semen? El chico tenia un preservativo puesto.

- El asesino la violó. ­­­­­– Respondió el comisario, al tiempo que sin dejar de observar la vulva de la muchacha, añadió; – El análisis del ADN, tardará casi dos días. Después lo cortejaremos con la base de datos y, si no obtenemos resultados, tendremos que investigar al entorno de la pareja.

- ¿Dos días? – Susurró Diana, con voz casi inaudible. – Es mucho tiempo, podría violar a otras chicas.

- No tenemos huellas y la única testigo, ni tan siquiera es capaz de recordar su nombre, sufrió un ataque de nervios y el doctor la sedó. – Puntualizo el comisario. – Si lo desea tiene autorización para investigar el caso, pero recuerde que es su primer homicidio, no se sobrepase en sus funciones, ni cometa errores irreparables.

- ¿ Irreparables? –Preguntó Diana, con gesto ofendido. – Da por hecho que cometeré errores. ¿Verdad?

- Sí. – Afirmó contundentemente el comisario. Después dándose la vuelta se dirigió al resto de agentes, que observaban la conversación, y tras indicarles las pertinentes instrucciones, abandonó el apartamento.

A pesar de haberse sentido ofendida, en un primer momento, por las palabras del comisario, lo cierto es que ahora Diana acogía con gran entusiasmo la investigación del homicidio. Cubierta por una cortina de vapor repasaba mentalmente, mientras se duchaba, cada uno de los datos que figuraban en el escueto informe policial.

Reflejados en el espejo, que cubría las puertas del armario de la habitación de Diana, sus pequeños pechos bailaban mientras la joven, tumbada en la cama, levantaba su cadera al tiempo que se colocaba unas sencillas braguitas amarillas. Dejó que el aire cálido de la habitación secara su cuerpo, sin ni tan siquiera cubrirse con una toalla. La inspectora, paseaba inquieta por su apartamento, acudió a la cocina y, tras rebuscar en el fondo del congelador, escogió un envase de tallarines a la boloñesa. Lo introdujo en el microondas y, mientras el electrodoméstico le calentaba, la joven colocó sobre la mesa del comedor un pequeño tapete de bambú, al que acompañó de dos palillos chinos, y un vaso al que llenó de agua casi hasta el limite del vidrio.

La tarde castigaba a los, osados viandantes, que se atrevían a desafiar el ímpetu de las radiaciones solares. La primavera trascurría con unas temperaturas inusualmente altas, lo que llenaba la universidad de jovencitas que exhibían sus cuerpos ante las miradas descaradas de sus compañeros. Mientras recorría los pasillos, de la facultad, las sandalias blancas de Diana, marcaban el camino con que las fantasías de los alumnos se perdían bajo la corta falda vaquera, que ceñía su cadera, marcando con claridad los bordes de sus braguitas.

Las desvergonzadas miradas se tornaron tímidas en el momento en que los jóvenes, que permanecían agrupados junto a la entrada de un patio interior, comprendieron al escuchar sus preguntas que se trataba de una policía. La historia, del asesinato de la pareja, circulaba ya por todos los rincones de la universidad. Al principio, reacias a dar explicaciones, las compañeras de Irene permanecían escuchando con discreción los testimonios de los chicos que, más atraídos por el escote de Diana que por su interés en hablar con la inspectora, comenzaron a relatar todo tipo de hipótesis y conjeturas.

La relación entre Irene y Juan, distaba mucho de ser la tranquila historia de dos jóvenes enamorados. Sus desavenencias amorosas eran conocidas por todos sus amigos, al igual que el motivo de ellas; Los celos de Irene.

No fue hasta que los chicos, cansados de ojear el cuerpo de Diana, se retiraron, cuando ésta pudo comenzar a entablar conversación con las amigas de la pareja. Las chicas rehuían de las multitudes y preferían conversar de una manera más discreta. Aprovechándose de su juventud, Diana, consiguió introducirse en el círculo de amigas, y compañeras, más próximas a Irene.

Enamorada desde el instituto, Irene, tan buena estudiante como buena novia, había permanecido fiel a Juan desde el primer beso que éste le robó una mañana de invierno. No fue hasta un año más tarde, que una de sus amigas la aconsejó que vigilara a su novio, cuando empezó a tener constancia de las infidelidades de Juan. Despreciada continuamente por él, sus amigas nunca pudieron entender la actitud de Irene, que defendía su relación incluso a consta de pelearse con ellas mismas.

- Juan nunca la quiso, tan sólo la utilizaba. – Con el rostro apenado la, hasta hace unos meses, mejor amiga de Irene. Confesaba a Diana, las múltiples humillaciones sufridas por Irene a manos de su novio. – Irene estaba enamorada de él, se dejaba manipular según los caprichos de Juan. En los últimos meses apenas se veían, Irene le llamaba pero Juan siempre tenia alguna excusa o simplemente la ignoraba. En los exámenes, antes de entrar al aula, les veíamos acaramelados besándose y abrazándose. Durante el examen Irene le pasaba las respuestas, se arriesgaba a que la expulsaran pero a ella parecía no importarle, tan sólo quería satisfacer a su novio. Normalmente, Irene, acababa primero el examen de Juan y al salir se encontraba sola, porque Juan se había ido con sus amigos sin esperarla.

- ¿ Irene, nunca os hablaba de cómo la trataba Juan? – Pregunto Diana, mientras trataba de comprender la relación que la pareja mantenía.

- No era necesario. – Respondió la joven, mientras su mirada se perdía entre las fotos de su carpeta. – Todos sabíamos lo que pasaba y ella lo sabia. Ya en el instituto, Juan tenia la costumbre de contar, en los vestuarios de los chicos, sus hazañas con Irene. No tuvo ningún pudor en contar como la desvirgó; En casa de sus padres la tumbó sobre el sofá, y la embistió con todas sus fuerzas, ella sangraba, la dolía mucho, le gritaba para que parase, pero en lugar de ello, comenzó a empujar con más fuerza. Juan se vanagloriaba ante sus amigos, de conseguir que Irene acabase llorando como una niña y, según contaba, como no utilizo preservativo, acabó llenándola la cara de semen.

- ¡Dios! – Exclamó Diana frunciendo el ceño – Y supongo que aquello sólo seria el principio, ¿Verdad?

- Sí – Afirmó la muchacha. Y mirándola fijamente a los ojos continuó hablando con gesto serio. – Se dice que después comenzó a grabarla y fotografiarla con el teléfono móvil. Yo no he visto nada de eso, pero todos sabemos que es cierto. Incluso una vez, la convenció para hacer un trío, con una de las chicas con la que la era infiel.

- ¿Irene conocía a esa chica? – Preguntó Diana.

- Claro, además mucho. – Exclamó rápidamente. – Ella fue el detonante de los celos de Irene. A partir de ese momento se volvió celosa y desconfiada. Se apartó del grupo de amigas, incluida de mi.– Añadió retomando su gesto apenado. – Se llama Bárbara. La encontraras junto a la puerta del patio norte. No te será difícil de reconocerla, viste únicamente con ropa de cuero negro y tiene el pelo de color rosa.

Diana, tras agradecer su ayuda a la amiga de Irene, la ofreció una tarjeta con su teléfono, por si recordaba algún detalle importante. La joven, esbozando una ligera sonrisa, negó con la cabeza y, rehusando la tarjeta, se alejó por el pasillo, caminando hacia la salida.

La inspectora reanudó su marcha, recorriendo los pasillos atestados de alumnos, tratando de ignorar las miradas y comentarios que su presencia suscitaba en la facultad.

El numero de alumnos descendía drásticamente, a medida que Diana se acercaba al patio Norte, hasta llegar a encontrarse sola en el pasillo. La luz, que se filtraba a través de un gran ventanal, iluminaba ampliamente el único recoveco que, junto a la entrada del patio, permanecía ocupado por una pareja de enamorados que, junto a aquel intransitado paso, se besaban acaloradamente.

La melena, teñida de un intenso color rosa, caía sobre la chaqueta de cuero negro de la joven. Mientras el hombre, un joven de pelo corto y piel morena, la besaba de manera efusiva en el cuello. La mano derecha del joven se perdió, bajo la ropa de la muchacha, hasta encontrar uno de sus pechos. Ella reaccionó profiriendo una gran carcajada y levantando la cabeza. Besó los labios del hombre al tiempo que asía con fuerza sus nalgas y, lanzándole después una sexual mirada, la joven de pelo rosa, comenzó a caminar hacia el fondo del pasillo. Al cabo de unos segundos, el hombre, la seguía sin perder detalle de sus piernas.

Diana siguió a la pareja con cautela, sin aproximarse demasiado a ellos, hasta que ambos se perdieron tras una puerta. La inspectora aceleró entonces sus pasos, hasta que al llegar al lugar, donde ambos se habían introducido, comprobó que se trataba de los cuartos de baño de las mujeres.

Abrió la puerta y entró. Aunque para su sorpresa el lugar se encontraba vacío. El suelo de losetas blancas brillaba impoluto ante la limpieza del lugar. A la izquierda, una serie de lavabos blancos se sostenían sobre una elegante encimera de mármol gris. Mientras que a la derecha la luz del sol, se colaba difusa a través de los ventanucos traslucidos, que se situaban sobre las cabinas de madera, azul celeste, que salvaguardaban los inodoros. Una franja, de unos quince centímetros, separaba las puertas de las cabinas del suelo del baño. Agachándose con sumo cuidado, Diana, recorrió lentamente el baño, registrando el interior de cada una. La mayoría permanecían ligeramente entornadas, tan sólo la ultima cabina, en cuya puerta casualmente se vislumbraba una pequeña pintada similar a un graffiti, se encontraba totalmente cerrada.

El grácil sonido de un gemido, de mujer, disparó el corazón de Diana. Arrodillándose en el suelo, agachó su cabeza hasta apoyarla contra el suelo. La escena, que presenció, desencajó su rostro. De un montón de ropa, de cuero negro, cuya cúspide la formaba un tanga, también negro, levantaban las rodillas del chico, que permanecía con la cabeza entre las piernas de la muchacha. Desnuda por completo, sus nalgas apoyaban sobre la cisterna del inodoro, mientras las piernas, abiertas por las manos de su amante, descansaban sobre la tapa del inodoro. El joven desplazaba la cabeza, con ligeros movimientos, por las ingles de la joven, mientras ella le acariciaba con ternura el cabello. La joven, de pelo rosa, balbuceaba ligeros gemidos al tiempo que, con los ojos cerrados, levantaba la mirada hasta el techo de escayola.

Al igual que la fiebre, de una enfermedad contagiosa, el calor saltó de la chica de pelo rosa al cuerpo de la inspectora que, desde su posición, no perdía detalle de las trabajadas maniobras del muchacho. Subió el borde de su falda hasta la cadera, y deslizando tímidamente sus braguitas amarillas hasta los tobillos, Diana, comenzó a acariciarse el clítoris, olvidando así el motivo que la había llevado a la universidad.

La melena rosa se sacudía, cada vez con más fuerza, en el interior de la cabina. Lo que anteriormente tan sólo era livianos gemidos, se tornaban ahora en descaradas ordenes imperiosas de placer. La muchacha guiaba con sus manos la cabeza del joven, al tiempo que presionaba con la pelvis, buscando el máximo placer. La lengua del muchacho, surcando la humedad sobre el clítoris, enloquecía a la joven, que ahora cabalgaba produciendo un estridente crujido al chocar la loza de la cisterna contra los azulejos de la pared. Dos atrevidos dedos penetraron en la vagina, al instante, el licor retenido en su interior comenzó a resbalar entre ellos, empapando no sólo la mano si no, mojando incluso el reloj que portaba en su muñeca. Un último gemido, en forma de insulto hacia el muchacho que saboreaba su vulva, se prolongó durante varios segundos al tiempo que su cuerpo se volvía rígido y cesaban todos sus movimientos. Apoyando la espalda sobre los azulejos de la pared, la melena rosa descansaba tranquila sobre sus hombros, mientras su respiración se reducía paulatinamente y sus manos se separaban de la cabeza del muchacho. Éste, de rodillas ante ella, secaba sus labios frotándolos con el antebrazo derecho al tiempo que, con la mano izquierda, liberaba su sexo del pantalón.

Desde el suelo Diana, que no perdía detalle de lo que ocurría a tan sólo unos centímetros de ella, se penetraba con el dedo índice de su mano izquierda, al mismo tiempo que se acariciaba el clítoris y los labios de su vulva con su mano derecha. El miedo a ser descubierta por la pareja, o por cualquier mujer que entrase en los cuartos de baño, la proporcionaba una complicada mezcla de miedo y morbo. Su boca, entreabierta, luchaba por expirar el aire de los pulmones sin emitir jadeo alguno.

Las rodillas de la muchacha, de la melena rosada, eran las que ahora se apoyaban contra el suelo. El joven, de pies frente a ella, paseaba la verga por entre los pechos, de la joven de pelo rosa, presionando con ella los sensuales pezones que permanecían tan erectos que apenas se deformaban en cada envite del hombre. La joven enlazó sus manos a las de él y, retorciéndoselas mansamente, las colocó sobre la morena piel de sus nalgas. Simulando estar maniatado, el muchacho, permaneció en esa posición cuando tras una mirada pícara, de la joven, las manos de ésta comenzaron a masajear el prepucio del hombre.

Entretanto el muchacho, que continuaba simulando estar esposado, observaba impaciente los expertos movimientos de las pequeñas manos de la chica, que tras estirar al máximo la piel del prepucio, comenzó a lamer la verga de manera ascendente. Comenzando por la zona más cercana a los testículos, y acabando con un genial movimiento circular sobre la endurecida punta.

El joven comenzó a gemir, cuando la boca humedeció por completo su verga. Al principio la joven de pelo rosa, se introducía el miembro con suaves movimientos a los que acompañaba con un masaje, de sus manos, en los testículos del chico. Diana, permanecía ensimismada, deleitándose con la visión el placer ajeno y disfrutando del suyo propio.

La joven, de pelo rosa, aumentó el ritmo de sus movimientos, hasta convertirlos en una rabiosa secuencia de delicioso castigo. La respiración del muchacho servía, desde el suelo, de referencia a Diana, que se masturbaba al compás de los gemidos que escuchaba. La inspectora, que sentía cercano su orgasmo, no pudo evitar dejar escapar una escueta exclamación de gozo cuando, la muchacha de la melena rosa, frenó su movimiento de repente y sacó la verga de su boca. Humedecido abundantemente por su saliva, la joven de pelo rosa, observó como el miembro temblaba en el aire y, mientras éste danzaba ante sus ojos, profirió un soplido desde su punta hasta los testículos. El joven, sintió como su cuerpo se estremecía por la oleada de aire gélido que envolvía su sexo. Y a continuación, la joven introdujo de nuevo la fría lanza en su boca.

El contraste de temperaturas asaltó de placer al muchacho. Abandonando sus manos el juego del hombre esposado, asió la melena rosa de la chica y la apretó contra su cuerpo.

El alarido que acompañó a la liberación de su semen, en la cálida boca que ocultaba su sexo, ocultó el gemido, esta vez más intenso, de Diana, que encontraba el placer casi al mismo tiempo que el muchacho. Disfrutando, de la ardiente humedad de la boca de la muchacha, el joven ni tan siquiera sospechaba que había compartido su placer con una desconocida.

No se esperaba, la inspectora Diana, que el muchacho abandonase en solitario el cuarto de baño de señoras, desapareciendo por el pasillo, en dirección a las aulas. Poco después la joven, de pelo rosa, salía de su interior. Enfundada en sus pantalones de cuero negro, los labios de Bárbara se cubrían de un intenso carmín de color rosa, casi idéntico al tono de su melena.

Con una hosca naturalidad Bárbara, la joven de pelo rosa, esquivó a la desconocida que se interponía en su camino. Sus hombros se chocaron y, la joven de pelo rosa, asaltó con la mirada a la mujer que la obstaculizaba. Ésta agarró el brazo Bárbara, la cual reaccionó con un violento movimiento de cadera, al tiempo que levantaba su brazo en señal de desafió.

- ¿Qué haces tía? – Gritó Bárbara, mientras tanteaba a Diana con la mirada.

- Quiero hablar contigo de Juan. – Respondió Diana, mostrando su identificación de policía a la joven.

El rostro de Bárbara palideció por momentos. Su actitud desafiante se redujo, paulatinamente, hasta semejarse a la de una niña asustada. El intento de Diana por establecer una conversación, similar a la anterior, quedó reducido a una mera batería de preguntas que, la joven de pelo rosa, respondía únicamente de forma defensiva. Aunque después de varios minutos insistiendo sobre la relación que ambos tenían, Diana consiguió recopilar suficiente información como para incluir, a Bárbara, en su lista de sospechosos.

Al parecer, según el testimonio de Bárbara, ella y Juan se conocieron cuando hace dos años Bárbara entro por equivocación en el cuarto de baño, de los chicos, de la cafetería que se encuentra en una de las calles aledañas a la universidad. Bárbara insistió que, el encuentro fue casual y que, no fue consciente de su error hasta que no se topó con Juan en su interior. Tras haber presenciado el uso que Bárbara propiciaba a los aseos de la universidad, Diana, dudó seriamente sobre si aquel primer encuentro con Juan, fue ciertamente casual o fruto del insaciable apetito sexual de la joven. Lo cierto, es que tras ser informada por Juan de su equivocación, Bárbara, que por aquella época lucía una melena negra azabache, no sólo no rectificó y se encamino a los aseos de mujeres, si no que mantuvo una desahogada conversación con Juan que culminó, tras múltiples tocamientos entre ambos, en una rápida felación.

Ese primer encuentro, fue la antesala de múltiples tardes de sexo. Bárbara, describiría a Juan como un adicto al morbo. En un principio, Juan se comportaba como un muchacho normal, que se divertía siendo infiel a su novia. Pero al cabo de unas semanas, Bárbara comenzó a sentir cierto recelo antes las proposiciones de Juan. A medida que sus fantasías exigían un mayor grado de dominación, su obsesión por realizarlas se incrementaba peligrosamente. Primeramente, se trataba de usar juguetes tales como vibradores, esposas o vendas para los ojos, Bárbara encontraba gran placer en el uso de aquellos instrumentos, reconocía experimentar múltiples orgasmos durante sus encuentros, hasta que llegó el día en que, sin darse cuenta, ella misma se convirtió en el juguete de Juan. Teñirse, el pelo de rosa, fue el más inofensivo de los caprichos de Juan. El muchacho fantaseaba con eyacular sobre una melena rosa, porque le recordaba a la protagonista de una serie japonesa de animación. Posteriormente, los caprichos comenzaron a tornarse violentos, primero con pequeños cachetes, sobre el cuerpo maniatado de Bárbara, y a continuación toda clase de dolorosas y a veces humillantes torturas.

Fue una tarde lluviosa, de otoño, cuando Juan sobrepasó los infranqueables limites sexuales de Bárbara. Grabar, con una videocámara, sus relaciones sexuales era un capricho tan inofensivo que Bárbara pecó de inocente por subestimar la morbosa mente de Juan. Desnuda sobre la cama los grilletes de plumas rosas, que ella misma regaló a Juan, la esposaban al cabecero de madera. Juan, con la voz visiblemente emocionada, comentó a Bárbara que tendría que esperar un rato, que él saldría a por una sorpresa y volvería en unos minutos. De nada sirvieron las protestas de Bárbara, que insistía en que la desatase, Juan abandonó el piso dejándola encadenada.

Nunca la había visto. Por eso cuando Juan entró, tras media hora, en la habitación donde Bárbara permanecía “casi” voluntariamente retenida. Pensó que se trataba de otra conquista, o incluso de una prostituta. Desnuda, con su vulva depilada frente a la cara de la muchacha, su cuerpo comenzó a enrojecer, y a sudar, cuando Juan la presentó como su novia Irene.

La vergüenza de Bárbara se unía al estupor de Irene, que al igual que un niño tartamudo, no acertaba a coordinar varias frases consecutivas. Juan se desnudó y, mientras besaba apasionadamente el cuello y los labios de su novia, se fue desprendiendo de su ropa y de la de Irene, hasta que los tres permanecieron desnudos en la habitación.

El juego, de humillaciones, de Juan comenzó cuando Irene se encontró, de rodillas sobre la cama, con la cabeza entre las piernas de Bárbara. Los movimientos, inexpertos y desacompasados, de la lengua de Irene no proporcionaban en absoluto placer a Bárbara, que escrutaba con desconfianza los pensamientos de Juan. Él cual, enfocó con precisión la cámara de video para pasearse después, alrededor de la cama, mostrando su miembro erecto.

Cuando Juan penetró a Irene, la muchacha, que permanecía a cuatro patas sobre la cama, comenzó la lamer insistentemente el clítoris de Bárbara en un insípido movimiento de ida y vuelta. Juan jadeaba de placer, al tiempo que espetaba palabras soeces a su novia. El movimiento del joven se aceleró, hasta producir que la nariz de Irene se clavara en el pubis de Bárbara. La joven, de pelo rosa, que conocía sobradamente la potencia sexual del muchacho, confiaba en que todo acabase en unos instantes, pero para su sorpresa no fue así.

Juan emergió su miembro del cuerpo de Irene y, asiéndola a esta por los sobacos, la sentó sobre la boca de Bárbara. La reacción primaria de Bárbara fue cerrar la boca, pero sabiéndose atada a la cama, una oleada de pánico la invadió cuando Irene la instó, entre insultos y leves saltos, a que repitiera lo que ella misma la acababa de hacer. Asustada, y sin poder ver otra cosa que la ligera pelambrera de Irene, Bárbara comenzó a masajear con la lengua el clítoris de la novia de Juan.

La penetración de su novio, había humedecido la vagina de Irene de forma abundante. Mientras se esforzaba por consumar los mismos movimientos circulares, que otros hombres habían realizado sobre su clítoris, Bárbara realizaba sus propias conjeturas sobre la sexualidad de Irene, descartando que fuese bisexual, si no más bien un juguete a manos de Juan.

El orgasmo alcanzó a Irene, y emitiendo un suave monosílabo que acompañó una serie de temblores en su cuerpo, se desfogó ante la atenta mirada de su novio. Bárbara, acostumbrada al sabor de los jugos de la vagina de la muchacha, aceptó resignada el ultimo brote de su sabor.

Fue entonces cuando cesó la humillación y comenzó el castigo. El cuerpo de Bárbara se convulsionó a la vez que un grito de dolor reafirmaba la presencia de Juan. Asustada, Irene saltó de la cama y, desde un lado de la habitación, observó atónita el sufrimiento que su novio infligía a su amante, y en su presencia, al penetrarla analmente. Como una lanza a manos de un salvaje, el pene de Juan hirió el cuerpo de Bárbara hasta hacerla sangrar. Las lágrimas de la muchacha, de pelo rosa, no detuvieron el implacable deseo de Juan, que se deleitó orgulloso observando como su semen se mezclaba con pequeñas gotas de sangre de Bárbara.

La joven pareja abandonó el piso de Bárbara. Desde la ventana, la muchacha de pelo rosa, observaba con el rostro compungido y el maquillaje deshecho entre lágrimas, como la lluvia arreciaba sobre el paraguas negro de Juan. Las heridas de su cuerpo no tardarían en cicatrizar, aunque el rencor, nacido aquella tarde, iría creciendo hasta abandonar por completo cualquier relación con Juan. Él la llamaría posteriormente, en repetidas ocasiones En un primer momento afrontaría con calma las negativas de Bárbara, después incluso utilizaría la grabación de video como método para presionarla. El tiempo calmó la insistencia de Juan, Bárbara nunca terminó de creer que no volviera a desearla, simplemente pensaba que habría encontrado otra victima para sus fantasías.

Dos adolescentes, que jugaban en el parque, trataban de espiar, sin ser vistos, a la mujer de bonitas piernas que, sentada en un banco de granito, conversaba por teléfono bajo la sombra de un almendro.

Ensimismada en las palabras del comisario, Diana alternaba en su boca el micrófono del teléfono móvil, con un vaso de refresco sabor naranja. Atosigada por el calor, y sin ser consciente de las miradas furtivas de los jóvenes, Diana se apoderó de uno de los hielos del vaso de refresco y comenzó a frotarle por su piel. Los brazos fueron los primeros en sentir la temperatura del agua helada, después lentamente recorrió de forma ascendente su cuello, dejando que el hielo se derritiese en varias gotas de agua que corrían felices sobre su escote, perdiéndose en el interior de su pecho. Para cuando la inspectora abandonó el parque, los adolescentes ya habían perdido la cuenta de sus lanzamientos de balón.

El comisario, en su llamada, apenas pudo aportar nuevos datos. Tan sólo confirmar a Diana que ninguno de los jóvenes tenia ningún tipo de antecedentes delictivos, incluida Bárbara a la que rápidamente la inspectora se apresuró a incluirla en la investigación. El comisario la confirmó que, tras el minucioso registro de la escena del crimen y de sus alrededores, el arma que había acabado con la vida de la pareja no había sido encontrada. Aunque añadió también, que el forense estaba estudiando unas extrañas marcas aparecidas junto a la letal herida del cuerpo de Juan, por si pudiera extraer alguna pista sobre el tipo de arma blanca utilizada. Asimismo agregó que Marta, la compañera de piso de Irene, permanecería todo el día en su domicilio, autorizando a Diana a tomarla declaración por si, tras superar el inicial ataque de nervios, pudiera aportar algún dato de interés. Aunque el comisario parecía escéptico, pues al parecer, el doctor habitual de la muchacha había confirmado, que ésta ingería fármacos para combatir el insomnio y descartaba que hubiera percibido movimiento alguno.

El siguiente paso de la inspectora, era visitar de nuevo la escena del crimen. El apartamento de Irene, y su compañera, se encontraba situado no demasiado lejos de la universidad, en una zona en la que abundaban los piso alquilados a estudiantes, aunque según los datos, de que disponían, en ese mismo edificio el único arrendado era el de las dos jóvenes.

La puerta de madera escondía un ligero blindaje en su interior, las dos cerraduras permanecían intactas y sin signos de haber sido forzadas. La duda de sí Juan tendría copia de las llaves de la vivienda se disipó, de la mente de Diana, al tiempo que recordaba el testimonio de Bárbara. Tras el sonido del timbre, el silencio se interpuso durante casi un minuto, antes de ser quebrado por el rechinar de los cerrojos.

Un albornoz, verde esmeralda, era la única prenda que escondía el sinuoso cuerpo, de niña, de la solitaria moradora del apartamento. Humedecida por una reciente ducha, la melena castaña de Marta caía sobre los hombros ligeramente rizada. El inicial gesto de sorpresa, se transformó en una mueca de resignación cuando la inspectora se identifico.

El salón, permanecía gratamente iluminado gracias a la luz que se filtraba a través de las finas cortinas blancas, y con flores de colores estampadas, que ocultaban la estancia del exterior. La inspectora se sentó, en el mismo sofá en el cual los médicos habían atendido a Marta durante la mañana, Al tiempo que la joven se acomodaba frente a ella.

Una serpiente tatuada ascendía rodeando el muslo derecho de Marta, hasta perderse por el interior del albornoz, Diana lo recorrió con la mirada, al tiempo que la joven, percatándose de la curiosidad de la inspectora, cruzó sus piernas, tratando de ocultar el recorrido del reptil. La inspectora se ruborizó ligeramente al sentirse descubierta por su atrevida observación.

Pese a su nivel de estudios, en su conversación, distó mucho de ser una chica con gran nivel de cultura, incluso su capacidad de expresión se alejaba de los parámetros que Diana especulaba encontrar en una chica universitaria. Su inicial resignación, dio paso a un alocado dialogo en el cual la joven contaba con dulzura sus anécdotas en la facultad. La inspectora, temiendo interrumpir la locuacidad de la joven, apenas formulaba preguntas. Marta, tras responder de manera muy escueta, a las escasas preguntas de Diana, continuaba narrando sus experiencias en la universidad. Tan relajada se encontraba ahora Marta que, de manera inconsciente, descruzó sus piernas y, recostándose sobre el borde del sofá, dejó a la vista de la inspectora la visión de su sexo a través de la abertura del albornoz. La inspectora, trató de evitar dirigir su mirada al interior de las ingles de la muchacha. Pero finalmente, la atracción que la serpiente tatuada ejercía sobre ella, cautivó de manera hipnótica su atención. Para cuando Diana se percató, que la voz de Marta había cesado, ya era tarde. La joven, se encontraba en silencio vigilando como la mirada de la inspectora se clavaba en su sexo. La inspectora se ruborizó por segunda vez y, cuando se disponía a disculparse ante la muchacha, fue Marta la que, sin romper el silencio, flexionó sus rodillas colocando ambos sobre el sofá y separándolos lo máximo posible. Sólo en ese momento fue cuando su sexo, hábilmente rasurado, quedó inevitablemente ante los ojos de Diana. Que esta vez, sin disimular, por fin pudo observar como la lengua de la serpiente alcanzaba los labios del sexo de la muchacha. El sonido, del teléfono móvil de la inspectora, despertó a ambas mujeres como si de un cubo de agua fría se tratase. El comisario requería de la presencia de la inspectora en comisaría y tras despedirse de Marta, entregándola una tarjeta de visita, se sorprendió al sentir la humedad que mojaba sus braguitas.

El comisario informó a sus agentes de los primeros detalles de la autopsia, de Juan e Irene, insistiendo repetidamente en el arma utilizada para los asesinatos. Al parecer, según el forense, se trataría de una navaja del tipo denominado como mariposa. Muy común entre las pandillas de jóvenes. Las marcas, en la espalda de Juan, se corresponderían con la de los mangos de dicha arma. Diana y el comisario, se reunieron posteriormente en el despacho de éste. La inspectora elaboró un detallado informe sobre los datos obtenidos durante el día, cuya conclusión no pasaba de meras especulaciones. Aún tendrían que esperar al día siguiente para obtener los resultados del ADN encontrado en el cuerpo de Irene. Sin la navaja mariposa, ni huellas, el abanico de posibilidades era demasiado amplio como para continuar la investigación. Ambos barajaron la hipótesis de la venganza por parte de algún chico despechado, al enterarse de la infidelidad de su pareja, con el propio Juan. Incluso podía tratarse de algún amigo de Juan, lo cual explicaría la facilidad para apoderarse de las llaves del piso de Irene. Tampoco podían descartar la participación de Bárbara, la chica de pelo rosa. No obstante, en el punto en el que se encontraban, tan sólo podían retirarse a sus casas a descansar y esperar al día siguiente.

Para cuando Diana regresó a su casa, la noche se había cerrado sobre la ciudad. El aire abrasador del día, daba paso ahora a una liviana brisa que apenas servía para refrescar las viviendas, pese a ello, la ventana de su dormitorio permanecía abierta mientras se cambiaba de ropa. De nuevo el timbre del microondas marcaba el momento en que la cena estaba preparada, o mejor dicho recalentada. Absorta en la investigación, sus esfuerzos culinarios se habían reducido a cero. Los tallarines sobrantes de la comida eran ahora capturados con destreza por los dos palillos de bambú, decorados con motivos orientales. Por un instante dudó en encender el televisor, que yacía mudo sobre el mueble del comedor, a la espera de que los noticiarios se hicieran eco del asesinato de los jóvenes estudiantes. Al final decidió no hacerlo, seguramente los periodistas, no aportarían más que un torrente de datos sensacionalistas y sin ningún tipo de fundamento.

Apenas interrumpido por el leve sonido de los palillos, al chocar entre sí, el silencio se quebró cuando, desde el interior de su habitación, la melodía de su teléfono móvil comenzó a sonar. Diana, extrañada de recibir una llamada a esas horas de la noche, se apresuró a recorrer el tramo de pasillo que la distanciaba del armario donde permanecía su bolso. Mientras abría la puerta del armario la llamada cesó. Rebuscó en el interior del bolso. El numero de teléfono que permanecía reflejado, en la pantalla del teléfono móvil, no se encontraba memorizado en su agenda, pensó en llamar para averiguar el motivo de la llamada, pero rápidamente su incipiente curiosidad de policía decreció, dando por hecho que se trataría simplemente de alguien que se habría equivocado al marcar el numero. Estaba a punto de depositar de nuevo el teléfono en el interior del bolso, cuando la pantalla se iluminó acompañada de un pequeño pitido. Diana leyó el mensaje de texto, que provenía del mismo numero que acababa de llamarla. Rápidamente se enfundó unos pantalones vaqueros y una ceñida camiseta blanca, sacó su revolver, del interior de la caja de zapatos en el que lo ocultaba, y con las llaves de su coche en la mano, se lanzó corriendo hacia la calle.

Mientras conducía a toda velocidad por las, a esa hora, desiertas calles de la ciudad, en la cabeza de Diana, resonaba constantemente el contenido del mensaje; “ Diana, ven a mi casa, es urgente. Marta.”

Al llegar al bloque de apartamentos, Diana aparcó el coche lo más cerca posible de la entrada del portal. Ni tan siquiera esperó al ascensor, subió corriendo las escaleras y al llegar a la puerta del apartamento de Marta, y la asesinada Irene, llamó al timbre al tiempo que quitaba el seguro de su pistola. La puerta se abrió casi de manera instantánea.

Al observar el gesto serio de la inspectora, mientras empuñaba el revolver entre sus manos, Marta no pudo evitar esbozar una divertida sonrisa. Cerrando la puerta, la muchacha indicó a la inspectora que se dirigiera al salón. Estuvieron hablando durante largo rato. Marta dedicaba amables sonrisas a la inspectora mientras la confesaba que, al llegar la noche, la soledad del apartamento la había agobiado y sintiéndose insegura había optado por llamarla. Una botella de vino tinto, sobre la mesa situada junto al sofá, arbitraba la conversación, que fluía cada vez de manera más amena. Ambas mujeres reían, al recordar, la interesante llegada de la inspectora que, revolver en mano, acudía a rescatar a la indefensa muchacha.

Ahora que el pantalón largo, del pijama de Marta, ocultaba la serpiente tatuada. Las miradas de la inspectora se dirigían hacia la melena, de un suave tono castaño, que parecía también querer ocultar el pequeño tatuaje en forma de rosa, dibujado en el antebrazo, a tan solo unos centímetros del pecho derecho de la muchacha, el cual, flotaba en cada movimiento, arañando con el pezón el interior de la camiseta. Diana, que nunca había deseado el cuerpo de una mujer, luchaba intensamente por anclar su mirada en las pupilas, color ceniza, de Marta.

Con un infantil gesto de tristeza, Marta indicó a Diana, el fin de la botella de vino. Se levantó del sofá, y acogiéndola de la mano, la instó a que la siguiera hasta su habitación.

La sencilla lámpara, que colgaba del techo, se hallaba reflejada en las innumerables botellas que adornaban la habitación. De todas formas y colores las botellas doblaban, con su peso, las baldas de las estanterías y competían con las prendas de lencería, que se encontraban repartidas por doquier, a la espera de ser elegidas por su dueña.

Marta escrutó el interior de una estantería y tras agarrar una botella de vodca se la enseño a Diana, la cual sonrió lanzando una mueca cómplice. Las chicas se sentaron sobre la cama, que seguramente permanecía desecha desde hace mucho tiempo, y Marta ingirió, directamente en su boca, un gran trago de la botella.

Las agujas del reloj de pared, recorrían su espacio de forma silenciosa, al igual que los labios de Marta se adosaron a los de la inspectora. En silencio, dejándose tan sólo escuchar la respiración de ambas mujeres, mientras el sabor del vodca de la boca de Marta inundaba el paladar de Diana, ésta sentía como placidamente las manos de la muchacha acariciaban sus pechos. Poco después, sus camisas contribuían también al desorden de la habitación.

Diana sintió arder las yemas de sus dedos, al sentir como sus caricias producían el endurecimiento de los pezones de la muchacha. Sus lenguas bailaban al unísono, obligándolas a permanecer unidas. Mientras ambas jóvenes mantenían los ojos cerrados, Diana recorría los pechos de Marta, cual dragón sobrevuela por entre pequeñas colinas.

La mano derecha de Marta surcó la piel, de la inspectora, hasta sumergirse en el interior del pantalón y buceando entre sus braguitas, dejó que la humedad del sexo de Diana mojase sus dedos. Las mujeres aumentaban su respiración de forma desigual, Diana ahora apenas acariciaba los pechos de la muchacha, únicamente se dejaba sumir en un estado de ensoñación de cual, tan sólo, la mano zurda de Marta fue capaz de despertar. Ya fuese una continuación del ritual o tal vez un signo de protesta, ante la pasividad de la inspectora, lo cierto es que cuando la mano de Marta asió por los dedos, a la mano de Diana, ésta dudó en un primer momento sobre las intenciones de la joven, la cual tras lamer lentamente los dedos de Diana, los derivó rumbo a lo más profundo de su pantalón. Poco después, las dos mujeres respiraban al unísono.

De nuevo fue Marta la que tomo el mando de la situación y, colocándose de rodillas sobre el colchón, desabrochó lentamente los botones del pantalón de la inspectora, para después empujarle hasta los tobillos. Su dedo anular recorrió, de forma vertical, el fino tejido de la braguita de Diana, dejando que éste se hundiera ligeramente en el sexo que cubría. El dedo de Marta realizó de nuevo, esta vez de forma inversa, el mismo recorrido. Poco después los pantalones y las braguitas de la inspectora caían, sobre la alfombra, mientras la lengua de Marta se paseaba, también, por el interior del sexo de Diana.

Ni aquellas manos sobre sus pechos, ni aquella lengua sobre su sexo, le recordaba a Diana a ninguno de los amantes masculinos que habían recorrido su cuerpo desde que, con dieciséis años, su novio del instituto la desnudara por primera vez. La nube, en la que esta mujer la estaba haciendo flotar, tal vez no fuera más alta, ni más grande que la que cualquier hombre conseguiría con sus caricias, pero lo cierto es que Diana gozaba, de todos sus sentidos, sin necesidad de valorar el sexo de su amante. El calor se mostró enfermizo cuando, mientras las manos de Marta recorrían su cuerpo, ésta comenzó a gemir y a convulsionarse moviendo sus caderas.

Los ojos cerrados y las piernas abiertas. Diana respiraba ahora, de manera más pausada, sintiendo como las pulsaciones de su corazón, saltaban de su pecho a su sexo. Relajada, gozando del éxtasis en el que Marta la había sumido, la inspectora apenas prestaba atención a los movimientos que alrededor de ella la muchacha realizaba. Fue tan sólo en el momento en que unos grilletes se cerraron, aprisionando sus muñecas, cuando tensando de inmediato sus brazos Diana abrió repentinamente los ojos.

- Tranquila. – Dijo Marta, trasformando su voz en un susurro, al tiempo que acariciaba los tensos brazos de la inspectora.

-¿Que vas hacer? – Preguntó Diana, y al girar su cabeza y observar que los grilletes que la amarraban, estaban decorados por plumas sintéticas de color rosa, un escalofrió en forma de duda recorrió su cuerpo hasta aplastar su estomago.

Marta no respondió a la pregunta de la inspectora. La cual, mirándola a los ojos, pudo vislumbrar con claridad como un tímido titubeo se reflejaba en el gesto de la muchacha. Después, poniéndose de pies sobre la cama, procedió a quitarse, de una manera muy brusca, el pantalón y el tanga negro, el cual permanecía empapado por los licores que fluían de su sexo.

Las rodillas de Marta cayeron a ambos lados de la cabeza de Diana que, desde su posición, vigilaba en todo momento los movimientos de la serpiente tatuada en el muslo de la muchacha. Justo antes de descender su sexo, sobre la boca de la inspectora, Marta agitó los labios de su vulva con sus propios dedos.

La serpiente comenzó a zigzaguear de manera hipnótica ante los ojos de Diana. Apresada entre los muslos de Marta y esposada por los grilletes de plumas rosas, la inspectora, que aunque no quiso tampoco pudiera haber ofrecido resistencia, dejó a la serpiente acercase a su boca y, una vez allí, unió su lengua a la del reptil, bebiendo profusamente el veneno que escupía a través de su lengua bífida.

Humedeciendo la lengua, y dibujando con ella pequeñas espirales alrededor del clítoris, la inspectora consiguió calmar a la serpiente y, en consecuencia, desató a la bestia de carne y hueso en que Marta se transformaba. Más que gemir la muchacha bramaba, el contorneo de sus caderas acompañaba el recorrido de la lengua de Diana. Se acariciaba los pechos, soltaba su melena, manoseaba la cabeza de la inspectora y, de nuevo, se frotaba sus propios pezones. La metamorfosis de dulce muchacha, a terrible bestia, culminó en el mismo momento en que gritando alocadamente alcanzó su punto de mayor placer, o al menos de placer sexual.

El ruido de la ducha era claramente perceptible desde la habitación de Marta. El placer de producir un orgasmo tan intenso a la muchacha, rivalizaba con el placer de recibirlo en su propio cuerpo. Diana, ensimismada en su nube, y sin dejar de visualizar la imagen de la serpiente danzando sobre su boca, no fue consciente de que Marta abandonaba la habitación dejándola esposada al cabecero, hasta que escucho el sonido de la ducha.

La noche recorría su camino en dirección al amanecer. El grifo de la ducha cesó su actividad y, ataviada con su albornoz, Marta contempló como la inspectora balbuceaba pequeños monosílabos mientras sus ojos, ya cerrados, paseaban seguramente por entre el mundo de los sueños. Marta se deshizo del albornoz y tumbándose, sobre el colchón, junto al cuerpo de la mujer que continuaba amarrada al cabecero de la cama, levantó la sabana que permanecía doblada en un costado y arropó ambos cuerpos antes de iniciar su descanso.

No fue necesario que un gallo cantase para que la inspectora contemplara el amanecer. Al alba, los tenues rayos de sol se filtraban, por entre la persiana, creando un tapiz de minúsculos puntos de luz sobre la sabana blanca que arropaba los cuerpos desnudos de las mujeres. La inspectora, dubitativa, trataba de indagar mentalmente en el comportamiento final de Marta. Escuchaba su respiración y repasaba todos y cada uno de los datos obtenidos durante la investigación. El rostro casi infantil, de la compañera de piso de Irene, mezclado con el ataque de nervios inicial tras encontrar los cadáveres, había mantenido inertes las sospechas sobre Marta. Ahora esposada en el cabecero de la cama, de la habitación contigua a la que habían encontrado la muerte la controvertida pareja de novios, Diana se preguntaba si no habría cometido uno de esos errores irreparables a los que el comisario se refería tras asignarla la investigación del homicidio.

A cada minuto, la habitación se iluminaba con mayor intensidad. La persiana, que no había sido bajada por completo, dirigía sus haces de luz, cada vez con mayor intensidad, hacia el rostro de Marta, que continuaba placidamente dormida.

Era tan sólo cuestión de tiempo que el sol impactara contra los párpados de la joven, deshaciendo sus sueños, y para inquietud de Diana su despertar podría ser tan imprevisible como el placentero final de la noche que acababa de morir.

Pequeños arco iris impregnaban las paredes, de la habitación, al chocar el sol contra las múltiples botellas que abarrotaban las estanterías. Ordenadas, de una manera desordenada, las botellas de licores se mezclaban con las de cerveza, Ginebra, Ron, Vodca, whisky, la mayoría de ellas permanecían aparentemente vacías, como testimonio de largas y alocadas noches. Una de ellas llamó la atención de la inspectora, un bonito sombrero mexicano cerraba el grueso cuello de la botella, haciendo la doble función de tapón y adorno. En su interior una extraña silueta se percibía a través del vidrio blanco mate, Diana forzó al máximo su vista, tratando de leer la etiqueta que rodeaba el envase, había oído hablar de botellas de licor en cuyo interior se introducían gusanos e incluso escorpiones para intensificar su sabor, pero desde su posición la fue imposible distinguir las pequeñas letras negras impresas sobre la pegatina azul turquesa.

– Es tequila. – La voz, aun somnolienta, de Marta se marcó en sus oídos al igual que un latigazo se marca sobre una espalda. Sus miradas chocaron en silencio, como tantas otras veces lo habían hecho en las ultimas veinticuatro horas. Marta se levantó de la cama, en dirección a la botella, y justo en el momento en el cual la alcanzaba con su mano izquierda, el teléfono móvil de la inspectora comenzó a sonar desde el salón.

La melodía de la llamada se hizo eterna, la muchacha abandonó la habitación en busca del teléfono, y momentos después regresó a la habitación con ambas manos ocupadas; En la izquierda permanecía el teléfono que ya había parado de sonar, y en la derecha el revolver que la noche anterior Diana había abandonado sobre el sofá.

Marta manipuló durante unos segundos el teléfono móvil de la inspectora, y acercando el aparato a su oído, escucho el mensaje depositado en el contestador automático.

Desnuda ante Diana, la muchacha recobraba su gesto casi infantil y su mirada divertida, mientras escuchaba el mensaje grabado en el teléfono móvil. Cuidadosamente depositó el revolver sobre una de las baldas de la estantería, para después colocar el teléfono a su lado. Mostrando una gran confianza en sí misma, avanzó hasta Diana y con un fuerte tirón la despojó de la sabana que la cubría, de nuevo la inspectora se encontraba desnuda ante la muchacha.

- ¿Crees que soy lesbiana? – Preguntó Marta mientras recorría los muslos de Diana con sus manos.

- Si no lo eres, desde luego sabes como provocar a una mujer.– Respondió la inspectora tratando de aparentar la máxima tranquilidad posible.

- ¿Te hubiese gustado más, haber pasado la noche con un hombre? – Preguntó de nuevo la muchacha, mientras esta vez masajeaba el clítoris de Diana.

- Esta noche ha sido inolvidable. – Afirmó, al tiempo que trataba de no olvidar que sus manos continuaban amarradas al cabecero de la cama.

- Pero reconoce que también te hubiese gustado tener una gran verga para ti sola. – Y esbozando una sonrisa picara añadió; – Di la verdad.

- Es posible, aunque tal vez hubiesen sido demasiadas emociones juntas. – Contestó Diana al tiempo que pensaba si su respuesta sería la que la muchacha querría oír.

El rostro de Marta permaneció impasible ante la respuesta de la inspectora, seguidamente se levantó, otra vez, de la cama y se dirigió en silencio hasta el armario. Diana observaba a la muchacha que, de espaldas a ella, rebuscaba en el interior de varias bolsas llenas de ropa. Finalmente, la joven encontró algo parecido a un cinturón de cuero marrón, él cual se colocó sobre su cuerpo desnudo.

No fue hasta que la muchacha se dio la vuelta, cuando la inspectora pudo discernir con claridad el cinturón. Aunque con exagerado tamaño, un pene de plástico totalmente erecto, sobresalía por encima de la vulva de Marta, la cual, lanzando pequeños envites al aire manejaba el miembro como si de un hombre se tratase.

La inspectora, se alegró del pequeño masaje que acababa de recibir alrededor de su clítoris, ignoraba si Marta utilizaría su juguete de manera, dulce o, tan salvaje como la noche anterior, pero en esa situación la recién segregada humedad de su sexo, ayudaría a lubricar el paso del miembro de plástico. Porque si de algo no tenia dudas Diana, en ese momento, era que Marta sabia utilizar el juguete y que lo utilizaría.

Como si de un antiguo ritual se tratase, Marta recorrió el cuerpo de la inspectora frotando el miembro de plástico en cada poro de su piel que permaneciera visible. Lo introdujo entre los pechos, rozó con él los pezones de Diana hasta conseguir que estos se erizasen por completo y después, avanzando lentamente, se lo coloco sobre la boca, presionando ligeramente hasta que los labios se abrieron.

Realizar una felación a un pene de plástico, no era lo que en realidad crispaba a la inspectora. Amarrada de las muñecas por dos grilletes, y a punto de ser violada por la máxima aspirante a ser imputada por doble homicidio, el colmo de su rabia era sentir como su vagina babeaba abundantes jugos. Mentalmente la costaba reconocerlo, pero en la antesala de la muerte, la mujer que posiblemente se convertiría en su asesina, estaba conduciendo su excitación hasta limites inimaginables.

Lamía el plástico con avidez, tratando de convencerse de que su saliva lubricaría el artilugio de Marta. Pero cuando éste se separo de su boca, la inspectora inclinó la cabeza intentando alcanzar con la lengua la suave punta del juguete. Cerró los ojos y se dejo llevar. En realidad no podía hacer otra cosa pero sentir la lengua de Marta, jugando en su sexo, era un castigo demasiado placentero como para resistirse. La lengua cesó su actividad, Marta levantó las piernas de Diana hasta colocarla las rodillas sobre los pechos.

La excitación de la inspectora la evitó un verdadero calvario, el enorme pene de plástico dilató al máximo su vagina. Los movimientos de cadera de Marta, nada envidiables a los de un hombre, se sucedían de forma suave y placentera. La muchacha, soltando una de las rodillas de Diana, comenzó a estimularla el clítoris con el dedo índice, al que previamente había empapado con la humedad que desprendía el sexo de la mujer.

Envistiendo al igual que un animal ataca a su presa, los movimientos de Marta crearon un cóctel de dolor y placer a los cuales la inspectora se rindió tensando su cuerpo para después descargar varias oleadas de palpitaciones, y sacudidas, a las que acompañó de interminables gemidos de placer.

Marta se desabrochó el cinturón dejando el pene de plástico en el interior del sexo de Diana. Las dos mujeres permanecían en silencio, mirándose mutuamente, tan sólo se interrumpieron sus miradas cuando la inspectora emitió un liviano gruñido, en el momento en que, el pene de plástico, salió expulsado del su cuerpo.

Diana quedó abatida sobre la cama, dejando que el miedo ganase la batalla al placer. Pero aun así, permaneciendo en un sepulcral silencio mientras Marta se vestía y llenaba una gran maleta con ropa de su armario.

Cuando finalizó su tarea, Marta se dirigió hacia la estantería donde permanecía la botella de Tequilla. La sostuvo en la posición adecuada para que Diana no perdiera detalle de sus movimientos, desenrosco lentamente el tapón con forma de sombrero mexicano y, poniéndola boca abajo, dejó que el objeto que se hallaba en su interior cayera sobre su mano.

Con un ágil movimiento de muñeca Marta abrió las dos empuñaduras, dejando que el filo de la mariposa brillase ante los ojos de Diana. Aún se podían distinguir manchas de sangre seca sobre el acero de la navaja.

Asumiendo su propio fracaso, y temiendo sus consecuencias, la inspectora cerro sus ojos al acercarse la muchacha con el arma en la mano. Al contacto con el frío acero, el estomago de Diana se contrajo y su respiración se aceleró.

Abrió los ojos sorprendida, Marta introducía el revolver en el interior de la maleta que acababa de llenar de ropa. Se acercó a la cama, con el teléfono móvil de la inspectora en la mano, y después de besarla de manera frenética en la boca, beso al cual Diana tampoco se resistió, abandonó la habitación y después la vivienda, no sin antes conectar el contestador automático del teléfono móvil.

Esposada al cabecero de la cama, mediante dos grilletes rosas de plumas sintéticas, desnuda, con un cinturón en forma de gran pene junto a su sexo irritado y una navaja mariposa sobre su estomago, la inspectora, contempló como Marta desaparecía para siempre, mientras el mensaje del comisario se escuchaba a través del pequeño altavoz del teléfono móvil;

-“ Diana, acuda inmediatamente a comisaría. El informe genético del ADN encontrado en la vagina de Irene, concluye que se trata del semen de su novio. Al parecer no la violaron. El preservativo que tenia colocado Juan, no estaba usado, fue una artimaña para despistarnos. Tenemos el testimonio de, una joven que afirma, que la compañera de piso de Irene, Marta, es lesbiana y estaba enamorada de Irene. No se retrase, tenemos que proceder a tomar declaración nuevamente a Marta. La espero en mi despacho.”

Revancha

$
0
0

Recuerdo la primera vez que la vi, era una morena guapísima y muy espabilada. Con cinco años se convirtió en la líder absoluta de la clase y en el pringao, aunque ser el hijo del borracho del pueblo ayuda un poco. No podía más que estar sometido al escarnio y a la vergüenza continuada por parte del resto. Recuerdo, la primera vez que me dirigió la palabra con un seco “tu padre anoche vomitó en mi portal”, mientras me daba una patada a modo de venganza. Los años seguían, mi vida seguía sometida al humillación por parte de la gente del pueblo, pero al menos los mayores, tenían la coletilla “pues el hijo es muy buen estudiante”. Eso no hizo más que incrementar mi “popularidad” entre los matones que más de una vez hizo que volviera sangrando a casa ante la impasibilidad de un padre alcohólico y el cuidado de mi vecina, María una viuda joven que me trataba como un hijo. Sólo perdí la calma una vez y fue cuando uno de los cabrones insinuó que la pobre mujer era la puta del pueblo, el resultado una paliza más.

La vida continuaba, mi problema de inadaptación se acrecentó con la adolescencia, no salía de casa, comía lo que me daba la vecina y bueno, la higiene era lo mejor que podía en una casa sin lavadora ni agua caliente, por lo que me duchaba en el instituto con el visto bueno de mis profesores. La vida fue avanzando hasta C.O.U., era el número uno, no sólo del instituto, sino también de la provincia. Además mi cociente intelectual era de más de 125, pero no dejaba de ser un larguirucho delgado lleno de granos, pelo grasiento y gafotas. En aquella época pasaron tres cosas que justifican lo que he hecho:

La primera, fue el día más triste de mi vida. Después de terminar el bachillerato pero quedaba la selectividad, algo que a mí no me preocupaba mucho. Esa mañana, Marta, la chica de la que estaba perdidamente enamorado desde que tenía cinco años, me pidió que la ayudara con el inglés porque si no sacaba nota para entrar en farmacia, su padre no le iba a comprar el coche. Yo estaba encantado de la vida, me puse mi mejor ropa y fui a su casa, era una familia bastante rica. Estábamos solos, sus padres se había ido a una convención, ella me recibió en pantalón corto y camiseta de tirantes. Tras preguntarme si quería algo, la chica se acerco y haciendo un gesto de asco, me invitó a que me duchara mientras ella me lavaba la ropa. Yo lo agradecí, cuando salí de la ducha, la muy cabrona estaba esperándome con los amigos. Entre dos me agarraron mientras que la muy cabrona agarró un tubo de crema depilatoria para extenderla por mi entrepierna. Cuando la crema empezó a escocer y quemar mucho, logré zafarme de mis captores cuando a uno de ellos le dí una patada en la cara y al otro un codazo con un empujón me quité de encima a mi torturadora y salí corriendo de su casa como mi madre me trajo al mundo. Fueron los dos minutos más angustiosos de mi vida, la cosa iba a más así que me tiré en una fuente cercana para poder quitarme esa crema que dolía como si me estuvieran clavando agujas al rojo. Las risas de la gente fueron menos dañinas que mis pelotas destrozadas con quemaduras de segundo grado.

La segunda cosa que cambió mi rumbo, fue que durante mi convalecencia, mi profesor y tutor, D. Alfredo vino a darme la buena noticia. Me había presentado a unas becas para estudiar en una universidad estadounidense bastante prestigiosa, sólo me quedaba la entrevista, el problema era que tenía ir a la embajada de E.E.U.U. en Madrid. Yo me negué en redondo, no podía ir, no tenía dinero ni ropa adecuada. Mi profesor con una sonrisa, me alcanzó un sobre con unos seis mil euros. Con un guiño me dijo: “Es la indemnización que te paga el padre de la cabrona esa para que no la denuncies, no digas nada…ha sido cosa mía, te mereces sólo cosas buenas, demasiado has sufrido”. Sólo acerté a darle un abrazo entre lágrimas y agradecérselo.

La tercera, ocurrió esa misma noche. Yo había decidido que me iba del pueblo para no volver, tanto como si salía lo de de la beca como si no, me buscaría la vida para irme de allí. Así que me decidí a contarle mis planes a la única persona que había demostrado ternura en mi vida. María, mi vecina, me había enseñado a coser, a cocinar, a planchar. Me cuidaba cuando estaba enfermo, o cuando me encerré en mi cuarto cuando pasó lo de Marta, ella me consoló y me llevó a urgencias en su coche. Me iba, para siempre, pero quería despedirme de María no quería ver a mi padre, que sólo había hecho más que pegarme y sacarme el dinero que ganaba haciendo de todo. No quería verlo más en la vida, así que me fui como otras noches a dormir con mi vecina. Era una mujer de unos cuarenta y cinco años, su marido apareció muerto y nunca se supo que pasó. Era morena, menuda con mucho pecho y un culo apretado que daba gusto mirarlo cuando se ponía sus batas finas en verano. Llamé a su puerta…Ella me abrió como siempre con una sonrisa:

- Me voy…no creo que vuelva más, te lo digo porque eres la única persona que eche de menos.-Le dije…sin que le diera tiempo ni a saludarme

- ¿Te vas?…, me alegro por ti, me da envidia el no poder irme contigo, pero mis padres pronto empezaran a necesitarme y no puedo dejarlos solos…Pasa y tomamos algo, ¿has cenado?

- No…la verdad es que no.-

- Pues ayúdame y te hago algo rico…

La cena fue rica y con todo el cariño de quienes comparten una última cena. Las cosas como son, nos acurrucamos para ver lo que iba ser nuestra última película juntos, que era una cosa que hacíamos muchas noches desde hacía un par de años. Elegimos “Fuego en el cuerpo” de William Hurt y Kathleen Turner, cine negro de los ochenta, lo que no sabía es que salían algunas escenas subidas de tono…la imaginación voló y mi rabo también. Haciendo que se me saliera del pantalón de deporte que me había puesto para estar más cómodo. María sonriente…dijo:

- ¡Vaya con el jovencito!

- Lo siento…no quería…pero…-Le contesté bastante cortado.

- No te preocupes… ¿alguna vez has visto a una mujer desnuda? -Dijo con una sonrisa picarona.

- Sólo en películas.-Le contesté.

- Pues no puedo dejar que te vayas así…-Me dijo mientras se quitaba el camisón de verano. -No está mal para una vieja.

- Eres preciosa…, siempre me has atraído. -Le dije. Mientras observaba dos tetas inmensas y coño azabache poblado hasta el ombligo.

- ¿Quieres tocar? -Me preguntó.

Lo normal sería tocar las tetas, o eso creo, pero no fue así. Yo me lancé directamente a su poblado coño. Quería sentir algo que hasta hace dos segundos era inalcanzable, su textura húmeda y blanda unida a unos gemiditos cuando encontré una pequeña bolita protegida por los labios, que gracias a las clases, sabía era el clítoris. Quise probar esas tetas y me lancé a succionar esos ricos pezones grandes y marrones, no sé pero en ese instante me recordaron a las galletas maría que tomaba en el desayuno. Otra cosa que aprendí es que si mordía el pezón y apretaba el clítoris mi amante se estremecía. Entonces ocurrió algo mágico, mi profesora, me llevó a su alcoba de la mano y me tiró en su cama, para recorrer mi cuerpo con pequeños besitos, hasta quitarme el pantalón, dejando libre a esa pequeña bestia que todos tenemos. Ella me llenó el ego, haciendo un signo de aprobación se la fue metiendo en la boca, lentamente, mientras recogía mis pelotas con la mano y jugaba con ellas. María succionaba suavemente mi glande y yo me retorcía de puro regocijo. Aguanté dos lametones y mi leche le inundó la cara como un torrente. Me cortó el rollo el ver que le ponía perdida la cara, pero ella sonriendo sólo dijo…”umm…hacía tiempo que no lo probaba”.

Yo quería devolverle el favor y por ello casi instintivamente la tumbé y comencé a besar todo su cuerpo, empezando por su boca, su cuello, sus tetas, mientras con mis manos recorría su raja. Sentí la curiosidad de probarla en mi boca….es como la cerveza, no es un sabor que te vuelva loco cuando la pruebas por primera vez, pero tiene algo que te atrae y con las condiciones ideales es algo que está buenísimo. Con la experiencia he descubierto que me gustan con pelo, pero encima de la rajita, no me gusta el coño con pelos dentro. El instinto y los gemidos hicieron que aprendiera sobre la marcha, lamiendo como si fuera un helado, succionando el clítoris y penetrando. Mi profesora se corrió en mi boca, presa del calentón que teníamos desde hacía un rato.

Con toda la delicadeza del mundo, me puse entre sus piernas pero sin no llegar a ser por ella, podría estar follándome su ombligo, ella con sus manos prodigiosas dirigió mi pene a la gloria que supone adentrarme en una mujer. Era un novato, culeaba sin orden ni concierto, tanto, que María me decía: “tranquilo, despacio”…pero una vez que estaba dentro, no podía parar. Culear, meter, sacar, me costó coger el ritmo, pero lo conseguí, pin, pan, pin, pan…costó pero acompasarme pero ahora la cosa era más placentera si cabe, mientras mi amante me clavaba las uñas de puro vicio. Me corrí como una bestia, mi chica lo intuyo y se puso a cuatro patas, para evitar el agujero equivocado, me dirigió una vez más yo agarre su culo, ese trasero que me volvía loco, ahora desnudo y en primera plana. El acople fue perfecto, ella se corrió otras dos veces…había descubierto algo que se me daba bien…FOLLAR.

Terminamos abrazados y exhaustos mientras María me acariciaba la cabeza que se apoyaba en su pecho, dormimos un par de horas. Hasta que ella me volvía a despertar al montarse encima de mí y teniendo otra sesión de sexo mañanero. Cabalgó mientras yo agarraba esas nalgas tan poderosas, dignas de las musas de Tinto Brass. Follamos hasta volver a quedar rendidos un desayuno copioso y otra sesión de sexo en la ducha, hizo que me replanteara el quedarme con ella, pero mi amante era lista y debió verlo en mis ojos:

- ¡Ni lo sueñes, vete y no vuelvas nunca más!, te he follado para que te acuerdes de mí mientras vivas, pero no quiero nada más contigo. Entiéndelo, te llevo muchos años, cuando yo sea una vieja de sesenta tu ni habrás cumplido los cuarenta…es por mi bien de ambos, ahora tienes la oportunidad de estudiar y tener todo aquello que la vida te ha negado. Te he cuidado como a un hijo y hoy me has hecho sentir mujer otra vez. Ahora te irás a la estación de autobuses y prométeme que no volverás, pero que me escribirás. Mándame cartas todas las que puedas. Pero vete y no vuelvas. ¡Júramelo!

- Lo juro, le dije…solemnemente.­­-Juro que te escribiré al menos una vez al mes y juro que no volveré al pueblo.

- Ahora ven conmigo, no puedes ir a la entrevista esa en harapos.-dijo mientras me llevaba hacia el armario de su alcoba.

- Mi marido era más o menos de tu talla cuando nos casamos, pruébate el traje, es bueno, se lo regaló su tío el sastre.

Me estaba bastante bien y la verdad es que lo he conservado porque creo que me ha traído suerte. Me despedí de ella, prometiéndole que cumpliría el compromiso de escribirle y me largué en el primer autobús que salió del pueblo para poder irme a Madrid. Monté en el bus y salí de allí con la intención de no volver nunca más.

En la capital las cosas fueron muy rápido, buena impresión en la entrevista, tanta que me preguntaron por la posibilidad de estar allí en una semana. Así que busqué una pensión barata y comenzamos con los trámites, papeleo de visados y pasaporte, billete de avión y en una semana salía como becado por la MTU. Un buen libro, comida de avión y después de varios embarques, aduanas y demás historias.

La universidad estaba al lado de un lago inmenso, la ciudad más cercana al campus estaba a unos quince minutos, aunque aquél ya era de por sí un pueblo. Nada más llegar me llevaron a lo iba a ser mi hogar durante los siguientes cinco años. El tiempo pasa muy rápido en estas circunstancias y yo me tuve que adaptar más rápido si cabe a un nuevo país, una nueva lengua y costumbres. Hasta los tres primeros meses, no llegué ni a tener más de cinco minutos seguidos de conversación con mi compañero de cuarto, lo único que sabía de él es que era de un pueblecito de Wisconsin y que iba becado como yo. El último día de clase antes de irnos a casa por navidad, todo el mundo iba como loco haciendo las maletas para irse, menos yo, pero estaba pensando donde pasar estos días, por que el campus se cerraba.

Jim es una gran persona, de hecho hoy sigue siendo mi mejor amigo, un hermano de verdad en realidad. Yo me iba a quedar, pero el pobre insistió en que me fuera con él, “mi madre me mataría si se entera que te he dejado solo en navidad. No somos gente rica, pero lo pasarás bien”. Hice la maleta y nos montamos en su coche, un precioso Dodge Dart sport de 1975, un auténtico “muscle car” como motor V8. Me quedé sorprendido de que un chaval tan apocado tuviera un carraco de esa guisa. Durante el viaje, me contó que sus padres tienen un pequeño taller, él es el menor de tres hermanos. Sus hermanos, son militares, los dos están en el cuerpo de marines. Eran buenos estudiantes y el ejército les pagará la universidad cuando se licencien. Lo del coche, me dijo que su padre se lo regaló cuando cumplió los diez años, porque días antes le vio armar y desarmar un carburador de doble cuerpo. Durante años lo ha restaurado con piezas de chatarra. Entiendo que no me sorprendiera que estuviera en la especialidad de ingeniería mecánica, su sueño era diseñar coches.

Cada kilómetro se convirtió en algo más ameno, comimos en una cafetería y llegamos a la noche, decidí que me sacaría el carnet de conducir en cuanto volviese. Los padres eran gente fabulosa, honrada y trabajadora, lo que se dice la sal de la tierra y lo mejor de todo, me acogieron enseguida como uno más. Desde entonces siempre he pasado las navidades con ellos, la verdad es que tanto Pete como Missy, son como mi familia. Lo que no sabíamos era que la tía Penny, bueno no era tia suya, pero era la mejor amiga de su madre y siempre celebra las navidades con ellos porque estaba sola como yo. Jim odiaba a la tía Penny.

La tía Penny, era una cuarentona gorda rubia y oronda tan típica de ese país, además tenía una mala hostia considerable, de ahí el fastidio del pobre Jim, odiaba a su tía porque según él, era el ser más repelente del mundo. Yo me limité a ser educado con ella, ya que íbamos a ser compañeros de piso durante un par de días, me dediqué a ser el vecino ideal. Aún no teníamos la edad legal para beber, pero nos animamos a ir a un bar de copas para acompañar a la tía Penny. Fue divertido, comimos alitas de pollo, bailamos y bebí mi primera cerveza, no quería quedar mal, pero fue la última vez que bebí alcohol en mi vida. Al volver, la tía iba totalmente desinhibida, con unas ganas de marcha tremendas, lo peor fue cuando se quitó las bragas y me las tiró. Mi amigo se enfadó bastante, yo iba divertidísimo por la escena. Me volví y le dije a la gordi:

- A que no te atreves a follarnos a los dos.

- Yo sí, el que no se atreve es el capullo de mi sobrino. -Replicó ella.

- Yo no desde luego. -Se apresuró a decir mi colega.

- ¿Tú eres tonto?, ¿Tanto has follado que te atreves a decirle a esta qué no? -le dije.

- Tio es una gorda y vieja…-Protestó Jim

- Ya pero hoy vamos a follárnosla, piénsalo, ella está con ganas de rabo, digamos que va a ser nuestro regalo de navidad. -Le dije a Jim.

- A qué tanto cuchicheo, protestó Penny…¿me váis a follar o qué? par de maricones.

- Espera a que lleguemos a la casa, te vas a enterar de lo que es un rabo español.-le dije.

- Me mojo sólo de pensarlo. -Contestó riéndose.

Llegamos al sótano y entonces, Penny se desnudó dejando a nuestra vista un par de tetas tan descomunales que podrían matar a Superman de un solo golpe. Jim y yo nos desnudamos y le dije a que hiciera lo que yo. Así que nos agarramos a chupar de cada teta como si de Rómulo y Remo y la loba Capitolina se tratara. Ella nos agarraba de la nuca y nos estampaba contra sus tetas como la estanquera de Amarcord. Luego nos incorporamos y la guarra de la tía empezó a chupar las dos pollas, pero la de Jim era tal portento que a mí me desplazó a un segundo plano, joder con la tía Penny, si casi le da un colapso de tanto tragar. Pero que aguante tiene la jodía, así que la tumbé de espaldas y con un gesto le dejé vía libre a mi colega que le metió un trancazo del quince. Nuestra tía, berreaba de gusto como si de un verraco se tratara. Tanto que tuve que meterle la polla en la boca para que despertara al resto, una vez se corrió la pobre, intercambié posiciones, con este gesto aprendí una cosa, “cuando hagas un trio primero mete el que la tenga más pequeña por que las comparaciones son odiosas”. Nuestra oronda amante estaba chorreando de gusto y se corrió tantas veces que cuando descargamos en sus tetas se derrumbó entre la borrachera y el cansancio. Durmiendo mientras Jim y yo salimos a tomar el aire entre risas mientras tomábamos un sándwich con un refresco.

- Ha sido divertido -le dije sonriente.

- Si, no ha estado mal, pero la verdad es que no era lo que tenía pensado para mi primera vez – contestó no sin pesar.

- Bueno, si piensas que tu primera vez iba a ser con una tía impresionante, siento decirte que no, esta es la segunda vez para mí y he de decirte que era muy del perfil de Penny, aunque para mí era mucho más guapa. -Contesté.

- No, si cuando era niño, para mí Penny era lo máximo como mujer guapa, así que en cierta medida he cumplido un sueño, pero ahora no es que digamos Kim Basinger. -Contestó mientras masticaba su sándwich.

- ¿No lo entiendes verdad?, -Le contesté…

- ¿Qué debo entender?

- Mañana observa a tú tía el cambio de opinión, va estar feliz, tú has mojado por primera vez en tu vida y ella desde hace más de un año. ¿hay algo malo en ello?, los hombres somos idiotas, nos pasamos la vida esperando a nuestra Bo Dereck, en cambio nos olvidamos de lo que hay alrededor, y sabes una cosa…observa que las guapas siempre tienen amigas más feas, pero mucho más interesantes. Somos curiosos y envidiosos por naturaleza, si tú te follas a la fea amiga de la guapa, esta tendrá una mezcla de curiosidad y de envidia y más cuando le cuente lo gorda que la tiene su novio. Lo verás…¿hacemos una apuesta?. -le pregunté estrechándole la mano.

- No hace falta, si tu sistema funciona…podremos follar sin límites a cualquiera que queramos.

Al día siguiente, la pobre Penny estaba abochornada al principio, así que desayunamos rápido, con el cachondeo de la madre de Jim que pensaba que había ligado con uno en el bar y nosotros le seguimos la corriente para que no pensara nada raro. Es cierto que ella estaba bastante avergonzada, pero cuando salimos al centro comercial los tres, yo le pregunté:

- ¿Por qué estás avergonzada?

- Hacer un trío con el hijo de mi mejor amiga y el amigo de este, es para estarlo. -Respondió ella.

- No, ¿Verdad Jim? -Pregunté para apoyarme en mi amigo.

- No, para nada, somos personas adultas, además yo he cumplido el sueño de tener sexo con la chica de mis sueños. -Respondió Jim.

- Mira, somos gente sana y adulta, sólo míralo como lo que es, un rato de diversión hoy tu cuerpo y tu mente está a tope, si tienes un brillo especial en los ojos que te hace más joven y todo. Seguro que hoy ligas en el Mall.

- Jajaja, sois unos aduladores increíbles. -dijo Penny con la cara totalmente cambiada.

- Tía, lo que pasa es que no te arreglas, siempre vas con el pelo muy descuidado y sin maquillar, deberías hacernos caso. Verás así te sale algún pretendiente con ganas de hacerte feliz. –Dijo Jim.

La jornada de compras fue muy buena, la buena de Penny se dio cuenta que llevaba un abrigo muy viejo, la verdad es que lo había comprado de super saldo en una tienda de segunda mano, seguro que no lo quisieron ni los pobres dijo enfadada y me regaló un plumas chulísimo que abrigaba un montón. Yo quería hacer algo por la familia de Jim por eso les pedí hacer la cena de navidad, así que tirando de una receta que cociné con María la pasada Nochebuena les hice un cordero de chuparse los dedos, con tortilla de patatas, huevos al serrín y de postre pan de calatrava. Fue una noche preciosa, en la que la madre se acordó de sus hijos que estaban fuera, yo me acordé de María y la tía Penny se acordó del rabo de Jim.

Terminamos las navidades y nos volvimos para la uni, no sin antes aprovechar que estábamos en un sitio fácil de obtener el carnet de conducir, para con una tarde de lectura y dos días intensivos de conducción, pude obtener mi licencia. En realidad era otro regalo de la tía, ella trabajaba en tráfico y lo arregló para examinarme ella en el práctico. Gracias a mi amigo descubrí mi otra pasión, los coches.

Entre tanto, avanzamos con dos cosas, los estudios y las mujeres, tal y como planeamos, empezamos con las menos agraciadas, pero que tuvieran amigas más guapas. La envida es mala y no es menos cierto que habíamos conseguido atraer a estas últimas, mi amigo por su don yo por que había descubierto algo nuevo sobre mí y que no había encontrado hasta que me había visto a miles de kilómetros de mi pueblo, era un tío encantador que sabía vestir con elegancia pese a no tener un céntimo. Éramos un tándem genial, hasta tal punto que al empezar el segundo año yo decidí ampliar mis amplitudes de miras y empecé a fijarme en las mujeres que vivían en las poblaciones de alrededor, si a esto lo llevamos que en el segundo semestre nos cepillamos a más de cincuenta, llegando a acostarnos con seis a la vez entre los dos, había cogido la suficiente confianza para dar el salto.

Era peligroso y divertido, pero un anuncio en un par de supermercados donde daba clases de español, hizo que empezara con una señora de unos cuarenta años, que era muy atractiva, esta les habló de a otras amigas, la fama de mis clases de español llegó al caso extremo de tener una “alumna” mexicana. Lo mejor de todo es que no pedía dinero, y me negaba a aceptar regalos, por lo que las chicas me querían con locura, sexo y autoestima alta de manera gratuita.

El tiempo transcurrió entre libros y mujeres, en el último año, Jim y yo decidimos hacer un proyecto sobre algo que empezaba a ser de uso frecuente en la uni, algo llamado “internet”, yo era un matemático puro y él un ingeniero bastante bueno, pero necesitábamos un informático y allí es donde entró Dana, una chica valiente y lesbiana que nos ayudaba con los ligues de la uni. Ella era linda, pero no podía ver una polla a más de una milla, cuando lo tuvimos claro, se convirtió en una compañera genial, bebía, follaba, sacaba mejores notas que nosotros y mira que éramos los tíos más listos del campus. Un día decidimos crear un motor de búsqueda para que encontrar páginas por internet nos resultara más sencillo, pero que superara en velocidad a lo que ya había creado. Dana nos comentó la idea y nosotros aceptamos su desafío, fue un año duro de trabajo, pero al final dimos con lo que denominamos de broma “el santo grial”. Creamos el buscador y se hizo muy famoso en la universidad en pocas semanas, a los dos meses vino una llamada de teléfono, un directivo de una empresa tecnológica quería una reunión con nosotros, estábamos dentro de la famosa burbuja de internet. La oferta fue de la hostia, pero es que al día siguiente llamó otro que elevaba la oferta, al final vendimos por treinta millones de dólares. Dana, dijo que compraba un rancho en Argentina y que se retiraba a criar caballos, aunque creo que más bien eran yeguas. Todos los años procuro visitar a esta lesbiana loca.

Jim y yo vimos que podíamos hacer dinero con esto del internet, pero queríamos seguir como freelances, por eso, nada más graduarnos, montamos una pequeña oficina en Silicon Valley. Al cabo de diez años habíamos ganado cien millones cada uno, creando logaritmos lógicos para casinos online. Pero con mi proyecto estrella que nadie conoce hice que en diez años pasáramos de cien a mil. ¿Cómo? desarrolle un programa que analiza la información y me da una serie de opciones a la hora de invertir, comprar y vender. Además los ordenadores hacían el trabajo difícil, por eso decidimos no sacarlo a la venta, para evitar que se crearan despidos masivos en los bancos de inversión, nuestro programa hacía el trabajo de mil analistas, no descansaban y no cobraban aunque la última decisión la tomábamos nosotros, pero nos dejaba tiempo para nuestra escudería de carreras y seguir cepillándonos a modelos de Victoria Secret y mujeres por el estilo.

Esto lo hicimos hasta que cumplimos los cuarenta años, donde nos retiramos con una fortuna de mil millones cada uno. Seguimos siendo amigos, pero era el momento en el que debíamos hacer cosas por separado, el siguió con sus coches, pero yo estaba vacío, no tenía una afición concreta así que empecé a viajar. Seguía manteniendo el contacto con María, casi siempre por carta, algunas por teléfono, ella me contaba cosas del pueblo, cuando empecé a ganar dinero, le hacía un ingreso de tres mil dólares todos los meses, al principio no quiso pero yo sólo quería que no le faltara de nada, quería devolverle algo del cariño que ella me había dado. Cuando me retiré pensé que estaría bien volver a verla, no para tener relaciones ni nada por el estilo, sólo quería abrazarla y darle las gracias. Con ello volví a mi país, aquél que me había echado hacía veinte años, pero volvía millonario y anónimo. Nada más llegar, estaba todo preparado, había decidido comprar una casa discreta en una urbanización de lujo.

Los primeros meses los dediqué a darme a conocer, con una serie de acciones que me hicieron bastante popular, tales como donaciones, asistencias a actos benéficos y una cochera que despertaba envidias insanas. Como no trabajaba enseguida desperté la curiosidad de muchas vecinas con las que trabe amistad, aprendí a jugar al pádel y mejoré notablemente mi hándicap en golf aunque ya era de por sí lo bastante bajo. Un día conocí a Cata, una mujer que ha sido especial desde el primer día en que el destino nos juntó, era divertida y nada casta en lo que se refería al sexo por que hacía gala de su bisexualidad. Eso hacía que pudiéramos hacer trios con divorciadas necesitadas, amas de casa insatisfechas y solteras desesperadas. Éramos una especie de Batman y Robín, pero para meter. Un día vino tan contenta con una invitación a una inauguración de un complejo de “ocio”, yo no era de ir a esos sitios, nunca me ha gustado, pero ella insistió tanto que accedí a ir.

Lo cierto era que el complejo era muy elegante, su dueño era un hombre enorme rodeado de una corte de mujeres a cuál de ellas más bella y elegante, su nombre Sergio Talmion, la verdad es que tenía un halo extraño, pero era un hombre amable sencillo y muy simpático, tenía un magnetismo digno de un encantador de serpientes, pero no me daba la impresión de ser un sinvergüenza. Cuando fui presentado, el me dio un par de pistas bien claras en las que me demostraba alto y claro que sabía perfectamente quién era yo. Algo que honestamente me asustó, pero que el con una sonrisa se limitó a decir “tengo la obligación de saber quiénes son mis clientes, no se asuste, sólo tomo ciertas precauciones” tras estrechar su mano, se despidió de mí cortésmente.

Sorprendentemente, allí estaba entre la multitud, no podía ser era demasiado bueno para ser cierto, Marta, la hija de puta, la cabrona que me humilló, estaba allí vestida para la ocasión. No pude más que acercarme y saludar a tan ilustre vecina de mi pueblo. Y haciendo gala de mi mejor sonrisa, le besé en la mano y con un encanto propio del mejor playboy dije:

- A pesar de estar rodeado de belleza, usted consigue elevar considerablemente el promedio.

- Gracias caballero, usted eleva el promedio de la cortesía. -Respondió coqueta.-Su cara me es familiar, pero no le relaciono como habitual de esta casa.

- No creo, he estado fuera del país muchos años y está en lo cierto, hoy es la primera vez que vengo aquí, aunque he de decir que me gustaría conocer este sitio más en profundidad.-Contesté cortésmente.

- Eso se puede arreglar, permítame hacer de cicerone. -Dijo mientras me agarraba del brazo.

Como pude observar, no faltaba detalle, elegante, moderno funcional y discreto. Hay que joderse lo que puede cambiar el cuento, de ser una hija de puta repelente y calienta pollas a ser solamente una cerda calientabraguetas. Lo más divertido era que no hacía más que mirarme, pero claro, mucho había cambiado desde que era un pajillero con la cara llena de granos. Eso la iba mosqueando por momentos y por eso no hacía más que preguntarme mientras que yo me iba inventado las cosas o simplemente me hacía el tonto. Ya iba siendo la hora de irse, cuando me dijo al oído:

- ¿No vas a invitarme a una última copa?

- Claro, ¿dónde quieres ir?

- ¿A tu casa? -Dijo ella.

- No mejor a la tuya, en la mía me acabo de instalar y estoy de obras. -Le contesté, mientras pensaba que iba lista si pensaba que la iba a dejar entrar.

Salimos de allí, no sin antes avisar a Cata y despedirnos de nuestro anfitrión, ella puso una cara de flipada cuando vio que el aparcacoches me entregaba mi precioso McLaren MP4. Me guió a un edificio que curiosamente se hallaba en mi urbanización. Un ático precioso, me dijo que me sirviera lo que quisiera mientras ella se ponía cómoda. No bebo alcohol, pero disfruté viendo las fotos de su familia y amigos.. Me divertía bastante saber que estaba casada con uno de los gañanes que me agarraron para depilarme las pelotas, la niña había salido un putón verbenero y el marido un pringao de cojones que trabajaba en la farmacia mientras ella se follaba a todo lo que venía en gana.

Descubrí que venía con frecuencia por ser de la directiva del colegio de farmacéuticos y que aprovechaba para que le dieran duro. Salió de su habitación con un conjunto de cama transparente, al verla me levanté y me desnudé dejando todo cuidadosamente mientras ella me pedía que la follara mientras se masturbaba y jugaba con sus tetazas de silicona. La planté a cuatro patas y la taladré, no merecía preliminares, pero no le hacían falta, estaba chorreando la muy cerda. Berreaba como una bestia con mis embestidas, se corrió varias veces, mientras sus tetas bamboleaban de un lado a otro. Disfrutaba con los azotes fuertes que le daba, en verdad le gustaba que le dieran duro, tanto que saque la minga del coño para metérselo en el culo sin avisar, gritó un “¡por ahí no!”, pero era demasiado tarde, yo estaba entregado a mi venganza y la había reventado un su ojete virgen. Se quejaba diciendo:

- El culo no, por favor…duele aaaaah,

- No te mereces otra cosa, eres una mi putita y las zorritas como tú se les trata así.

- Me estás haciendo daño, por favor sácala….dijo.

- No, hasta que me corra en tus entrañas.

Así fue, no la saqué hasta que me corrí, al terminar…me limpié la polla en su camisón transparente y salí de allí, no sin antes estar seguro de mi teléfono móvil lo hubiese grabado todo, la resolución no era mala, se oía y se veía todo decentemente. La vi con los ojos rojos llenos de lágrimas y la cara sucia de maquillaje corrido y mocos. Sólo acertó a decirme:

- ¿Porqué me haces esto?

- Porque eres mala persona, mala profesional, mala esposa y mala madre…al final todas las humillaciones que has hecho se han vuelto contra ti. -Le repliqué

- ¿Quién eres? ¿Cómo sabes todo esto?…..espera ¡Noooo!, no puedes ser tú, María dijo que eras una rata de laboratorio en la universidad, no puedes ser…-Dijo con cara de espanto en su cara

- Si, soy yo y ya no soy un niño asustadizo al que puedes depilar los huevos y humillarlo delante de todo el pueblo, en una hora este video estará en la red y te garantizo que se sabrá en el pueblo lo que haces en tu ático de Madrid.

- ¿Eres tú?…-Dijo alucinada.

- Sí soy yo, sólo que con mil millones más encima y mucha mala hostia retenida en el cuerpo por culpa de una hija de puta como tú.

- Por favor, tengo hijos…¿qué van a pensar de su madre?

- Tú no tienes hijos, a ellos los abandonaste para darte la gran vida en Madrid, no creo que les importe mucho, en cuanto a tú marido, me da pena, pero le he hecho un favor, ahora podrá pedirte el divorcio y sacarte la pasta. No tienes derecho a pedir árnica. Por culpa de gente como tú odie a mi padre durante años, sin pararme a pensar que era un pobre hombre y tu pandilla, contigo a la cabeza, le tirabais el dinero a los charcos con la condición de que lo cogieran con la boca. Hasta que alguien me convenció para internarlo en una institución y descubrimos que tenía un trastorno bipolar, ahora está bien. Pero, no vosotros sólo querías humillar y tú me pides que te proteja, no sólo quiero que tus hijos te odien, quiero que sientas la soledad y el destierro a la que tú me condenaste…-Dije mientras salía por la puerta con ella suplicando de rodillas.

Me fui a casa, vi el vídeo al menos diez veces, tras tomarme un cola-cao y pensarlo durante toda la noche. Después de volver a ver el vídeo, me dije mí mismo «soy mejor que ella» y apreté el botón de borrar.

Fin

Docestrange

Viewing all 144 articles
Browse latest View live