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Siempre serás mia..

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SIEMPRE SERÉ TUYA…. 1- INICIOS DE UNA PERRA

Me llamo María y tengo 29 años. Me dispongo a contaros cómo me inicié en el mundo del sado con 22 años, de la mano del que fue y será mi Amo.

Acababa de salir de una relación un tanto tormentosa, y a pesar de haber sido siempre bastante inocente y mojigata en cuanto al sexo, decidí hacer mía la filosofía del Carpe Diem lanzándome a buscar un poco de placer.

Contacté con un desconocido en un chat, y tras las presentaciones y preguntas de rigor (edad, trabajo, ciudad,…) decidí quedar con él y conocerlo en persona. Parecía interesante y casualmente estaba en mi ciudad por trabajo.

Llegué al lugar de la cita y allí estaba él, un chico mayor que yo y muy atractivo. Menuda suerte…..

Nos fuimos a tomar algo y a charlar. Desde el principio me gustó un aire de canalla que dejaba traslucir debajo de su conversación. Pensé – es un chico malo y me gusta.

– Vamos a mi coche – me dijo en mitad de la noche. Yo acepté. A esas alturas estaba dispuesta a todo.

– ¿Me dejas que te bese? – Inténtalo…….

Uff…. mi entrepierna empezó a mojarse.

– Quítate la camisa y el sujetador.

– Pueden verme desde fuera. Estamos en un parque.

– No te preocupes. Si pasa alguien deja que mire y se ponga cachondo con lo que ve.

Me quedé desnuda de cintura para arriba. ¡No me podía creer lo que estaba haciendo! N

Entre besos y caricias me mordió un pezón y no pude reprimir un gemido de placer a pesar del dolor.

– ¿Te gusta lo que has sentido? ¿Quieres que lo repita?

– Prueba….. – le contesté muy excitada.

Continuó mordiéndome los pezones y las tetas y yo estaba asombrada de que esa sensación de dolor me gustara y excitara tanto.

Se hizo tarde y como una niña buena debía irme a casa.

– Mañana aún estaré por aquí. Si te apetece podemos seguir probando qué cosas te gustan….

Por supuesto volví a quedar con él. Y aprovechando que ese día estaba sola lo invité a mi casa.

Cenamos y después continuamos donde lo habíamos dejado la noche antes….

– Desnúdate para mí – el tono autoritario de su voz me dejó confundida.

– Anoche te gustó esto ¿verdad? – y volvió a pellizcarme y mordisquearme los

pezones, cada vez más fuerte.

– Menuda cara de golfa pones. Vamos a probar tu límite.

– Ponte de rodillas y paséate por la casa.

Aunque al principio estuve a punto de negarme, la situación me excitaba mucho.

Comencé a sentir molestias en las rodillas e intenté incorporarme.

– No te he dado permiso para parar. Has sido una zorrita muy desobediente y te tengo que castigar.

Me obligó a ponerme de nuevo de rodillas y con un zapato comenzó a pegarme en el culo. Primero despacio y después con más y más fuerza.

No pude evitar llorar, de rabia y dolor, mientras él no dejaba de repetirme lo mala que había sido.

Cuando creí que no podía soportar más dolor paró y me besó.

– Ahora cómeme la polla, te lo has ganado.

De rodillas aún y con lágrimas resbalando por mi cara, me puse delante de él y cogí su polla entre mis manos. Me la metí entera en la boca y comencé a chupársela. Notaba como se iba poniendo dura entre mis labios, y aunque aún estaba muy dolorida, no pude evitar que mi coñito se pusiera húmedo.

– Búscame algo para atarte. Aún no te has ganado que te folle.

Le di unas cuerdas que encontré y me llevó a la habitación. Me tumbó en la cama y me

ató las manos a ella.

– Chúpame los dedos que te los voy a meter en el coño.

Empezó a metérmelos mientras me pellizcaba con fuerza los pezones. Mi coñito a gritos que se lo follaran

– ¿Ya estás caliente? ¿Quieres que te folle? Pídemelo.

– Fóllame por favor, no aguanto más….

pedía

Se puso encima de mí y me metió toda su polla. Se movía con fuerza y violencia y mi coñito recibía sus empujes temblando de placer….

Yo lo miraba poseída por la lujuria y el vicio. Él me miró y me abofeteó la cara. El

placer que sentí fue tal que casi me corro.

placer que sentí fue tal que casi me corro.

– ¿Te ha gustado zorra? ¿Quieres que te dé más?

Me abofeteó varias veces, cada vez con más fuerza y me corrí. Sacó la polla de mi coño y me la acercó a la cara.

– Abre bien la boca que me voy a correr en ella.

Y por primera vez, alguien me llenó toda la boca y la cara con su leche caliente…..

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Ya eres mío

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20 mar, 2012

•Te repito que no tengo porqué darte explicaciones, no quiero volver a verte por la casa y ya está. A ver si te mete de una vez en la cabeza que hemos cortado. – dijo Elena desde el otro lado de la puerta.

•Pero, Elena… – dijo Alberto con los ojos húmedos – ¿Cómo puedes decir esto de repente, después de tanto tiempo?

•Mira, no tengo ganas de seguir hablando con un fracasado como tú. Mañana mismo enviaré tus trastos a casa de tu madre. Por mi parte no quiero volver a verte el pelo. – dijo Elena cerrando la puerta de golpe.

Alberto se dio la vuelta y se marchó por donde había venido. No entendía lo que había ocurrido unos días atrás. Hasta hace poco, él y su novia habían compartido piso en el pueblo de ella, fue una de las condiciones que ella le había impuesto para establecerse, desde el inicio de su relación años atrás. El pueblo era un lugar apartado de cualquier ciudad grande, de interior, rodeado de tierras valdías. Al acabar el instituto, Elena decidió estudiar magisterio en la universidad más cercana, mientras que Alberto se colocó como vendedor de seguros en la misma capital. Aunque esperaron a que Elena terminara la carrera para compartir piso, Alberto era feliz. El pobre no había tenido constancia de un par de flirteos que Elena había tenido con chicos de su clase. Bueno quizás sí que llegó a intuir algo, pero era de carácter tranquilo y sumiso, los explicó como naturales para una bella chica, al dejar el pueblo e ir por primera vez a una gran ciudad.

Y esto es así porque Elena era una verdadera diosa griega. Alta, de aproximadamente 1,74 mts, delgada, con una sorprendente talla 100 de pecho y un culito respingón moldeado por años de ejercicio , la hacía más que apetecible. Desde siempre había llevado su largo pelo negro suelto, liso, dándole un aspecto aún más fiero a sus misteriosos ojos verdes. Elena siempre había cuidado mucho su apariencia, procurando siempre vestir ropa cara y de buena calidad. A pesar de tener tan despampanante cuerpo, era muy discreta y casi nunca dejaba entrever algo, guardándolo como un tesoro oculto bajo. Si no destacaba por las minifaldas o los tops que nunca se ponía, sí que era una maravilla verla en sus zapatos de tacón. Eran su verdadera pasión, casi un fetiche que coleccionaba par a par.

Respecto a su forma de ser, Alberto había ido notando un progresivo cambio. Desde que volvieron al pueblo y se mudaron a vivir juntos, su relación parece que se había ido apagando. Elena había pasado de ser una chica sencilla, quizás algo presumida, a ser una completa ególatra. No le importaba a quien tenía que pisar con tal de cumplir sus deseos. Era caprichosa y se le había ido haciendo difícil pensar en otra persona que no fuera ella misma. Alberto seguía pensando que su cambio de actitud se debía a la influencia de sus amigas del pueblo, en concreto por la influencia de una tal Rafi, una vecina de sus padres. Ambas se habían hecho poco a poco muy amigas, y parecía que Elena había acabado por copiar la forma de ser de su antigua vecina.

Era cierto que él se había ido dejando. Hacía tiempo que no iba al gimnasio y se encontraba fofo, y cansado. Estaba claro que su aspecto no era el mejor para sus 27 años, pero no había hecho nada para remediarlo. Para colmo, Rafi había ido quedando con Elena cada vez más a menudo para salir por la noche con sus amigas. Algunas noches al principio las acompañaba pero después dejó de hacerlo y empezó a quedarse en casa. A diferencia de ella, Alberto no tenía apenas conocidos en el pueblo, habiéndolo dejado todo por irse a vivir con Elena.

Ya en su casa, Alberto comenzó a recordar como se habían desencadenado los acontecimientos de los últimos días. Un día, volviendo de la ciudad, la encontró en la cama con otro. No podía creer que le hubiera podido hacer esto en su propia cama. Elena estaba completamente sudada, a cuatro patas sobre la cama y siendo penetrada por un chaval joven musculoso y desconocido. Pero lo más extraño de todo es que no pararon al verle y Elena en ese momento cuando consiguió correrse, casi en las narices de su querido novio. Nunca la había visto tan excitada y con esa cara, mezcla de placer y malignidad.

•Pero Elena, ¿qué coño estás haciendo?

•¿A ti qué te parece, gilipollas? Follándome a un hombre de verdad…

Todo fue muy rápido. Alberto, no pudo hacer otra cosa que marcharse de la casa con lo que tenía encima puesto. Era en general un hombre tranquilo, y decidió cortar por lo sano. Después del último encuentro de esta mañana en su antigua vivienda no le quedaban ganas de volver a intentar aclarar las cosas con Elena pero todavía la seguía queriendo muchísimo, y había decidido no separarse de ella tan fácilmente a pesar de los cuernos. Todo estaba así cuando al día siguiente recibió una inesperada llamada en la habitación del hostal, que cambió todo y que a continuación nos será contada.

CAPÍTULO 1

•¿Alberto? ¿Eres tú? – dijo una voz conocida desde el otro lado

•Hoooola Elenita… – dije con la voz temblando

•Sabes perfectamente que no me gusta que me llames así, atontado. – dijo Elena tras una pausa – me he enterado por mis amigas que te has alojado en el hostal y después de hablar con ellas, me han convencido para que te de otra oportunidad…

•¿De verdad? – No podía caber en mi gozo, pero estúpidamente no me daba cuenta de que yo no había sido el infiel en esta historia.

•Pero no creas que todo será como antes. Si realmente estás dispuesto a volver a casa, habrán cambios que deberás de asumir.

•Claro, lo que quieras. – dije sin pensar

•Cuando te hayas arreglado un poco, ven a verme. – dijo colgando el teléfono.

Me quedé pensativo con el teléfono en la mano. ¿A qué tipo de cambios se refería? Pero no estaba para pensar, la excitación me podía, y una hora después ya me encontraba con mi mejor aspecto llamando al timbre de mi ex-casa. Elena abrió la puerta mostrando un vestido negro corto y ceñido que se ponía en algunas ocasiones especiales. Llevaba puestos unos zapatos negros de tacón de aguja que yo le había regalado (como casi todos) e iba con el pelo recogido. Sus uñas, pintadas de color negro resaltaban la delicadeza de sus manos y pies. Parecía que sus pechos iban a salirse del vestido, erguidos, jóvenes, hipnotizantes.

•Siéntate ahí, Alberto. – dijo señalándome el sofá.

Yo obedecí y me senté sin abrir la boca, extasiado por su belleza. Esperaba una charla corta y después un revolcón en la cama. La verdad es que la había perdonado ya y estaba deseando volver a poseerla de nuevo. Pero nada más lejos de la realidad..

•Mira Alberto, la cosas han ido cada vez de mal en peor. La verdad es que desde hace un tiempo no funcionamos y ya estaba harta de ti. Me había decidido a dejarte, quedándome yo con el coche que compramos juntos y la casa que nos construimos con ayuda de nuestros padres, claro está . Pero mira por donde , Rafi, la que te cae tan mal, me ha dado una solución aún más ventajosa que espero estés dispuesto a aceptar.

Se giró un poco y cogió una carpeta negra que contenía una serie de folios que me entregó en mano.

•Te recomiendo que lo leas todo muy, pero que muy bien porque una vez lo hayas firmado no habrá vuelta atrás. Además esta será la última oportunidad que te doy.

•Contrato de esclavitud, sirviente, Ama Helena…¿pero qué locura es esta?

Elena no pudo menos que esbozar una sonrisa…

•Vamos no te hagas el tonto, sé que esto te gusta.

•Pero no es lo mismo, una cosa es en la cama y otra muy distinta en la vida real.

•No te preocupes por nada, Rafi y Nani ya lo han aplicado a su novio y marido respectivamente y les va muy bien, créeme…

•No me lo puedo creer…

•Decídete ahora mismo: o te conviertes en mi esclavo y haces todo lo que yo te diga o ya puedes olvidarte de mi. Siempre se necesita alguien para que te limpie la casa y haga las tareas domésticas.

Aunque todo aquello me parecía muy raro, no pude pensar y decidí firmar el contrato. Con una mirada pícara, Elena destapó un bolígrafo con la boca y me lo dejó para firmar. Una vez lo tuvo en la mano, se levantó y me miró directamente a los ojos.

•Vete al cuarto de baño y ponte la ropa que te he dejado sobre el borde la bañera. Te quiero ver allí, a cuatro patas y con los ojos tapados.

Sin rechistar y con la esperanza de que todo fuera una broma o un juego erótico más, me dejé llevar y me metí en el cuarto de baño. No pude dejar de sorprenderme al ver un juego de corpiño, liguero, tanga, medias y tacones. Todo era de color rosa y negro, y no lo había visto antes por su armario. Una vez me lo puse todo me vi ridículo, toda la ropa sexy de Elena me quedaba pequeña, incluidos los zapatos de tacón. Me puse a cuatro patas y esperé a que me llamara durante unos 15 minutos.

Pero cual sería mi sorpresa cuando me percate de que la puerta se abría y vi a Rafi y a Elena entrar dentro del cuarto y ponerse a hacerme fotos a diestro y siniestro.

•¿Pero esto qué es?

•Tú cállate, guarra. – dijo Rafi sin parar de hacer clics

Tras unos instantes, se marchó por la puerta y abandonó la habitación.

•Con estas fotos, idiota, me aseguraré de que cumples tu palabra. En cuanto dejes de desobedecerme, las mandaré por email a todos tus conocidos y familiares, y mucha gracia no creo que les vaya a hacer. – dijo sonriendo

Mi primera impresión fue de rabia. Quise tirarme al cuello de ella y obligarla a eliminar las fotos. Pero ya había escuchado la puerta principal cerrarse tras la salida de Rafi. Me tenían atrapado y no pude hacer otra cosa que agachar la cabeza, a cuatro patas como estaba.

•Así me gusta, cornudín. – dijo Elena acercándose y acariciándome la cabeza – quítate inmeditamente esa ridícula ropa y baja al comedor.

Cuando me hube quitado toda la ropa, bajé al comedor y me quedé erguido ante la figura de Elena, sentada con las piernas cruzadas en el sofá central. Estaba tomando una copa, que saboreaba lentamente. De pronto, crucé mi mirada con la suya, y de un salto, Elena se planto delante mía dándome un bofetón que me hizo temblar.

•¿Cómo te atreves a mirarme directamente a los ojos? Seguramente no te ha dado tiempo a leerte bien el contrato que firmaste antes. – dijo comenzando a caminar hacia el sillón de nuevo. – Siempre que estés en presencia de una mujer, por muy joven que sea, tendrás que bajar la mirada como sumisión. ¿Entendiste?

•Sí, Elena. – una sonrisa diabólica se dibujo en su rostro a escuchar su nombre.

•A partir de ahora responderás siempre Sí, ama a cualquier mujer que te ordene algo. Como no aprendas rápido juro que lo vas a pasar muy mal…

•Sí ,ama Elena. – dije yo intimidado

•Muy bien – dijo ella levantándose del sofá. – Las reglas son muy sencillas, yo mando y tu obedeces. En las clases de ultrafeminismo que recibí en la universidad hicimos algo más que escribir pancartas y leer a Sutton. Allí aprendí que no está bien que un gusano como tu gane más dinero que yo, así que dejarás el trabajo desde hoy. No te preocupes, yo soy ahora la única que lleva los pantalones en esta casa y me ocuparé de ti. – dijo acariciándome la barbilla. – En un principio había pensado que fueras desnudo, sin no ataduras dentro de casa, pero visto lo que paso con el marido de Nani, he reconsiderado mis ideas y voy a ponerte algunas cositas… – dijo mientras cogía una bolsa de encima del sofá.

La vi agacharse y colocarme un par de grilletes de cuero cerrados con un pequeño candado en mis tobillos, no pude evitar comenzar una erección que luego me acarrearía problemas. Lo mismo hizo con mis muñecas y con el cuello:

•Con este collar vas a estar guapísimo. En el está escrito el nombre de tu dueña, Elena, por si algún día se te olvidara… – dijo riendo.En ese momento sacó un cablecito unido a una especie de goma y un microchip que colocó rápidamente en la base mi pene que se hallaba erguido. Con falta de tacto, tomó una bolsa de hielo que tenía en un cubo cercano y presionó en mi miembro reduciéndolo a la mínima expresión.

•Sé que eres un pajillero empedernido. Pero esos tiempos ya se acabaron, ahora tomo yo las riendas de tu pene. – dijo empezando a colocar un aparato de castidad masculino. – No tienes ni idea del bien que hace a una pareja la castidad…masculina.

Cuando terminó de colocarlo, pude ver como giraba su mirada hacia arriba desde su altura y sacando la cadenita que le colgaba entre sus abundantes senos me dirigió una palabras acompañadas por una mirada de alegría radiante y poder que nunca podré olvidar:

– Ya eres mío…

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Una fantasía hecha realidad

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Nunca creí en el amor a primera vista hasta que conocí a Margarita: Su cabello castaño, su piel tersa y blanca, sus ojos caramelos, su belleza sin igual. Me propuse a conquistarla, salí con ella, la seguí, la ayudé en todas sus labores, fuimos de viaje y paseo a diferentes lugares, incluso acompañados por sus amigas o miembros de su familia. Sin embargo, nunca pude pasar la “friend zone”. Me le declaré tres veces y en todas me hizo entender que sólo me veía como un amigo y no quiso hacerme daño.

Luego traté de olvidarla y por todos los medios dejé de comunicarme con ella. Hasta que un día recibí una llamada diciéndome que me extrañaba e invitándome a pasar un almuerzo con ella en su nuevo departamento.

Se había mudado con una amiga, sin embargo su amiga se había ido de viaje por varios días, así que la casa era sólo para nosotros. La ayudé a hacer las compras y luego a preparar la comida. Durante la preparación se le escapó que tenía un enamorado.

Lo dijo mientras yo fileteaba el pescado, por lo que me hice un pequeño corte en el dedo y aguantando las lágrimas para no llorar. Cuando se fue a hacer el resto de preparativos no me contuve más y vertí lágrimas sobre la comida mientras hacía la decoración, así como un poco de sangre acompañó la preparación.

Durante el almuerzo traté que no se vea mi turbación, conversando de otra cosa para cambiar el tema. Al terminar de comer sucedió algo insólito: no se podía mover.

Ella se asustó y yo también:

-Yo: ¿Qué tienes?

-Margarita: No sé, no puedo moverme.

-Y: Párate, por favor —así lo hizo, pero su cuerpo seguía sin responderle, masajee sus manos y le pregunté si podía sentirme.

-M: Me dijo que sí.

-Y: Hay que llevarte al médico —y se movió hacia la puerta. —“¡Alto!” grité y ella se detuvo.

En ese momento mi malicia salió. No podía dejar pasar esa oportunidad, estaba demasiado dolido por la noticia.

-Y: Vamos a tu cuarto.

Margarita fue contra su voluntad, pero su cuerpo no le respondía.

-Y: No sé qué ha pasado, pero lo siento no puedo dejar pasar esta oportunidad. ¡Relájate! —y empecé a besar su mejilla y su cuello, acariciándole los hombros.

Lágrimas de impotencia se deslizaron por las mejillas de Margaritas, eran saladas y las lamí, mientras pedía que parara. Esa sensación me excitó más.

– Quiero verte en brasier –le dije. Y se empezó a desnudar: Se quitó la chompa y luego el polo.

– Ahora quítate el pantalón, quiero verte en ropa interior, despacio —agregué. Su cara estaba roja por las lágrimas que salían de ella: lágrimas de frustración y de miedo. Se sacó los zapatos, luego se sacó el pantalón un pie a la vez y se quedó de pie con sólo sus bragas y brasier de color blanco. Sus pechos eran grandes y apetitosos, sus piernas contorneadas y el triángulo de su calzón dejaba ver algunos vellos púbicos fuera de la prisión del algodón.

Me coloqué detrás de ella y empecé a acariciar su cuerpo, mi mano subía y por su cadera y estómago mientras besaba su cuello, hombro y el nacimiento de sus tetas. Luego deslicé mi otra mano hacia dentro de su braga sintiendo la peludés de concha. Lágrimas de impotencia se deslizaban por su cara.

Aflojé las tiras de su sostén y deslicé hasta la altura de su estómago besando las aureólas y sus pezones hasta que se pusieron duros. Todo esto sin dejar de acariciar su chocho peludo dentro de su calzón.

Le ordené que se sentara en la cama, se relajara y se abriera de piernas. Deslicé su calzón hasta la altura de sus rodillas y al ver su vagina rosada y peluda. No me resistí a probar su sabor a mar. Empecé a lamer, un olor fuerte a pescado inundó la habitación y oí algunos gemidos escapar de sus labios. Eso me excitó más y busqué su clítoris para morderlo y meterle los dedos. Ella se empezó a mojar, la calentura de su raja quemaba mi boca.

Le ordené que me desnudara y me baje la trusa con la boca. Así lo hizo ella. Luego le ordené que me lamiera el glande hasta que se corra en su boca y le guste mi sabor. Para su disfrute le ordené que se masturbara mientras lo hacía.

Luego cambiamos a la posición del 69, lamiéndonos el uno al otro hasta que sentí que me correría. Me puse de pie y le dije: “lámelo y tómatelo todo. Este va a ser el alimento más rico que haz probado y te correrás con su sabor” No creo que haya resultado, sabía que no podía controlar sus pensamientos, tan sólo sus acciones.

Algunas gotas de semen y baba cayeron por las comisuras de sus labios. La dejé descansar algunos minutos mientras recuperábamos fuerzas. Ella cayó agotada en la cama. La visión era gloriosa: de costado, completamente desnuda, con su cuerpo sublime, sus tetas paradas, su concha mojada y su cara con mi semen.

Minutos después, le ordené que se limpie la boca y me traiga condones, me los coloque con la boca y se eche en la cama con las piernas abiertas. Su rostro ya no tenía expresión de susto, sino de resignación.

Tenía inexperiencia colocándome el condón con la boca, pero al final lo hizo. Me gustaba eso. Me excitaba el saber que a sus 28 años, un chico de 23 años como yo podía enseñarle cosas.

Se echó en la cama con la cara al techo, me comí su clítoris, mientras exploraba las paredes de su vagina con mis manos, sintiendo su calor y su sabor, la textura de terciopelo de su piel, sus vellos púbicos. Cuando estuvo más mojada me levanté.

Acerqué la cabeza de pene a la cueva de su vagina y la deslicé de arriba abajo y en forma circular en la entrada de su cueva.

Se puso más cachonda y entonces se la clavé de despacio, disfrutando el olor de su piel, susurrándole palabras dulces al oído, mordiendo suavemente sus pezones. Margarita cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. Luego la coloqué de costado, me gustaba más; su vagina se cerraba un poco más por la presión de sus piernas clavándola de forma rítmica y constante. Así me corrí nuevamente.

Descansé un poco, tal vez 20 ó 30 minutos, comí algo, bebí agua y le di alimentos y bebidas también a ella, le limpié su cuerpo mojado de sudor y de fluidos para luego empezar otra ronda. Era celestial. No sabía cuánto iba a durar el efecto así que tenía que aprovechar. Le dije que se masturbara mientras tanto.

Esta vez me pude el condón y me eché boca arriba. Le ordené que se me cabalgue despacio y a horcajadas y cada vez que se sienta más mojada y excitada aumente las arremetidas. Ver como subía y bajaban sus tetas, la expresión de placer de su rostro con los ojos abiertos y cerrados, sentir el calor de su piel, su sudor, su olor.

Como ya era la tercera corrida demoré más en venirme. Al sentirla cada vez más cerca del éxtasis, le dije que se colocara en cuatro patas. Lo hizo en forma rápida, como si no quisiera perder el ritmo. De lo mojada y lubricada que estaba se lo metí completamente sin problemas. Con movimientos rítmicos rápidos y unas nalgueadas suaves continué con el mete-saca hasta que sentí que hizo un ruido, fue como si se hubiera roto. Cayó de pecho, aplastando sus tetas contra la cama, quedó quieta hasta que su respiración se hacía más pausada y normalizada. Era la forma en que había alcanzado un orgasmo múltiple. Yo continué con mis arremetidas hasta que al fin me corrí. Vi todo el flujo que salía de ella y me lo bebí sin miramientos. Ella seguía con sus orgasmos múltiples y me di cuenta que ya podía mover su cuerpo a voluntad.

Luego que nos recuperamos del orgasmo le dije:

Y: “Si quieres puedes denunciarme por violación” —le dije— Perdón mis instintos.

Se acercó al teléfono y me asusté. Llamó a su novio y le dijo que habían terminado. Colgó y me dijo:

M: Me has hecho sentir el sentir en la gloria, como nunca lo había imaginado. Desde ahora seremos pareja y copularemos seguido. Siempre tuve miedo, ya que te consideraba un niño imprudente. Pero me demostraste que eres un hombre tierno que me ha apoyado desde que nos conocimos y que busca el placer de su pareja antes que el de sí mismo.

Un beso selló nuestro amor y desde ese día lo hacemos como conejos.

Hemos pasado los momentos más felices de nuestras vidas. Esperamos pronto casarnos.

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Una noche diferente

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Hace un par de semanas cumplí 18 años y ya por fin mi padre me dejo salir hasta bien tarde de fiesta con mis amigas, nunca me había dejado llegar más tarde de las doce de la noche, ni ir a discotecas o sitios como esos. Iba a ser una noche para no olvidar nunca y en cierta manera, fue así.

Soy una chica morena, con el pelo largo y ondulado, tengo los ojos oscuros y uso unas gafas de diseño muy chulas que me dan un pequeño toque intelectual. Tengo un buen cuerpo, con muchas curvas, aunque de lo que más orgullosa estoy es de mis tetas, que son grandes, redondas y bien puestas, con los pezones apuntando hacia el frente. No es por egocéntrica, pero estoy muy buena. Jejeje.

Ese día, salí de la ducha habiéndome depilado toda entera, esa noche tenía pensado pasármelo muy bien, vosotros ya me entendéis. Me puse mi mejor tanga. Uno negro de encaje transparente que me había comprado con unos pequeños volantes a los lados. Luego un vestidito azul intenso ajustado en la parte de la cintura y terminado en una mini a medio muslo, cogido al cuello con la espalda al aire y mucho escote, lógicamente, no me puse sujetador. Todo conjuntado con unos tacones altísimos.

Salí de casa rápidamente para no ver la cara de mala leche que puso mi padre cuando me vio y le dije que llegaría muy tarde.

Ya en la calle, mis amigas me estaban esperando. Ellas aun eran menores y nunca habían podido entrar en un disco, pero hoy venían conmigo. Eso me hacía sentirme importante.

Llegamos a la disco, que estaba bastante lejos, casi a las afueras. Para llegar no tuvimos más remedio que coger el metro hasta la última parada. Nos pusimos a la cola y tras un rato de estar de pie llegamos a un cordón rojo, donde nos esperaba un gigante negro con la cabeza afeitada y un traje también negro que parecía que le iba a estallar en cualquier momento –DNI por favor. Nos dijo. Mis amigas se los entregaron primero. –En este local no permitimos la entrada de menores solos. Ellas se quedaron mirándome, esperando que reaccionara. –No pasa nada, vienen conmigo. Le enseñe mi documentación y enseguida nos dejo pasar. A demás gratis por ser mujeres.

Ya dentro del local nos llevamos una pequeña desilusión, no había casi nadie, la música no era de lo mejor que se puede escuchar y los pocos hombres que había no eran muy guapos, y yo quería follarme a alguno, o quizás a dos. Pero la noche era joven a si que nos pedimos unas copas y esperamos que la noche mejorase.

Poco a poco el local se fue llenando de gente. Algunos realmente guapos. Se nos acercaron unos cuantos moscones, pero pasamos de ellos con mucha elegancia. No pasó mucho tiempo y la pista de baile empezó a llenarse, sin duda por culpa de las copas de más. Nos animamos y nosotras también nos pusimos a bailar las tres juntas. Seguían intentando entrarnos algunos tíos, pero muy feos. Otros se rozaban descaradamente con nosotras. Los apartábamos como mejor podíamos.

Ya estaba un poco borracha, pero seguía bailando, oteando la pista buscado algún chico que mereciese la pena cuando de repente note a alguien rozarse contra mi culo. Note su polla dura apretada contra mí. Yo no hice nada. Luego puso sus manos en mis caderas y siguió frotándose. Lo deje porque era guapo. Bueno…. Por eso y porque ya no sabía muy bien lo que hacía. Pero tras frotarse un poco el tío puso la mano en mi espalda y la metió por la parte de arriba de la falda y me agarro el culo. Eso no me gusto nada. Me di la vuelta, lo enfrente y le di un bofetón. El tío se fue indignado dejando me en paz. Pero yo ya no me sentía igual. Un tío se había aprovechado de mi descaradamente y decidí irme a mi casa.

Deje a mis amigas en la discoteca. Cuando salí de allí ya era muy tarde, de madrugada. Me dirigí a la entrada del metro y desde allí, al andén. No había nadie en los túneles y mis pasos sonaban en toda la estación. Llegue a las vías y me senté a la espera del metro. Iba a tardar porque a esas horas no había muchos trenes. Al poco tiempo comencé a escuchar unos pasos que se acercaban por el túnel. Me puse un poco nerviosa. Tenía miedo de que fuera alguien malo y que me pillara allí sola. Los pasos cada vez se escuchaban más y más fuerte hasta que de repente un tío salió del túnel. Era ese chico al que le había pegado en la discoteca. En ese momento se me corto la respiración y el mundo se me callo a los pies. Pero el solo me sonrió, me dio las buenas noches y se sentó unos pocos bancos más allá. De todas maneras yo no estaba tranquila.

Llego el tren y me metí en el vagón corriendo y me senté, esperando quedarme sola. Pero ese chico entro en el mismo vagón que yo y se acerco a mí, sentándose en el asiento de al lado. El tren se puso en marcha, cerro sus puertas y nos quedamos solos. Al poco tiempo el chico empezó a hablar conmigo, no recuerdo muy bien lo que me decía. Pero de repente paso su mano por detrás de mí, echándomela por los hombros. Acerco su cara a mi oreja y me dijo una cosa que si que recuerdo bien. Me dijo –Vas a pagar por lo que me has hecho. Puta.

Quise salir corriendo pero me enseño una navaja que tenía en la mano derecha y que tras intimidarme, volvió a guardar. Puso su mano derecha en mi muslo y yo agarre la parte baja de la falda con mis puños para impedir que metiese la mano por dentro.

Empezó a acariciarme el muslo con suavidad y el pelo con la otra mano. –Si haces todo lo que te digo no te pasara nada. Puta. Pero haz un movimiento en falso y te dejo seca aquí mismo. ¿Comprendes? Yo asentí con la cabeza y en ese momento me dijo que soltase mi falda. Yo lo hice y automáticamente subió su mano hasta mi entrepierna, llegando hasta mi tanga. Comenzó a acariciarme por encima del tanga, Yo estaba concentrada en su mano y no me di cuenta de que tenía su otro brazo tras de mí y que uso para agarrarme un pecho, metiendo la mano por debajo del vestido. La agarro con fuerza y comenzó a amasarla, pellizcándome el pezón y jugando con él. –Quítate las bragas. –¡No! Le dije ya con las lagrimas derramándose por mis mejillas. –Que te las quites, te he dicho. Perra. O ya sabes lo que te va a pasar. Contra mi voluntad lo hice, me levante un poco y metiendo las manos bajo mi falda agarre el tanga, bajándomelo hasta los tobillos, me lo saque por los pies y en ese momento él me dijo que se las diera. –Esto me lo quedare de recuerdo. Me dijo mientras las olía. Se las metió en el bolsillo del pantalón y sin quitar la mano de mi pecho, volvió a poner su otra mano en mi muslo, esta vez hundiéndola hasta mi coño. –Estas completamente depilada. Pero que perra eres. Si lo estas deseando. Me dijo mientras metió un dedo dentro de mí. Rasgándomelo por completo ya que lo tenía completamente seco.

Me masturbo, me amaso las tetas, pero lo que más asco me dio fue cuando empezó a besarme. Vi mi parada pasar de largo y cuando ese tío termino de abusar de mi ya habíamos llegado a la última parada. Salimos del andén y me encontré perdida, en un lugar de la ciudad en el que no había estado nunca. Era un barrio de clase humilde. Él me condujo por esas calles agarrándome por la cintura, como si fuese mi novio. A lo lejos, vi brillar unas luces azules. Era la policía. Creí que estaba salvada, pero antes de que pudiese reaccionar me dijo que no se me ocurriese hacer nada raro o me rajaría.

Entramos en un portal oscuro y estrecho, subimos por las escaleras hasta llegar a un rellano sucio y pintado con grafitis. Él abrió la puerta y me obligo a entrar de un empujón. Cerró la puerta tras de mí con llave. Me agarro con violencia por el brazo y me arrastro hacia su dormitorio tirándome sobre la cama. –Desnúdate. Me dijo. –No, por favor. Le suplique llorando, pero solo conseguí enfadarlo más aun y recibir un fuerte bofetón en la cara que me hizo caer en la cama. Tras eso, me quite el vestido, dejándolo caer por mis piernas hasta el suelo y quedándome completamente desnuda. Yo miraba al suelo. No quería ver nada. Y de repente, el me agarro por el pelo y me tiro al suelo violentamente, poniéndome de rodillas. Tiro de mi cabeza hacia atrás para obligarme a mirar su cara de satisfacción. Con su otra mano, se desabrocho el pantalón y se lo bajo junto con los calzoncillos, dejando al aire su polla dura. –Chúpamela. Puta. –No. Y me tiro con fuerza del peo haciéndome mucho daño, abrí la boca para gritar de dolor y en ese momento me la metió en la boca hasta el fondo, casi haciéndome vomitar. Comenzó a follarme la boca con fuerza una y otra vez. Yo intentaba resistirme pero cada vez que lo hacía me pegaba y hundía su polla en mi garganta.

Yo ya sabía que no tenía escapatoria y pensé que si quería irme de allí sana y salva, debería desistir y dejarme hacer. Por lo que puse mis manos en sus caderas y empecé a comérsela yo misma. –Ves como eres una puta. No hice caso y seguí chupando, intentando hacerlo correrse para que terminara y poder irme. Pero me agarro otra vez del pelo y me puso a cuatro patas en el suelo –Ahora voy a follarte como la perra que eres. Me dijo mientras se colocaba tras de mí. Me azoto fuertemente, abrió mis nalgas y sin decir nada, metió su polla dentro de mi culo, solo la punta y cuando vio que había entrado, dio un empujón, hundiéndola entera dentro de mí y haciéndome chillar de dolor mientras él me follaba el culo sin compasión. Yo sé suplicaba entre llantos que parase, pero solo conseguía que me follase con aun más fuerza. Me azotaba fuerte mientras me reventaba mi culo. Tras eso, me la saco, sentí un gran alivio, pero duro muy poco ya que otra vez me agarro del pelo y me arrastro hasta la cama, tumbándome bocarriba. Me abrió las piernas y se arrodillo entre ellas. -¿Quieres que te folle el coño? No dije nada. Me dio otro bofetón y volvió a preguntármelo. Le dije que no, que por favor me dejase ir. –Te he dicho que si quieres que te folle el coño ¡Puta! Esta vez le dije que sí. -Esa no es forma de pedir las cosas. Eres una mal educada. –Follame el coño. Por favor. –Eso está mejor. Y me metió la polla dentro de mi, comenzó con movimientos lentos y poco a poco fue subiendo de intensidad. Me bombeaba una y otra vez dentro de mí, agarrándome por el cuello asfixiándome y golpeándome las tetas con la otra mano.

No sé cuánto tiempo estuvo así. Lo que si se es que le pedí que por favor no se corriera dentro de mí. No tenía puesto el condón. –Tus deseos son ordenes princesa.

Se sentó en el borde de la cama y me dijo que me pusiese de rodillas y que se la chupase hasta correrse. Así lo hice –No te la saque de la boca hasta que me corra. Se la chupe como mejor supe hasta que por fin me obligo a meterme la polla hasta la garganta y entonces, se corrió dentro de mi boca. Me saque la polla y cuando iba a escupir su semen me dijo que me lo tragara. Así lo hice.

Tras eso él se levanto. Me dijo que me vistiera mientras él hurgaba en mi bolso. Saco mi móvil y mi cartera y luego apunto algo en un papel.

-Ahora sé dónde vives. Si no quieres que te pase nada malo estarás atenta al móvil. Te llamare cuando quiera una puta para follarme y tu vendrás corriendo ¿Te enteras?

Asentí con la cabeza y me dijo que me fuera esperando no saber nada mas de el

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