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Channel: Hetero – Relatos Eroticos
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Proposiciones…

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Decías que tú eres más de atractivos maduritos con hilos de plata adornando la melena, incluso tal vez con rictus ajado en la mirada, que de musculosos y agraciados jovencitos. Bien, no sé si te lo creerás o no, aprovechando la casualidad, pero yo soy así. De hecho me lo dices claro cuando nos miramos a los ojos aunque sea en la distancia y amparados por la oscuridad: “me han gustado eso de hilos de plata, y me encantan especialmente los que adornan tu barba”. Lo sé, pequeña, y es que el vello es bello sólo cuando la belleza aparece adornada de colores imposibles y de intangibles dibujados por las miradas y las sensaciones… Parece que funciona mi palabrería según tu risa acaricia el ambiente alrededor de mis orejas, y sé que te gusta lo que escribo y que te lo diga. De todos modos, es fácil ser creativo contigo al otro lado, sea donde sea e inventando sobre la marcha, pero tu sonrisa y tus pechos me estimulan, y estimulan no sólo mi excitación sino también mi verborrea… activan mi lengua y mis dedos, si sabes lo que quiero decir.

No lo dudas, que además los vapores de algo que podría ser ilegal dibujan en tu cara la satisfacción y las ganas de seguir con el juego. Interesante ver que tus pezones ya me miran con intensidad, que puede ser provocado por el frío o deseo, pero yo estoy sudando y tu ropa hace rato que está besando el suelo. Y sé que en tu habitación no hace frío pero de cualquier manera a mí me gusta que me apunten tus pezones, que me amenacen, que no se asusten ni intimiden ante mi mirada. Que se muestren altivos, elegantes y valientes… “¿Qué pasa, tienes miedo?, no serás tan cobarde de girar la mirada y no tocarnos?”. Sonríes con aprobación… Bien, ya estamos en el camino correcto, y tú te estás poniendo “tontorrona”, que me hace gracia como lo dices con ese rictus de lujuria y perversión inducida en tu sonrisa.

“Slippery when wet”, perfecto disco para que ponga banda sonora al momento y a lo que se avecina, sea lo que sea, ya tenga continuación en la realidad o en mis sueños. Humedad latente sin traje de baño, mismo líquido desafiante en el camino entre la punta de una lengua y unos labios rosados que centellean deseo… los tuyos, claro, que además me guiñan el ojo mientras tus otros labios dejan escapar un suspiro a modo de “¡buuuf!” que me hace sonreír satisfecho aún más. Empiezas a ser mía, y lo sabes, y además lo permites sin rubor, genial. Sí, ¡buuuf!, me gusta escuchar leves y suaves gemidos mientras deslizo tela montaña abajo mientras en el intento rozo sin disimulo tus pechos y dirijo la mirada al pequeño montículo de vello que aparece ante mí cuando sigo bajando ropa. Te miro y te admiro, te desnudo en la distancia y sé que mis dedos tienen magia porque logro humedecerte sin tocarte. Un suave soplo detrás de la oreja, las manos desabrochando cualquier enganche que me impida entrar en tu vestido/camisón, y natural néctar de mujer facilitando sólo la entrada a tu cuerpo… y aún no te he tocado, aún…

Imagino pechos, curvas, caderas contorneándose y deseando separar muslos para que una lengua o dedos exploren cavidades secretas, cuevas escondidas y tesoros prohibidos para algunos mortales. “Seguro que con tu magia sabrás hacer que esos muslos se separen…”, es lo que te oigo decir y me gusta. No lo dudes, incluso ahora ya me llega el aroma a deseo, a mujer sonriente, a lujuria latente y a flor de la pasión recién salpicada de rocío caliente. Haces que crezca mi poder entre el pantalón, que se muestre ante tu desnudez, que se abra tu boca deseando tomarle la medida a mi erección provocada por tus palabras y tus reacciones. ¿Quieres escuchar más? ¿Quieres obligar a tus dedos a resbalar por tus piernas en dirección al intramuslo?

Sigue sin hacer frío, más bien lo contrario, pero tus pezones indican otra cosa: están sensibles y quieren ser acariciados, lamidos, incluso mordidos suavemente… y sé que no me equivoco. Es más, me masturbaré sólo con la idea de verlos, de dibujarles pícaras cenefas de saliva, de desafiarlos con la mirada y que tus ojos me indiquen que no hay pudor en tu desnudez sino deseo y seguridad en tu cuerpo, en tu lengua, en tu néctar, en tus curvas y en tu sonrisa cargada de picardía. Y ahora deseo que te masturbes para mí, despacio, suave, y que pueda verlo, o al menos imaginarlo para soñar con el momento en el que tus pechos no se dibujen en mi imaginación sino en mi retina… Y que mi lengua no sepa a “tal vez” sino a “por favor sigue lamiendo”.

Por favor, sigue lamiendo… me encanta escuchar eso. Por favor, sigue mojándome la lengua de tí; sigue abriendo las piernas y regalándome néctar de diosas a través de tu sonrisa vertical. Y no hay suciedad ni límites ni fronteras, sólo deseo y complicidad, que quiero probar las hendiduras permitidas y también las prohibidas, que mi lengua y dedos saben idiomas y se desenvuelven bien en todo tipo de situaciones: delante, detrás, encima, debajo, sobre, dentro, fuera… no son preposiciones sino proposiciones. Te encanta que fantasee contigo, ¿eh?, que me masturbe pensando en tí… Y en tu cuerpo, en tus pechos y en la humedad de tu interior y exterior del interior, si me permites ser burdo pero elegante.

Con vello y sin vello, pero siempre bello. Mi lengua no va a vacilar ante tu apertura de piernas, y también mojará sin rubor tu culito, lo sabes, ¿verdad? Y sé que algún día lo sentiré, sentiré mi piel contra la tuya, tus pezones erectos buscando mis caricias, tu boca buscando la mía. Tus pezones golpearán mi pecho en cada embestida, y tu coñito se abrirá más y más con cada sacudida de cadera y cada golpe de riñón: burdo, basto, agresivo, sensual, sensitivo, animal… Y me pedirás más con la mirada, con tus suspiros y con cada gemido. Rogarás detalles sucios, íntimos y personales, serás sucia y desinhibida, desearás más, conocer y fantasear, y yo te ayudaré a ello. Si deseas semen lo tendrás, si deseas néctar de mujer lo tendrás, si quieres que otros jueguen con tu cuerpo lo harás, y si deseas hacer lo propio con mi cuerpo, también lo tendrás… y todo sin pedir permiso ni que nadie te juzgue. Sé que te gusta que te lo diga, aunque ya lo sabías de antemano. Pero vuelves a sonreír y una gota extra de jugo de mujer resbalando por tu muslo me indica que quieres que te siga repitiendo las cosas que ya sabes.

Ahora quiero saber yo, y quiero saber que deslizas mis palabras entre tu sexo mientras mi lengua explora tu amarga estrella de la muerte, mis manos tus pechos y mi pene se acerca desafiante a tu boca vigoroso, mojado de tí, palpitante y deseoso de que tu lengua explore su extensión. Y no sólo deslizo mis palabras entre tu sexo, sino que guío tu mano mientras con la mía intento aplacar esta infame erección de los pezones a punto de rasgar el satén del camisón. No hay manera así que lo intento con mi lengua, pero creo que ha sido como avivar el fuego con gasolina… Y me encantaría verlo, lástima de la distancia, aunque me dices que intentas tocar la punta de pezón con la punta de la lengua, y sé que lo consigues…

Satén y rasgar, dos palabras que casan a la perfección, al igual que lengua y tu sexo, palabras que guían tu mano a mi erección, y también la punta de la lengua. Me encanta que te desnudes para mí y te masturbes en la distancia, que mojes los dedos de néctar y que ambos agujeros empiecen a desear estar enganchados a mí. Y deseo ver cómo lames otros sexos, de hombre y mujer, mientras yo no dejo de lamerte por detrás, jugando con mis dedos en tí y mis manos alternando hundirse en territorio permitido con acariciar tus pechos, aunque esto lo dejaremos para otras fantasías si te parece.

Veo esa preciosa curva, sí, ese pecho desnudo listo para mí, montaña coronada de la mejor guinda deseando ser comida, lamida, incluso adornada con nata. Eso merece que tú veas cómo pones el mástil, pues endureces mi ser y haces que crezca mi virilidad a la par que mi deseo. Puedes recibirlo ahora, sólo tienes que desearlo, silbar y pedirlo. Precioso pecho, por cierto, sobra decirlo. Como desees… y pronto lo tendrás en tu mano, en boca, en tu cuerpo, cerca de tí, dentro de tí, sobre tí y detrás de tí. Sube, se activa, te desea y crecerá hasta límites insospechados en breve, y te gusta verlo y desearlo en su máximo esplendor. Le encantará colocarse entre tus pechos, rozar tu lengua con la punta, crecer cerca de tus labios…

Como desees… tú lo has conseguido y lo consigues, casi inmediato. Te gusta, y te gustará… y a mí me gusta eso. Es suave, brillante… lo veo en tus labios, y más suave estará en contacto con tu piel, incluso más brillante decorada por tu saliva. Bésala, con lengua si quieres, no tengas miedo ni pudor, y creo que así se hundirá mejor en tí. Entrará entre tus cuatro labios sin problemas, e incluso ya mojada no tendrá obstáculos para introducirse despacio en tu agujero prohibido… prohibido para algunos, para la sociedad, para la cultura no pagana pero no para mí. Conseguiré que estés lo suficientemente cachonda para ello, que te mojes hasta que tu voluntad se vuelva sumisa y ni siquiera digas sí sino “por favor, hazlo”.

Se me queda grabado en la memoria, preciosas e intensas palabras: “¿Hacer que mi culito se dilate y palpite deseoso de tener dentro de polla? Por favor, hazlo”. Lo haremos, pequeña, despacio… habrá que lamerte bien, que tus músculos vaginales se contraigan en mi boca y tu culito se vaya mojando y relajando, pero lo haremos juntos. Quiero ver más de tí, no sólo imaginarlo, deseo tus pechos golpeando mi rostro en cada salto sobre el ariete. Lamer cada pezón como mi no hubiera mañana, acariciar la base suave, y mirarlos fijamente, en una lucha de poder entre ojo y pezón, y todo ello mientras me polla se ensarta en tí sin dificultad.

Podemos probar con un vibrador por detrás mientras te penetro, aunque posiblemente eso haga que te corras salvajemente mientras “me tienes a cuatro patas mordiendo la almohada para aplacar los gritos de puro placer”. Éxtasis para mis oídos, que me encanta que te vuelvas tan putita cuando te excitas. Y me parece una idea interesante, aunque quiero centrarme en tí y que cuando tu flujo baje por los muslos, aparezca mi boca recogiendo cada gota, disfrutando el sabor de tu orgasmo y procurando hundirme aún más en tu sexo para que sigas disfrutando, gozando y que se repita la explosión erótica que volverá a mojarme poco después… Me parece una idea muy interesante de hecho. Quiero ese flujo para mí en mi lengua, puertas cerradas, uno contra uno en la habitación y gemidos dibujando orgasmos en el aire que acabarán mojando mi cuerpo, mi lengua, mi sexo y tus labios. Quiero tus pechos tratando de escapar entre mis manos, mirarte, desnudarte con la mirada, observar el flujo resbalando por el muslo y seguir la trayectoria con la mirada hasta empezar a atraparlo con la lengua en el borde y volver a llegar a la fuente base.

Sé que notas la punta de mi lengua en el clítoris duro, y quiero que sientas mis labios en los tuyos, pero los besos con sabor a néctar vendrán después. Ahora estoy disfrutando de tu coño y tu clítoris, que se endurece más y voy a chuparlo como un pequeño pene de mujer entre mis labios. Pídemelo, hazme saber tu deseo, oblígame a hacerte correr de nuevo. Abre más las piernas y súbelas, que quiero lamer a conciencia tu coño y tu culo, y que me sigas pidiendo más, más lengua, más dedos, más polla… “Has conseguido que me vaya a dormir con las bragas mojadas”. Perfecto final para una conversación subida de tono a horas intempestivas. Ahora me gustaría ver ese tanga húmedo, esos pechos aún totalmente sensibles, que me des una excusa para volver a masturbarme. Pero no, el último momento de gloria es tuyo, disfruta y hazme disfrutar, que te lo has ganado… no tengas miedo y suéltate, deja salir a la dulce fiera.

“No, hoy ya no te enseñaré más pero soñaré contigo, que me arrodillo ante tí mientras estás escribiendo. Agarro tu hermoso pene y lo acaricio, lo beso, lo lamo y me lo meto en la boca. Lo chupo con gusto, con una pequeña succión muevo mi cabeza arriba y abajo haciéndote gemir de placer mientras con las manos te acaricio los huevos. Me dices que lo hago muy bien, me pides más, me dices que no pare y yo no paro hasta sentir en mi garganta una explosión de líquido caliente. Me lo trago, y sólo una gota caerá por la comisura de mis labios mientras te miro sonriendo… Ya tienes una excusa para volver a masturbarte, y ahora descansa pero no dejes de pensar que tal vez haya una próxima vez”.

Y esto no es una proposición… Y todo por, con, contra y sobre unos pequeños hilos de plata, tiene gracia, ¿eh?


Mi sobrina, su amiga y Juan

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El tren se retrasa. Son las once y media, ya hace media hora que tendría que haber llegado. Por fin ahí está. Veo a mi sobrina que ya no es la niña que conocía. Tiene 18 años bien cumplidos.

- Hola mi niña. ¿Cómo has crecido?

- Hola tío. Ya casi soy una mujer.

Se cuelga de mi cuello y me besa las mejillas. Durante el abrazo noto sus duros pechos clavarse en mí y siento el olor de su cuerpo jovial bien perfumado.

- Mira esta es Ana, mi amiga. Él es Juan, su padre,

Juan me saluda y me dá las gracias por haberle brindado mi casa mientras resuelve los asuntos laborales que le traen a la ciudad. Nos dirigimos a casa en mi coche, hablamos de cosas vanales. No puedo dejar de mirar por el retrovisor a mi sobrina y a su amiga. Dos adolescentes bastante guapas y por lo que hablan, bastante extrovertidas. Adivino sus pechos bajo los top ajustados que llevan. Ana exhibe unos pechos, bastante más grandes que los de mi sobrina, que cautivan mi mirada y mis pensamientos; hace ya más de dos años que murió mi mujer y desde entonces sólo a base de pajas he satisfecho mis necesidades. Juan es un hombre mas bien bajo, con una barriga enorme y que exhibe una calva deslumbrante en la parte frontal de su cabeza. Parece simpático y bastante amable.

Llegamos a casa y les subo a sus habitaciones. Se quedan aseándose mientras yo les preparo algo para cenar. La primera en bajar es mi sobrina, que luce un pijama corto de color azul. Debido a que seguro se ha secado deprisa, no lo ha hecho bien, y sus pezones humedos y oscuros se adivinan a través de la fina tela. Hablamos pero yo no puedo dejar de fijarme en ese bonito cuerpo, en sus tetas y cuando se da la vuelta en su hermosa culo de pera. Mi polla se pone dura por momentos, por lo que me siento a la mesa para disimular. Al rato baja Ana con un pijama más recatado; pero esos voluptuosos pechos y otro no menos apetecible culo, hacen que mi polla se niegue a replegarse. Menos mal que baja Juan y mientras comemos y hablamos logro dominar momentaneamente el enorme calentón.

Acabamos y nos sentamos en el salón a charlar un rato antes de subir a las habitaciones. Intento no mirar a esas dos beldades para no sufrir otro colapso en mi rabo. Pero hay veces que inconscientemente la mirada escapa a mi control. Creo que Ana lo ha adivinado y me sonríe picaronamente algunas veces, abriendo sus piernas más de lo normal cada vez que habla conmigo. También constato que Juan mira a mi sobrina con cara de besugo, y que en su cara se pinta el estigma del deseo. Incluso se soba el paquete sin darse cuenta. Creo que ya es suficiente, así que insto a todos a subir a descansar. Gema dormirá con Ana, Juan en una habitación al lado de la de ellas y yo en la mía, al final del pasillo.

Cuando me quedo solo, no puedo evitar recordar esos dos cuerpos divinos. Esas tetas y esos culos que adornan esas dos bellas caras. Me imagino esos dos jovenes coños desnudos ante mi boca, me los como con deseo y bebo el néctar jugoso que emanan. Mi polla duele del enorme tamaño que ha alcanzado dentro del pijama, me despojo de él y comienzo a masturbarme frenéticamente. Es una orgía total, hasta que sale, de dentro de mí, un torrente de leche que cae sobre mi ombligo. Lo barro con mi mano y y lo lamo con mi lengua, tragándome mi propio semen. Al poco tiempo me quedo dormido. Los sueños eróticos conquistan mi mente y cuando despierto tengo otro gran empalme, que tengo que calmar haciéndome otra buena paja.

Me ducho, bajo y desayuno; al rato Juan también aparece y me dispongo a acercarle al centro de la ciudad. Le noto cansado, como si no hubiera dormido bien. Pienso que se ha estado matando a pajas pensando en mi sobrina; por lo menos hay algo que nos une. Le dejo y quedamos a las 6 de la tarde para recogerle. Vuelvo a casa y entro despacio sin hacer ruido para no despertar. Subo a la primera planta, la habitación de las chicas esta entreabierta y las oigo hablar:

- Gema: Está noche me gustaría follar con tu padre. Me has puesto los dientes largos. ¿De verdad tiene esa enorme polla?.

- Ana: Ya te digo. Yo se la había visto varias veces después de ducharse al acabar de follar a mi madre. Pero la noche que por primera vez entró en mi cuarto y pude disfrutar de ella. quedé impresionada. Folla mejor que el idiota de mi novio. Cuando estoy con él me corro por lo menos dos veces.

- Gema: !cómo me gustaría verla!

- Ana: Intentaré arreglarlo para que lo hagas. Mi padre está deseando taladrarte putona, no hace nada más que hablar de tí. Un día mientras lo hacíamos se le escapó que no le importaría follar tu bonito culo. Esa noche le deje a medias por cabrón.

- Gema: Ja, ja, ja. Que guarra eres. Te follas a tu padre y a toda polla viviente que se ponga a tu alcance.

-Ana: Sí, pero mientras tanto ven aquí. Sólo hablar de eso y ya tengo el coño chorreando.

Se acerca a Gema y comienza a besarla en la boca, a la vez que se funden en un abrazo apasionado, mezclando sus lenguas con lujuría. Ana se recuesta en la cama sobre Gema y la despoja de la parte de arriba del pijama, comienza a lamerle la parte superior de sus pechos. Adivino en la cara de mi sobrina un gesto de placer. Vuelve a comerle la boca y la incorpora levemente para desabrocharla el sostén. Sus bonitas tetas quedan al descubierto mientras ríe. Ana engulle esas tetas apasionadamente. Las besa y acaricia lentamente. Una de sus manos comienza a descender por la tripa de Gema, recorriéndola con ternura. Hasta que su mano llega a la cintura donde comienza el pijama, introduce su mano bajo el mismo y la braguita que se esconde debajo, y comienza a sobar la zona púbica muy lentamente, mientras sigue besando apasionadamente.

Gema comienza a supirar, a la vez que mueve sus pelvis hacia arriba y hacia abajo, acompañando con su chocho los movimientos de fricción de la mano de su amiga. Los suspiros pronto se transforman en verdaderos gemidos de zorra cachonda que esta disfrutando del trabajo que la están realizando.

- Gema: Espera puta, que yo también quiero hacerte disfrutar. No quiero ser la única que se corra.

Empieza a desnudar a Ana, dejando al descubierto sus enormes tetas que rapidamente son colmadas de un sin fin de chupetones. La despoja del pijama, quedando el cuerpo de la amiga decorado con un excitante tanga, que muestra un riquísimo culo de glúteos carnosos y rosáceos. Mi polla está que revienta y la libero de su cárcel comenzando a masturbarme otra vez. Lo hago con sigilo para evitar que me descubran y acabe el hermoso espectáculo.

Gema también se ha quitado el pijama y las bragas. Tiene un coño rosaceo, con el vello púbico totalmente rasurado. Empuja a Ana sobre la cama y empieza a lamerla la raja, acometiendo lujuriosos lametones en el clítoris. Esta se retuerce de placer, gimiendo y suspirando víctima del goce que le produce la lengua de Gema en su chocho. Un alarido de placer la hace convulsionarse en la contracción final de una corrida gloriosa. Mi sobrina tiene su boca llena de los líquidos de ese manatial. Ana se incorpora y repite la misma secuencia de actos sobre mi sobrina, que como colofón tiene otra corrida espectacular que deja a las dos chicas agotadas sobre la cama. Yo he acabado al mismo tiempo que ellas y me retiro silenciosamente a mi habitación.

Vaya par de zorras he metido en mi casa, mira mi sobrina que parecía que no mataba ni una mosca. Tampoco el calvo es un santo; se folla a su mujer y a su hija, y yo aquí a base de pajas.

Salgo a buscar a Juan y cuando vuelvo con él me pregunto si realmente ese gordo calvo tiene realmente el aparato que alaba su hija. La verdad que luce un buen paquete, pero no me lo imagino tan grande. Llega la noche y vamos cada uno a su habitación. Estoy en un estado de excitación y vigilia tal que creo que mi corazón va a estallar en cualquier momento. Mis sentidos están alerta, intentando captar el más mínimo ruido. Oigo abrirse la puerta de la habitación de las chicas, las veo salir sigilosamente y entrar en la habitación de Juan. No me atrevo a acercarme pero al final venzo al miedo y, como una serpiente, me acerco a la habitación de al lado, donde se que hay una mirilla de ventilación por la que se puede espiar y dá a la haitación de Juan; en otros tiempos la utilizaba para ver como se desnudaba nuestra criada.

Me asomo y veo como Juan está ya bajandose el pijama. Dios la pedazo de polla que calza el tío. Ni su gran barriga empequeñece ese mástil del que cuelgan dos grandes huevos. Se los soba y ríe con cara de sádico, relamiendo sus labios. Está totalmente empalmado. La puta de mi sobrina ya se quitado la ropa y se arrodilla ante él, comienza a lamerle con sensualidad; primero lo descapulla y lame la cabeza de la polla rebañando los líquidos que sobre ella hay, luego recorre todo el tronco y besa los testiculos, metiendolos enteros en su boca. Mientras Ana por detrás introduce sus dedos entre los muslos de Gema sobando su rajita; Mi sobrina acompasa con su bonito culo la mano diestra de su amiga. Juan agarra la cabeza de la chica y la empala con el enorme ariete. Ella en un principio se ve sorprendida pero instintivamente empieza a mamar con pasión, al mismo tiempo que el macho simula, con movimientos pélvicos. una penetración. Se agarra a su culo sujetando su cuerpo a él, hasta que coge el compás del ritmo de sacudidas. A ratos se libera y vierte sobre la polla un escupitajo, mezcla de saliva y semen, para lubricarlo y así hacer más fácil la felación. Su cara se congestiona pues el ariete cada vez es más grueso y a veces se retira con amagos de vomitar, ese vástago le llega hasta la gargante, asfixiándola en su placer. su amiga ha introducido casi todos sus dedos en su vagina, que segrega un caudal ingente de líquido vaginal. la muy puta está disfrutando de lo lindo.

Juan la separa de su miembro y la tumba sobre la cama, la abre las piernas y aplica su boca al coño chorreante de la chica; comienza a devorar lamiendo toda la raja, clítoris, labios y agujero vaginal. Su hija mientras tanto se ha colocado a horcajas sobre la cara de mi sobrina, que comienza a lamer compulsivamente el chocho. Su cuerpo parece un transmisor de electricidad, que comienza en su vagina y acaba en la de su amiga. Gema cada vez está mas excitada, su cuerpo se mueve febrilmente disfrutando de la lengua que empala su feminidad. De repente estalla en un estruendo de estertores y gemidos, que proyectan sobre la boca de Juan un chorro viscoso que éste paladea gustosamente. Ana, contagiada también se corre. Quedo extasiado ante esta visión de goce extremo y de los movimientos de balanceo de esas bonitas tetas.

Sin dejarla tiempo a que se recupere, Juan coloca su seboso cuerpo entre las piernas de la hembra. Se derrumba sobre su boca y saborea los líquidos que ya antes ha probado, pero esta vez sazonados con saliva nueva y liquidos de su propio semen. Se funde en un beso lujurioso que es correspondido sin más dilación y confirma el permiso de la doncella para clavar el ariete en su agujero. De un certero golpe, empujado por la fuerza de ese enorme culo, abre la lubricada raja violentamente, introduciendo su vástago hasta la base de sus huevos. Gema emite un pequeño grito, entre el dolor y el gozo. Con los ojos bien abiertos fijos en los de su taladrador, sus manos aferradas a los glúteos que apalancan la enorme polla, da la orden de salida para recibir los violentos mete-saca a los que va a ser sometido su coño. Juan totalmente desbocado comienza a bombear salvajemente, sin ninguna piedad. Con Los ojos inyectados en sangre y su enorme barriga anclando el delicado cuerpo bajo sí, penetra y saca y vuelve a penetrar con fuerza. La chica recibe el castigo con sumisión y comienza a gemir locamente intentando, con su cuerpo atrapado sobre ese peso, acompañar los movimientos. Todo es en vano, pues esta clavada a la cama, y lo unico que puede hacer es aceptar el taladro que perfora entre sus muslos, aceptando el ritmo de penetración que marca el dueño del ariete. Su cara se contrae y congestiona, emitiendo “Ayes” y supiros cada vez más expresivos. La respiración del macho es cada vez más sofocada y sus movimientos más violentos. Hasta que el chorro de la vida eclosiona y sus gemidos se unen en un aullido explosivo de placer. Se ha corrido dentro de ella, ha inundado con su leche el interior de la ninfa, que tarda en recuperarse del torrente de sensaciones que se han descargado sobre ella.

Ana mientras tanto se lanza sobre la polla de su padre y con la lengua comienza a limpiarla suavemente. el progenitor la agarra de los pelos y la empuja hacia la polla, introducièndola entara dentro de su boca. Ella está a punto de atragantarse y retrocede:

- Hijo de puta dejame hacerlo a mi manera.

- Mira zorra, no me digas como lo quiero. Limpiala que ahora voy a romperte el culo. Si supiera tu madre que lo que ella no me deja hacer, la puta de su hija lo acepta sin rechistar. Mira además ahora me consigues otra guarra. Sois unas putas de mucho cuidado. Tu sigue trabajando y calla, esa guarra de momento tiene para rato con lo que la he dado.

Vuelve a atraer con violenca la cabeza de la hija introduciendo el rabo otra vez, sin el más mínimo detalle de delicadeza. Esta recibe el ariete y ahora sin protestar comienza a lamer sumisamente. El hombre domina completamente el rebaño. Mi sobrina mientras tanto recupera las fuerzas, todavía parece preguntarse como es posible tanto placer. El gordo se incorpora y pone su hija a cuatro patas, abre los glúteos con sus dedos gordos y lame, uno detrás del otro, el coño y el ano. Ana al sentir el frescor de la lengua se contrae y deja hacer, sus lindas ubres se balancean acompañando con su vaiven los lenguatazos que la propinan. Juan agarra su polla, aplicándose un pequeño masaje. Es un rabo enorme ocupa dos veces el tamaño de su mano y apenas le alcanza para cirucunvalarla con la misma. Escupe sobre el agujero y acerca lentamente la polla, jugando alrededor, ora acariciando el lindo coño, ora el bello ano. No tiene prisa castiga a la doncella, que al sentir el trozo de carne tan próximo acomoda su cuerpo para recibirlo dentro. Está impaciente quiere tenerlo y acariciarlo en su interior. Se muere de gusto por ser empalada, le da lo mismo el coño que el ano.

- Joder guarro, métela ya o voy a tener que correrme antes de que lo hagas. Por favor no me dejes así.

- zorra la quieres dentro, te gusta. Esta polla entrará cuando yo quiera y gozarás cuando yo lo diga. Seguro que el mierda de tu novio no te pone así. La mojigata de tu madre con sus prejuicios no sabe lo que se pierde. A veces tengo que buscarte porque ella no me deja y descargo sobre tí toda mi rabia. Prepárate.

Acerca la punta del capullo al ano y de una fuerte culetada se adentra sin preliminares. La niña protesta de dolor al ser atropellada de esta forma tan violenta. Él se agarra a sus bello culo y frenéticamente comienza a culear. Ella es arrastrada sin voluntad adelante y detrás a capricho de su dueño. Sus tetas se balancean a un ritmo sin coherencia, es la esclava, no protesta, se deja llevar por el momento.

- Tú guarra, levanta y comeme el culo. Ya has descansado lo suficiente. -interperla a mi sobrina-

Ella sin atreverse a protestar y arrastrada por la escena se coloca detrás de él y comienza a lamer el asqueroso ano. Introduce su lengua dentro y llena de saliva el orificio. Ataca la cueva sin reparar en lo que por ahí se vierte, chupa y relame obedeciendo ordenes de alguien que controla su voluntad. El gordo sigue empalando a la otra chica, que con gestos cada vez más sumisos acepta los duros empellones que la llenan por dentro. Ya había sentido la polla de su padre en el interior, pero nunca con el atrevimiento despótico con que hoy se comportaba. Su culo amortiguaba los golpes que se transmitian a su coño. Deseaba poder acariciarse el clítoris, pero si dejaba de sujetarse a la cama con una mano, su padre caería con su peso sobre ella empalándola contra la cama. Prefería disfrutar en esta posición acomodándose a los movimientos impuestos, de todas formas por transmisión acabaría corriéndose. Este hijoputa la estaba haciendo gozar de lo lindo. Los jadeos del macho empezaban a subir de tono, ella estaba cada vez más caliente. Se preparaba para recibir la leche, la misma que un día se había vertido en el chocho de su madre y había dado origen a su vida. Se sentía guarra y excitada, deseaba que su propio padre la siguiera follando de esa manera. Juan se retorcio hacia atrás y en un último empujón vertió la lefa en el coño que el había contribuido a crear. Cayo sobre ella aplastándola y besando el cuello de su ninfa, que por su parte había tenido un intenso orgasmo. Gema contempla extasiada la escena, observando los extertores del culo que acababa de comerse. Yo llego a su lado en ese momento, ya no aguanto más.

- Tío perdona, que haces aquí… balbucea.

Sin más preámbulo la tumbo en la cama. Separo sus piernas y comienzo a lamer la cara interna de sus muslos, sigo subiendo hasta llegar a los labios mayores. Los muerdo y lamo dulcemente, saboreo su clítoris y sigo por el ombligo. Llego a sus tetas y lamo sus pezones, que están duros. Avanzo por su cuello y muerdo su oreja. La miro fijamente y la beso, explorando con mi lengua la suya. Mi polla esta tiesa y lucha por introducirse en su raja. Lentamente, con ternura, avanza. Ella me mira expectante, saboreando de antemano el placer. Su lubricado sexo envuelve tiernamente mi falo, deseoso de ser acariciado por ella. Comienzo a cabalgar lentamente, tratando de transmitir la dulzura del momento. Ella se repone de la violencia con que ha sido tratada. Pillándome desprevenido se gira sobre mí y toma la iniciativa. Se convierte en una amazona que cabalga apuntalada sobre su montura. Agarro sus rosáceos glúteos y acompaño sus movimientos con mi cuerpo. Tiene los ojos cerrados, relamiéndose de gusto. En ese momento Juan la dobla hacia adelante. Con mi polla dentro observa el agujero de su culo.

- Ahora putita vas a sentir dos pollas dentro. No sé si lo habrás probado alguna vez, pero seguro que te gusta.

La introduce su mienbro en el agujero anal y esta vez con más delicadeza comienza a culear, acompasando su cadencia a la de mi polla. La cara de satisfacción de ella me demuestra que le ha gustado el ensayo. Los tres estamos viajando a otra dimensión, la del placer compartido. Por mi vientre siento un culebreo que me indica que yo también disfruto, el peso de Juan ha contribuido a acelerar esta sensación. Gema comienza a suspirar, debe estar en la gloria, empalada por dos pollas, sus tetitas se balancean lentamente, me mira a los ojos; en los suyos se refleja el goce de una experiencia mística que la está transportando a otra dimensión. Seguimos moviendonos y jadeando, cada vez más fuerte. Ana se masturba con sus dedos contemplando la escena, ella aprovechando el rol que la ocasión le ha otorgado disfruta de la manera más satisfactoria. El ambiente se llena de jadeos y suspiros, no hay palabras, sólo el acto sexual prevalece. Dos vergas llenando los agujeros de una joven doncella. Los orgasmos se suceden, crando un hilo musical de placer. Nos hemos corrido los cuatro a la vez. Mi sobrina se derrumba entre nosotros dos, inundada de lefa y casi rota de placer.

Busco a Ana y la como sus enormes tetas, las muerdo lascivamente. Ella abre sus patas y yo se la clavo sin más. No me reconozco, la penetro salvajemente, haciendola daño, culeando sin control. Pierdo la noción de la realidad, veo su cara gozando y redobla mis ganas de seguir poseiendo. Saco la polla y la volteo, abro su culo y se la clavo otra vez. Se queja pero me es indiferente, soy una perforadora sin control. Sus suaves glúteos amortiguan mis pollazos. Ella comienza a gemir de gusto y yo me excito más. No aguanto y me corro dentro de ella, inundándola con toda la leche que queda en mis huevos. Ella la recibe y se contrae en un último estertor. Yo me derrumbo sobre ella.

Este relato se lo a dedico a mi amiga Maryum que ha sido la inspiradora de muchos de los pasajes de este relato. Espero que siempre disfrute como estos personajes.

El Gato de Chesire

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“Mira: puedes ser una más de esa legión de niñatas estúpidas que van donde las lleva el coño, o puedes ser una mujer que va donde quiere ir. Tú misma.”

¡Jo, mamá! La primera vez que te oí decir ‘coño’ para referirte al coño… ¡Cuánto me impactaron tus palabras! Me marcaron, me moldearon; sin ellas, no sería lo que soy. ¿Y qué soy? Soy yo misma… aunque nunca seré una mujer. Esa tercera opción te la callaste. Entonces no la sabías, claro. Ni tú, ni nadie.

Nunca seré la mujer que quería ser: desapareceré antes, como ya has desaparecido tú. Todos desapareceremos muy pronto. Y todo mi esfuerzo, mi cruzada contra mis hormonas, mis batallas no siempre victoriosas contra la bestia, para lograr ser un día ‘una mujer que va donde quiere ir’, habrán sido en vano… No habrá ningún sitio al que ir. El juego acabará antes de que ponga un pie siquiera en la casilla de salida. No es justo…

¡Basta! ¿Dónde está tu dignidad? ¡Sé positiva! ¡Sé tú misma, como lo has sido siempre! Eres una superviviente… y lo eres porque no te abandonas, no te rindes, no claudicas. Sigues siendo fiel a ti misma hasta el final. Ya tienes las noches para quejarte como una cría, para llorar hasta quedarte dormida. Ahora es de día, quizás el último. Sé tú.

Me levanto, me desperezo, me quito las legañas, cojo apósitos y una botella de Aquarius y salgo fuera a mear. Por querencia, voy al mismo sitio de ayer, y de anteayer, y… Empieza a oler; si no llueve pronto (y no tiene pinta), tendré que buscar otro. Me bajo los vaqueros y las bragas, y me pongo a orinar mientras bebo. Me sube una tufarada nauseabunda. ¿Cuánto hace que no me lavo en condiciones, que no me cambio de ropa?

Despego el improvisado salvaslip, miro mis bragas y me descorazono. ¡Con lo aseada que he sido siempre! Si tuviera una falda que ponerme, me las quitaría. Intentaría lavarlas o iría sin nada pero, con los vaqueros… Tengo agua y comida (bueno, Aquarius y galletas integrales ‘de régimen’) suficiente para sobrevivir más tiempo del que voy a durar, pero la higiene empieza a ser un problema serio. No es que tenga miedo de las infecciones (o quizás debería tenerlo: la septicemia no debe ser una forma muy agradable de morir), es una cuestión de dignidad. Esas manchas marrones, rojas, blancuzcas, me hacen sentir sucia, y no sólo físicamente.

Me hago salvaslips para no mancharme yo, no para no manchar las bragas. Mancharlas yo… ¿Desde cuándo no las mojo? Vale, alguna noche en mi desesperación he intentado tocarme, pero siempre he abandonado enseguida, porque me sentía peor. No recuerdo haber estado excitada desde que esta locura empezó. Si algo bueno ha tenido esto, es eso: que al tener que concentrar todas mis energías en la supervivencia, parece como si mis hormonas me hubieran dado una tregua y me dejaran en paz.

O quizás simplemente esté deprimida, aunque no quiera reconocerlo. Debería estarlo, lo lógico es que me hubiera vuelto loca, como todo el mundo (bueno, casi todo…), pero he decidido ser yo misma, mantenerme fiel a mí misma hasta el final, a pesar de todo y de todos. Alguien dijo que en una vida feliz, la desilusión definitiva de la naturaleza humana coincidía con la muerte. Pero yo no he elegido una vida feliz, ser un coño satisfecho, he elegido ser yo.

“J’ai vielli…” decía la niña protagonista, al final de Zazie dans le métro. Aunque hace ya algunos años que dejé la infancia, me siento como ella: no he madurado, he envejecido. Tanto horror vivido, tanto sinsentido presenciado por culpa del miedo pánico, que ha impedido a tantos encarar el peligro (no digo ya el desastre) con un mínimo de entereza e inteligencia… Tanta decepción debería desmoralizar a cualquiera. Pero no puedo derrumbarme. No lo hice cuando vi violar y matar a mamá, y no pienso hacerlo ahora.

Me seco con un apósito y usando los demás de salvaslip, me incorporo, me subo las bragas sin mirar, y los vaqueros. Me estoy volviendo vaga, porque el sol ya está alto, deben ser sobre las 11 y parece que va a ser un día caluroso. Ya debemos estar cerca del verano, lo que significa que el impacto será pronto, quizás inminente. Según decían, me parece que el asteroide ya debe ser visible a simple vista, pero no tengo ninguna curiosidad en buscarlo. Ya lo veré… Me hago el lavado del gato con el Aquarius restante y entro al almacén a desayunar.

He perdido la cuenta de los días y, sin electricidad, no tengo ningún contacto con el resto del mundo. Ni lo quiero. Cualquier extraño es ahora una amenaza y más vale precaverse. Huido mi padre y muerta mi madre, no hay nadie más que me interese. Bueno, está Alberto, pero no sé nada de él desde… desde que empezó toda esta pesadilla. ¿No sabían que se desataría la histeria y el caos, en cuanto se supiera? ¿Qué les costaba tenernos engañados hasta el último momento?

“La verdad os hará libres”. ¡Y una mierda! La verdad nos volvió locos, ‘liberó’ lo peor de cada cual, salvo excepciones heroicas, tan encomiables como irrelevantes. Ante la inminencia del final, la falta de auténticos valores llevó a la mayoría al carpe diem, a dar rienda suelta a todo aquello que el orden social refrenaba, pero cuya represión era, justamente, la que nos hacía civilizados. Y una vez que se instauró la anarquía, ya no hubo vuelta atrás.

Naturalmente, lo que primero se colapsó fue la energía y, con ella, las comunicaciones. La aldea global se convirtió de sopetón en un mosaico de aldeas, a secas, aisladas y repletas de aldeanos desesperados y desenfrenados. La lucha feroz por la supervivencia, por lo más elemental, desató enseguida la violencia gratuita de los desquiciados, que degeneró rápido en una insensata orgía de destrucción. La inseguridad, unida a la insalubridad por la acumulación de cadáveres (muchos, de suicidios colectivos) pronto convirtió cualquier sitio habitado en un lugar inhabitable.

A nadie nos han educado para el desastre y cuando éste llega, hace aflorar en cada cual una naturaleza latente, profunda, ignorada por uno mismo, que la normalidad y la civilización enmascaraban. Gente corriente se descubre líder carismático, y presuntos líderes, como mi padre, dejan que el pánico se apodere de ellos y les vuelva cobardes en el momento decisivo.

¿Y Alberto? ¿Qué habrá sido de él? Me hubiera gustado tener noticias suyas antes de… ¡La de noches que he soñado con un futuro juntos! O mejor, no… Ya no va a haber futuro, ni juntos ni separados, y seguramente conocer su peripecia sólo aumentaría mi decepción; con la de mi padre ya tengo bastante… Me gustaba, me gusta, con sus ojos tristes, sus lánguidos silencios, sus manos asustadas… pero dudo mucho que el pusilánime se haya convertido en líder, o al menos en superviviente, como yo. ¡Ojala hubiera sido más lanzado! O yo, menos… sensata.

Le echo de menos. Echo de menos todo lo que no hicimos (aunque fuéramos los únicos de nuestro curso) porque, como la chica juiciosa que soy, pospuse para cuando fuera una mujer ‘que va donde quiere ir’… ¿Por qué no fue él un hombre y me lo impidió? Pero en el fondo, me gustaba, me gusta por eso: porque es, era así… No tengo derecho a reprocharle ahora nada, aunque vaya a morir virgen… si no me violan, como a mamá…

Las galletas de régimen no saben a nada. No sé lo que alimentarán, pero no he engordado nada, aunque me atiborre de ellas. Sólo me dan estreñimiento, aunque se supone que aportan fibra. Los vaqueros me van tan ajustados como siempre, no más; pero no me siento débil, en absoluto.

Oigo un ruido. ¡Hay gente en la puerta posterior!

El corazón me da un brinco y corro a ocultarme, blandiendo la barra con la que maté a aquél cabrón y que guardo como trofeo. Si tengo que volver a usarla, lo haré…

Nada más veo a uno, que avanza por la nave, cauteloso, o quizás sólo cojea. Es un negrata, no muy alto. Se acerca a donde estoy y me escondo del todo, dejando de espiarle. Le oigo pasar y pararse. Me asomo un poco y está sentado en una caja, de espaldas a mí, como estudiando lo que ve. Parece no haber descubierto aún el palé de Aquarius, ni el de galletas, o igual ni sabe lo que son. No parece tener intención de comunicarse con nadie de fuera, así que asumo que está solo y que está descansando.

Salgo de mi escondite y me acerco a su espalda con sigilo. Cuando lo tengo en distancia, le asesto un golpe en la cabeza con la barra, pero en vez de intentar clavarle la especie de pincho del extremo, la giro para que el golpe sea lo más plano posible. Suena un “crock” y se desploma como un fardo.

Me acerco y compruebo que está vivo, pero inconsciente. No le he hecho sangre. Mi primer impulso es asegurarme de que de verdad está solo. No sé el tiempo que tardará a despertarse y no quiero sorpresas. Antes de salir fuera, busco con qué atarlo y opto por lo más fácil: usar la cuerda que lleva a modo de cinturón. Tras atarle las manos a la espalda, salgo con cautela, rodeo todo el almacén y oteo los alrededores, pero no encuentro a nadie. Por suerte, está solo. Vuelvo a entrar. Sigue inconsciente.

Su olor es indescriptible. Si los negros, de por sí, ya huelen fuerte, éste, que debe llevar sin lavarse en condiciones más tiempo que yo, apesta hasta la náusea… Lleva una camiseta sucia y andrajosa y unos vaqueros que le vienen grandes y, sin la cuerda, se le han bajado cuando le ataba, dejando medio trasero al aire. Por lo que se le ve, está claro que no lleva nada debajo…

Le doy la vuelta y al girarse, por un instante el pantalón se abolsa y atisbo buena parte de su vello púbico. La fugaz visión me produce un vértigo súbito en el estómago. Al quedar boca arriba, se le adivina asomando por la cintura, junto con el comienzo de sus ingles. Azorada, levanto la vista y le miro la cara. Para mi sorpresa, parece joven, yo diría que de mi edad. No es tan lampiño como Alberto, pero su barba es rala y lacia, no la cerrada y dura de un hombre adulto. Al ser de otra raza puede que me equivoque, pero dudo de que nos llevemos más de uno o dos años…

Le toco en la cabeza y descubro un hermoso chichón. Al palparlo, gime y parece despertarse. Intenta tocarse el golpe, se sorprende al notarse atado y me mira asustado. No sé la pinta que tendré; desde que estoy sola, evito los espejos, para no deprimirme. Debo tener un aspecto adusto y fiero, con la barra en la mano, porque su mirada es dolorida y recelosa. Me teme. Y hace bien.

—¿Quién eres, cómo te llamas, de dónde vienes, qué haces aquí? —Trato de que mi voz suene neutra, para impresionarle más.

Me responde sin levantar la vista, con voz temblorosa, en un idioma gutural del que no entiendo una palabra. Repito mis preguntas, esta vez con un timbre de impaciencia, obteniendo otro torrente de sonidos guturales incomprensibles, en los que no percibo ningún rastro de inglés o francés; sólo ansiedad.

¡Maravilloso! Después de más de un mes sin ver a ningún ser humano, el único que me tropiezo y que además no parece una amenaza, resulta que es negro y no habla una palabra de ningún idioma que yo conozca. ¡Cojonudo! ¡Joder, si hasta voy a acabar hablando mal!

¿Qué voy a hacer con él? ¿Matarlo preventivamente? No ha violado y asesinado a mi madre, no va armado, parece asustado… y famélico (está casi en los huesos). Y cojeaba. Miro su tobillo derecho y está levemente hinchado. Lo palpo y me parece una torcedura casi curada (mal curada, más bien). Recuerdo las mías, cuando jugaba al vóley.

Tengo vendas. Compresas, no; pero apósitos y vendas, las que quiera. Gracias a ellas he pasado mi última regla sin manchar demasiado mis bragas. Incluso he pensado en usarlas como bragas y jubilar de una vez el andrajo asqueroso que llevo, pero tendría que andar vendándome la crica cada vez que meara, y no es plan. Si por lo menos tuviera una falda que ponerme…

Me levanto de su lado y me dirijo a la caseta que hacía de oficina y ahora me sirve de aposento. Dejo la barra, que sé que no voy a usar (de momento) y cojo vendas. Vuelvo junto al intruso, me siento a sus pies en la postura del loto y le descalzo. ¡Dios, que arcadas! Si el olor a negro me repelía, el olor a pies de negro me descompone. Como puedo, tratando de no hacer demasiados aspavientos, pongo su pie entre mis piernas y empiezo a vendarlo, como aprendí a hacerlo conmigo.

Le miro a los ojos, para ver si le hago mucho daño, y me hace gracia su expresión de desconcierto. No puedo evitar sonreír y él me devuelve la sonrisa, mirándome sorprendido y aliviado. No es guapo (bueno, tampoco puedo opinar mucho: no me gustan los negros, así que ninguno me lo parece) pero tiene unos ojos chispeantes y una sonrisa radiante. Como la mía.

Cuando termino de vendarle, le calzo, me levanto y voy a buscar una botella de Aquarius y una caja de galletas integrales. Abro la botella y se la acerco a la boca; él la abre y vierto lo que puedo. Me paso, o él tiene demasiadas ansias, pero el caso es que termina atragantándose y le acaba saliendo líquido por la nariz… Me echo a reír y él me imita, pero le noto avergonzado. Abro la caja de galletas y le meto una en la boca. La traga casi sin masticar.

—Tranquilo, despacio, hay muchas… —le digo, en tono conciliador. Aunque no entienda mis palabras, el tono de mi voz y mis gestos le trasmiten el mensaje.

Le doy una segunda y, cuando la traga, le ofrezco más agua. Bebe un poco y le meto otra en la boca, que abre como un bebé. La siguiente se la doy haciendo el avión, como a los niños pequeños:

—Éeesta por papáaa…

Me gusta oír mi voz. Hace más de un mes que no hablo con nadie y, sola, me negaba a hablar en voz alta. Me parecía que era de locos y además, peligroso, porque podía delatar mi presencia a posibles intrusos. Pero sobre todo, me parecía de locos. No es que escribir mis memorias, sabiendo que nadie va a leerlas (¡y a mi edad!) sea de cuerdos; pero en algo tenía que ocupar el tiempo. Ahora, aunque no pueda tener una conversación formal con él, por lo menos tengo alguien a quien hablar, a quien decirle algo, aunque no me entienda (ni yo a él). Es curioso hasta qué punto echaba de menos el sonido de mi propia voz…

Así, jugando, le voy alimentando y se va relajando, a pesar de tener las manos atadas a la espalda y de la postura tan incómoda en que se ha sentado: de medio lado, enseñando casi todo el culo. Me fijo y veo que el pantalón que lleva es de esos de tiro hasta casi las rodillas, por lo que no se puede sentar con las piernas cruzadas, como yo. La camiseta le va pequeña, el pantalón (semejante pantalón), grande… ¿Qué le habrá pasado, qué habrá sido de su ropa? Esos pantalones no son lo mejor para caminar…

Cuando se acaba la caja y se ha bebido casi toda la botella, doy por concluida la comida. Se le ve contento, relajado, risueño. Sus ojos vivarachos me miran con gratitud y su sonrisa devuelve la mía. Decido arriesgarme.

Tomándole de las axilas, tiro de sus hombros y le ayudo a incorporarse. Al ponerse de rodillas, el pantalón se escurre hasta dejar a la vista sus buenos dos o tres centímetros de pene, asomando entre un tupido bosque de pelos rizados. No sé si es el resto de su pene o sus nalgas (o su gesto instintivo de sujetarse el pantalón con sus manos atadas) lo que impide que se caiga del todo pero, antes de que suceda, tiro de los costados para arriba con tal fuerza que su escroto acaba pagando mi exceso de vigor.

La cintura del pantalón le llega ahora hasta donde acaban los pectorales, y su aspecto es ridículo. Su rostro, con la mirada fija en el suelo, denota más vergüenza por el ‘accidente’ que dolor por la ‘caricia’. Sólo ha sido un instante, pero la visión me ha conturbado y la punzada de vértigo ha vuelto. Casi ver (o mejor, ver casi) un pene en directo, tan cerca… Sólo había visto otro, el del que violó y mató a mamá, cuando se lo destrocé con el pico de la barra mientras se sacudía en convulsiones (producto de mi primer golpe en la cabeza) antes de rematarlo. Y aquél, obviamente, sólo me dio asco. Pero éste… Me alegro de que evite mirarme, así no se da cuenta de mi desasosiego.

Le ayudo a incorporarse del todo y le invito con gestos a comprobar si mi vendaje le ayuda. Prueba y asiente con la cabeza, mientras me dedica una sonrisa de agradecimiento. Me pongo a su espalda e intento desatarle las manos. No soy experta en nudos y, con los nervios, los he apretado demasiado y ahora es penoso soltarlos. Tras casi dejarme las uñas, decido cambiar de Gordio a Alejandro… Ya le encontraré algo que pueda servirle de cinturón.

Voy al despacho, cojo el cúter que hay en un cajón y, de regreso, agarro al pasar un largo fleje de plástico del suelo. Corto la cuerda y, mientras se frota las muñecas, le tiendo el fleje, atenta a salir pitando a por la barra al menor atisbo de amago de agresión. Toma el fleje y se da la vuelta, pudoroso, para pasarlo por las trabillas del pantalón y, a pesar de la rigidez del material, consigue anudarlo. El problema será desatarlo luego, pero ese será su problema… Se vuelve y quedamos frente a frente, sonriéndonos. No me he equivocado.

Le tomo de la muñeca y le llevo a donde están los palés; le muestro la provisión de Aquarius y galletas integrales y nos señalo alternativamente a ambos, mientras asiento con la cabeza. Le tiendo mi mano y él, desconcertado, la estrecha. Le sonrío y me devuelve una sonrisa, franca, relajada. Será negro, pero parece de fiar.

Cojo una botella y, por señas, le explico que es buena para beber, pero no para lavarse (aunque yo lo llevo haciendo desde que estoy aquí) y le pregunto si conoce algún río. Explicar algo así por señas es complicado y no estoy segura de que me haya entendido; pero ante mi sorpresa, se vuelve y señala en una dirección para, al instante, rectificar y señalar unos diez grados más a su derecha, mientras asiente con la cabeza y hace con la mano el gesto de fluir. ¡Me ha entendido; y lo que es mejor: sabe orientarse!

Me siento estúpida. Siempre he sido una negada para orientarme y las personas capaces de hacerlo y no perderse nunca, me han parecido siempre magos. Desde que, al borde de la inanición, descubrí esta nave en medio de la nada, no me he atrevido a alejarme más de doscientos metros de ella, por miedo a perderme. Aquí tengo todo lo necesario para subsistir, así que, ¿a qué arriesgarse?

Sola, el aseo no me preocupaba en exceso; si olía, yo me olía. Pero ahora… Le pregunto por señas lo lejos que está el río y parece que no demasiado; si se puede ir y volver en el día, y parece que sí, pero no estoy segura de que me haya entendido; si puede guiarme, en su estado y, tras dudar, accede.

Le busco un palo para que le sirva de bastón, pero lo rechaza. Pongo en mi macuto un frasco casi entero de champú que encontré en el despacho (¿qué haría allí?), agua y comida. Rompo los albaranes en que escribía mis ridículas memorias y los tiro a la basura; ya no necesitaré escribir sandeces para evitar volverme loca: tengo compañía. No es que me pesara estar sola; dicen que la peor soledad es no estar a gusto con uno mismo, y no era el caso. Pero me alegro de estar acompañada, aunque sea de un negro… Cojo la barra, le enseño la sangre seca del pincho y le explico por señas que es de un miserable que ya no existe. Por si acaso.

He llegado a temer que tuviéramos que volvernos, por su tobillo, pero aquí estamos. El sol pega fuerte y la hora y media larga que nos ha costado llegar se ha hecho pesada hasta para mí, que no cojeo. Pero la caminata ha valido la pena: es un río o riachuelo de poco más de dos metros de ancho y palmo o palmo y medio de profundo, en su centro; no parece haber ninguna poza donde darse un chapuzón, pero es un río. El agua no es fría ni cristalina; debe ser el tramo final. Eso hace más probable que esté contaminada por cadáveres en descomposición más arriba, pero no pienso beberla, sólo asearme.

Me quito las zapatillas y los calcetines. Son mis pies pero aun así, hasta a mí me atufa su hedor. Y la roña entre mis dedos… me da vergüenza y asco que me los vea. Corro a meter los pies en remojo. ¿Y la cara? ¿Y los pelos? Lavándome con Aquarius desde ni me acuerdo, debo tener una pinta espantosa. ¡Un momento! ¿Me estoy preocupando por mi aspecto, por lo que le parezco a un negro apestoso?

El negro apestoso se ha descalzado también, unos metros más allá y, sin quitarse mi venda, se ha metido al agua, despojándose de su camiseta andrajosa. Está delgado, pero su cuerpo es fibroso, nada fofo. Aunque hace calor, mojarme los vaqueros no me parece buena idea. Tardan mucho en secarse y llevarlos mojados es un castigo. Salgo y me los quito. Me miro las bragas y veo un mosaico de manchas a cual más repugnante. Corro al río de nuevo y me siento en la corriente. Con la turbiedad del agua, no se me ven las bragas.

Le miro y me observa, indeciso. Sale del agua y, de espaldas a mí, se suelta el improvisado cinturón; sus vaqueros caen al suelo, descubriendo un culete de los que invitan a la zurra… Dándome siempre la espalda, vuelve al río y se sienta, desnudo, a unos metros de mí. Sólo cuando el agua le tapa hasta casi la cintura, se vuelve, expectante, y me sonríe, como pidiendo perdón por su travesura. No me hace gracia, pero comprendo que también para él sería un suplicio llevar semejantes pantalones, mojados. No le sonrío; me muestro seria, pero no enfadada, y me encojo de hombros.

Con la vergüenza de que viera mis bragas sucias, no he cogido el jabón (en realidad, es champú, pero da igual). Me levanto, voy a buscarlo al macuto y vuelvo, sentándome al lado del chico; sin tocarnos, pero de modo que sea cómodo compartir el frasco.

Nuevo problema: no llevo sujetador. El que tenía era uno muy viejo, de copa B todavía, que me molestaba un montón y, durante la última regla, con lo sensibles que se me ponen los pechos, simplemente no lo soportaba. Así que me lo quité y no he vuelto a ponérmelo más. Y como nunca he tenido una gran pechonalidad (aunque eso sí, firme), me siento tan cómoda sin él que he llegado a olvidarme… Pero ahora, ¿qué hago? ¿Me quito el top o me lo mojo? Él está en pelotas, pero le tapa el agua… Si me lo quito, me va a ver las tetas… pero un top mojado (y más si me empitono) igual es peor…

Le miro, seria, y me quito el top, lanzándolo a la orilla. Me tumbo para atrás, mojando mi pelo, me incorporo, me echo un buen chorro de gel y le tiendo el frasco. Cuando vuelve a mirarme a los ojos y se da cuenta de que le estoy ofreciendo el champú, meneo la cabeza, negando con desprecio, y me pongo a lavarme el pelo como si él no estuviera delante. Imitándome, se echa para atrás con intención de mojarse el pelo, sin darse cuenta de que así sube su pelvis y me parece adivinar su falo entre el agua turbia. Aunque no estoy segura.

Cuando le vi un trozo, en el almacén, me dio la impresión de que era más bien delgado; aunque sólo fue un momento y, al ser oscuro, entre pelos, y tan poco trozo… ¡¿Y a mí qué me importa cómo lo tiene?! Bueno, un poco, sí; para qué engañarnos.

Me sigue mirando las tetas mientras se lava el pelo, pero ya no es esa mirada pasmada del principio. Intenta no enfadarme y mirarme a la cara, pero no lo consigue, es superior a él. Como por lo menos lo intenta, le doy cuartelillo y hago como que no me doy cuenta. Desenmarañar el pelo después de más de dos meses sin lavarlo, y sin un buen cepillo, es tarea imposible. Y eso que lo llevo más bien corto.

Me echo para atrás y me tumbo, con lo que lo único que asoma del agua es mi cara… y mis tetas lechosas. Cierro los ojos y me relajo, dejando que la suave corriente aclare mi pelo y acaricie mi cuerpo. Abro los ojos de golpe y, naturalmente, le cazo. Pone tal cara de niño pillado en falta, que me echo a reír y, sentándome de golpe, le salpico con los brazos toda el agua que puedo. Él hace lo propio y, entre risas, ambos reculamos un poco para salpicarnos mejor.

Con el agua que le salpico, se le escurre el champú y le entra en los ojos. Abandona la lucha y se tumba para aclararse el pelo, como acabo de hacer yo, pero con las piernas encogidas y los talones pegados al culo, con lo que esta vez no me enseña nada indecoroso. Pudoroso y considerado… No me lo esperaba.

No hay ninguna ley que impida usar el champú como jabón, así que me enjabono el cuerpo, porque la roña de tanto tiempo sin lavarme no se elimina con un simple baño. Y además, la sensación de frescura, de pureza, que te queda cuando te aclaras el jabón y sientes la caricia de la corriente en tu piel limpia, es una tentación a la que resulta estúpido resistirse.

Hay una parte de mi cuerpo que no sólo no he lavado sino que sigue en contacto con una prenda indecentemente guarra. Sin pensarlo, le doy la espalda y me quito las bragas. Si el agua me tapa su sexo, también le tapará el mío. Me vuelvo y le veo con los apósitos que usaba de salvaslip en la mano; le hago gestos de que los tire, y obedece. Evitando mirarle, cojo el frasco de champú, echo un buen chorro sobre las bragas y se lo devuelvo para que se siga lavando. Le doy la espalda de nuevo y me pongo a lavarlas, frotándolas fuera del agua.

He debido abstraerme… Le oigo levantarse y un chapoteo de pasos. Me asusto y brinco rápida hacia donde he dejado la barra. ¡Negro de mierda! ¡No he debido darle la espalda! En dos saltos, cojo la barra y me vuelvo, buscándolo. Le descubro en la otra orilla, mirándome alucinado, tapándose su sexo con las manos. Trato de imitarle, poniendo mi mano izquierda (con las bragas en un rebullo en ella) delante del mío, y dejo de blandir la barra, bajando el brazo derecho.

Al ver que me apaciguo, da media vuelta, avanza unos pasos y se pone a mear, de pie, contra un arbusto. Avergonzada, dejo caer la barra y vuelvo al río. Mientras le veo orinar de espaldas, se me ocurre usar mis bragas enjabonadas como esponja y las restriego por la canal de mi trasero a mi vulva, provocándome sensaciones olvidadas hace meses. ¡Menos mal que no me ve!

Antes de que se gire, me siento dándole la espalda y me pongo a aclarar la prenda. Le oigo regresar, meterse en el agua y sentarse de nuevo, pero no me vuelvo. A pesar de lo frotado, en mis bragas siguen quedando manchas, ahora de color beige y rosa, en vez de marrón y rojas, pero igual de afrentosas. Supongo que haría falta lejía para sacarlas del todo y no tengo; pero, por lo menos, ahora no necesitaré usar apósitos, de momento.

Dudo si ponérmelas otra vez o dejarlas a secar. La comodidad me aconseja secarlas, pero la sensatez, ponérmelas. A lo que estoy pasándolas por una pierna, me giro y le descubro llevándose las manos, en cuenco, a la boca. ¡Va a beber del río! Le grito que no y me abalanzo sobre él, dándole un manotazo.

—¡No, del río, no! ¡Lavarte, sí; beber, no! ¡Beber, sólo Aquarius! —le grito, mientras escenifico con gestos mis palabras. Pero a lo que menos atiende él es a mis gestos. De rodillas a un palmo de él, su mirada va y vuelve una y otra vez de mi felpudo a mis tetas, que caen a la altura de su cara. Le tomo de la barbilla y le hago mirarme a los ojos, iracunda—. ¡Cretino! —Como haga mención de tocarme, le sacudo.

Salgo del agua, recojo mis bragas, que llevo en un tobillo, y las tiendo en un arbusto. Voy al macuto y saco una botella, la abro y bebo, mirándole ceñuda. Está caldo, asquerosa; parece un jarabe. Me acerco y se la tiendo. Sin levantarse, la toma, da un sorbo y lo escupe. Por señas, me dice que prefiere la del río, y por señas le contesto que puede morir.

Me ve tan enfadada que procura mirarme sólo a la cara, pero es un chico… ¡qué le vamos a hacer! Le da un trago a la botella y me la devuelve. Echo yo otro, la cierro y busco un sitio a la sombra donde dejarla a remojo, como debería haber hecho cuando llegamos. “¡También podía habérsete ocurrido a ti, que tengo que estar yo en todo!”, le gruño. Aunque no me entienda, mi tono de voz y mi expresión es bastante elocuente.

Vuelvo al macuto, abro la caja de galletas integrales y cojo un par. Me como una, engancho con el pie su camiseta y se la tiro, haciéndole señas de que la lave. Cojo mi top y me vuelvo al agua de nuevo, a lavarlo yo. Le meto la otra galleta en la boca y me siento. Fin del espectáculo.

Me he sentado de cara a él, para compartir el champú. Al poco rato, noto el silencio de que ha dejado de restregar su prenda y le sorprendo mirándola sin verla, compungido, llorando mansamente en silencio. Dejo de restregar yo también y, como a mí, el silencio le saca de su ensimismamiento y me mira. Le sonrío, tratando de animarle. ¿Qué le habrá pasado, qué horrores le habrá tocado vivir a él? ¿Cuál es su historia? Traga saliva, se limpia las lágrimas con su antebrazo (tiene las manos mojadas) e intenta devolver mi sonrisa. Incluso forzada, tiene una sonrisa preciosa.

Le salpico con el pie, provocándole, y me devuelve el ataque. Empezamos una guerra de salpicaduras y, a los veinte segundos, estamos riendo como idiotas. Finjo ponerme seria y le hago señas de que siga lavando. Su sonrisa vuelve a ser amplia, distendida, generosa, contagiosa… Como la mía.

Siempre me han dicho que lo más bonito de mí es mi sonrisa, y he podido comprobar que me da un cierto poder del que procuro no abusar. Alberto me dijo una vez que era como el gato de Cheshire, que mi sonrisa perduraba aunque ya me hubiera ido. Supongo que quería ser poético, pero me hizo maldita la gracia. No he leído Alicia y mi única fuente son los dibujos animados de Disney, donde el personaje lo recuerdo más bien grotesco. Aun así, le di un beso, acompañado de mi mejor sonrisa, por la intención.

Me da la impresión de que este chico es como un amplificador de sonrisas. Yo le sonrío y él me devuelve mi sonrisa, amplificada. ¿Tendrá el don de la empatía, y eso le hace sonreír como yo? Su sonrisa parece tener la misma virtud lenitiva que la mía. A cada sonrisa suya me siento más serena y mis prejuicios xenófobos parecen más ridículos. A fin de cuentas, es un chico, como yo… Bueno, yo no soy un chico…

¡Parece tan irreal todo! Un negro y yo, desnudos, lavando nuestras prendas, sonriéndonos, bromeando como si nada… Como si no estuviéramos desnudos, como si el mundo no fuera a desaparecer en breve… ¿Lo sabe, siquiera? Por un instante, estoy tentada de preguntarle, pero me contengo. ¡Ojalá no lo sepa!

Aclaro mi top, lo escurro y me levanto a tenderlo en un arbusto. Cojo mis calcetines, arrastro con el pie los suyos hasta la orilla y me meto al agua, sorprendida de mi espontaneidad. Me tumbo en la corriente, para volver a mojar mi cuerpo y refrescarme, echando agua a mis tetas, que sobresalen. Su mirada es alegre, curiosa, pero no salaz, como al principio. Parece haber aceptado mi desnudez con naturalidad, como debe ser…

Me incorporo y me pongo a lavar mis calcetines, mientras él termina de aclarar su camiseta. Divertida y expectante, le observo con disimulo, a ver lo que hace. Tras dudar, se gira y se pone de pie de golpe; sale del río y la tiende en otro arbusto. A ver cómo vuelve al agua… Se vuelve hacia mí, con las manos en la entrepierna y mirando al suelo, llega a donde están sus calcetines y se pone en cuclillas. Me mira y debe sentirse ridículo siendo más pudoroso que una chica, porque de repente, coge los calcetines y se incorpora bruscamente, quedando parado frente a mí, sin hacer mención de taparse.

Pongo cara de póker para disimular mi sorpresa. Seré virgen pero no pánfila. Que en vivo, sea el segundo pene que vea no significa que no haya visto otros, en foto o en vídeo, y no sepa muy bien que el que le cuelga entre las piernas es… normalito, tirando a pequeño, en longitud y grosor. Por conjeturas verosímiles, juraría que así lo tiene Alberto, pero él no es negro. Se supone que el de un negro tiene que, no sé… asustarte, ¿no? ¡Vaya decepción! ¡En fin, otro mito para el desguace!

Ha entrado al río, despacio, y se ha tumbado boca arriba, como he hecho yo antes, para refrescarse, sin preocuparse ya de si se le adivina o no. Debe estar ‘morcillón’, porque casi sobresale del agua… Restriego con energía mis calcetines, en parte para quitarles la mugre y en parte para quitarme la desazón. ¿Y a mí qué me importa cómo la tenga? No es asunto mío… ¿o sí?

¿A quién quiero engañar? Sé muy bien cómo terminará esto, los dos lo sabemos, aunque finjamos comportarnos con ‘naturalidad’, como si no fuera a pasar nada… Yo lo finjo por miedo a lo que sé desde el principio que acabará pasando, aunque no lo reconozca. Mi peor virtud ha sido siempre la lucidez, que me ha impedido toda mi vida cometer hasta los errores que vale la pena cometer y, lo que es peor: disfrutar siquiera, por lo menos, de los que cometo…

Aunque no lo confiese, ¿no deseo en el fondo lo que temo? ¿No he estado provocando, inconscientemente, toda esta situación desde el principio? ¿Por qué, si no, esa sensación de decepción? ¡Maldita lucidez! ¡Ojalá fuera una imbécil que no se da cuenta de lo que le pasa! Una niñata estúpida de las que hablaba mi madre… Al final, ¿voy a acabar convirtiéndome en lo que siempre he despreciado y claudicar ante mi coño? ¿Y mi dignidad? Me he jurado ser yo hasta el final… ¿Voy a regalarle mi virginidad a un negro rabón, después de negársela a Alberto? Bueno, la verdad es que Alberto nunca llegó a pedírmela…

Los calcetines deben estar limpísimos, de los restregones que les doy, frenética. Le miro como si le viera por primera vez, y me sonríe. ¿Por qué me sonríe? ¿Porque imagina ya lo que sabe que va a pasar?

¿Y si él no lo sabe? No sé lo que sabe, de nada: ni de nosotros ni del mundo. A pesar de su mirada pícara y de su sonrisa encantadora, de repente me parece bobalicón. ¿De verdad no ha aprendido ni una palabra de español? Y su pasividad… ¡qué extraño! La convicción se impone como una revelación: es imposible que sepa lo que va a pasar. Le he visto asustado, triste, herido, pero no angustiado, ni desesperado; está desconcertado, nada más. Estoy segura de que no lo sabe. No sonreiría así, si lo supiera…

Su ignorancia del destino que nos acecha me recuerda a Sigfrido. Supongo que no era su intención, pero Wagner fue la mar de coherente al construir el personaje del superhombre sin miedo: le salió un buscarruidos que nunca se entera de qué va la fiesta. Protagoniza dos óperas larguíiisimas sin saber jamás quién es, ni lo que hace; ni por qué vive, ni por qué muere. Vale, en carácter parecen antagónicos, pero en no percatarse de lo que pasa, me da la impresión de que son clavaditos…

Brunilda, la Valquiria, también le salió bordada: una mujer de pies a cabeza, que nunca da puntada sin hilo. Sabe en todo momento lo que sucede y lo que está haciendo. Hasta cuando la caga, sabe que la está cagando y asume las consecuencias que no ignora que van a tener sus actos. En una palabra: lúcida, como yo. Y, sin embargo, al final de la primera ópera se entrega a él, despojada ya de su inmortalidad, como simple mujer. A papá le encanta ese dúo final de Siegfried, vibrante y salvaje, en el que ambos festejan su unión con un brindis feroz a ‘la Muerte sonriente’.

Me pongo a tatarear lo que recuerdo de ese final, y me mira como si estuviera loca. “Yo, Brunilda; tú, Sigfrido”, remedo aunque sin señalarnos, como si él me entendiera, como si supiera de qué estoy hablando. Un Sigfrido negro… Si Wagner levantara la cabeza… Yo, Brunilda… No una niñata estúpida; Brunilda, nada menos. Y ella se entregó a su Sigfrido… ¿por qué yo no? Éste no parece un mequetrefe como el de ella, no va de superhombre sin miedo… ¿por qué no puedo hacer yo también mi brindis a la Muerte sonriente?

Aclaro mis calcetines como si los estuviera estrangulando. La letra, en alemán, nunca la he sabido pero aun así, canturrear a voz en cuello la música (“¡Ta-chán, chan, chán, chan-chan-chán chan, chán…!”) consigue enardecerme hasta la exasperación. Cuando me levanto a tenderlos, la decisión está tomada:

Yo, Brunilda; tú, Sigfrido.

Tiendo los calcetines. Mis bragas están casi secas, pero ya no me interesan. Cojo otro par de galletas, mordisqueo una mientras me acerco hasta él y le meto la otra en la boca. Me quedo con mi triángulo de las Bermudas a pocos dedos su cara, y le digo:

—Vale, Sigfrido, seré tuya, pero lo vas a sudar. Cuando consigas que cada poro de mi piel, cada fibra de mi ser, desee ser poseída… sólo entonces me entregaré a ti. Mientras… —Acerco mi pubis hasta restregarlo contra su rostro, retrocedo un par de pasos y me quedo en la orilla, mirándole retadora. Como declaración de guerra, no ha estado mal…

Me mira atónito, como un pasmarote. Aunque no haya entendido mis palabras, ¿qué es lo que no comprende? Más claro, agua… Le saco la lengua, corro hacia él y le empujo hacia atrás, tirándolo largo. Salgo por la orilla opuesta y sigo corriendo un poco, invitándole a perseguirme. Se pone de pie, desconcertado, y le hago señas con el dedo para que se acerque, mientras le sonrío burlona. Arroja sus calcetines a la otra orilla y se aproxima despacio, expectante. Cuando está a un par de pasos, echo a correr de nuevo. Esta vez intenta perseguirme, pero se cae a los pocos pasos.

Me acerco a ver cómo está y su rostro no denota apenas dolor. Me arrodillo y le toco el tobillo; no parece estar mal, sólo le ha fallado. Cuando voy a levantarme, su mano acaricia mi teta. La sorpresa me paraliza unos segundos, durante los que él coge confianza. Cuando reacciono, me retiro y le doy un manotazo en sus dedos atrevidos, pero sonriendo con picardía. Su cara es un poema de desconcierto y deseo. Su estupefacción me acicatea y le beso fugazmente mientras me incorporo y huyo de nuevo.

Se pone en pie y me doy cuenta de que su pene está en erección. Se la señalo y me burlo, pero él parece orgulloso de ella, en vez de avergonzado, como pensaba. Su pudor va despareciendo y él va entrando en el juego. Con la ventaja que me da su cojera, me dedico a torearlo, regatearle, rozarnos, incluso dejarme atrapar a veces, durante unos instantes, en los que sus manos amasan ansiosas mis tetas o mis nalgas. Una de esas veces, rodamos por el suelo y nos besamos con hambre… hasta que me suelto y salgo corriendo otra vez.

Espero que él sepa volver, porque yo ya no sé dónde está el río. Estoy acorralada en la cara escarpada de una pequeña loma que me da sombra. Él está apoyado en un árbol, tapándome la salida, pero sin intentar atraparme. Parece cansado, de las carreras y del juego; incluso su erección parece flaquear. Veo a mi derecha una roca casi plana, grande, de como un metro de altura. Perfecto. Ese será mi altar.

Me acerco a mi Sigfrido, atrapo su pene semi-enhiesto y le conduzco de él hasta la roca. Es el primero que toco en mi vida. Me sorprende su calor y suavidad, parece palpitar. No se lo esperaba, y se deja llevar dócilmente, aunque sus manos ávidas no se están quietas durante el trayecto…

Al llegar, me tumbo boca arriba en la roca, sin soltar mi presa, con lo que le arrastro sobre mí. Nos miramos con deseo, nos sonreímos con malicia y nos besamos con pasión. Sólo entonces suelto mi candente trofeo y le abrazo. Su pecho aplasta mis tetas… y su sudor ultraja mi pituitaria.

—Tendré que acostumbrarme a tu olor. Vas a ser mi amante el resto de mi vida… —le digo, incitante, como si le dijera una guarrada. Mi Sigfrido me responde algo que, seguro, me haría sonrojar. ¿Cómo puede excitar tanto un tono de voz, sin saber siquiera lo que dice? Sigo susurrándole lo primero que se me ocurre, sólo para oírle responderme.

Volvemos a besarnos y mete su lengua en mi boca. Superado mi asco inicial, su experta lengua me descubre un mundo de sensaciones nuevo para mí, que eleva mi fiebre hasta el paroxismo. Su lengua en la mía, sus manos en mis tetas, su brasa en mi ingle, logran que todos los poros de mi cuerpo, todas las fibras de mi ser ansíen lo mismo. Estoy lista.

Me retuerzo para que su pene pase de mi ingle a mi entrepierna, pero no parece captar el mensaje, porque sigue poniendo todo su empeño en hacerme una exhibición de su don de lenguas. No me deja más remedio que la acción directa, así que abro las piernas, bajo una mano hasta su pene y deslizo su húmedo glande por mi mojada vulva. Más claro…

Deja de besarme y me mira. No sonríe, ni yo tampoco. Leo en sus ojos el mismo anhelo que supongo en los míos, pero está, estamos muy serios. Lo mío es miedo, lo suyo… espero que no. Vuelvo a deslizar su pene hasta dejarlo embocado en mis labios, empujo levemente y retiro mi mano, sin dejar de mirarle a los ojos. Es su turno.

Empuja despacio, mientras se incorpora y me sujeta por debajo de mis riñones; yo cierro los ojos. Llega hasta mi himen y al notar el obstáculo, se detiene. Abro los ojos y le descubro mirándome extrañado. ¿Qué pasa? ¿No sabes lo que es? Empuja otra vez, muy despacio, como si quisiera forzarlo sin romperlo. Empiezo a ponerme muy nerviosa. Él parece empeñado en dilatarlo poco a poco… así que, agotada mi escasa paciencia, me incorporo lo justo para asirle de las caderas y me impulso contra él con todas mis fuerzas.

Me asusto de mi grito. El miedo ha aguzado mis sentidos y probablemente ha magnificado un dolor que quizás no fuera para tanto, pero así desahogo la tensión acumulada. El dolor agudo cede rápidamente, pero la molestia difusa aumenta. Mi Sigfrido parece aterrado, casi temblando, con su virilidad incrustada en mi femineidad, sin atreverse a mover un músculo.

Le sonrío y le atraigo hacia mí, abrazándole. Me devuelve la sonrisa, aliviado, y me besa sin lengua, con ternura. Empieza a moverse tímidamente; las molestias no ceden, pero empiezo a sentir un gustito muy especial. Sus manos han abandonado mis riñones y vuelto a mis tetas. Sus movimientos en mi vagina se van acelerando progresivamente hasta llegar a ser frenéticos. A ese ritmo, seguro que va a terminar enseguida… ¿Qué le ocurre? ¿Qué prisa tiene? Si acabamos de empezar…

En su ímpetu, se le sale, y parece no saber encontrar el camino de vuelta. Aprovecho para tratar calmarle, hacerle gestos de “despacio, despacio…”, pero él está tan obcecado con volver a penetrarme que no me atiende. Acabo guiándole yo, pero rodeándole con mis piernas y clavando mis talones en su culo al mismo tiempo, para intentar inmovilizarlo, ensartado en mí. Vuelve la molestia, y la obviedad se impone…

¡Es tu primera vez, también! ¡Eso es lo que te pasa! ¡Eres tan virgen como yo y no sabes ni cómo es una chica!

¡A nuestra edad! Que sea virgen yo, vale, fue mi elección; pero tú… ¿Qué pasa? ¿Que tu colita ‘white size’ era la vergüenza de tu aldea y ninguna quería invitarla a entrar en su cosita? Porque con tus ojos maliciosos y tu fascinante sonrisa, deberías haber debutado hace mucho… Y besar sabes, ¡doy fe! ¿Cómo es que nunca has rematado la faena? ¿Qué se me está escapando?

Bueno… ya lo averiguaré luego. Ahora tengo otro asunto entre piernas y, por una vez, no pienso dejar que la lucidez me impida disfrutar de él… Aunque la verdad es que sus salvajes acometidas de antes han acentuado mis molestias, cuando se supone que debían atenuarse con el tiempo. El dueño del asunto parece en trance; su rostro, contrito y desencajado a la vez, me observa con inquietud. Le sonrío y libero la presión en sus nalgas, mientras trato de apaciguarle con las manos. “Despacio, despacio…”. Mi sonrisa le relaja y su calentura atropella a su zozobra.

Empieza a culear suavemente otra vez y con los primeros roces, las molestias parecen descender hasta un nivel testimonial, mientras el gustito va in crescendo. El “flop, flop” de su carne contra mi carne, de su sexo en mi sexo, me recuerda al que oía desde mi escondite mientras veía a aquel bestia violar a mi madre; y cómo la sordidez de aquel “flop, flop” acrecentaba mi estupor. Pero éste (aunque tan torpe como aquél) en vez de asquearme, espolea mis ganas. Ahora son mi carne, mi sexo, los que hacen ese ruido innoble, y me encanta lo que siento al hacerlo…

Las buenas intenciones duran poco y pronto vuelve a embalarse. Está muy congestionado, y no sonríe; tiene los dientes apretados y su mirada parece perdida. Su ritmo infernal me está volviendo loca; no creo que él aguante mucho así, pero la verdadera locura sería pararle de nuevo. Todo mi ser, condensado en mi vagina, quiere que siga, y siga, y siga… Me escucho gemir y apenas me reconozco, pero la lubricidad de mis gemidos me enardece más aún; a mi perforadora, también. Cuando mi excitación está llegando a cotas insoportables, siento algo caliente inundar mis entrañas. Su frenético vaivén se troca en estocadas profundas y con cada una, va gritando monosílabos en un tono salvaje. Se está corriendo. Yo no.

Se desploma, inerte, sobre mí, aplastándome contra la dura piedra. Sólo los latidos de su corazón delatan que sigue vivo. Noto cómo su ego se desinfla en mi interior. La fiesta ha terminado. Tonta de mí, aún acaricio su espalda y sus costados, como agradeciéndole, encima, haberme dejado así. ¡Hombres…! ¿También sería así la primera vez de Brunilda y Sigfrido? Conociendo al botarate wagneriano, sería peor, seguro…

Bueno… ya ‘he conocido varón’, ya ‘soy mujer’. Entonces, ¿por qué me siento más cría, en vez de más adulta? Echo de menos a mamá. Si ella me viera ahora… ¡qué vergüenza! ¿Soy una niñata estúpida, jugando a ser una Valquiria? ¿Qué he hecho? ¿He claudicado ante mi coño? ¿Dónde está mi dignidad? Bueno, mamá se fue con aquel tío, ni dos semanas después de que papá nos dejara tiradas. No soy tonta, sé que se acostó con él. Ni dos semanas aguantó sin un hombre…

Pero no soy quién para juzgarla. Es mi madre y está muerta… por mi culpa. ¿Por qué asistí impotente a su violación y asesinato? Si hubiera reunido el valor para atacar a su agresor antes, y no después de que la violara y matara, ella seguiría viva. ¿Por qué tuvo que hacer falta verla morir para arrancarme del marasmo? No lo sé; herencia paterna, quizás. Dejémoslo: mortificarme no va a resucitarla. Yo no he hecho este mundo, yo sólo vivo en él… mientras dure, que será poco.

Mi Sigfrido sí resucita; me acaricia con ternura, me besuquea con dulzura y me sonríe con placidez. Se nota que se ha quedado a gustito… El pecio de su sexo abandona el mío y sus ojos, otrora vivarachos, me exploran como si me viera por primera vez, transmutados en los de un cordero degollado. Dibuja un corazón en mi estómago. ¡Uy, qué mono…! ¿Pues no se pone románico y semental? Su sudor me sigue matando.

Debe hacer dos semanas que tuve la regla… ¿Y si me preña? ¡Ojalá! ¡Ojalá me preñara! Ya me gustaría quedarme embarazada; incluso no me importaría parir un mulato… significaría que sigo viva. Pero eso no va a pasar… Ni siquiera sé si duraré lo suficiente como para dar tiempo a que algún procaz espermatozoide de mi zaino garañón copule con mi inocente ovulito…

¿Y si ocurre como en las pelis? ¿Y si la Muerte pasa de largo, porque venía a buscar a una y ya soy dos? ¿Y si sobrevivo, después de todo? ¡He deseado tanto estar en el punto cero del impacto y ahorrarme la agonía que aguarda a los desgraciados que no sean aniquilados en el primer momento! Pero ahora… ¿Y si cae en la Fosa de las Marianas y el agua amortigua el choque? ¿Y si sobreviviéramos, a pesar de todo?

Sentir una vida dentro de mí. Otra vida… Sentirme viva y además, dadora de vida… ¡Sería genial! Tener muchos hijos, hacer muchos hijos, dar mucha vida, ser los nuevos Adán y Eva… Sería… sería… ¡Será, estoy segura! ¡Seré exceptuada! Seremos exceptuados, mi oscuro Sigfrido, mi desvirgador, mi fecundador…

Formaremos una familia: “Juro amarte y respetarte; y serte fiel todos los días de mi vida”… Lo juro. “Con este anillo, yo te desposo”… Bueno, para ponerte mi anillo tendré que esperar a que tu dedo vuelva a estar en condiciones…

Toco su dedo y, además de pringoso, parece bastante fuera de combate. Su dueño me mira entre divertido y sorprendido. Palpo su escroto y jugueteo con sus testículos. Me hacen gracia. Le gusta, pero no me imita. ¡Ya podía jugar él también con mi entrepierna! Llevo su mano a la zona, pero no sabe qué hacer; juguetea con mi vello y enseguida vuelve a mis tetas.

—Tengo clítoris, chaval —le digo, mimosa—, tengo un hermoso clítoris que tú has ignorado. Puede que las chicas de tu aldea no lo tengan, pero yo sí. Aquí las chicas no somos meros sumideros de vuestro semen, tenemos nuestros derechos, nuestras necesidades… Yo también quiero mi pequeña muerte sonriente… y me la vas a proporcionar.

Me pongo encima de él e instintivamente se mueve hacia el centro de nuestro pétreo tálamo, para evitar que nos caigamos.

—¿Sabes, maridito mío? Ahora no vas a ser Sigfrido, vas a ser Grane, mi brioso corcel negro, y Brunilda te va a cabalgar hasta que la lleves al Valhala —le amenazo.

No entiende una palabra de lo que le digo, pero la lascivia de mi voz la capta bien y su mirada vuelve a ser rijosa. Las molestias siguen siendo testimoniales, pero siguen ahí… ¿No será un castigo excesivo para mi coño casi virgen? Bueno… habrá que averiguarlo…

Me siento a horcajadas sobre su vientre, buscando el contacto con su pene. Lo tomo con mi mano, lo pongo sobre su pubis y restriego mi vulva suavemente sobre él, despacio, muy despacio. A pequeños latidos, su cosa parece revivir. Y mi calentura, también.

A mi Grane parece gustarle mi iniciativa y aun asumiendo su papel pasivo, coopera animoso. Empezamos a compenetrarnos, de momento sólo en espíritu, pronto literalmente… Sus manos aprendiéndose mis tetas, mi raja frotándose contra su verga, sus ojos fijos en los míos, transmitiendo sin palabras nuestro impúdico anhelo, su sonrisa en mi sonrisa… ¡Ah, su sonrisa! Su radiante, su lenitiva sonrisa… como la mía…

—Aunque todo desaparezca, quedará nuestra sonrisa… —me oigo decir con voz tan solemne que me emociono como una boba.

Noto cómo mis flujos van humedeciendo su cada vez más redivivo pene. Paso un dedo por sus labios recorriendo su sonrisa y, sin apartar mis ojos de los suyos, bajo a su estómago y dibujo un co

Querido lector, acabas de leer un relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores. Te pedimos que dediques un minuto a puntuar este relato entre 0 y 10 en un comentario al mismo, lo tendremos en cuenta para decidir qué relato de los presentados al Ejercicio es el mejor de todos ellos. Gracias.

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Un dia de playa

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1. Juan Era una soleada mañana de Julio, poca, muy poca gente había en la playa. Decidimos plantar todos nuestros bártulos en un apartado sitio donde no teníamos a nadie en las cercanías. No era la primera vez que íbamos a esa playa, aunque aparecía en todas las guías de turismo de la zona, era de difícil acceso, bueno, no tanto, solo que la mayoría de gente prefiere ir a las playas más conocidas por ser más bonitas y grandes. Pero nuestra cala tiene una tranquilidad envidiable por cualquier otra playa. No es de más de 200 metros en la que aparte de cactus, piedras, arena y agua no hay nada más, ni un ladrillo a la vista. Una playa virgen, un lugar maravilloso. Antes de quitarme la camiseta me acerque al agua y mojé mis pies, era pronto, y el agua aún estaba un poco fría, y quizás aún no hacía suficiente calor como para que me naciese la necesidad de bañarme. Al darme media vuelta, Raquel ya había estirado las toallas e intentaba poner la sombrilla. Estaba radiante y mostraba una gran sonrisa. No dude en acercarme a ayudarla…

Ya estábamos tumbados tomando el sol cuando noto a Raquel que mira alrededor y me propone por desnudarnos; – Juan, ¿nos ponemos en bolas como estos días de Atrás? Y así hicimos ella se quito el bikini y yo el bañador. La playa no era nudista pero un porcentaje muy alto de gene de la que allí iba no vestía nada, además de que en esta playa no había conseguido ver a ninguna mujer tapándose los pechos. Raquel lucía radiante, completamente desnuda a los ojos de cualquiera que pasase por allí. Yo disfrutaba con la estampa, imagino que como a todos, me gusta mirar los cuerpos de las chicas. Por otro lado, no sé el truco, pero las veces que he hecho nudismo no he pasado por ninguna situación vergonzosa por alguna erección descontrolada, creo que he tenido suerte.

Raquel siempre es más valiente a la hora de bañarse… – Vienes al agua. – No aún no apetece. – Contesté yo. Se levantando y se alejó no dejando de contonear sus caderas y nalgas. Se metió en el agua y permaneció en ella unos minutos. Yo no dejaba de mirarla. Cuando decidió salir… allí estaba balanceando sus pechos y mostrando su rasurado pubis. Se acercó, y tumbó en la toalla. – El agua está buenísima, no sé cómo no disfrutas del agua cuando aún está fresquita. – Ya lo creo que tiene que estar fría, tienes los pezones súper duros. – Contesté yo mientras acercaba la mano para sobarla un poco.

Cuando ya se seco, sería algo más de medio día, y bueno al incorporarme vi que ya había bastante más gente en la playa, cerca se puso una pareja de unos 50, otra pareja de nuestra edad y un par de chicos que parecían que eran gais pero aún así se estaba holgadamente en la arena. La propuse de abrir una lata de cerveza, y de untarnos de crema antes de que el sol empiece a calentar más. Yo cogí las latas, las abrí, mientras ella cogía el bote de crema solar. Bebí un trago, y me tumbe para recibir las manos con crema de ella. Me encanta que me soben, y aunque siempre se lo digo, nunca se sobrepasa, echa la crema necesaria y no se recrea en ningún sitio. Aunque intento disfrutar cuando se acerca al pene. Una vez terminó por delante, me di media vuelta, y terminó de untarme. Ahora es cuando llego yo, yo sí que soy un poco más descarado, y le sobo en exceso, tanto que cuando me estoy recreando en sus pechos… me quita las manos y ya no me deja echarle más crema, tan solo un poco en la espalda porque ella no se llega. Me quedé con las ganas…

Ya empezaba a apretar el calor, y sacamos la tercera lata de cerveza de la nevera justo antes de darnos otro baño. Al salir noté que la pareja que se instaló cerca nuestra ya no estaba… era una pena, la chica estaba muy bien, y del chico seguro que Raquel pensaba lo mismo… también estaban completamente desnudos. Lo dicho, una autentica pena. Sacamos unos sándwich para comer, Raquel, al sentarse en la toalla delante de mí, la pude ver todo, la cerveza empezaba a hacer su trabajo, y me estaba tentando enseñándome su sexo por completo, la incité a jugar, a que se abriese los labios interiores. Lo hizo de inmediato metiéndose un dedo que luego paso por los pezones y me dio a saborear. No sé que la puso tan húmeda, pero me daba igual, intentaría no desaprovechar la situación. Estábamos terminando de comer cuando veo aparecer por detrás de Raquel una chica guapísima, morena ojos grandes y unos pechos al aire completamente redondo que no caían ni un centímetro. Vestía tan solo un pareo amarillo atado a la cintura… – Hola que tal… si estabais aquí, y yo buscándoos en el otro extremo de la playa. – Se acerca a Raquel le da dos besos, y otros 2 a mí. Sacó la toalla de la mochila la puso justo entre los 2 y se sentó a nuestro lado.

2. Estela Ya habíamos llegado a la playa, María había pasado por casa a buscarme sobre las 11 de la mañana. Había sido un camino un poco largo. Teniendo la playa justo al lado fuimos a una a las afueras en la que tuvimos que pasar por una pista de arena polvorienta por más de 7 kilómetros. Pero el camino mereció la pena. Como siempre, la playa casi desierta, un lugar ideal para tomar el sol desnudas. Estiramos las toallas y nos metimos directamente al agua, que buena estaba. Al salir nos tumbamos en las toallas, el sol acariciaba nuestra piel aún mojada. Me quité la parte de arriba del bikini quedándome solo con el tanga. Maria se desnudó por completo. Era una chica muy guapa, y no pasaba desapercibido, bueno yo también sentía las miradas de los chicos, y la verdad nunca me había importado tal cosa. Cuando ya estaba casi seca por completo me incorporé para echarme crema, María hizo lo propio. Pero antes de acabar vimos aparecer a un grupo de 4 chicos. La verdad es que estaban muy bien. Se pusieron a una distancia prudencial.

El teléfono de Maria empezó a sonar; – Hola mama, ¿Qué tal? – Contesto ella. – Como en serio…… Maria se levanto, y se alejó unos metros, tenía cara de preocupación. Después de unos minutos de conversación colgó y se acercó. – Lo siento Estela tengo que irme, me dice mi madre que la abuela está en el hospital, se cayó esta mañana y parece que está grabe – Cuanto lo siento mi niña, ¿pero sabes algo más? – No, pero tengo que ir, si quieres quédate, y que te recoja Pedro luego por la tarde. – No lo se… – Conteste yo – la verdad es que se está muy bien, y en casa no hago nada, dame un minuto que le llamo. Cogí mi móvil y llamé a Pedro, esa mañana trabajaba, y no llegaría hasta las 5 o 6 de la tarde, y aún era muy pronto… – Está bien Maria, me quedo, Pedro vendrá esta tarde a buscarme, me quedaré aquí sola, no es la primera vez… ¿y qué puede pasar? – Como prefieras – contestó. – De todas maneras seguimos teniendo pendiente un día de playa para las 2 solas. ¿De acuerdo? – Por supuesto, ves tranquila, y espero que tu abuela se recupere pronto, dala un beso de mi parte.- Me despedí de ella y se marchó.

No habían pasado ni cinco minutos desde que se marchó Maria, cuando uno de los chicos se me acercó y preguntó por mi amiga, a la que le contesté que tuvo que marcharse, el me invitó a estar con en ellos, en primer momento no me pareció mala idea, pero en ese momento preferí ser precavida, y negué su propuesta agradeciéndole la invitación. Parecía que no iba a ir más allá cuando empiezo a escuchar a otro chico dando voces… – Pero, por que no vienes con nosotros, si te vamos a cuidar muy bien. Otro chico – Si ven, que no mordemos… si tú no quieres. Me giré, estaban riéndose, uno de ellos estaba completamente desnudo y se estaba tacando sus partes mientras me miraba, y mientras todos se reían. Estuvieron soltando borderías y groserías por su boca durante un rato. Llegué a pensar, que menos mal que no hice ningún acercamiento, eran unos auténticos capullos. Me sentí completamente indefensa, y no sabía cómo salir de esta situación ya que seguían sin dejarme en paz, y al principio los ignoré, pero no dudaban pasar a escasos centímetros cuando se iban a meter en el agua, y aún poniendo mi cara más desagradable ante ellos, estaba completamente intimidada, ya que estaba sola y sin posibilidad de irme hasta la tarde

Se me ocurrió como acabar con esto. Cogí el teléfono e hice como si estuviera recibiendo una llamada y con la voz suficientemente alta para hacerme oír. – Si – Conteste – Pues bien, en la playa esperándoos… ¿Qué lleváis un rato aquí? ¿Dónde, no os veo? – dije mientras me ponía de pie e miraba hacía el otro extremo de la playa – … Bueno pues voy para allá, chao. Cogí el pareo me lo até a la cintura, metí la toalla en la mochila, y me puse a andar por la orilla de la playa. Justo al empezar a andar vi como 2 chicos me empezaban a seguir, a distancia suficiente como para no asustarme, pero con afán de cotillear y ver donde iba. Empecé a sudar de los nervios, la situación se complicaba, tendría que pensar algo rápido. Estaba llegando al final de la playa, y estos dos seguían a la vista… Me lancé, vi una pareja de jóvenes comiendo unos sándwich sentados en la toalla. – Hola que tal – Di dos besos a cada uno, saqué la toalla de la mochila, la estiré entre los 2 y me senté.

Impresionante la cara de flipaos que tenían. – Dadme un minuto y os explico – me tuvieron que notar que estaba nerviosa y se percataron que algo no me iba bien, así que intentaron cambiar su cara de circunstancia y el chico, alto moreno, … y completamente desnudo, no me había fijado, pero estaban completamente desnudos… .Esto me ruborizó, pero sacó una cerveza de su nevera. Bebí un trago… Justo pasaron por detrás de mí estos 2 chicos que al ser el final de la playa se dieron media vuelta. Los observé con alivio al ver que volverían con sus amigos y no me molestarían. – ¿Qué te ha pasado con esos? – Pregunto la chica cuando se alejaron un poco. – Si ahora os cuento. Me llamo Estela. – El es Juan y yo Raquel – completó ella – Estaba con mi amiga, pero la llamaron que tenía que marchar por que su abuela estaba en el hospital, y decidí quedarme sola hasta que llegase mi novio a la tarde. Al verme sola, un grupo de chicos empezó a molestarse, insultarme, y empecé a sentir un poco de miedo. – Entiendo, no te preocupes, puedes quedarte con nosotros para que no estés sola – Contestó Juan. Raquel – Si, claro, ¿has comido? – No aún no. – Dije mientras abría la mochila y sacaba el bocadillo. Comí junto a mis nuevos amigos, bebí al menos 4 cervezas con ellos, no sé si por el calor o por los nervios. Pero pasamos un rato muy agradable. Nos bañamos, jugamos un rato los 3 a las cartas, y también tomamos el sol. Pero cuando Juan fue a sacar más bebida… comentó que eran las 2 últimas, que ya solo quedaba agua. Compartimos estas latas, y llame a mi novio Pedro para que al venir trajera alguna cerveza. Me preguntó el porqué, y bueno dándole largas le dije que luego le contaría. Serían ya casi las cinco de la tarde, y estábamos medio dormidos. De repente Juan: – Necesito una voluntaria que me eche crema, me estoy tostando demasiado. – Yo paso que estoy muy a gusto, Estela te ha tocado. – Dijo Raquel. – Bueno, no me importa – la contesté. – No olvides darle bien de crema que siempre me dice que no le pringo casi y se queja mucho. – Con lo que me gusta que me masajeen y… – intentó continuar Juan. – Raquel, no te preocupes, le voy a dejar bien de crema y muy relajado – No espero menos, que luego se pone muy pesado. – ¿Puedo decir algo?- seguía intentándolo. – No, – respondimos las dos a la vez. – Esto es cosa de mujeres,- replique. Nos reímos los 3 a la vez, me levanté a por el bote. Mientras Juan se puso boca abajo, yo empecé a untar su espalda y hombros mientras hablaba con Raquel. Del tiempo, vacaciones,… cosas varias. Terminé la espalda, y bajo la atenta mirada de ella me unte la manos, y empecé a sobarle el culo, que bueno estaba, me recreé con gusto. También Juan parecía disfrutar. Yo empecé a sentir algo dentro de mí, y para intentar cambiar, terminé con las piernas más rápido. El se dio media vuelta y subí por las piernas. Al llegar a su parte central fui a por más crema y continué por los brazos, a lo que protestó Raquel. – Oye que te has saltado la parte más importante. El calor, y la cerveza nos estaban poniendo a los tres a 100. – No te preocupes ahora llego. – Estaba completamente húmeda deseando sentir ese miembro entres mis manos que llevaba desde que llegué en un estado súper apetecible y ya me habían pillado alguna vez mirándolo. Juan no dejaba de mirarme las tetas con descaro, y eso me gustaba, mientras bajaba las manos por su pecho, la erección era ya más que evidente. – Vas a gastar todo el bote de crema con ese cacho de carne que te está saliendo. – Bromeó Raquel. Me unté por última vez las manos, y empecé a sobar semejante aparato, lo recorría entero con mis manos arriba abajo, Raquel no perdía detalle, yo deseando hacer mucho más que una simple paja, y Juan mirándome sin parar de arriba abajo. Estiró la mano, y empezó a sobarme el culo, intentó meter la mano por debajo del tanga, pero recibió una negativa por mi parte. Yo estaba más húmeda que nunca sobando pene, y huevos, deseando meterme aquello en la boca. Mientras me acariciaban el trasero. Fueron unos minutos en los que ninguno de los tres dijimos nada. Al rato noté como Juan ya no miraba nada y tenía los ojos en blanco… que empezaba a convulsionar, y derramó todo el contenido de sus testículos sobre su cuerpo y mis manos. – Seguro que es así como quieres que te unte tu novia crema, si es que sois todos iguales.- Dije para romper el silencio. – Como lo sabes Estela, son todos unos viciosos… Juan tendrías que meterte en el agua para limpiarte, y tu Estela a quitarte el calentón que llevas. – Dame un minuto – dijo Juan mientras yo me adentraba en el agua haciendo caso a Raquel.

3. Raquel La primera impresión es que está chica era una cara dura no sabía a que había venido, pero enseguida me di cuenta que se encontraba en una situación comprometida. Vi como observaba a unos chicos que venían siguiéndola mientras la pedíamos explicaciones. Juan también se dio cuenta, y cambiamos nuestra actitud en unos segundos. Nos presentamos, se llama Estela, y es una chica muy guapa, además de tener un cuerpo precioso. También es algo más joven. Comimos juntos, y pasamos una tarde muy agradable, la chica era muy simpática y no se ruborizaba nada por la situación, es más, noté como miraba a Juan en la entrepierna. Es normal que la llame la atención, a todas nos llamaría la atención.

Después de comer nos metimos los tres al agua. Que pasada, estaba riquísima. – Raquel… vamos un poco más adentro – dijo Estela. Yo no sabía nadar muy bien, pero bueno confié en ellos. Nadamos buceamos y nos salpicábamos, parecía que teníamos quince años. En esta situación me agarré a Juan y nos sobamos mutuamente, de manera que Estela no se sintiese incomoda. Yo estaba muy húmeda por dentro, necesitaba marcha, pero sabía que en esta situación no sería posible, pero no dejaba a Juan. También el necesitaba marcha, su sexo empezaba a coger un tamaño considerable y estaba tan cachondo como yo. El se alejó ya que en él sería mucho más evidente su situación. Esto no fue más allá, estuvimos un rato más y salimos. Al salir me pareció ver que la pareja de personas mayores que estaban allí desde antes que llegásemos no perdían detalle de los tres. Salimos del agua y al salir noté que Juan había conseguido controlar más o menos la situación. Nos tumbamos al sol y estuvimos un buen rato medio dormidos.

Yo seguía con mis ideas calenturientas cuando Juan dijo: – Necesito una voluntaria que me eche crema, me estoy tostando demasiado. Lo que deseaba más que nada en este mundo era darle crema bien dada, pero se me pasó por la cabeza que la mejor manera de disfrutar es viendo como lo hacía Estela, ya que sería muy evidente e incomodo que yo le sobase demasiado. La invité a ello, y no puso pegas, se notaba que estaba a gusto con nosotros, y seguía nuestro rollo. Empezó a untarle y vi que lo hacía con habilidad, Juan disfrutaba aún mas, ella me miraba como si la tuviese que dar consentimiento, yo me incorporé para beber agua haciéndola ver que aprobaba la situación. Giré la cabeza y vi que la pareja que teníamos más cerca no perdía detalle, y pensé, – Me parece que van a tener tema de conversación para unos días. Sonreí, me volví a tumbar y vi como le sobaba las nalgas a Juan, esta vez ella tenía los ojos apuntando a lo que hacía para no perder detalle. Imaginé que mis manos eran las que estaban en su lugar.

Dejó el pene para el final, …, madre mía que tamaño había cogido, lo comenté con Estela, y ella parecía estar encantada, gire la cabeza, y la pareja seguía mirando, …, reí de nuevo y me acomodé para que viesen lo menos posible. Ella empezó con un masaje suave, que fue subiendo de intensidad, estaba completamente loca, disimulé haciendo que me rascaba mi zona inferior más sensible, fue rozarlo y estuve a punto de tener un gran orgasmo, le dejé estar y me recree en lo que hacía Estela.

Fue un momento muy extraño cuando terminó Juan, él tenía la cara completamente desencajada, y Estela con los ojos como platos, incluso observé que ella había manchado el bikini, su humedad se había hecho evidente. En un principio me sentí muy mal, como si hubiese sido engañada, pero había pasado justo lo que yo quería, quiero echar las culpas a la cerveza, pero la realidad es que la naturalidad con lo que había transcurrido la tarde se hacía evidente y los tres habíamos vivido una experiencia especial y… que no tenía por qué terminar.

Estela fue a bañarse para relajar y “limpiar” su calentura, y Juan quiso esperar unos minutos. Fuera de los oídos de nadie más comenté con Juan: – ¿Cómo estás cariño? – Imagínate – Respondió – Gracias por haberlo permitido. – Lo hemos disfrutado todos, incluso los viejos esos de allí. – No jodas – Miró – bueno, da igual pero creo que he salido ganando. – De todas formas – Continuó – ha sido muy diferente a cuando lo haces tú. No solo en lo físico, sino también a otro nivel que no se explicar. – ¿Qué tengo que pensar? – No… no es nada malo, yo te lo agradezco mogollón, pero me extraño mucho no solo que lo permitieses, sino que fueses tu quien lo iniciase. – Por la cerveza que me diste. – Oye que la bebiste tu sola – dijo – mientras se levantaba para ir a bañarse junto a Estela Fue a su encuentro, y al llegar hablaron y nadaron unos segundos, en un par de ocasiones incluso llegaron a estar “demasiado juntos”, pero no le di importancia, ya que volvieron en el momento. Juan se tumbó y Estela se acerco a la nevera a beber agua mientras comentaba. – Me estáis dando una envidia… – ¿De qué? – respondió Juan. – Pues que vais sin nada, y el bikini tarda en secarse, y os veo mucho más cómodos. Me empecé a reír, – envidia por qué quieres, aquí lo raro es ir con bikini. Se puso de pie, miró alrededor, – A la mierda – dijo mientras se bajaba la braga y nos enseñaba un pubis con bastante pelo. – Es que no lo tengo depilado como tú. – dijo Estela. Juan – Acabas de decir una tontería, casa persona lo tiene como más a gusto se siente y no importa la apariencia. – Salto el filósofo – conteste. Nos reímos los tres, y nos quedamos tumbados completamente desnudos al sol.

-Hola – dijo un chico acercándose. No podía ser, la segunda visita no esperaba en el día. Pero no… era Pedro, el novio de Estela, ¡qué mal pensada soy! Ella se levanto y le dio un beso, invitándole a sentarse a su lado. Es un chico también muy guapo, moreno, y con los ojos claros. Parecía estar muy cortado al ver a su novia completamente desnuda… bueno como nosotros. – Que pasa Pedro – dijo Juan alargando la mano. – Habrás traído unas cervecitas. – Claro que si. Estela se levantó, le cogió la mochila, sacándole la toalla, dándosela, y sacó una cerveza a cada uno, y el resto las metió en la nevera. Se quitó la camiseta, y se adentró en el agua con Estela. Estuvieron unos minutos hablando, imagino que contándose todo lo ocurrido. Mientras Juan y yo seguíamos sentados en la toalla comentando si le habría contado lo de la paja… El apostó que si y yo que no. Bueno, cuando vinieron ya no parecía tan serio Pedro, se sentó al lado de Estela, justo enfrente de mí. Sentí que él y yo teníamos cuentas pendientes, e hice todo lo posible por ponerle a cien. Abría un poco más las piernas cuando el miraba, me acariciaba en exceso, algunas veces se sentía intimidado, pero otras veces disfrutaba de mis insinuaciones. Durante un buen rato estuvimos así mientras jugamos una partida a las cartas, comentábamos como había ido el día, lo ocurrido con los chicos, y bueno entre unas cosas y otras y varios baños, se volvió a acabar la cerveza. Pero ya estaba la tarde bastante avanzada, eché un ojo alrededor, y prácticamente todo la gente ya había marchado aunque todavía pegaba un poco de sol. – Estela, me das un poco de crema en la espalda – dijo Pedro. – No – respondió ella -, Raquel me debe una, así que ya sabes. Todos menos el empezamos a reír mientras yo me levantaba y me acercaba por detrás al chico. – Esto me lo tenéis que explicar – protestó el – No puede ser que os riais de un chiste que no me entero. Eh!!! – Tú no te preocupes… luego te lo explico – respondí mientras ponía crema en mis manos y le acariciaba con suavidad. Cada vez que me giraba para coger un poco más de crema me acercaba lo suficiente para que mis pechos rozasen su espalda. Por otra parte la conversación siguió con normalidad, y yo unté toda la espalda hasta donde ya no podía más porque Pedro estaba sentado… solo sentí el inicio de sus nalgas en mis manos cuando las pasé un poco por debajo del elástico del bañador. No pasaron cinco minutos más cuando Pedro insistió en querer saber que había ocurrido. Me levanté le cogí una toalla, una crema para después del sol y me lo llevé mientras se quedaban solos Estela y Juan, dije a Juan. – Perdiste la apuesta. Me debes una -. Me acerqué con Pedro al final de la playa, donde había unas rocas por las que se podía caminar con cierto cuidado que se levantaban unos metros del agua. Aquí es imposible bañarse, salvo en unas piscinas que se forman con el agua que salpica de las olas. Le dije que se tumbase boca arriba encima de la toalla que extendí en la roca lisa. Mientras, el parecía que se estaba poniendo un poco nervioso, – No te pongas nervioso, no pasó nada malo.- Unté mis manos con un poco de “After Sun”, y le di un pequeño masaje por el pecho. Noté que se relajaba y cerraba los ojos, seguí un poco más, y empecé con la mano derecha a tocarle el paquete por encima del bañador, seguía sin abrir los ojos, por lo que interpreté su aceptación a lo que iba a ocurrir. El tamaño que cogía la polla de Pedro empezaba a ser considerable. Y la deslicé por encima del elástico del bañador empezando un masaje suave y continuo. En este momento ya no tenía los ojos cerrados, me miraba y se dejaba trabajar, aunque parecía que también miraba por detrás de mí por si aparecía alguien por el único camino de entrada a las rocas. – Relájate y disfruta, a estas horas ya no va a venir nadie por aquí. – Aún así parecía inquieto por la posibilidad de que nos fuesen a ver, por lo que me costó unos minutos más acabar el trabajo que había puesto en marcha. El terminó sobre mi mano y el bañador. Ahora si que estaba completamente relajado, y no hacía caso a la posibilidad de que viniese nadie. Le invité a que me diese el bañador para limpiarlo. – Quítate el bañador que lo voy a meter en la piscina esa de detrás. – No es necesario me meto ahora en el agua. – Respondió. – Anda trae, que aquí no te puedes meter en el agua, y aquí va todo el mundo en bolas. Levantó un poco el culo y se bajó el bañador, quedándose completamente desnudo, me acerqué al agua, y limpié un poco el bañador y mis manos. Cuando llegué comentó: -¡Bueno, ahora me vas a decir lo que me tenías que explicar! – Pues que ahora estamos en igualdad de condiciones. – Y empecé a contarle sin demasiados detalles lo que había sucedido unas horas antes. Insistí en que no debería tener ninguna reprimenda con Estela por este motivo, ya que es una tontería que habéis disfrutado los dos, y que en ningún momento hubo ningún otro tipo de acercamiento. Pareció admitir mis comentarios, y bueno se tumbó descansar un rato mientras se recuperaba, nos quedamos los dos al sol durante unos minutos. Pero mi calentón había aumentado, por lo que empecé a sobar de nuevo su polla. Aún estaba bastante blanda, pero el hico lo propio y empezó a acariciar mis tetas. Tenía una cara de autentico vicio ya que su novia las tenía más pequeñas, y no quería dejar escapar la oportunidad de hacerlo.

4. Pedro Me dirigía andando a la zona de la playa donde me había indicado Estela que estaba, me había intrigado en gran medida por su petición sin comentarios de llevar bastantes cervezas fresquitas. Las compre en una tiendecita justo al salir del trabajo. Hacia un día estupendo, había sido una desgracia haberlo tenido que trabajar, pero aún quedaba la tarde, y bueno, a pasar un agradable rato en la playa.

Por fin me pareció ver a Estela,…, pero no estaba sola como me la imaginaba, estaba con una pareja que aparentaban unos treinta años. Me acerque y noté que estaban desnudos, incluida Estela, ella nunca lo había hecho, y bueno, me puse un poco nervioso, ya que parecía estar muy a gusto con unas personas que yo no conocía. Me acerque con miedo y vergüenza, Estela se levanto poniéndose a la vista de todos, me dio un beso, y me presento a sus acompañantes. Juan y Raquel se llamaban. Estela muy efusiva saco unas cervezas, colocó las restantes en la nevera y me acomodó junto a ella. Enfrente se sentó Raquel, que mujer, era guapísima, más bien bajita, con unas tetas bastante grandes y muy delgadita. Y tenía el sexo completamente depilado. Intentaba disimular, pero se me iban los ojos a ella, y no llevaba ni un minuto sentado. – Me voy al agua. – Dije mientras me levantaba y quitaba la camiseta. – Voy contigo. – Respondió Estela Nos adentramos en el agua y empezó a explicarme mientras nos refrescábamos un poco. Que su amiga Maria había tenido que marcharse, y que unos chicos que estaban cerca la estaban molestando, y decidió irse, pero que la única manera de librarse de ellos, era no tener que quedarse sola, y por eso acabo con Juan y Raquel. Entendí que eran buena gente y habían ayudado a Estela. Cuando ya me explicó Estela se arrimaba mucho, y estaba completamente desnuda, y no iba a poder disimular la excitación que seguro aparecería evidente si no ponía unos metro de por medio, además nuestra nueva pareja de amigos, no nos quitarían los ojos de encima al salir del agua. Por lo que antes de seguir con sus juegos la pregunte por que se había desnudado. Y me contestó que era para sentirse más cómoda con Juan y Raquel. Que hiciese yo lo mismo. La prometí que me lo pensaría. Hablamos y jugamos un rato a las cartas, la verdad es que lo pasamos bien, lo peor fue cuando no hacía más que intentar reprimir mis deseos sexuales. Raquel, no se ocultaba ni un poco, completamente abierta, me enseñaba con descaro los labios interiores de su sexo. Cuando ella notaba que yo miraba, se lo acariciaba, también se apretaba los pezones. Lo estaba pasando en grande con las vistas, por una parte quería seguir disfrutando de las vista, pero por otro lado, estaba siendo excitado, y no me gustaría ser visto por todos en esa situación. Intenté cambiar de tercio pidiendo a Estela que me echase protector solar. Por algún motivo que desconocía Raquel se puso detrás de mí a untarme. Todos rieron cuando Estela se negó a hacer lo que le había pedido. Les pedí explicaciones, pero se rieron aún más. Otra vez deje hacer y Raquel se puso con mucha destreza a acariciarme la espalda. Varias veces se arrimó dándome los masajes con las increíbles tetas que tenía, incluso me acarició el principio de mi culo, joder como me estaba poniendo. Cuando terminó, ni por mucho pude tumbarme, permanecimos unos minutos más hablando, y justo después pedí de nuevo que me contasen. – Oírme, aún no me habéis contado el chiste de antes, ¿Por qué os reísteis? Raquel se levantó me cogió de la mano y me arrastró al final de la playa, no entendía porque tenía que ir con ella dejando solo a mi novia y a Juan. Andamos con cuidado para subir un poco sobre unas rocas que empezaban al final de la playa, eran rocas muy lisas con piscinas en las que puede caber una persona que se hacían cuando llegaba el agua de las olas. Después de unos metros ya no era visible la playa, y aunque aquí ya había estado algunas veces, y siempre con algunas personas tomando el sol, era un martes cualquiera, y no había nadie en las rocas. Estiró la toalla, se sentó en una punta de ella, y me invitó a tumbarme. Yo me estaba empezando a imaginar por donde iban los tiros. Mi cabeza no hacía más que dar vueltas lo que hubiese hecho Estela con Juan. Me cabreé por momentos, pero a su vez, lo bien que la habían tratado y que yo estaba aquí con la novia de Juan, y con disposición de pasar un rato juntos muy agradables. – ¡OJALA!- Pensé mientras me relajaba y me dejaba hacer por las maravillosas manos de esta chica. Me empezó a sobar el pecho con un poco de crema, pero enseguida agarró mi paquete e hizo todo lo posible por estimularlo, aunque no le costó mucho, yo llevaba desde que llegué bastante excitado, y Raquel estaba completamente desnuda. Además estaba buenísima. Me la sacó fuera del bañador, y empecé a pensar que nos pillarían, y mientras ella hacía un suave masaje yo vigilaba por si venía alguien más de la playa. Me indicó que no me preocupase de que fuese a venir nadie, que era tarde y ya no pasaría nadie. La excitación era máxima, y no tarde en correrme, manchando su mano y mi bañador. Me quedé completamente anestesiado durante unos segundos, tiempo que aprovecho ella para quitarme el bañador. Yo me negaba, pero insistió en que allí lo normal era ir desnudo. No pude negarme, y me lo quitó una vez que levanté un poco el culo. Se acercó a una de las piscinas que forman las rocas y limpió un poco el bañador y su mano. Pero al agacharse dejó completamente a la vista su chochete completamente pelado, también dejaba a la vista su culo al completo, en ese momento me hubiese levantado a disfrutar de tal postura, pero aún estaba descansando de lo que me había hecho. Cuando regresó le pedí que me contase lo que sucedió esa mañana: – Mira Pedro, después de que llegase Estela, bebimos unas cervezas, jugamos a las cartas, y nos lo pasamos muy bien, es una chica muy simpática. Yo miraba muy atento… – En la siesta, con el morbo de estar completamente desnudos, la modorra que da el calor y el sonido de las olas, y que con las cervezas, que te hacen estar un poco mas desinhibida, pues… La interrumpí. – Que hizo Juan con, … – No…, – me respondió – simplemente Juan necesitaba protector solar, y a mí no me apetecía, así que lo hizo Estela. Pero echando demasiada crema en cierta zona. – Pero ya te digo, ninguno lo pensamos, simplemente sucedió sin mayores complicaciones, es una tontería cabrearse, yo no me siento engañada, y espero que tu tampoco. No sabía que pensar, pero desde luego tenía razón no teníamos por que sentirnos engañados, y sería más fácil tomarlo con naturalidad. Raquel se tumbó a mi lado a disfrutar ya del poco sol que quedaba. No pasaron cinco minutos cuando ella empezó de nuevo a acariciarme la polla. Ya estábamos los cuatro igual, pero quería mas. De manera instintiva plante mi mano en sus tetas, las tenía súper agradables al tacto, no se describirlo, un poco de movilidad, pezones completamente duros. Me encantaban, y la reacción en mi cuerpo no se estaba haciendo esperar. Seguimos unos segundos más cuando, Raquel se giró poniendo su cabeza más cerca de mis piernas, cuando empezó a dar besos, y lengüetazos en la polla, ya no podía mas, estaba completamente excitado, y me adentré entre sus piernas, empecé a jugar con mis dedos por todo su sexo. Al instante ya no eran solo los dedos los que se entretenían entre sus piernas. El 69 que practicábamos me estaba poniendo a mil. Yo agarraba su culo, acariciaba sus piernas, y todo mientras estimulaba su clítoris con mi lengua. Ella se introducía todo lo que podía mi polla en la boca llegando a sentir la presión del fondo de su garganta en la punta. Cuando yo estallé ella también inundó mi boca con sus líquidos íntimos. Que me dejaron un agradable sabor mientras convulsionaban sus caderas apretándose aún más contra mí.

No esperamos mucho al levantarnos y volver con Juan y Estela, no dijimos nada por el camino, yo estaba pensando en lo que había pasado imaginando que se repetiría en un futuro no demasiado lejano. Al acercarnos les veo que se ríen y cuchichean entre ellos. Y cuando estamos a menos de diez metros dice Juan en voz alta. – Apostaría todo, por la cara de felicidad que traéis, porque Pedro viene sin bañador y por lo que conozco a Raquel, que Pedro se ha llevado una autentica limpieza de sable. Ahora ya si éramos los cuatro los que nos reíamos.

juanjuan1979@hotmail.es

El tatuaje

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Me gusta pasear por la cafetería de la universidad, los cafés son baratos y siempre encuentro alguien que me inspire un nuevo trabajo. La gente que acude allí viene atraída por las discusiones, los menús baratos, las mujeres jóvenes y hermosas o las timbas de mus y tute.

Me acodé en la barra y pedí un capuchino. A esas horas no había mucha gente y la enormidad del recinto junto con los muebles baratos y de color claro lo hacían parecer aún más vacío. Me gire y eche un vistazo a la parroquia. A la derecha, al fondo, había un grupito de jóvenes que murmuraban en tono conspirativo con unas cervezas en la mano. En el centro, cuatro aspirantes a veterinarios, los mismos de siempre, jugaban una partida de mus y se insultaban con furia a intervalos regulares. A la izquierda, y lo más alejadas posible de los ruidosos tahúres tres pijas con tacones quilométricos y trajes chaqueta repasaban apuntes mientras tomaban café y soltaban miradas asesinas a los veterinarios.

Sin embargo sólo ella llamo mi atención. Sentada en una mesa delante de unos apuntes a los que no hacía ningún caso miraba al vacío a través de mí como si fuese transparente. Y eso no suele ser frecuente, con mi metro ochenta y cinco, mi pelo largo y desteñido por la práctica de deporte al aire libre y mis ojos color acero, podía crear atracción o rechazo pero pocas veces indiferencia.

Me moví inquieto y eso le sacó de sus ensoñaciones. Me miró con atención y aproveché para dedicarle una espléndida sonrisa. Durante un instante creí que habíamos conectado. Ella sonrió, pero enseguida recordó algo y su rostro adquirió tal tinte de melancolía que me conmovió y atrajo toda mi atención.

Era una joven bellísima, o eso me lo pareció, la cara perfectamente ovalada enmarcaba unos ojos grandes y oscuros, una nariz recta y pequeña y unos labios gruesos y rojos a pesar de la ausencia de maquillaje. Sus pestañas eran largas negras y suavemente rizadas, lo mismo que su pelo, lo mismo que el ala del cuervo. Al saberse objeto de mi escrutinio, bajó la vista azorada y pasando el pelo por detrás de sus preciosas orejas, se concentró por fin en sus apuntes.

Unos segundos después aquella expresión que mezclaba sonrisa y desconsuelo, me había convencido de que tenía mi musa. Me levante del taburete y me acerque a su mesa con un nuevo café en la mano.

-Hola ¿Esta libre? Está todo tan lleno… –dije con una sonrisa mirando la sala medio vacía.

Ella levantó la vista un poco descolocada. Era evidente que no era frecuente que nadie se atreviera a penetrar esa muralla invisible que había levantado a su alrededor.

-Gracias, eres un sol. –continué, ignorando su mirada desesperada.

Bebí un sorbo de café y me quede mirándola fijamente, ella miraba fijamente sus apuntes. Un mechón de su pelo se escapó y calló sobre su cara. Yo sin pensarlo demasiado, se lo aparté con naturalidad con mis manos sucias de óleo y trementina.

Ella apartó bruscamente la cabeza mirándome a los ojos por fin.

-Pensaba pegar la hebra un rato antes de proponerte nada pero como veo que eres mujer de pocas palabras iré al grano, necesito algo de ti. –dije con una sonrisa intentando desarmarla.

-Por el aspecto de mis manos y mi ropa ya habrás llegado a la conclusión de que soy pintor, y resulta que tu rostro me resulta inspirador y me pregunto si te gustaría posar para mí.

El rostro de sorpresa que puso me pareció realmente encantador. Antes de que ella pudiese negarse o siquiera replicar continué:

-Sé que no es una petición muy común, así que, ¿Qué te parece si vienes conmigo a mi estudio, te enseño mi obra y luego decides. No está muy lejos y puedes preguntar a cualquiera si no te fías de lo que te digo, todas las camareras me conocen.

-No lo dudo.

-Menos mal, creí que eras sordomuda, –replique con otra sonrisa –odio desperdiciar saliva.

-Venga, ¿Qué me dices? No te voy a obligar a nada, y aunque al final no poses, por lo menos pasaras un buen rato admirando las mejores obras que se han pintado desde la Gioconda.

-Al menos autoestima no te falta. –replico ella ligeramente divertida.

-Tanta que nunca recuerdo que aún no soy mundialmente famoso. –dije riéndome –mi nombre es Jaime aunque todo el mundo me llama Jam.

-Yo soy Carolina y nadie me llama Carol.

-Encantado Carol, ahora que ya nos conocemos vamos de museos. –dije recogiendo sus apuntes y ayudándola a levantarse.

Salimos de la cafetería. Yo iba ligeramente por delante. Tenía a Carolina agarrada de la muñeca y tiraba de ella con suavidad. Ella se dejaba hacer medio hipnotizada por la seguridad que tenía en mí mismo. Yo no paraba de hablar y de hacerle preguntas, que ella, sólo en ocasiones respondía con monosílabos. Afortunadamente el estudio estaba lo suficientemente cerca como para no hacerme pesado.

Mi taller era en realidad la buhardilla de un edificio de cinco pisos de los años setenta roído por la aluminosis. Era bajo, caluroso en verano y frío en invierno y tenía manchas de humedad en todas las paredes, pero era barato, muy luminoso y lo bastante amplio como para que cupiesen todos mis trastos.

Abrí la puerta metálica y le franqueé el paso. Carolina entró y le echó un vistazo a la estancia.

-No parece el taller de Picasso precisamente –dijo con sorna acercándose al montón de lienzos que había apilados en la única pared que no rezumaba humedad.

Los repaso uno por uno, lentamente, parándose a inspeccionar los que le gustaban, haciendo preguntas y comentarios. Yo respondía lo mejor que sabía cada vez más atraído por su misteriosa actitud.

-Bueno ¿Qué opinas soy digno de inmortalizarte para la posteridad?

-La verdad es que me has sorprendido, algunos son geniales, siempre teniendo en cuenta que no entiendo casi nada de arte.

-Estupendo, ponte aquí –dije sentándola inmediatamente en un taburete antes de que pudiese negarse.

Al principio estaba tranquila y sonreía ligeramente, yo me limite a simular que esbozaba un boceto mientras esperaba. La sombra de melancolía que había nublado su mirada volvió y pude al fin captarla en el block. Durante los siguientes minutos me dedique a rellenar hojas del block con el carboncillo sin decir nada para no alterar aquel frágil estado de ánimo.

Finalmente no pude aguantar más deje el block en el suelo y la besé. Por un instante sus labios se quedaron quietos y fríos pero en seguida de cerraron sobre los míos y me devolvieron el beso. La timidez dejo paso a la avidez. Nuestras bocas sólo se separaban para respirar jadeantes.

Con un movimiento casual acerque mis manos a su pecho y acaricie su seno derecho a través de la blusa.

El efecto fue inmediato y se separó dando un respingo:

-Lo siento pero no puedo –dijo mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.

-¿He hecho algo mal? –pregunté confuso.

-No, de veras, no es por tí –dijo cruzando los brazos sobre su pecho en actitud protectora.

Sin dejar que terminara de explicarse me acerque de nuevo a ella y la abracé con fuerza. Carolina no se resistió, pero tampoco dejo de llorar. Le bese de nuevo, esta vez en las mejillas, saboreando la sal de sus lágrimas mientras ella gemía quedamente y se intentaba resistir sin fuerza ninguna.

Puse una mano bajo su barbilla y levantándole la cara, obligándole a mirarme a los ojos le bese de nuevo en la boca. El sabor de su boca inundo la mía mezclándose con las sal de sus lágrimas. Esta vez dirigí mis manos hacía su melena. Ella noto que era un gesto forzado y se apartó una vez más de mí. Pero en vez de huir, como me esperaba, respiro hondo y empezó a desabotonarse la blusa.

Jamás olvidare los minutos siguientes.

Temblando como una hoja se desabrocho la blusa y se la quitó mostrándome un sencillo sujetador de color blanco. Con un movimiento de rabia tiro del cierre y el sujetador calló a sus pies. En el lado izquierdo, dónde debería estar su pecho, había una prótesis de silicona con un par de feas cicatrices en vez de pezón.

Me acerqué lentamente y dudé. Finalmente decidí agarrar el toro por los cuernos y acaricié las dos cicatrices.

-Ha debido ser duro.

-Ni te lo puedes imaginar –dijo Carol un poco más relajada al ver que reaccionaba con normalidad –fueron ocho meses horribles, pero ahora ya estoy perfectamente.

-¿Sabes por qué son hermosas? –pregunte sin dejar de acariciarlas –Porque son el símbolo de tu victoria sobre la enfermedad. No lo olvides cada vez que te despelotes delante de mí.

Del resto de su ropa me encargue yo, con un masculino toque de precipitación y torpeza. Cuando la tumbe sobre la cama aún estaba un poco nerviosa, así que opte por recostarme a su lado admirando y acariciando todo su cuerpo esbelto y juvenil como si fuese una obra de arte. Cada vez más segura de sí misma se giró hacia mí mientras me desabrochaba los pantalones y buscaba mi pene erecto en su interior.

Sus manos suaves y cálidas me hicieron hervir de excitación. Con dos patadas me quite los pantalones y los calzoncillos. Carolina me acarició la polla un poco más y se la metió en la boca. Sus labios gruesos y cálidos envolviendo mi verga y me arrancaron un gemido de placer. Su lengua caliente y húmeda me acariciaba el glande haciéndome temblar. Aparté su cabeza con delicadeza para evitar correrme inmediatamente y la tumbe debajo de mí. Besando de nuevo su boca introduje mi mano entre su piernas acariciando su pubis. Su sexo se excito y ella gimió con lujuria. Poco a poco mi boca fue bajando por su cuerpo mordisqueando y lamiendo mientras mis dedos jugueteaban con su sexo haciéndola retorcerse.

Incapaz de contenerme un segundo más separe sus piernas y la penetre. Carol se apretó contra mí y me araño gimiendo con fuerza. Su coño estaba caliente y húmedo y mi polla se abría paso con delicadeza en su interior.

Por fin su mirada era limpia, no había dolor, no había remordimiento, solo había deseo.

Me pidió ponerse encima y obedientemente la levante y puse su cuerpo ligero sobre mi regazo. Sin dejar de mirarme a los ojos me cogió la polla y se la introdujo milímetro a milímetro en su interior. Con una sonrisa maliciosa comenzó a subir y bajar por mi polla con una lentitud desesperante. Si yo intentaba aumentar el ritmo ella hacia el gesto de separarse y volvía a tomar el control. A pesar de ello sólo verla disfrutar, estirando su cuerpo sudoroso y dejando que lo acariciase sin vacilaciones era para mí suficiente.

Cuando creyó que me había hecho sufrir suficiente un rápido empujón dio paso a una frenética cabalgada, sudorosa y jadeante subía y bajaba, se retorcía, gemía, gritaba y me insultaba.

Aún estaba encima de mi cuando me corrí. Mi pene se retorció y expulso su contenido en su interior excitándola aún más. Yo, con un movimiento rápido, me giré y me tumbe sobre ella penetrándola con todas mis fuerzas. A los pocos segundos note como mi pene vibraba debido a los espasmos incontrolados de su vagina. Sólo un orgasmo brutal le obligo a apartar sus ojos de los míos.

Instantes después estábamos uno al lado del otro mirando al techo borrachos de sexo.

-Quiero hacerte un regalo –dije reflexionando en voz alta.

-¿Me vas a regalar un cuadro?

-No exactamente –respondí mientras le vendaba los ojos con un trapo casi limpio. – Y nada de trampas.

Después de asegurarme de que no veía nada fui a uno de los rincones de la habitación y cogí el carrito. Con un algodón extendí la solución antiséptica por su torso y lo que quedaba de su pecho izquierdo.

-Ahora no te muevas –dije mientras encendía la máquina de tatuar.

-Qué romántico, me va a empastar una muela –replicó Carolina entre risas. –¿Con esto te ganas la vida?

-No, con la pintura me gano la vida y con esto pago todo lo demás. –respondí -Avísame si te duele.

-Muy bueno –dijo Carol cuando empecé mi tarea –¿Esto es de lo que se quejan tanto los que se hacen tatuajes? Tendrían que probar con sesiones de seis semanas de quimioterapia y una de descanso, y otras seis de quimioterapia y así varios meses.

-Debió de ser muy duro. –dije yo mientras avanzaba por su ombligo en dirección a sus pechos.

-Lo gracioso es que para mí era mucho peor la semana de descanso. El dolor no te deja pensar en lo que realmente estas pasando. Sin embargo cuando estas un poco mejor te planteas si todo este sufrimiento merecerá la pena o peor aún en la posibilidad real de que puedes morir cuando apenas has empezado a vivir.

La sesión de tatuaje, no fue tan dolorosa pero si fue tan larga como una de quimioterapia, así que cuando termine yo estaba rendido y ella acalambrada de estar obligada a no moverse.

Finalmente moví ligeramente su cuerpo para admirar como la piel de su torso agitaba las hojas y las flores que había tatuado igual que lo hubiese hecho el viento. Antes de quitarle la venda de los ojos embadurné el tatuaje con abundante crema antibiótica y lo tape con varios apósitos.

-Bueno, lista. –dije quitándole la venda de los ojos.

-Cabrón. ¿No me lo vas a dejar ver?

-Hasta dentro de tres días no puedes dejarlo al aire, si no podría infectarse y se estropearían los colores. –replique maliciosamente.

-Dios mío. Es tardísimo. –Dijo Carol mientras se ponía la ropa a toda prisa y me daba un beso de despedida.

-¿Volveremos a vernos? Aún no he terminado contigo. –pregunté mientras me levantaba y la acompañaba a la puerta en pelota picada.

-Terminar, ¿En qué sentido? –replicó con una sonrisa maligna.

-En todos. Toma mi tarjeta, llámame cuando quieras o ven a verme. Lo he pasado muy bien Carol.

-Yo también –dijo Carolina con un mohín –y no me llames Carol.

Los días siguientes los pase bastante ocupado preparando una exposición pero eso no me impidió hablar con Carol por teléfono. A duras penas conseguí mantenerla engañada para que no se quitase los vendajes.

El martes a las siete de la mañana finalmente se quitó los apósitos y me despertó al quinto intento. Estaba encantada con el tatuaje. Dijo que era lo más bonito que había visto jamás y casi entre lágrimas me dijo que nunca lo olvidaría. Me dijo que se pasaría por mi casa a la tarde y me colgó antes de que pudiese responder nada diciendo que tenía que hacer algo en ese momento.

El resto de la mañana lo pase superexcitado esperando a Carol, así que cuando recibí una segunda llamada de un número desconocido, no estaba ni mucho menos preparado para lo que iba a oír.

-Diga –contesté intentando imaginar quién podía tener tanta prisa para hablar conmigo antes de la una de la tarde.

-Hola, -dijo una voz suave, aparentemente de una mujer de mediana edad, desde el otro lado de la línea – no me conoces pero yo acabo de conocerte a ti. Soy Julia, la madre de Carolina y quiero que sepas lo que has hecho.

Toda la excitación que había acumulado durante la mañana hasta ese momento, se me paso al instante. Me encogí instintivamente y estuve a punto de colgar pero no estaba dispuesto a renunciar a Carol tan fácilmente así que intente replicar:

-Señora, quiero que sepa…

-Lo siento, pero prefiero que no me interrumpas mientras te hable, porque si no, no sé si podré terminar. –continuó Julia dejándome con la palabra en la boca.

-Antes de tener la enfermedad Carolina era una chica preciosa y una hija perfecta. Siempre alegre y dispuesta a ayudar. Y entonces, hace tres años le diagnosticaron el cáncer. –comenzó Julia tomándose un segundo para coger aire – Durante la enfermedad lucho como una leona, se sometió a los ciclos de quimioterapia sin quejas. Incluso animándonos a nosotros en nuestros momentos bajos. Incluso cuando le dijeron que iban a tener que operarle y vaciarle el pecho izquierdo, no pareció afectarse y siguió adelante con una fortaleza que nos sorprendió. Pero todo cambió tras la operación. Cuando vio esas dos…. terribles cicatrices se echó a llorar y aunque totalmente curada del cáncer se sumió en una profunda depresión

A partir de ese momento en el relato, la voz de la mujer comenzó a temblar ligeramente:

-Pagamos la cirugía de la prótesis por nuestra cuenta para acortar al máximo el tiempo de espera, pero con las cicatrices los médicos no pudieron hacer nada. Durante el siguiente año y pico se encerró en sí misma y prácticamente corto todo contacto con lo que antes le interesaba, amigas, lectura, estudios todo quedo aparcado, aparentemente para siempre. La llevamos a dos psiquiatras sin resultado, hasta que hace seis meses conocimos al Dr. Blanco. Con una paciencia infinita logró sacarla de su mutismo y aunque no volvió a ser la misma por lo menos comenzó a interesarse por lo que le rodeaba. Y entonces apareciste tú.

-El viernes ya estábamos a punto de volvernos locos cuando llego. Mi marido, policía jubilado, ya estaba a punto de llamar a sus excompañeros. Íbamos a echarle una bronca de campeonato por no habernos avisado, pero la sonrisa que llevaba puesta en su rostro nos congelo los nuestros. La primera sonrisa franca en dos años y medio. Los días siguientes, al contrario de lo que esperábamos la sonrisa se mantuvo junto con algo más que sólo podíamos definir como expectación.

-Para nosotros cualquier cosa era mejor que el infierno que habíamos pasado, así que cuando esta mañana nos reunió vestida únicamente con un albornoz estábamos preparados para casi todo.

-Cuando se abrió el albornoz no pudimos creerlo. –dijo la mujer con un profundo sollozo –Toda la parte izquierda del torso de Carolina estaba ocupada por una masa de vegetación y flores que se enredaban y se movían con cada respiración y cada movimiento de su torso. En vez de cicatrices ahora había flores e insectos de colores extraños, en vez de una mujer con un pecho mutilado había una mujer hermosa con una belleza única. Una mujer que por primera vez estaba orgullosa de ser como era.

El irrefrenable llanto de la mujer interrumpió la narración y me dejo azorado sin saber qué hacer con el móvil. El momento se estaba alargando y estaba a punto de dar una excusa y colgar cuando una voz masculina se puso al aparato.

-Hola hijo, quiero que sepas que me has hecho pasar el momento más bochornoso de mi vida. No veía el cuerpo desnudo de mi hija desde que tenía seis años. En cualquier otra situación esto hubiera bastado para pegarte un tiro, pero lo que has le has hecho a mi hija es el regalo más bonito que nadie le ha hecho ni nadie le hará en su vida. Y puedes hacer lo que quieras, dejarla tirada sin explicaciones incluso, que no bastara para que olvide que nos la has devuelto.

-A propósito ¿cómo ha dado conmigo?

-Oh, eso no importa. Aún conozco mucha gente en la policía. A propósito nos gustaría que… esto quedase entre nosotros, ya sabes, que no es enterase de que habíamos hablado. Sólo queríamos agradecerte lo que has hecho, no sólo por ella sino también por toda la familia.

Cuando llamó a la puerta aún estaba un poco superado por los acontecimientos. Era gracioso, ahora era yo el que parecía confuso y ella la que rezumaba alegría y vitalidad por todos sus poros.

-Hola Jam, ¿Me has echado de menos? ¿Quieres que pose para ti?

-Si te digo la verdad Carol, -dije cogiéndola entre mis brazos –voy a hacerte el amor toda la noche, y luego quizás llore entre polvo y polvo. No hay mayor condena para un artista que no poder exponer su obra maestra.

-Míralo de otra manera, también es la única oportunidad de que un artista no se aleje nunca demasiado de ella –replicó carolina comenzando a desnudarse…

El Seductor

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Tu que todo lo conoces sabes de mis pecados pero también sabes de mi fe, no me desampares Amén.

Él tiene sus ojos blindados su cuerpo delgado, camina en la oscuridad la angustiosa soledad se lo quiso llevar…No saben la inocencia que dañaron siendo un niño con pocos años lo violaron.

Brandon era tan bello como tú quieras quizá más bello que el sol el día la noche y las estrellas.

Ojo no verte, boca no hablarte con las manos nadie podrá tocarte.

ESTA ES MI PAGINA DE FACEBOOK POR SI ALGUIEN ME QUIERE AGREGAR:

https://www.facebook.com/cachorro.cabron.7?success=1

No dejó tiempo para arrepentimiento,

mantuvo su pico mojado,

con su apuesta segura de siempre.

Yo y mi cabeza altas,

y mis lágrimas secas,

continuar sin mi hombre.

Has vuelto a lo que conocías,

tan alejado de todo lo que pasamos.

Y yo piso un camino de problemas,

llevo las de perder

Solo nos dijimos adiós con palabras,

he muerto cien veces,

tú vuelves con ella,

y yo vuelvo…

y yo vuelvo a nosotros.

Te quiero mucho,

no es suficiente,

A ti te encanta resoplar y

a mí me encanta fumar

Y la vida es como una tubería,

y yo soy un pequeño penique

rodando por sus paredes.

Solo nos dijimos adiós con palabras,

he muerto cien veces,

tú vuelves con ella,

y yo vuelvo…

Solo nos dijimos adiós con palabras,

he muerto cien veces,

tú vuelves con ella,

y yo vuelvo…

El tren del fin del mundo

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Y el ganador de nuestro premio mayor es el poseedor o la poseedora del número… setenta… y… uno. Vamos a ver… pertenece… a nuestra novel integrante del grupo de secretarias de gerencia, la señorita Maribel Castellanos, ¡Enhorabuena!

Así comenzó, a mediados de junio de 2012, mi odisea al fin del mundo. El premio que me acababa de ganar era un viaje a Ushuaia, Argentina, para hacer un recorrido en el Tren del Fin del Mundo. El galardón incluía pasajes aéreos ida y regreso en primera clase Madrid-Buenos Aires, Buenos Aires-Madrid. También comprendía billetes aéreos Buenos Aires-Ushuaia y viceversa, además de una jugosa cantidad en dinero: 15.000 euros (unos 19.500 dólares estadounidenses) depositados en una tarjeta de débito Visa Internacional.

Yo acababa de ingresar, por enchufe, en la filial española de una empresa transnacional de capitales ítalo-argentinos. Ejercía de secretaria en el equipo de secretarias de gerencia de la compañía, tras egresar de secretaria bilingüe de un centro de estudios de secretariado de Madrid. Era un trabajo bien remunerado y con hora de entrada y salida fija que me permitía disponer de bastante tiempo libre. A estudiar este oficio llegué tras buscar infructuosamente por alrededor de un año empleo como economista, que es mi primera profesión.

Como mi padre poseía contactos que podían hacer que me empleara de secretaria una vez egresada de tal, por, según decían, mi bonita figura, simpatía y buena capacidad para relacionarme socialmente. Es verdad que tengo una bonita planta, una buena presencia, que no pasa desapercibida por los varones ni tampoco por las chicas. Las otras dos características que me atribuían eran ya más subjetivas y, creo yo, eran más un adorno de la buena planta que realidades palpables.

Además, mi vida por aquel tiempo atravesaba, según yo, una crisis terminal, porque había roto con mi novio de toda la vida, desde la virginal primera adolescencia, con quien me había comprometido en matrimonio, tras un largo noviazgo de ocho años y medio. Nuestra ruptura total y definitiva se produjo a escasos quince días de la fecha de nuestro enlace nupcial. En medio del shock que estaba viviendo en ese entonces, tuve que deshacer todos los preparativos del casamiento: cancelar reservas, avisar a los invitados, devolver regalos y un sinfín de cosas más. Ël, mi exnovio, solo se limitó a financiar los costes que todo aquello implicaba, sin ayudarme en ninguna de las gestiones. Acabé desecha, abatida, muy cansada, pero, sobre todo, con mi amor propio por los suelos.

Al premio no le había dado importancia alguna. No estaba yo para viajes y, además, tenía la seguridad de que no podría concretar aquel viaje hasta dentro de un año, cuando tuviese derecho a vacaciones. Sin embargo, un encuentro casual con uno de los accionistas mayoritarios de la compañía, Martín Logno, modificó todo.

—Buenos días don Martín, soy Maribel y estoy reemplazando temporalmente a Begoña, la secretaria de don Juan Antonio Cataldo, nuestro gerente de recursos humanos.

—¡Ah, muy bien! ¿Has dicho que te llamas Maribel? ¿Maribel Castellanos? La chica de la filial Madrid que ganó el viaje finis Terrae.

—sí, exactamente don Martín

—¿y cuándo viajas?

—pues ya dentro de poco más o menos un año.

—¡Un año!, y eso ¿por qué? ¿Por qué no lo haces este 2012 que es cuando dicen que se acaba el mundo? Yo aprovecharía esta coyuntura, acentuaría la aventura, ¿no?

—Sí, sí. Lleva razón, pero es que, verá don Martín, no tengo vacaciones hasta el próximo año.

—¡Ah, ya veo! Pero te gustaría hacerlo este año, antes del 21 de diciembre, ¿no?

—Sí, claro que me gustaría, pero no se puede.

—Y si el mundo se termina, ¿te vas a conformar con perder el viaje?

—No tengo alternativa —dije encogiéndome de hombros.

—Dejámelo a mí —me dijo don Martín con su típico acento argentino.

Finalizada la reunión entre Martín y Juan Antonio, el gerente de personal se acercó a mí y me dijo:

—Vete preparando las maletas porque antes de finales de este año viajas al fin del mundo. Martín me convenció para anticiparte tus vacaciones. Así es que vete pensando la fecha y me la dices cuanto antes.

—Está bien Juan Antonio. En todo caso yo había pensado viajar en septiembre del año que viene, pero si es este año, también me viene muy bien ese mes porque en América del Sur empieza la primavera y mejora el clima. Adicionalmente, septiembre todavía no es temporada alta en el cono sur de América, incluyendo Argentina. Todo es más barato.

—A mí septiembre me viene de perlas, porque por esas fechas ya toda la plantilla habrá regresado de vacaciones de verano y me será mucho más fácil buscar quien te reemplace en tu puesto de trabajo.

—Deme Juan Antonio, por favor, hasta la semana entrante para confirmarle la fecha.

—Está bien.

Esa semana me dediqué a averiguar todo lo que pude sobre el viaje del Tren del Fin del Mundo, sobre la disponibilidad de vuelos para septiembre, de reservas para el viaje en el tren, reservaciones de hoteles, documentación necesaria para el viaje y asuntos afines.

La idea de viajar poco a poco comenzó a hacerme ilusión. No había problemas con los vuelos ni con las reservas para septiembre si hacía las gestiones pronto. Me enteré que el Tren del Fin del Mundo hacía el mismo recorrido que hicieron durante casi medio siglo centenares de presidiarios desterrados a un penal localizado en el confín más austral de la región patagónica argentina, Ushuaia. También supe que el lugar era principalmente visitado por turistas embarcados en lujosos cruceros provenientes de todo el mundo y que recalaban en el puerto de Ushuaia. Averigüé que yo tenía billetes para el denominado Coche Presidencial del ferrocarril, un cómodo y lujoso vagón en el que viajaban entre cuatro y ocho personas, que contaba con confortables acomodaciones, como comodísimos asientos, aire acondicionado, baños privados y servicios de alimentación tipo gourmet. Además de todo aquello, mi mejor amiga, Andrea, había prometido acompañarme al fin del mundo costeándose ella misma los gastos. Ella era una chica muy maja que había demostrado con creces ser una buena amiga, que estaba conmigo en las duras y en las maduras, que era fiel y que, pese a pertenecer a una familia muy adinerada, no hacía ningún tipo de distingo entre las personas en razón de su caudal financiero. Andrea era una chica muy guapa: alta, de figura exuberante, pero proporcionada a la vez, muy elegante y culta, de llamativa cabellera negra azabache, cutis albo y ojos grandes de color azul turquesa. Había viajado mucho y siempre dejaba un amor en cada lugar que visitaba. Había estado, dentro de América del Sur, en Río de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile, pero en visitas breves que no le habían dado tiempo más que para conocer esas ciudades superficialmente. Así que la idea de conocer más a fondo Buenos Aires y la zona patagónica la atraía.

Finalmente, la segunda semana de septiembre de 2012, Andrea y yo volábamos a Buenos Aires a bordo de un Boeing 787. Tras poco más de doce horas, el vuelo sin escalas en el que íbamos y que cubría los cerca de 10.000 kilómetros que separan Madrid de Buenos Aires, se posaba en una de las pistas del aeropuerto internacional de Ezeiza en Buenos Aires (oficialmente se llama Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, pero todos lo conocen como Ezeiza).

En el aeropuerto nos esperaba una amiga de Andrea, Manuela, una chica española hija de un representante diplomático de España en Argentina.

Gracias a Manuela y a los buenos oficios del encargado comercial de la embajada de España en Argentina, quien, casualmente, viajaba a Madrid ese mismo día, una hora después del arribo de nuestro avión, nos ahorramos la mayoría de los engorrosos trámites de ingreso a Argentina. En poco más de veinte minutos, íbamos camino a nuestro hotel en el sector de Puerto Madero, a bordo del mismo coche con placa diplomática que había trasladado al encargado de negocios español hasta el aeropuerto.

El vistoso coche de matrícula diplomática se aproximó para estacionarse frente al lobby del hotel lo que alertó al personal de recepción, quienes se dirigieron en tropel a darnos la bienvenida y a facilitarnos nuestro registro e instalación en el suntuoso hotel. Entramos escoltadas por cerca de diez mozos del hotel. La actividad normal de este recinto hostelero se paralizó por unos minutos para facilitar nuestra llegada. El personal se movilizaba rápido para transportar nuestro equipaje, detener un ascensor para nuestro uso exclusivo, dar los últimos toques a la suite ejecutiva de dos dormitorios en la que alojaríamos para que estuviese a la altura de unas pasajeras VIP, que era lo que ellos creían que éramos Andrea y yo. El hotel, el Hilton Buenos Aires Hotel, pertenecía a una famosa cadena hotelera internacional. Andrea había insistido en ir sin escatimar gastos en alojamiento, comidas o diversión. De hacer falta, ella correría con los gastos extras.

Nuestra glamorosa llegada al hotel no pasó inadvertida por otros pasajeros. Tres apuestos chicos, un rubio, un moreno y un pelirrojo, nos miraban de arriba abajo con gran atención y curiosidad durante todo el proceso de arribo al hotel.

Después de ducharnos, descansar algo, cambiarnos de ropa y arreglarnos un poco, sonó el citófono de la habitación:

—Sí, dígame —respondió Andrea.

—Buenas noches señorita, me llamo María José y pertenezco al Servicio de Atención al Cliente del Hilton Buenos Aires Hotel. Deseaba informarle que doña Manuela García de la Haza las espera en uno de los salones VIP del tercer piso, ¿qué le digo?

—Que en un par de minutos estaremos con ella.

—Muy bien, muchas gracias.

—Manuela ha venido a buscarnos y nos está esperando en un salón del hotel —me dijo Andrea apenas colgó el citófono.

—Pues no la hagamos esperar y vamos a por ella —respondí.

Manuela, muy elegantemente vestida, había venido para invitarnos a cenar en un lujoso restaurante de las cercanías del hotel. Después de una sincera charla de amigas la convencimos para que cenáramos juntas en uno de los restaurantes del hotel. Arreglarnos para salir a un restaurante de tanto postín nos daba flojera, queríamos recuperarnos de las más de catorce horas de viaje, incluyendo traslados y demases.

Primero fuimos al Mosto Wine Bar para tomar el aperitivo. Al ingresar al simpático lugar nos dimos de bruces con los tres chicos que nos observaban atentamente a nuestra llegada al hotel.

—¡Mirad! Las chicas VIP ¿venís por un aperitivo? —preguntó el rubio en español con cierta entonación extranjera.

—Sí —respondió Andrea haciendo de nuestra portavoz.

—¿Nos haríais el honor de aceptar que las invitáramos a una copa? Acabamos de paladear un vino late harvest extraordinariamente delicioso, ¿os animáis?

—Está bien —contestó Andrea luego de consultarnos con la mirada a Manuela y a mí.

Los chicos eran muy agradables, encantadores a decir verdad y muy guapos. El rubio era austríaco, el pelirrojo era irlandés y el moreno, italiano. Los tres hablaban español perfectamente porque habían realizado sendas estancias de un año en España, gracias a una beca de movilidad internacional Erasmus, mientras estudiaban en las respectivas universidades de sus países de origen.

Después de las copas y los snacks, el chico rubio de nuevo tomó la palabra:

—¿Os apetece si vamos a cenar al restaurante El Faro?

—Queríamos ir a un restaurante del mismo hotel. —respondió Andrea con una amplia y seductora sonrisa.

—El Faro es el restaurante de comida internacional de este hotel —respondió el rubio mientras el pelirrojo me miraba fijamente a los ojos después de recorrer lascivamente mi cuerpo de arriba abajo. Creí que mi corto vestido se había transparentado y se me salieron los colores al rostro.

—En ese caso aceptamos cenar con vosotros, pero esta vez pagamos nosotras —dijo Andrea resueltamente, pero entre sonrisas cómplices con el rubio. Claramente el rubiales había logrado cautivar la atención y simpatía de Andrea.

—Por ningún motivo señoritas, nosotros invitamos o no hay trato —dijo el rubio en medio de galanteos y pícaras miradas a Andrea.

—Está bien, está bien. Vosotros ganáis esta vez, pero para la próxima ocasión tenéis que prometer que dejaréis que nosotras invitemos.

—Prometido

Cenamos agradablemente. El pelirrojo, sentado a mi lado, no paró de coquetearme toda la cena. El chico me parecía muy guapo y su acento anglo sentía que le daba un toque muy seductor a sus palabras. El rubio, entretanto, se desvivía por caerle en gracia a Andrea, mientras que el moreno italiano no perdía el tiempo procurando seducir a la bella Manuela.

El postre lo tomamos en unos cómodos sofás que tenía El Faro. Andrea y el rubiales ocuparon un sofá, Manuela y el pelinegro otro, y el pelirrojo y yo un tercero. La charla se tornó más íntima, más estrecha, más audaz y provocadora. El rubio daba bocados de postre en la boca a Andrea, quien se dejaba llevar por el entusiasmo y la atracción que sentía hacia el austriaco chaval.

El pelirrojo cada vez se acercaba más a mí, sabedor que no me era indiferente, pues la traicionera delgada tela de mi vestido ponía en evidencia la excitación que sentía hacia él, que se traducía en unos pechos con sus pezones erguidos y rígidos que no habían pasado desapercibidos por el irlandés de cabello rojo.

El moreno no se quedaba atrás y mostraba incesante y vivo interés por la guapa Manuela. Ella le correspondía, pero con moderación y templanza en las palabras y acciones. El italiano le parecía simpático y guapo, pero esa noche ella no estaba en plan de conquista. Su corazón estaba ocupado por el amor de otro hombre.

Las tres decidimos no llevar las cosas más allá. Andrea y yo, después del largo viaje, no estábamos para una noche de briosa pasión, como la que nos proponían los chicos. Manuela, en tanto, además de no andar en plan de conquista, debía madrugar al día siguiente para asistir a un importante simposio que empezaba a primera hora.

Los tres chicos, no muy contentos, se despidieron resignada y amablemente de nosotras, esperanzados en que tendrían otra oportunidad más adelante. Sin embargo en los días siguientes que pasamos en Buenos Aires no los vimos por el hotel. Según una camarera con la que charlábamos de vez en cuando, los chicos dejaron el hotel al día siguiente de cenar con nosotras.

Los tres días siguientes los dedicamos a conocer los sitios de mayor atractivo turístico de Buenos Aires capital, guiadas magistralmente por la cariñosa Manuela y por su novio bonaerense, quienes hicieron de cicerones para nosotras.

Al cuarto día nos fuimos al aeropuerto para coger un vuelo directo Buenos Aires – Ushuaia. Después de tres horas y media de viaje y cerca de 2.400 kilómetros de recorrido llegamos al aeropuerto de Ushuaia. Allí nos esperaba un coche del hotel de Ushuaia en el que teníamos reservaciones. Era un hotel boutique, el Tierra de Leyendas, muy bonito, con habitaciones muy cómodas con vista al canal Beagle y a los picos nevados de la cordillera de los Andes. Un lugar de ensueño enclavado en el confín del fin del mundo.

Al llegar nos registramos y fuimos conducidas a nuestra habitación deluxe doble. Nos dimos una ducha escocesa (el baño de la habitación tenía ducha escocesa y jacuzzi para cuatro personas). Luego fuimos al restaurante a comer. Íbamos ingresando al restaurante y ¡sorpresa! Los tres chicos de Buenos Aires —el rubio, el pelirrojo y el moreno— estaban sentados en una de las mesas.

—Y vosotros ¿qué hacéis aquí? —preguntó Andrea asombrada.

—Las estábamos esperando chicas para darles la bienvenida —bromeó el rubiales.

—¡Oh, sí! Creéis que nos chupamos el dedo ¿no?

—Tranquila chicas. Hemos venido a hacer la ruta del tren del fin del mundo.

—¡No me digáis! Nosotras también ¿y cómo llegasteis? ¿cuándo?

—Por tierra y mar. Al día siguiente de nuestra cena en que os pusisteis estrechas, alquilamos un coche todo terreno y viajamos hacia el sur de Argentina, hasta Río Gallegos. Allí pernoctamos por segunda vez después de recorrer 2.500 kilómetros. Para llegar desde allí a la isla de Tierra del Fuego y luego a Ushuaia debíamos cruzar el Estrecho de Magallanes. La única forma de realizar ese cruce por vía terrestre es pasando a Chile. Entonces viajamos desde Río Gallegos hasta Punta Arenas en Chile. De allí nos dirigimos, por caminos chilenos, hasta el cruce Primera Angostura, donde abordamos un ferry, el Crux Australis, para atravesar desde Punta Delgada hacia Bahía Azul, en la zona chilena de la isla de Tierra del Fuego. Desde Bahía Azul condujimos hasta el paso fronterizo San Sebastián a fin de reingresar a territorio argentino. Tras hacer los trámites migratorios de rigor, recorrimos unos 300 kilómetros más para, finalmente, llegar anoche a Ushuaia. Aquí la fortuna nos sonrió porque Sebas, uno de los dueños de este hotel, aceptó alojarnos, a pesar de no tener reservaciones.

—Uf…¡qué odisea! —dijimos Andrea y yo al unísono.

—Es verdad chicas, no fue fácil, pero no nos arrepentimos. Conocimos muchos lugares hermosos y vimos paisajes que quedarán indeleblemente grabados en nuestras memorias. Sin embargo, no nos regresaremos por tierra, entregaremos el coche aquí en Ushuaia y retornaremos en avión a Buenos Aires y de ahí a nuestros hogares en Europa.

—¿Y cuándo vais a hacer el recorrido del Tren del Fin del Mundo? —pregunté curiosa.

—Mañana Maribel, tenemos billetes para el Coche Presidencial —me respondió el pelirrojo con su seductora entonación que me embriagaba y excitaba a la vez.

—¿Es guasa, verdad? Os burláis de nosotras ¿no? —dijo Andrea un tanto enfadada.

—¿Pensáis que nos coñearíamos de dos beldades como vosotras y que seríamos tan tontos de arriesgarnos a perderos como amigas? No ¡jamás! Nos ofendéis.

—Está bien, está bien ¡disculpadnos! Es que nosotras también tenemos billetes para mañana en el Coche Presidencial del Tren del Fin del Mundo. Nos pareció demasiada coincidencia —dijo Andrea con tono conciliador y haciendo gala de su sonrisa cautivadora.

—¡Ah! de manera que seremos compañeritos de viaje. Hasta esta mañana eran solo cinco los pasajeros del Coche Presidencial: vosotras y nosotros. Esta vez no podréis escaparos. ¿Os parece si nos vamos juntos en el coche hasta la Estación Fin del Mundo?

—Si prometéis portaros bien, sí.

—Como siempre cariño. Y ahora sentaos para almorzar juntos —contestó el rubiales mirando impúdicamente a Andrea de arriba abajo. Lo propio hizo el pelirrojo con mi escote.

Nos miramos con Andrea queriendo procesar aquellas miraditas lascivas y descifrar aquello de que «no podríamos escapar». No quedaba mucho espacio para la duda. Finalmente decidimos acceder a la invitación de comer juntos. El chico rubio, pese a su actitud lujuriosa, no le era nada de indiferente a Andrea, y a mí el pelirrojo me molaba. El problema era el moreno ¿qué haríamos con él? Era una incógnita que tendríamos que despejar a la brevedad.

La comida transcurrió de manera agradable y sin sobresaltos ni frases o actitudes muy cachondas que nos importunaran. El menú consistía en centolla con salsa a elección, de primer plato, cordero patagónico asado aderezado con chimichurri, de segundo plato y fruta más una cesta de chocolates artesanales de la zona, de postre. A eso había que añadir una botella de vino o dos cervezas Beagle o Cape Horn —típicas de Ushuaia— por persona.

Andrea y yo con la centolla quedamos más que satisfechas, aunque un poco piripis por el consumo abundante de vino blanco. A raíz de esto Andrea se levantó y se excusó diciendo:

—No sé si el aire puro, el alucinante sabor de la centolla, el vino blanco o las tres cosas combinadas me han dado un sueño enorme. Así es que, con vuestro permiso, me retiro a la habitación a dormir una siesta.

—Yo te acompaño, a mí me sucede lo mismo. Permiso chicos y disculpadnos por favor —dije uniéndome a Andrea. No me quedaría sola con esos tres chicos sedientos de lujuria y sexo.

Cogimos nuestras cestas de bombones y subimos a nuestra habitación. Después de cerrar la puerta con seguro, Andrea tomó la palabra:

—Mari, no sé tú, pero yo siento que los chicos están cebados, lanzados; vamos que nos quieren comer con patatas fritas. A mí el rubio me gusta y me gustaría enrollarme con él. Pero ¿y los otros dos?

—A mí el pelirrojo irlandés me mola un montón y también me enrollaría con él. El problema es el pelinegro ¿qué hacemos con él?

—O apechugamos entre las dos con los tres sementales o nos acuartelamos aquí en la habitación ¿se te ocurre otra opción factible?

—De momento no. A ver si después de la siesta, más despejadas y menos ebrias, se nos ocurre algo mejor.

—No sé tú, pero yo estoy solamente un poquito achispada, no ebria —puntualizó Andrea.

—Si tú lo dices… Seguro que el que te haya costado apuntarle a la cerradura de la puerta del cuarto ha de haber sido pura casualidad ¿no? Mejor vamos a dormir.

Después de una larga siesta me levanté y decidí meterme al jacuzzi para darme un reparador hidromasaje mientras leía un libro y bebía una cerveza Beagle negra bien helada. Quince minutos más tarde despertó Andrea y decidió unirse a mí en el jacuzzi.

—Y ¿se te ha ocurrido algo en relación con el tema de los chicos? —inquirió Andrea una vez instalada en la bañera de hidromasaje.

—Creo que de aquí a mañana no podemos hacer nada, salvo que nos resolvamos a apechar las dos con los tres chicos esta noche. Pero releyendo el folleto promocional del Tren del Fin del Mundo me di cuenta que en el vagón en el que haremos el recorrido nosotras y los chicos también va una azafata, seguramente argentina y probablemente guapa.

—¿Y qué hay con eso? —preguntó Andrea.

—Que pudiéramos hablar con ella mañana a fin que nos dé una mano con el italiano, con el pelinegro. Varias veces he escuchado que a las argentinas les molan los italianos. Muchos argentinos son descendientes de italianos.

—Una mano ¿en plan de qué? —inquirió Andrea.

—No te digo pedirle que se lo folle, aunque, hablando claro, eso sería lo ideal, sino solicitarle que lo entretenga un rato mientras nosotras nos enrollamos con el rubio y el pelirrojo. Ya sabes de qué hablo.

—¿Y qué hacemos de aquí a mañana?

—Encerrarnos en esta suite y pedir Servicio a la Habitación para cenar. Después del hidromasaje podemos ver una peli, revisar nuestro correo electrónico, llamar por teléfono a la familia, leer, escribir… ¡qué sé yo!

—No es mala idea, pero si la azafata no colabora ¿qué hacemos? —repreguntó Andrea.

—Apechugar con los tres chicos entre las dos. Se ven ganosos, pero no será para tanto, ¿no? En peores plazas hemos lidiado.

—¡Ja, ja, ja! Puede que tengas razón amiga, parece que es lo mejor que podemos hacer.

En la noche, cuando la camarera nos trajo nuestra cena a la habitación, nos arregló la mesa y nos sirvió la comida, no sospechábamos que a continuación nos diría:

—Miren señoritas, unos chicos abajo, un colorín, un morocho y un rubio, insistieron en que les preguntara si acaso estaban bien, ¿qué les digo?

—Dígales, por favor, que nos sentimos un poquito malitas, pero que mañana nos juntamos a las 09:00 hrs. a desayunar juntos. No le comente nada más, por favor —respondió Andrea al tiempo que le entregó una jugosa propina.

—Muy bien señorita, como usted diga.

Al día siguiente llegamos con los chicos a la estación Fin del Mundo del ferrocarril homónimo. Avanzamos en medio de un atestado vestíbulo en el que solo se oía el guirigay de los pasajeros de los distintos vagones. Andrea y yo nos dimos a la tarea de tratar de ubicar a la azafata del Coche Presidencial. No nos fue difícil porque ella misma estaba en el mesón de recepción de los viajantes del Coche Presidencial, haciendo los trámites de embarque.

—Hola, mi nombre es Valeria y soy la ‘ferromoza’ del Coche Presidencial. Les deseo un agradable viaje y para cualquier cosa que necesiten no duden en acudir a mí y gustosamente les intentaré ayudar.

—La verdad es que necesitamos tu ayuda, pero nos gustaría charlar a solas contigo —dijo Andrea con todo el encanto que pudo.

—Mirá, ahora mismo no puedo, pero luego que haga el check in de los chicos y termine con el papeleo de rutina nos podemos juntar en una salita privada ¿vale? —respondió Valeria, la azafata.

—Sí, sí, claro. Te esperamos por aquí. Hasta ahora —dijo Andrea.

—Dale, nos vemos dentro de un ratito —respondió la buenamoza azafata rubia, espigada, de ojos color verde agua, de bellas facciones, de trabajado trasero respingón y prominente delantera. Muy apetecible para cualquier chico de buen gusto.

Quince minutos más tarde Valeria nos hizo una seña para que nos acercáramos y, enseguida, nos guio hasta una pequeña sala.

—Bueno chicas, ya estamos a solas, ustedes dirán en qué puedo serles útil.

—Lo que sucede es que los tres chicos que vienen junto a nosotras andan un poquitín salidos, vamos que quieren acción. Ya entiendes. Resulta que nosotras también queremos, yo con el rubio y mi amiga con el pelirrojo. Entonces queríamos que nos echaras una mano con el italiano, el moreno —dijo Andrea con toda naturalidad.

—Mirá, el chico morocho, el de cabello negro y tez blanca, a quien vos te referís me llamó la atención desde que lo vi. Me parece muy lindo y con gusto cogería con él, pero estoy trabajando y no puedo arriesgar este excelente laburo por una aventurilla ¿entendés verdad?

—Sí, sí —dijimos Andrea y yo.

—Mañana sábado y el domingo tengo libre, y si les parece bien, esta noche podríamos ir a cenar a un boliche por ahí los seis y luego tomarnos una copa en mi casa para darles el “postre” a los chicos —dijo Valeria entusiasmada y con total desenvoltura.

—También podemos pedir que nos lleven la cena a mi casa. Tengo dueños de restaurantes amigos que me harían ese favor —añadió la transandina azafata.

—A mí me parece perfecto —señalé mientras Andrea daba su aprobación con un gesto con la cabeza. Pero ¿y qué hacemos en el tren?

—Mirá, lo más que yo puedo hacer en el tren es dejarlas a solas en el vagón durante el trayecto de retorno desde la Estación Parque a la Estación Fin del Mundo. Denles un aperitivo a los chicos y díganles que en la noche tendrán su plato de fondo bien contundente y con derecho a repetición en una fiesta tipo acabo de mundo ¿Les parece? —señaló Valeria con más desenfado que el que esperábamos.

—Está bien, si no hay más alternativa. Me parece que es mejor que pidas la cena a tu casa porque la noche aquí es fría como para pasearnos del hotel a un restaurante y de ahí a tu casa. Nosotras invitamos ¿cuánto dinero necesitas?

—No sé, pero yo lo pongo y luego hacemos cuentas ¿dónde están parando para pasarlos a buscar?

—Estamos en el Tierra de Leyendas. Los chicos andan en coche de alquiler.

—¡Mirá qué bien, che! Yo vivo en la misma calle Tierra de Vientos en que está su hotel, a una cuadra, sobre el número 2536 ¿Nos juntamos en mi casa a las 22:30 hrs?

—¡Genial! Allí estaremos con los chicos. Una cosita más ¿puedes entusiasmar un pelín al italiano en el viaje del tren?

—Dejámelo en mis manos, quedará calentito, a punto de caramelo para la noche. —contestó Valeria con pasmosa seguridad.

Salimos de la Estación Fin del Mundo a borde del antiguo ferrocarril que circulaba por vías de trocha angosta. Camila, una remozada locomotora a vapor de origen inglés, tiraba de los vagones. Poco a poco nos fuimos internando por el Cañadón del Toro, luego cruzamos el río Pipo a través del Puente Quemado. Pudimos observar las ruinas de madera del antiguo puente, derrumbado y carbonizado por causa de un gran terremoto ocurrido 65 años atrás. Luego de un tiempo de viaje por aquel singular y agreste paisaje, arribamos a la Estación Cascada La Macarena. En el camino el rubiales y el pelirrojo entraron en confianza con nosotras, abrazándonos y rozando nuestros pechos como por descuido. Al pelinegro italiano lo tenía entretenido Valeria, agasajándolo con todo tipo de licores y snacks, además de ofrecerle una amplia vista de su escote, de sus piernas largas y, de vez en cuando, de sus braguitas negras con encajes y transparencias. El moreno flipaba de gusto y un bulto en su entrepierna se distinguía nítidamente.

Descendimos del tren en la antes referida Estación Cascada La Macarena para recorrer una reconstrucción de un típico asentamiento de una de las tribus indígenas que habitaban esas tierras hace cientos de años: los yámanas. Andrea y yo íbamos fuertemente tomadas de la cintura por el rubio y el irlandés, quienes se pegaban lo más que podían a nuestros cuerpos. Ellos mostraban mucho más interés en regresar cuanto antes al tren y continuar con el lascivo manoseo a nuestras curvilíneas figuras que en conocer los detalles de la cultura yámana, que tanto se esmeraba el guía en transmitirnos.

Una mirada de Valeria nos alertó de que estábamos quedando en evidencia, por lo que procedimos, con disimulo, a pellizcar a los chicos para que se tranquilizasen y nos dieran un respiro. El italiano, por su parte, caminaba como perro faldero detrás de Valeria, la rubia y despampanante “ferromoza” lo tenía embobado.

Tras reanudar la marcha, el ferrocarril del fin del mundo seguía sorteando el río Pipo y atravesando sectores que nos mostraban la huella que fueron dejando los presos en su rutina diaria de cortar árboles durante casi medio siglo de labor ininterrumpida. Los chicos también recomenzaron sus toqueteos, pero más resueltamente. El rubio acariciaba la cintura de Andrea y, después, sus manos emprendieron viaje hacia las altas montañas de sus pechos, sorteando las sinuosidades y obstáculos que encontraban en el recorrido a base de decisión, impudicia y gracias, también, a los quedos y permisivos gemidos de Andrea.

El irlandés pelirrojo, más lanzado, ya se encontraba en la cumbre de mis pechos, sobándolos por encima de la delgada tela de mi blusa.

El italiano pelinegro, encandilado por la belleza de la azafata coqueta, solo quería dejar en libertad a su atormentado miembro viril a objeto de dar rienda suelta a sus pasiones. Únicamente la destreza de Valeria impedía, de momento, que aquello aconteciese.

El tren no detenía su lento andar. Marchaba bordeando el Turbal, suelo característico de Tierra del Fuego sobre el que se desarrolla un musgo llamado Sphagnum. Después de largos minutos, que a Andrea y a mí se nos hicieron interminables por el intenso asedio a que estábamos siendo sometidas por parte de los chicos sin poder responder porque aquello solo podía ocurrir durante el viaje de retorno, según lo acordado con Valeria. Por fin por los altavoces se anunció el arribo del tren a la Estación Parque Nacional, la estación terminal del viaje de ida.

Ni los chicos ni nosotras estábamos en condiciones de bajar. Valeria comenzó a arreglar todo para dejarnos a solas. El italiano, con cara de carnero degollado, veía cómo la hermosa azafata abandonaba el coche presidencial, no sin antes estirar las cortinas y poner seguro a las portezuelas que unían nuestro vagón con los de los costados. Resignado y con las muestras de su excitación a tope, el moreno decidió unirse al irlandés y a mí, sentándose al extremo opuesto de donde estaba el pelirrojo y dejándome a mí en medio de los dos briosos hombres.

Andrea, en tanto, yacía de rodillas sobre la gruesa alfombra que cubría el piso del vagón, masturbando y besando la venosa, larga y gruesa polla del rubio al tiempo que, con la otra mano, acariciaba vigorosamente su sexo por encima de la tela de su minúsculo calzón empapado en lubricidad.

Tuve que, literalmente, apechugar con el moreno y con el irlandés. Desabotonaron mi camisa, soltaron el broche del sujetador y se pusieron a mamar mis tetas, una cada uno. Dejé a un lado la modosidad y empecé a exteriorizar mi placer sin remilgos mediante sonoros suspiros y gemidos.

Entretanto el rubio austríaco se había bajado los pantalones y el slip hasta las rodillas. Su pene lucía aún más grande y grueso que antes. Brillaba por acción de la saliva de Andrea quien se lo comía con glotonería evidente mientras acariciaba, alternadamente, sus senos desnudos y su clítoris, hinchado y anheloso, tras largo rato sin ser prodigado como el cuerpo erotizado de la calenturienta Andrea lo exigía a gritos. Su fina boca de señoritinga no daba abastos para albergar tanta carne excitada. Pero por empeño no se quedaba, chupando con ansias aunque, a veces, se atorase y se viese obligada a toser.

Mis chicos, ya saciados de mamar mis tetas, abatieron completamente el asiento en el que estábamos, me subieron la falda hasta dejármela de seudocinturón. El irlandés de cabello rojo se sacó los pantalones y los calzoncillos y se colocó a horcajadas sobre mi pecho. Golpeó y restregó su gordo falo contra mi rostro antes de introducirlo en mi boca casi por entero y empezar a follarla.

El italiano, por su parte, se arrodilló entre mis muslos, deslizó mis húmedas braguitas, que destilaban lujuria y candentes líquidos íntimos, piernas abajo y hundió su cabeza entre la parte alta de mis muslos a fin de agasajar a mi coñito con un intenso y lúbrico masaje lingual. Cuatro o cinco lametones más similar cantidad de succiones a mi clítoris bastaron para que mi cuerpo estallara en un potente y prolongado orgasmo que conllevó un copioso torrente de calientes jugos íntimos que el chico pelinegro bebió con deleite y fruición, ante la mirada cargada de envidia del irlandés.

Más o menos simultáneamente observé cómo el rubiales depositaba una profusa cascada de semen en la boquita de mi amiga. Ella ardía de pasión, tanto que se volvió multiorgásmica, corriéndose dos veces en un corto intervalo de tiempo. No sin dificultad se tragó la mayor parte del candente semen. El resto se deslizó por las comisuras de los labios de su boca hasta depositarse en su mentón. Algunos goterones siguieron cuesta abajo para adornar los hermosos pechos de mi amiga.

Segundos más tarde debí enfrentar una avalancha similar de ardiente semen descargado desde la polla del pelirrojo en las inmediaciones de mi boca. Por estar distraída mirando las gracias de Andrea y el rubiales, mi boca no alcanzó a reaccionar y a capturar todo el blanquecino y viscoso líquido que expulsaba el pene del irlandés. Buena parte de este cayó en la punta de mi barbilla para luego precipitarse hasta mis senos, desde donde una porción se escurrió por el canalillo hasta diseminarse por mi vientre.

Solo unos instantes después y en los precisos momentos en que tanto el rubio como el tano de cabello negro empezaban a introducir sus gordas pollas en la intimidad de Andrea y en la mía, notamos que Valeria, la buenamoza azafata, reingresaba al lujoso carruaje ferroviario que ocupábamos. Dando golpes con las palmas de sus manos nos sacó del libidinoso trance por el que transitábamos diciendo:

—Bueno, bueno, chicos, la fiesta se terminó por ahora. Era únicamente un aperitivo frugal, pero esta noche continuaremos en mi casa donde están invitados a servirse el plato fuerte. Ahora a recomponerse porque estamos a escasos cinco minutos de arribar a la estación Fin del Mundo, la estación cabecera.

Andrea y yo corrimos al baño para limpiarnos y arreglarnos. Los chicos, con sus velas penianas todavía desplegadas a tope, se vistieron como pudieron, intentando disimular lo más posible su erección y su calentura.

A las 22:28 los chicos y nosotras estábamos llamando a la puerta de la casa de Valeria. Instantes después la puerta se abrió y la figura de la azafata nos deslumbró. Lucía precisísima, un vestido rojo corto cubría una parte de su piel, una melena rubia ondulada caía sobre sus hombros, un profundo escote en la parte trasera de su vestido dejaba al descubierto su espalda y revelaba la ausencia de sostén y de bragas.

—Adelante por favor, siéntanse como en su casa. —nos dijo la tranandina con un gesto de hospitalidad y cariño.

Sentados en el salón, bebiendo unas copas de grapa —aguardiente de orujo de uva— con más de 60 años de reposo en barricas de roble, charlamos amistosa y distendidamente unos minutos. Después de un tiempo prudencial, Valeria se levantó para dirigirse a la cocina a objeto de ultimar los preparativos de la cena. Detrás de ella salieron Andrea, el italiano y el austriaco para ayudarla. Esos momentos fueron empleados por el pelirrojo para trincarme al sofá y comerme la boca con toda pasión. Sus manos empezaron a moverse hábilmente sobre mi cuerpo, acariando todas mis zonas erógenas, partiendo por mis pechos y finalizando en las lindes de mi ya humedecida entrepierna. Por unos momentos no fui capaz de ofrecer resistencia y me dejé llevar por mis deseos lúbricos. Luego, en un destello de lucidez mental, eché mano al freno para detener el asedio. No era conveniente iniciar la noche a toda pastilla, pensé. Me levanté para huir del salón y cooperar con Valeria, Andrea, el moreno y el rubiales a servir la cena.

—Señorita Maribel, venga a mi despacho por favor —la voz de mi jefe retumbó fuerte por el altavoz del intercomunicador del teléfono de mi mesa de trabajo y sacudió mis sentidos, me cortó la inspiración, embotó mi memoria apartándome de los recuerdos pormenorizados de aquella velada que vertía en un documento de Word.

Dadas aquellas hostiles circunstancias y la súbita amnesia consecuente, solo puedo añadir que la fiesta en casa de la azafata transandina fue apoteósica. De momento únicamente me acuerdo que las chicas empezamos comportándonos muy modositas, cada quien con su pareja yendo poco a poco. Pero los planes se fueron torciendo y terminamos tirando todas con todos hasta bien entrada la noche del domingo ¡Más de 48 horas ininterrumpidas copulando como si el mundo se fuese a acabar en breve! Hicimos dúos, tríos, cuartetos, quintetos y sextetos de todo tipo y sin límites, engalanados por un coro de gemidos, quejidos, gritos y alaridos de profundo disfrute carnal. Fue el acabose. Una experiencia in extremis, única, inolvidable y muy placentera en los confines de la Tierra.

Después del agrio sabor de boca que me dejó la vivencia de mi fallido matrimonio y mientras el mundo no se acabe y mi lozana juventud me lo permita, he decidido vivir como si el fin del mundo realmente estuviese ad portas de acaecer. Con Andrea ya estamos planeando repetir la experiencia vivida en aquel recóndito rincón del extremo austral del mundo, eso sí con otros protagonistas masculinos. El proyecto más próximo tiene que ver con un viaje a bordo de un crucero haciendo la ruta Fin del Mundo.

—Ma-ri-bel ¿no me ha escuchado? Venga a mi despacho INMEDIATAMENTE y déjese de esa memez suya de escribir sobre asuntos apocalípticos.

—Sí, sí, jefe, voy corriendo, en un santiamén estoy allí.

Querido lector, acabas de leer el octavo relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores. Te pedimos que dediques un minuto a puntuar este relato entre 0 y 10 en un comentario al mismo, lo tendremos en cuenta para decidir qué relato de los presentados al Ejercicio es el mejor de todos ellos. Gracias.

Mi Vecinita de enfrente – secretos adolecentes

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Ellas sonríen, saludan, caminan, se sientan, posan frente a nuestros ojos; dan ese ligero toque de sensualidad mezclado con inocencia que enerva nuestra sangre; para los pocos que pueden apartar de 1a mirada de las curvas (algunas pronunciadas otras solo insinuadas pero) en plena definición notaran una mirada limpia, pura o simplemente apurada.

Inocentes que somos nosotros, atrás de esos ojos se ocultan grandes secretos. Nunca somos capaces de creer que detrás de esa figura grácil de senos insinuantes pero recatados y trasero capaz de generar hambre pero oculto, yace de vez en cuando una innata perversión y el deseo.

Mi vecinita que ante los ojos del mundo era la misma de siempre; vistiendo ropa holgada y recatada, siempre de uniforme o de ropa para el gimnasio (cubierta por una gran sudadera o alguna camisa y debajo de ello los mas atrevidos conjuntos de lencería); ante mis ojos era mi pareja y amante poseedora de un delgado cuerpo con dos senos excitantes y un traserito enmarcado por una cadera que se bambolea excitante al caminar y hacer el amor.

Cinco meses teníamos ya viéndonos a escondidas del mundo, refugiándonos en cualquier momento libre para dar suelta a nuestra pasión de formas a veces desenfrenadas. Cualquiera diría que yo era el secreto mejor guardado de ella sin embargo hace un mes ella me pidió un cuarto para ella dentro de mi casa “para guardar lo que me gusta y mis secretos”

La primera cosa fue poner una cama; luego ella fue llenando de a poco el ropero. Lo primero fue un unitardo completo para ir al gimnasio todo de color azul que le cubre todo el cuerpo que tiene un pequeño cierre en la parte de atrás.

Si se pregunta alguien por que lo recuerdo es la forma en que llego esa prenda y lo que le siguió. Se la compro su mama después de mucho rogarle pero al modelarla por primera vez en su cuarto y frente a su ventana (para ella y para mi), su padre entro, la vio y se la prohibió bajo el argumento “es muy reveladora y no apropiada para una jovencita decente” y así con todo que era nueva termino en la basura. Ella la envolvió apropiadamente y frente de su padre la tiro a la basura. Desde mi ventana la vi llorar y no pude soportarlo; quise consolarla pero ella apago la luz. Lo que ella no vio pero luego le conté es que cuando su mama bajo me ofrecí a llevar sus bolsas con las mías y recupere su prenda.

El viernes de esa semana cuando mi vecinita se dio una escapada rápida a mi casa para saborear nuestros labios para después ir al gimnasio (vistiendo una gran sudadera y debajo su ropa deportiva) le entregue el envoltorio que creyó perdido. Me dio dos besos rápidos, y corriendo feliz entro a su cuarto (llamémosle escondite) cerro la puerta con seguro y 2 minutos después salió cambiada como sus piernas me lo mostraban pero aun con la sudadera encima, se despidió de mi y salió huyendo de mis manos que querían acariciarla.

Creyendo perdida la oportunidad por ese día me recosté en el sillón de la sala y sin querer me quede dormido. Me despertó un dulce beso en los labios pero no abrí los ojos pues su mano los cubría. – “Por favor no los abras, por favor no te muevas y “. Me dio otro beso, oí como corrió las cortinas y apago todas las luces dejando el cuarto en oscuridad. El sonido de como caía una prenda pesada al suelo y un par de zapatos eran arrojados me llegó.

Su voz me sobresalto no por lo inesperado sino por el tono pausado y bajo que tuvo

“Yo he querido este unitardo desde hace mucho, rogué mucho por el la verdad, gracias por recuperarlo, desde que lo vi en la tienda del gimnasio me gusto la tela y me quería ver con el; hoy lo estrene y no use nada debajo de el. Durante la clase con la entrenadora me sentí liberada como si entrenara desnuda y el hecho de que cualquiera pudiera verme así me tenia … caliente”.

Se sentó sobre mi y tomando mis manos las puso en los apoya brazos para luego comenzar a desbrochar mi camisa. “sentí como se mojaba mi espalda, mi entrepierna me sentí de muchas maneras pero también observada cuando regrese a los vestidores sentí la mirada de los hombres en los aparatos y mi respiración se acelero” sus manos comenzaron a acariciar mi pecho, y ella se pego a mi para susurrar a mi oído. “fui deseada y eso despertó mi deseo; me encanta este unitardo”

Se levanto me dio un beso mientras desabrocho mi pantalón y me lo quito rápidamente junto con mi bóxer; se sentó de nuevo pero pude sentir su trasero pegado a mi erección y sentí como se restregaba lentamente apoyando sus manos en mis manos (atrapándolas en el sillón) “me encanta el tacto de tu piel a través del mismo”, recargándose en mi “por favor huele mi piel, recorre mi cuello a besos”. Gimió muy bajito y se movió tal como si me cabalgara restregando su cuerpo”. Sentí como se estremeció en un orgasmo ligero, su respiración se recupero rápido y se levanto.

“Abre los ojos”, la menguada luz de una lámpara me mostro un cuerpo de tentación enfundado en tela azul como una segunda piel, podía notar los senos y claramente los pezones, su vientre enfundado que subía y bajaba; y una entrepierna marcando sus labios íntimos y la humedad que los destacaba.

Vi como lentamente se desnudo para mi, se acerco a paso lento. Se sentó sobre mi empalándose ella sola. Sentí como claramente su vagina me recibía y los espasmos que me regalaba eran tan enloquecedores que me costaba mucho contenerme.

Abrace su espalda y me di un banquete con sus senos mientras que ella me cabalgaba. Ya no pude mas y se lo comente, solo se sentó sobre mi apretó su cuerpo y me acompaño en un orgasmo brutal (sabia que era un día seguro (ventajas de los amantes)).

Nos recuperamos juntos besándonos y ella se despidió de mi para cambiarse con su anterior ropa y salir al departamento de sus padres.

Ella usa cada viernes ese unitardo (y otros que hemos ido agregando a su colección) cuando va al gimnasio para sentirse poderosa, deseada y bella; y cuando regresa ella apaga su pasión conmigo.

El segundo secreto de ese escondite tarde un poco mas en descubrirlo pero fue también una revelación ….


Diario de un soltero – Susana

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Susana vive a unos quince minutos de mi casa a pie. Su padre se fue a vivir a su apartamento cuando falleció su esposa hace tres años y parecen tener una buena relación, aunque los últimos seis meses los ha pasado haciendo viajes casi todas las semanas para ver a su nueva novia. Desde que su padre conoció a aquella mujer, Susana está más irascible de lo habitual, está celosa y más de una vez me ha llamado tras haberse bebido tres botellas de vino ella sola en casa. Diría que esta chica sufre una especie de “complejo de Electra”.

Al llamar a su puerta, Susana me abrió vistiendo únicamente una camisetita de tirantes blanca y unas braguitas de algodón a juego que resaltan increíblemente su morena piel. “Susana, Susanita, cómo te atreves a recibirme así con el calentón que traigo…”

- Hola, guapísima.

Le planté un casto beso en la mejilla y ella me rodeó en un abrazo amoroso.

- Pero qué guapo vienes.. ¿te has cortado el pelo?, ¿estás yendo al gimnasio? ¿qué es? Porque te veo diferente, a ver, a ver, date la vuelta.

Parecía una marioneta entre los brazos de mi amiga, ella con su vocecita chillona y su capacidad para decir mil cosas en menos de 20 segundos, me miraba de arriba abajo satisfecha con lo que tenía delante.

- Sí, las dos cosas. Pero déjame pasar guapa, si seguimos en la puerta en cualquier momento algún vecino podrá verte en bragas.

Sus ojos verdes, que parecían esmeraldas incrustadas en un rostro de muñeca casi mulata, me miraron desafiantes.

Una vez dentro pude observar que nada en el apartamento de Susana había cambiado desde la última vez que estuve allí. Su perfecto y cálido desorden seguía como siempre. Su sofá burdeos repleto de cojines con encajes, en la estantería un montón de revistas y periódicos se apilaban de forma caótica. Una alfombra persa descansaba debajo de una mesita circular de madera tallada con una especie de leyenda oriental. En las paredes lucían varios pósters en blanco y negro al mismo tiempo que algún óleo surrealista, y una fotografía familiar. Nada de lo que había en el apartamento tenía algo que ver con nada, cada mueble y cada detalle eran de distinta procedencia, pero todo lo que allí había tenía un toque especial, un toque exótico, cálido, todo llevaba impresa el sello Susana: “no importa que nada combine, yo soy así de caótica y conseguiré que me adores por ello”.

Me senté en el sofá suponiendo que tomaríamos un té de esos que ella consumía, o simplemente una cerveza. Pero Susana tenía otros planes pensados para mí.

Se sentó a horcajadas encima mío y comenzó a acariciarme el cabello de tal forma que todo el vello de mi pellejo se erizó al instante, no siendo lo único que empezaba a cobrar vida.

- ¿Sabes que me he acordado mucho de ti estos días? He pensado tanto en ti que he tenido que hacer cosas malas.

Su melosa voz empezaba a inundarme los sentidos, qué guarra era, me ponía morritos y se mecía sobre mis muslos haciendo que en cada movimiento su monte acariciara mi espada.

- He tenido que hacérmelo yo sola, ¿sabes? Muchas veces. He estado tan excitada que yo creo que hasta mi padre ha oído como me corría…

Cerré los ojos intentando conservar algo de cordura, tenía que contenerme, si me la follaba en ese momento estaría enseñándole que sus llamadas tenían exactamente el efecto que ella quería. Intentaba mantenerme frío pero mis manos ya estaban apretando sus duritas y redondas nalgas. Difícil tarea la mía cuando sus pezones, a través de aquella camiseta que poco dejaba a la imaginación, desafiaban a la gravedad apuntando directamente a mi pecho.

- Nena, deberíamos ir pidiendo algo para comer, ya casi es la hora, y tú sabes que estos chinos mientras matan al perro y lo cocinan…

Zas, puñetazo en el hombro y bien merecido. Apretó un poco mi paquete que había crecido considerablemente y comenzó a hacer círculos sobre él mientras se mordía el labio inferior.

- No es eso lo que quiere comer mi amiga la de aquí abajo…

“Está bien”, pensé. Agarré su camiseta y de un tirón se la bajé hasta la cintura, haciendo que dos maravillosas tetas redondas saltaran al instante y aparecieran ante mí. Si era capaz de ver aquello sin perder el control, sería capaz de todo hoy. Además, necesitaba verlas de una vez. Las masajeé brevemente y pellizqué sus pezones haciéndola gemir, no sé si de placer o de dolor, quizá de las dos cosas.

- Nena, primero comemos, y luego ya veremos lo que hacemos.

Con cuidado la levanté y me puse de pie frente a ella. Le di un beso a cada una sus tetas y con una fuerte palmada en el culo la hice avanzar hacia la silla que tenía a su derecha.

Podía oler su coño desde mi posición, sin duda ahí abajo tenía que estar húmeda esperándome ansiosa.

Me miró medio enfurruñada, medio resignada mientras se anudaba los tirantes de la camiseta que le había roto hacía apenas un minuto.

No sólo le estaba haciendo un favor a su inestable cabecita, también quería tenerla hambrienta, más hambrienta aun de lo que ya estaba. Me excitaba soberanamente tener a aquella mujer deseosa, caliente y capaz de cualquier cosa por que le diera lo suyo.

Comimos tranquilamente mientras charlábamos sobre las pocas novedades que nuestras vidas habían experimentado en el último mes.

Susana hablaba sin parar, hablaba de lo triste que había estado durante el último mes, se quejaba de su padre, de lo poco valorada que se sentía por él, de “la zorra gitana de su amante” y de cuando en cuando caía alguna que otra indirecta sobre lo cachonda que estaba. Aleteaba su mano izquierda sin descanso mientras que con la derecha, usando palillos con una destreza admirable, se llevaba a la boca fideos y me volvía loco cada vez que alguno se le quedaba colgado del labio y tenía que sorberlo o relamerse.

Tras terminar la comida los dos nos sentamos en el sofá con intención de reposar un rato. Entonces, Susana volvió a mirarme con aquellos enormes ojos suplicantes, y apoyó su mano en mi muslo de manera peligrosa.

- Óscar, por favor.

- Por favor, qué.

Oh, sí, el horno estaba a punto, a punto de arder en llamas.

Se inclinó hacia mí, y se acercó a mi oído izquierdo.

- Ya sabes qué.

Aquel susurro en mi oído, con su aliento golpeándome sensualmente y su lengua jugando con el lóbulo de mi oreja era más de lo que este pobre empalmado podía soportar. La miré unos segundos a los ojos, segundos que para ambos se hicieron eternos.

- Desnúdate.

Mi tono era seco, directo. Y ella no esperó ni un segundo para sacarse de un tirón la camiseta y bajarse las bragas hasta los pies. Se colocó delante de mí de pie, como a la espera de un movimiento por mi parte.

Es tan guapa, tan perfecta… Esos pechos ni grandes ni pequeños, perfectamente abarcables por mis manos, ese vientre liso, suave, moreno, sus largas piernas torneadas y su triángulo… su sexo depilado, húmedo. Me sobrepuse a la tentación de enterrarme directamente en él, y tras tomar aire decidí continuar mi jugada.

- Demuéstrame las ganas que tienes.

Una mirada a sus ojos e inmediatamente otra hacia mi bulto la hizo entender perfectamente lo que le estaba pidiendo. Ella se agachó y palpo por encima de mis vaqueros aquella prominencia que amenazaba con atravesar la cremallera.

Lo cierto es que me había empalmado ya varias veces durante aquella mañana, y temía que tanta erección sin consuelo terminara generándome un fuerte dolor de huevos.

Un poco ansiosa me desabrochó los pantalones y dejó que mi polla saltara como un resorte, tremendamente dura y palpitante. La rodeó con las manos y me miró, ya de rodillas, como si no entendiera cómo podía haberle estado negando aquello toda la mañana.

Sin dejar de mirarme a los ojos, Susana fue bajando lentamente la cabeza en dirección a mi pene erecto. Tenía la boca semi abierta y sus carnosos labios previamente humedecidos. Lamió primero el capullo, con mimo y de forma lasciva sacaba la lengua y me miraba desafiante. A medida que aumentaba la velocidad de sus lametones, fue engullendo mi polla hasta que la tuvo totalmente clavada en la garganta.

Cosas como aquella me recordaban por qué era tan especial mi Susana, porque nadie la chupaba como ella, nadie le ponía tanto interés, tanto mimo y tantas ganas.

Con mi mano en su nuca, fui acompañando sus movimientos. Sus labios presionaban el tronco sin dejar de recorrerlo arriba y abajo. Con la otra mano iba masajeando sus pechos, primero uno, luego el otro, pellizcando sus pezones que gritaban erectos lo cachonda que estaba.

Joder, qué bien lo hacía, me sentía en el cielo. Con cuidado le separé la cabeza de mí.

- Nena, si sigues así me voy a correr y no va a quedar nada para ti.

- ¿Vas a follarme?

“Si me lo pides así..” Le hice un gesto con la mano para que se acercara y se sentó encima de mí dándome la espalda. Su frondosa melena que me tapaba toda la cara apenas me dejaba ver más allá de ella. Comencé a acariciar sus rodillas, suavemente, casi haciéndole cosquillas, tenía la piel de gallina y sentí como dejaba caer su nuca en mi hombro y cerraba los ojos. Continué la andadura por la cara interior de los muslos que permanecían ligeramente separados. Cada vez que me acercaba a su zona peligrosa paraba y volvía a empezar, entonces ella arqueaba la espalda y buscaba mis manos con desesperación.

- Shhhh.. fiera, no tengas prisa – le susurré al oído.

- Óscar, por favor – su tono, más agudo y bajito de lo normal, casi confundiéndose con un gemido, me excitaba muchísimo.

Visité sus pechos y su estómago, me dejaba caer en su monte de venus y con cuidado pasaba un solo dedo por sus labios. Su sexo ya estaba abierto, podía sentir su humedad, su cuerpo no paraba de pedirme guerra mediante movimientos convulsivos y vaivenes. Acaricié su clítoris, muy suave al principio, pero poco a poco fui acomodándome al ir y venir de sus caderas hasta arrancarle un gemido profundo. Mis dedos, como torbellinos, giraban en círculos presionando suavemente.

- Dioooss.. fóllame o méteme algo ya.

La levanté un poco tomándola por las nalgas y comencé a palpar con el pene la entrada de su sexo. Al sentirlo, Susana buscó con urgencia mi polla y comenzó a clavársela lentamente fundiéndonos ambos en un sonoro gemido, hasta acabar sentada sobre mis piernas, totalmente empalada.

Podía sentir la calidez de su interior envolviéndome el miembro, sus fluídos me empapaban ya las pelotas y esa cueva que se contraía por momentos me hizo suspirar.

- Cariño, me quedaría así para siempre, pero muévete un poco nena.

Al principio despacio y poco a poco aumentando el ritmo, Susana se clavaba una y otra vez en mí, yo le ayudaba levantándole las caderas y a cada embestida atrayéndola más fuerte contra mi cuerpo.

- Date la vuelta, guapa, quiero verte.

Haciendo un movimiento casi acrobático, Susana se giró y quedó de nuevo sentada a horcajadas sobre mí moviéndose furiosamente. Ahora sí, ahora sí podía ver ese par de tetas moverse, su cabeza inclinada mirando al techo y su cabello desparramado por la espalda, encima de los hombros y algún que otro mechón en la cara.

- Ah… me encanta cómo te mueves, nena.

Ella no decía nada, sólo podía oir sus gemidos y el choque de nuestros sexos en cada cabalgada. Apoyaba las manos en mis hombros, clavándome ligeramente las uñas, su piel brillaba bajo la cálida luz que entraba por el ventanal . Era tan excitante verla sobre mí como apoderarme de su cuerpo bajo el mío.

- Joder, voy a correrme.

Aceleró el ritmo y yo con ella, sus gemidos se hacían mas fuertes, sus uñas se clavaban con más fuerza en mi espalda y su rostro se tornaba tenso. Y con un profundo gemido empezó a convulsionarse sobre mí, humedeciendo mis muslos escandalosamente. Mi miembro, estrangulado por su sexo en éxtasis, se vació en su interior en tres intensas embestidas.

Quedamos pecho contra pecho durante un rato, no sé cuánto.

Diario de un soltero – Yo, Óscar

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Vivir en una gran urbanización tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Un complejo residencial requiere de los servicios de un portero físico, un portero que te saluda cada mañana, da igual el humor con el que se haya despertado, mi portero todas las mañanas me regala un afectuoso “Buenos días, Óscar”. También saca la basura y se encarga del mantenimiento, y esa es una gran ventaja.

Me gusta la vidilla que le dan las familias con niños, niños inquietos que salen a la placita cada tarde a jugar, sus madres llamándoles a voces desde la ventana… Es ventajoso para alguien que vive solo, cuya única compañía son sus dos gatos, Comino y Azafrán, y sus pequeños bienes en forma de muebles y electrodomésticos.

Por supuesto también tiene algún que otro inconveniente, especialmente cuando te tocan como vecinos una pareja ruidosa que lo mismo te despiertan de madrugada que en la siesta golpeando el cabecero de su cama contra la pared de tu habitación. En realidad, no siempre es tan jodido, a veces, cuando la calentura me sube, que no es sólo “a veces” sino “muchas veces”, mis vecinos dan para paja.

Concretamente ella es la que da para paja, me siento enteramente heterosexual hasta ahora, y ella está jodidamente buena. Por eso, cuando estoy hasta las pelotas de aguantar el vaivén de muelles, golpes, síes y de oír como gritan el nombre de Dios en vano, intento sacar algo de provecho a la situación y me imagino a la calentorra de mi vecina, con su enmarañada melena negra al viento y su cuerpazo andaluz cabalgándome. Porque lo que está claro es que tanto por los sonidos como por la frecuencia de sus polvos, mi vecina Candela, tiene que ser muy puta.

Los polvos son tan frecuentes que incluso a veces consigo sincronizar mi paja con ellos. Y como reto personal, me propongo que nos corramos los tres a la vez.

Yo no sé si ella finge o la cabrona es una diosa del orgasmo, pero chillar chilla… Espero que sea de placer y no de dolor, porque el ruido de los manotazos que le mete el novio llega hasta mis oídos. Manotazos que deben ser unos azotes de la hostia, teniendo en cuenta que el tío está hecho un figurín de gimnasio.

A mí me parece perfecto, no critico en absoluto al chaval, si yo encontrara una morena tan fogosa como ella también la tendría rindiendo día y noche. Pero no todos corremos la misma suerte o no todos buscamos “el amor”.

A mí por novias me han tocado dos mojigatas. Con una empecé a salir en el insti y no conseguí follármela hasta el último curso, la muy zorra después de mil calentones y un solo polvo me dejó por otro. La otra ya tenía algo de experiencia cuando nos conocimos, estábamos los dos en la universidad y aunque pasamos dos años muy bonitos, muy entretenidos y muy amorosos, ambos coincidimos finalmente en que no estábamos hechos el uno para el otro. Ella buscaba un príncipe azul como los de los cuentos de su abuela: que la alimentara, que le hiciera varios retoños, un maromo al que vestir y poner un plato en la mesa día tras día, vaya. Y yo no quería eso, al menos no en aquella época, no quería convertir mi vida en una rutina atado a una mujer muy guapa, muy educada y sin ninguna inquietud ni pasión en la vida.

De modo que desde entonces estoy soltero y sin compromiso, vivo solo, hago lo que quiero y cuando quiero, tengo un buen trabajo y de vez en cuando traigo alguna amiguita a casa y nos consolamos mutuamente.

No soy muy de salir a buitrear en discotecas, soy más de cerveza en antros o cubata en pubs donde al menos se escuche música decente. Así que mi amiguita es una follamiga que tengo fija, y no puedo perderla porque saliendo de antros difícilmente encuentre alguna como ella.

Cuando digo “amiguita” estoy hablando de Susana.

A Susana la conocí en un pub por el que me dejo caer muy a menudo. Era amiga de una amiga y una noche, el destino quiso que acabara a cuatro patas en mi cama, desde entonces mantenemos una relación amor-odio un poco adictiva para ella y bastante liberadora para mí. Con Susana soy el domador de yeguas, soy “Óscar el fuerte, el grande y el bestia”.

No es que necesite a ninguna mujer más en mi cama, ni mucho menos, con ella estoy sobrado, pero lo cierto es que tampoco sé por cuánto tiempo podré mantener esta situación, tener una compañera de cama cuando me conviene, y pensar que esto puede acabarse me da un poco de miedo.

Tengo miedo de que Susana se enamore de mí, es una jodida dependiente emocional, me asusta que un día, tras una de nuestros encuentros bestiales en los que me complace al noventa y nueve por cien, ella no quiera irse a casa. Por eso úlitmamente intento verla solo de cuando en cuando, para no alimentar su dependencia hacia mi polla. Porque en el fondo, Susana no es una simple compañera de viajes al cielo, la quiero mucho y no quiero hacerle daño.

Hablando de Susana, anoche me llamó, al principio su voz sonó un poco irritada y lastimosa a la vez, hasta que finalmente explotó:

- ¡Estoy hasta el coño, Óscar! Se fue hace tres días, joder, ni una puta llamada.

Llamadita de sócorro, pensé. Era típico en ella, un bellezón con la autoestima por los suelos que no acaba de aceptar que su padre rehaga su vida con otra mujer diferente a su difunta madre.

- Susana, cariño, está con su amiga, déjalo tranquilo, ya es mayorcito para saber lo que hace, y tú también lo eres para cuidarte sola.

Silencio… Sin duda algo en mi comentario o en mi tono de voz le había molestado.

- ¿Qué insinúas?- chilló -Joder, eres un cabrón igual que él ¿De verdad es tan difícil de entender para ti?

A medida que hablaba su voz se iba convirtiendo en un sollozo hasta terminar en un “para ti” agudo y poco inteligible. Entonces rompió a llorar, y ya sólo oía una triste vocecilla que se sorbía a ratos la nariz entre puchero y puchero.

- Me siento muy sola, Óscar, hace siglos que no nos vemos, ¿no podrías venir mañana a comer a casa?

Ella era la súplica personificada, pero qué bien me conoce… Entendía perfectamente que accediendo a sus chantajes emocionales sólo conseguiría alimentar su dependencia, pero me sabía tremendamente mal dejarla así, y qué demonios, es verdad que hacía mucho que no echaba un casquete con mi morena favorita.

Intenté calmarla con mi tono más comprensivo y dulce.

- Eh, nena, vamos, no te pongas así. Son rachas, cariño. Mañana pasamos el día juntos, ¿vale? Si quieres pedimos comida china, nos damos atracón de helado y vemos Pretty Woman.

Conseguí sacarle una tímida carcajada, al menos hasta mañana habría conseguido que su humor mejorase.

Así pues, esta mañana, tras mis rutinas habituales, recoger el apartamento, desayunar, salir a correr en torno a 25 minutos, darme una buena ducha, y preparar unas latas de atún a Comino y Azafrán, salí de casa con intención de ver a Susana.

En el rellano me crucé con Candela, que cargaba una pequeña maleta de viaje y parecía tener prisa. Sin embargo no podía perder la oportunidad de entablar una breve conversación con ella y deleitarme la vista con sus escandalosas curvas.

- Buenos días ¿viaje?

Me miró con su eterna y oscura mirada seductora de diva, y me regaló una sonrisa como las que solo ella sabe dibujar.

- Sí, vuelvo pasado mañana, viaje de trabajo, ya sabes, un coñazo. Pero bueno, así no me aburro de siempre lo mismo.

“Si tú no te aburres, fiera…” El simple hecho de recordar sus gemidos provenientes de la habitación contigua despertó a la cabezona que dormía en mis pantalones.

Como buen caballero, y afable vecino que soy le abrí la puerta del portal, y la dejé pasar a ella primero. Así de paso pude echar un vistazo a ese pandero enfundado en unos vaqueros ceñidos, que me dan ganas de hacerle un redoble cada vez que lo veo.

- Pues que tengas buen viaje.

Y guiñándole un ojo, desaparecí doblando la esquina del bloque, antes de que esa sensualidad que transmite por todos sus poros terminara de matarme.

Cuando el amor toma el mando (1): Taxi driver

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Dentro del restaurante Avellino´s, cuando el atardecer se filtraba por las ventanas, se respiraba un ambiente acogedor y agradable. El hilo musical obsequiaba a los parroquianos con las armoniosas notas de piano, de cadencia sosegada y tranquila pero, en opinión de algún melómano de oído afinado, con un poso triste. La mayoría de las mesas estaban ocupadas por parejas. Saboreando sus platos, entre bocado y bocado, se sonreían, confiaban confidencias, se miraban a los ojos durante instantes de silencio elocuente y, entre plato y plato, aprovechaban que tenían las manos libres para entrelazarlas el uno al otro. Los chascarrillos y las anécdotas cumplían su misión gracias al vino compañero de los entrantes y a los licores de sobremesa. Los ánimos comenzaban a subir acompañando a los anhelos, mientras el telón del día apuntaba a una función nocturna de lo más animada.

La velada transcurría también apacible para Ingrid, aunque no compartía mesa ni tenía nadie delante; el camarero, ese de aspecto jovial de graciosas mechas rubias, se había encargado de retirar el otro cubierto. A pesar de su soledad intervenida por el resto de parejas, Ingrid encaraba voluntariosa aquella cena. Nunca se había bebido ella sola una botella de cava completa, pero siempre había una primera vez para todo. Sentía las burbujas emerger en la azotea de su cerebro, ligereza en las extremidades y la invasión total de su cuerpo de una exultante sensación contenida, que aguardaba para las subsiguientes horas de la jornada nocturna.

-¿Desea que le muestre nuestra carta de postres?

Aquella cuestión interrumpió sus florecientes pensamientos que brotaban constantes en su cabeza, debido a su incipiente estado de euforia etílica. Le costó un poco centrar la mirada en la del camarero. Tenía unos rasgos naif, como si su infancia se resistiera a abandonarlo. ¿Cuántos años tendría? Ingrid calculó su misma edad o quizá unos años más joven. Un yogurín apetecible. Eso es lo que le pedía el cuerpo de postre.

-Tomare unos profiteroles cubiertos de chocolate caliente, por favor.

De repente recordó los estrictos designios a los que la sometía la interminable dieta que mantenía desde hacía ya tanto tiempo, pero aquella noche era especial: sería especial. La sensación que la embargaba incitaba a atravesar límites, a establecer nuevas fronteras. El riesgo del vértigo la acongojaba y la animaba al unísono. Aquella fecha se distinguía entre muchas otras y nada ni nadie evitaría que Ingrid se lo pasara en grande, ninguna persona, ninguna inhibición ni norma social. Después de deleitarse con el postre, pidió un café largo acompañado de un licor on the rokcs que le darían unas palmaditas en la espalda y acabaría por decantar la balanza en el lado opuesto de la prudencia. Al hacerlo, juguetona, se relamió lentamente una gota de cacao en la comisura de los labios. El joven camarero, muy profesional a pesar de su edad, le portó estoico la taza y el vaso relleno de orujo de hierbas y hielo. El primero, caliente, tardo en bebérselo entre soplidos y sorbos; el segundo en dos tragos. Le hizo ojitos cuando le pidió la cuenta y no se percató que el nombre del DNI y el de la tarjeta no coincidían. Cuando se la devolvió, la yema de su índice aprovechó para deslizarse suavemente sobre la palma de su mano, durante unos breves segundos. Su mirada pareció momentáneamente provocativa y libidinosa, para después volver a sus tareas.

Al incorporarse, vacilante añoró el equilibrio horas antes sólido y, al salir del establecimiento, el firmamento le venció la mirada. La noche había cubierto la ciudad con su manto, que, contrariada, se oponía a la oscuridad con farolas, neones y reclamos luminosos, murmullos, cláxones y carcajadas lejanas al silencio. Las calles hervían en un trasiego de gente noctámbula que iban y venían e Ingrid quería zambullirse en un animoso baño María.

Caminó un trayecto largo a sabiendas, hasta que dio con lo que andaba buscando: una parada de taxis. De la fila de coches, eligió el que, a su criterio, mantenía una línea distinguida, elegante y honorable, trasmitiéndole confianza el embellecedor de la marca que le resultaba conocido, tres aspas envueltas en un círculo.

La primera sensación que la invadió al entrar al habitáculo de los asientos traseros fue el intenso olor a pino. El conductor mantenía una limpieza presentable a pesar de la presunta mudanza permanente de viajeros que obligaba la jornada; el tapizado se mantenía impoluto con un forro oscuro, los cristales transparentes y el efecto de estar en medio de un frondoso bosque artificial, en medio del núcleo urbano, impresión que se acentuaba al cerrar la puerta, amortiguando el ruido del tráfico y los transeúntes. Otorgaba una especial intimidad, como una reserva de tranquilidad y confort, apenas perturbada por el sonido que salía de la radio, a un volumen prudente.

El chofer ajustó el espejo retrovisor para que sus miradas coincidieran como en un túnel, él a un extremo, Ingrid al otro. Eran ojos oscuros pero no trasmitían opacidad, vivaces y accesibles, que rápidamente la interrogaron:

-Buenas noches, ¿a dónde, señorita?

La voz tenía un tono grave, viril, una dicción férrea, con aplomo que exudaba masculinidad. Ingrid se sintió segura y relajada, ejerciendo de pasajera de aquel hombre. Acomodándose, intentó empaparse de aquella percepción aunque aun persistía la incertidumbre, desasosiego dulzón provocado por el exceso de alcohol, cantidad no perjudicial pero a la cual no estaba acostumbrada a ingerir: este hecho había que añadirlo a otros para convencerse de que aquella noche era especial. Iba a ser especial. Apoyó su cabeza y noto que aun le daba vueltas; trató de estirar las piernas y notó un pálpito entre ellas, cierto calor interno, un cosquilleo, lúbrico y húmedo.

-Lléveme a la calle X con la Y.

El conductor sujetaba sereno el volante, las manos de dedos anchos y velludos a las dos menos cuarto. Cambiaba de marchas con decisión, en un movimiento ágil y asequible pero con un ápice de contundencia: el coche obedecía servil sin exabruptos. Seguramente aquellos ojos tendrían que haber lidiado con clientes de todos los colores pero daba la impresión que, exhibiendo aquellos ademanes, habría salido airoso de cualquier entuerto. Y no solo de aquella empresa, quizá también seria eficiente en otras empresas… La radio la desvió de sus pensamientos, asentándola en la realidad. Tras una fanfarria, el locutor de informativos daba cuenta de la nueva cifra del paro, que batía un nuevo y triste record. Los ojos del taxista se dejaron mostrar un poco afectados y dejaron paso a un suspiro y un comentario al caso:

-Esta crisis va a acabar con todo. No sé hasta dónde vamos a llegar…

Ingrid no iba a permitir que aquel tema deprimente tiñera el espíritu de la noche. Tampoco eran de su gusto aquellos diálogos donde dos agoreros se lamían sus heridas para reconfortarse y no solucionar nada. Consideraba aquella actitud débil, acorralada y pusilánime. Despreciaba cuando podía a los hombres de esa calaña pero no quería derribar la efigie que estaba creando de aquel hombre que la transportaba en su pequeña, aseada y aplicada parcela. Seguro que debajo de esas desalentadoras palabras, podría ayudar a emerger otras con tintes más vigorosos y, si se esforzaba, incluso vehementes.

-¿Sabe? Cuenta mi madre, que su abuela…

-O sea, tu bisabuela.

Aquella voz cavernosa la había interrumpido para corregirla y, además, incluía un tuteo que hacia olvidar el protocolario y átono señorita anterior. La sensación de humedad se escampaba entre sus piernas, acaparando su ropa interior. Si la cosa seguía así, puede que manchara el inmaculado asiento. Ingrid no se mostró turbada sino divertida y quería seguir sintiéndose así. No calibraba si podía ser incorrecto dejarse llevar por estos sentimientos y amplificarlos.

-Sí, mi bisabuela. Pues me contaba mi madre que ella tuvo que pasar graves penurias durante la posguerra.

Sonó un silbido que reforzaba la sensación de atención que le dispensaba el chofer. A lo mejor era deformación profesional, o tal vez, realmente estaba interesado en su historia. O en ella.

-Sí, aquellos tiempos sí que fueron realmente duros-esta respuesta corroboraba el interés pero aun dudaba entre las dos alternativas que imaginaba la provocaban.

-Tenía un molino y fabricaba harina. Después la vendía y así sacaba el sustento para su familia. Y tenía siete hijos.

Otro silbido. La cosa iba bien.

-¡Dios! Siete bocas que alimentar…

-Nueve, contando la suya y la de su marido.

-O sea, tu bisabuelo.

-Sí, el abuelo de mi madre. Con el trabajo en el molino apenas sacaba para alimentarse durante cinco días, eso si mantenía algún día ayuno su marido y ella.

El taxi llego al destino pero el chofer se limitó a detener la marcha del coche, manteniendo el motor encendido. Los ojos demandaban más información, esperando que la historia continuase.

-La mujer tenía que buscarse la vida en tiempos mucho más duros en comparación a estos.

Los ojos asentían casi a cada frase, receptivos. El conductor abandonó la doble fila para estacionar en cordón, dejando libre su carril para que pasaran más vehículos.

-Como puede ver, a pesar de las tremendas adversidades, aquella mujer logró seguir adelante, prueba de ello somos las generaciones posteriores.

-Sí. El mejor ejemplo eres tú. Gracias a la fuerza y tesón de tu bisabuela, pudo nacer tu abuela y después tu madre que te parió a ti, que saliste tan guapa y lozana.

La humedad que anidaba en su entrepierna, se había saturado, mojando la zona baja de sus braguitas y, por consiguiente, empapando el mullido asiento. Ingrid imaginó la mancha aumentando su área, agrandándose bajo sus posaderas, a la par de su lujuria y excitación.

Los ojos, animados en el pequeño reflejo del retrovisor, parecían mantenerse expectantes, esperando una réplica a su último comentario, algo en la misma línea, que fuera a más.

-¿Cuánto le debo?

-…Ah, sí…-por primera vez notó la voz vacilante, como si, por unos instantes, se sintiera descolocada, pero rápida y profesional, se corrigió pronunciando en negrita la cifra del importe.

Ingrid se sonrió interiormente. No solía hablar tanto y tan distendido con desconocidos, tenía la impresión de dar pie a confusiones y prestarse a malas interpretaciones. Los hombres eran así. Sí se les daba pie, una simple e inocente conversación podía desembocar en una situación tan embarazosa como incómoda. Para evitar esto, Ingrid entendía conveniente utilizar la antipatía para acotar abyectas intenciones. Aunque, siendo sinceros, aquella calificación variaba según la persona y la situación. Los machos, a pesar de ostentar aparentemente fuerza y poder, eran tan previsibles que no se daban cuenta que esas cualidades eran otorgadas siempre por ellas mismas. Por ello, Ingrid se sentía una mujer especial y, aquella noche, era la situación excepcional. Cuando, rebuscando en su bolso, encontró la tarjeta de crédito no tocaya, sintió que la mancha se hacía cada vez más grande y densa, abarcando ya la totalidad de sus nalgas y conquistando terreno circundante. La desechó, dejándola deslizarse entre sus dedos, enterrándola en la amalgama interno de su bolso. Se dirigió a los ojos del retrovisor, donde adivinó cierta extrañeza ante la demora. Este descubrimiento provocó un travieso recreo en Ingrid.

-Señor… Lamento decirle que no llevo dinero encima-los ojos se pusieron en blanco por un segundo para después fruncir el ceño; se oyó un fastidiado chasquido de lengua-. Pero estoy dispuesta a pagarle la carrera. No olvide mi ascendencia de mujeres decididas y resueltas, como mi madre, la madre de mi madre y la madre de la madre de mi madre-se esforzó lo indecible para reprimir una carcajada y, a pesar de cubrir su desbocada sonrisa con su mano, no apostó a que aquellos ojos habían inadvertido su velado gesto.

-Sí, sí, y tu bisabuela también-dijo la voz con un acento hastiado que, aun así, mantenía su masculinidad-. Y como me vas a pagar, ¿con harina?-un brazo abarco el cabezal del asiento del copiloto, a modo de interrogación.

Ingrid rió por entre dientes.

-Si me ha prestado atención, recordará que le dije que con la harina, mi bisabuela apenas sacaba para alimentar a su prole durante cinco días. Pero la semana tiene siete.

-Sí, como el número de sus hijos-el hastío pasó a segundo plano para dar protagonismo a cierto atisbo de curiosidad.

Ingrid agarró fuertemente con las dos manos el volante de la charla, dispuesta a guiarla hacía la dirección que se le antojó. No sabía si llegaría a su destino, porque lo desconocía. Permaneció en un silencio vigilante, solo perturbado por el inofensivo ronroneo del motor y una liviana melodía procedente de la emisora olvidada. El macho, como de costumbre, dócil siguió la senda que se le marcaba.

-¿Y como se lo hacía para alimentarlos los dos días que faltan?

-Mi bisabuela era una mujer resolutiva y tenaz. Estas cualidades han sido heredadas por todas las mujeres de mi familia. Yo me siento dueña de esa capacidad, de ese instinto que nace para superar obstáculos y no dejarse amilanar. Si mi bisabuela se sobrepuso ante un país hecho escombros tras una guerra civil, ¿cree usted que yo voy a amedrentarme ante la tarifa de una carrera urbana?

La melodía se interrumpió, el motor dejó de sonar y el temblor del coche ceso. Una intensa quietud se perpetuó en la estancia, sobredimensionando la atención hacia el relato que narraba Ingrid. Los ojos, en una mirada penetrante y directa, pedían, casi exigían, desvelar el planteado interrogante, la emisión del desenlace a aquella historia. Los dedos que tamborileaban el volante, confirmaban aquel sugestionado ambiente.

-Usted antes ha alabado mi belleza. También es heredada. De mi bisabuela-sus manos cubrieron la parte interior de sus muslos-. Tendría que haberla visto a mi edad. La recuerdo en esas fotos en blanco y negro, difuminadas por la mala calidad y el paso del tiempo-levemente, los separó sintiendo un hilo de flujo que se mantenía unido sus labios vaginales que ahora describían una obertura cada vez mayor-. Tenía una cara resplandeciente, unos grandes ojos, pómulos marcados, labios carnosos, pecho abundante, cintura de avispa, muslos prietos…-saboreaba las palabras, las arrastraba por su paladar, enredándolas en su lengua para pronunciarlas lentamente, de una forma sensual y abrasiva. Presionó el pedal del acelerador, impaciente en llegar a su incierto destino, que cada vez que se sentía más próxima, vislumbraba mejor. El macho debería idéntico trayecto, a pies juntillas dispuesto de anteojeras-. Todos los hombres la devoraban con la mirada, y acudían prestos al molino, a pesar de que las existencias de harina se habían acabado.

Los ojos la escrutaban desde el retrovisor. Los dedos del brazo extendido acariciaban el cabezal del asiento contiguo, pellizcaban el material, lo agarraban, apretaban, parecían moldearlo. El pulgar de Ingrid alcanzó el elástico de sus braguitas, en índice y el corazón se internaron por debajo de la tela mojada, untando sus yemas de la secreción lubricante que seguía manando de su interior; notó su clítoris hinchado bajo una espesa capa de líquido.

-¿Sabe cómo le voy a pagar el viaje?-la pregunta era retórica, pues no se esperaba respuesta y durante la pausa no la hubo-. De la misma manera con la que salía adelante la abuela de mi madre. Ya sabe, mi bisabuela…

Y casi antes de percibir el abrir y cerrar de puertas, notó como el conductor se abalanzaba sobre ella por todo el asiento trasero, como una tibia ola de gran tamaño que sorprende al incauto bañista en la orilla. Entró como un vendaval, como un alud pálido de pesada nieve, como un telón que se precipita y sorprende a todo el reparto sobre el escenario. En las distancias cortas, las primeras sensaciones percibidas fueron la presión de su cuerpo caliente sobre el suyo, el insípido olor a perfume barato, y el planear de su aliento de fumador por cuello, mejilla y boca. También notó que era admirador del brandi, peligroso pecado para un chofer. Su lengua era una serpiente húmeda, inquieta y resabiada que escudriñaba cualquier rincón, dejando un abundante rastro de saliva; recorrió ambos lados del cuello provocando cosquillas a Ingrid, se entrometía en sus orejas previo mordisco en el lóbulo, en ocasiones tan fuerte que imaginaba partir los pendientes, y finalmente, chapoteaba en su boca, chocando, enredándose con su gemela, en una lucha sin cuartel, un ovillo de carne que no cejaba en forcejear, frotarse sin descanso.

Ingrid había visto en partes a aquel hombre pero, aun teniéndolo encima, era incapaz de completar una imagen total de él.

Amasó su cabello, moreno, abundante, con incipientes rizos. Sus hombros se proclamaban anchos, su complexión era resultona, con algunas zonas flácidas, pero en general apetecible. Sus formas eran bruscas, toscas. La trataba como los elementos a una marioneta huérfana de hilos. Su barba de varios días raspaba su cutis, la agarraba del tronco para ladearla, le sujetaba la cabeza para comerle la boca con apremio, estrujaba sus pechos con premura, ausente de formas y delicadeza. Sus manos recorrían su cuerpo de manera endiablada y ansiosa, por encima y finalmente por debajo de las prendas. Habiendo profanado sus partes más íntimas, sus dedos irrumpían si avisar en cualquier hueco y orificio. Dos dedos penetraron de golpe como perdigones en su vagina, rebuscando en su interior para después explorar su esfínter, con cierta molestia y escozor al no dar tiempo siquiera que su ano se dilatara. La agarró de las caderas, en un arrebato de pasión, y retrasó su cuerpo haciendo que la cabeza, hasta ahora apoyada en la ventanilla, se golpeara con el reposabrazos de la puerta. No eran caricias, eran aspavientos, no eran besos, eran lametones, el deseo irrefrenable superaba todos los límites de velocidad, no era esparcimiento, era necesidad. Ni tan siquiera sexo, era puro vicio.

Ingrid, por su parte, veía el vaso medio lleno: toda aquella rudeza, el compendio de brusquedad rayana a la vulgaridad, el obrar sumido en las prisas y la desesperación en contraposición a la ternura y la buena letra, como novedad la excitaban. Aquel hombre, ese extraño que acababa de conocer de forma casual, que no era nadie en su vida desde hacía cinco minutos antes, ahora se la comía literalmente, presa de una concupiscencia que ella había provocado, víctima de su rúbrica, del deseo que su cuerpo de mujer emanaba y le había obnubilado transformándolo por completo en una imperiosa necesidad sexual que anulaba sus obligaciones, compromisos y decoro. Ella había causado todo ello, ella lo había hipnotizado con éxito, divirtiéndose en el proceso y disfrutando ahora su resultado con el añadido de no saber bien como iba a acabar, hecho que añadía emoción y cierto riesgo. Ella, a fin de cuentas y así lo creía, había ejercido su poder y había vencido.

Para aquella noche se había perfumado con su mejor loción, pasado por la peluquería y depilado las piernas, factores que Ingrid consideraba importantes que el hombre omitió con sus ardores y arranques: de golpe le abrió las piernas con las dos manos, le arrancó las bragas y la penetró con fuerza. Su miembro rocoso entro como un obús en su vagina, chocando con las paredes, insistiendo en llegar al fondo de una forma urgente, más que penetrarla parecía escarbar, martillear en su interior, fuerza bruta que la llenaba de gozo y deleite. Esa parte de su anatomía también se la tenía que imaginar, ya en su interior calculó su tamaño y grosor, vivo y latente que laceraba su interior como una cuchilla al rojo.

En cada embestida, en cada empellón, la arrinconaba al lado opuesto, haciendo que torciera el cuello contra la puerta, hecha una maraña de carne. La temperatura aumentaba y las ventanillas empezaban a empañarse, pero aun así, a Ingrid le pareció ver siluetas en el exterior. Estas presencias la intranquilizaron inicialmente pero encontró estimulante compartir aquella impúdica intimidad, que su obra tuviera testigos sin rostro que pudieran apreciar su poderío. Por si había alguien que no se había enterado, Ingrid decidió aumentar el volumen de sus gemidos, secundando así los gruñidos que aquel hombre emitía en sus esfuerzos por ensartarla una y otra vez, con fricción acelerada. Parecía exhausto, con sus resoplidos y resuellos, pero sacaba fuerzas de flaqueza en su apurado aliento para llegar hasta el final. Ella, al intuir próximo el orgasmo, se dejó ir, contagiada por la brusquedad de su desconocido compañero. Le agarró de la nuca como una zarpa, clavando sus uñas en la carne, para adoptar una posición fija y poder acompasar mejor el ritmo del vaivén. Con la otra mano, agarró su camisa, haciendo saltar varios botones, manoseo su velloso torso, sustituyéndolo después por sus posaderas, que palmoteó con la mano abierta y no dejó de mullir aferrando sus dedos en ellas.

A medida que la conclusión se intuía, el ritmo se hacía más frenético. Los empujones eran cada vez más fuertes y violentos, los gemidos se convertían en gritos de puro lívido. Ingrid disfrutaba de las cargas sin concierto, de las puñaladas de carne indiscriminadas que parecían atravesarla sin clemencia. En el repetido choque de cuerpos, el de él comenzó a estremecerse, un tembleque que parecía trasmitirse a todo el coche: se iba a correr. Para corroborarlo, empezó a gritar con una voz transmutada por la lujuria:

-¡Me corro! ¡Me corro!

Ingrid se revolvió, retrasó sus piernas y las utilizo como resorte para, de un empujón, desprenderse de aquel hombre de encima, despidiéndole hacia el otro lado, sacándolo de ella, justo en el momento en que, su miembro como un surtidor comenzó a eyacular con un chorro espeso y abundante, aterrizando en sus ropas, empapando casi todo su cuerpo, desde el cuello hasta las pantorrillas. El hombre resbaló su espalda lentamente por la puerta opuesta, recuperando el aliento jadeante, momento que ella aprovecho para agarrar la maneta de la suya y salir de allí, aterrizando a gatas en la acera e incorporándose un poco aturdida para verse rodeada de un grupo de personas que la miraban en una pose congelada de desconcierto.

Parecían maniquíes en su quietud, sostenían cigarros y copas de cóctel, con los ojos muy abiertos, expresiones de asombro e incomodidad. Detrás de ellos, un edificio iluminado que invitaba a entrar, cosa que hizo, abriéndose paso entre los pasmados inmóviles. Dentro de la amplia sala había más gente. Alcanzó una copa de la bandeja de un camarero que reanudaba su ruta ofreciendo combinados, que bebió de un trago, avivando la chispa que anidaba en lo más profundo de su ser. Las paredes eran de un blanco iluminado, decoradas con grandes cuadros de fotografías artísticas en blanco y negro: paisajes urbanos, naturaleza muerta, retratos de gente anónima… Entre uno de esos rostros estaba el de ella. El fotógrafo que exponía en la galería, se sintió trastornado porque gran parte de la gente abandonó la sala cuando algo afuera desplazó la atención de su obra, y esa sensación se agravó al creer reconocer a una de las modelos ocasionales, no profesional para dar más pátina de autenticidad a sus fotografías, una amiga común, de trato afable, un tanto tímida. Pero la imagen que ahora vio no se correspondía al recuerdo que de ella tenía: su pelo estaba alborotado, sus prendas agitadas sobre su figura con una indecorosa mancha que la cubría casi en su totalidad. Sus miradas se cruzaron y él tuvo que volver a mirarla para cerciorarse que era aquella chica, mientras ella, con un paso ondulante pero decidido sobre sus tacones, se dirigió a la salida, abandonando la exposición sin mirar atrás.

La madre de Ingrid nunca conoció a su abuela porque ésta murió en el parto de su única hija, allá en el año treinta y siete. Por consiguiente, Ingrid nunca escuchó ninguna historia atribuida a la abuela de su madre. O sea, su bisabuela…

Diario de Josefina Pettinato. 27.05.2013

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Querido diario hoy comienzo a escribirte porque se ciernen algunos nubarrones sobre mi vida y quiero que tú, y los lectores de todorelatos compartaís mis experiencias.

27 de mayo de 2013.

En Madrid aún hace frío. En el pequeño huerto de la casa, las tomateras apenas han crecido. Corre un viento fresco, escesívamente fresco, diría yo.

Me gusta escribir estas páginas al atardecer, cuando el sol va ya de retirada, pintando las nubes del horizónte de fuego. Caundo la noche se adivina cercana.

Ayer estaba escribiendo en la terraza del dormitorio. De vez en cuando, para pensar lo que poner, paraba. Se veián las encinas oscuras recortadas contra el cielo amarillo.

Nuestra casa es de la última linea de la urbanización y colinda con el campo. Comenzaba a haber poca luz para escribir.

Paré definitivamene, dejando la pluma sobre la mesa y observé a mi esposo Guillermo inclinado, trabajando en sus rosales de rosas amarillas. Examina las hojas y las flores en busca de pulgón, y los mata a mano. Uno a uno. ¡jQué paciencia!. No quiere usar insecticidas, tiene cierta obsesión por lo ecológico.

Guillermo está algo envejecido desde que le conocí hace tres años. Conserva todo el pelo, ya casi totalmente blanco, a pesar de que solo tiene 53 años. Aún me atrae mi esposo. Es un hombre alto, con una percha impresionante de casi uno noventa. No puedo reprimir un profundo sentimiento de gratitud y de amor cuando le veo ensimismado en sus cosas. Él es mi refugio y mi seguridad.

Es una persona fuerte, y no me refiero a lo físico. Nunca albergó duda alguna sobre nuestra relación. A pesar de la oposición frontal de algunas de las personas más cercanas a él a que nos casáramos. Sobre todo la zorra de su hermana. No la soporto y menos ella a mí.

Siempre ha tenido claro nuestro amor, a pesar de la diferencia de edad, yo tengo 25 años, 28 menos que él. Siempre supo que lo nuestro iba a continuar, a pesar de nuestras procedencias, tan abismalmente distintas. Guillermo proviene de familia adinerada, empresarios y banqueros. Yo soy una simple periodista con pretensiones de escritora, y mi padre era taxista. Y digo era, porque nos dejó hace ya cinco años.

Mi esposo se giró y me miró desde su rosaleda.

-¿No tienes frío, ahí sentada en el balcón?-

Le sonreí y le negué con la cabeza. Él insistió.

-Tu manía de escribir en ese balcón te va a constar un resfriado de los gordos cualquier día. Ya lo verás-

-No te preocupes Guille. Estoy bien abrigada- Me cogí la rebeca por el pecho y se la enseñé. -No tengo frío mi amor-

Era mentira, estaba helada, sobre todo los pies. Disimulé un ratito y en seguida cogí mi diario y la pluma y entre al dormitorio. Es una habitación enorme, decorada un poco a la antigua según mis gustos, demasiado clásica.

Al cerrar la puerta corredera de cristal noté el calor abrazándome. El termostato siempre esta a 25 grados, en invierno y en verano. Es mi temperatura ideal.

Me desprendí del rebecón de lana color crudo y de toda la ropa interior y me puse mi batita de estar en casa. Está muy vieja, pero me encanta estar con ella, creo que está hecha a mí y yo a ella. Es cortita, a medio muslo. Me gusta estar desnuda bajo la bata. Me gusta atar el cinturón y sentir la sensación de mis senos libres y mi cosita sin apreturas ni abrigos inecesarios. Siempre he disfrutado de la desnudez, me provoca una sensación de agradable libertad.

Bajé a la cocina y herví judías verdes, patatas y un huevo para cada uno. Oí mientras estaba atareada con los fogones a Guillermo entrando en casa. Se daría como cada tarde su baño y después cenaríamos.

-Josefina-

-Dime-

-Mañana salgo para Londres. Sólo estaré un día- Se apresuró a matizar.

-¡Joder!. ¿Otra vez a Londres?. Estuviste allí la semana pasada- Dije con enfado.

-Ya hija. ¿Qué quieres que le haga?. Sabes que cuando tengo que ir a un sitio, es que tengo que ir-

-Vaya fastidio-

Le observaba cenándose sus judias con patatas y huevo duro. Cómo se pone el aceite y machaca las patatas con el tenedor. Me volvió a invadir un sentimiento de ternura hacia mi esposo. Pero esta vez aderezado con una buena porción de apetito sexual.

-Me voy a dar un baño caliente, amor- Guille había tenido razón. Me sentía helada aún. Desde que entre de la terraza no había terminado de entrar en calor.

-¡Lo vés! ¿A qué te has quedado fría?. Te lo he dicho mil veces. Mientras no haga mejor, deberías escribir dentro. Como en invierno-

-Tienes razón cariño. Como siempre- Le dije mientras recogía la mesa y metía los platos en el lavavajillas.

Antes de subir me acerqué y le dí un beso en la boca. Uno de esos besos con los que una mujer comunica sus ganas al esposo. La mano de Guille se coló durante el beso por debajo del batín y acarició los mofletes del culo. Recorriéndolo de lado a lado y en redóndo, apretando el moflete, estrujando y volviendo a acariciar.

Me encantó sentir su mano caliente recorrer mis territorios traseros.

-¿Lo ves? Aún tienes el culo frío- Nos reimos. Yo le pregunté con voz mimosona e insinuante.

-Pero………¿Te gusta?-

No contestó.

Puso su dedito sobre el mismísimo orificio anal, colándolo entre los dos cachetes. Es increíble la punteria que tiene el condenado.

Me miró directo a los ojos y sacó la lengua, moviendola de lado a lado de sus labios y a la vez comenzó a hacer el mismo movimiento con el dedo junto al agujerito de mi culete.

Me abrí de piernas para facilitar, para sentir mejor el toqueteo sobre mi arete.

Guille dirigió su dedo hacia alante, buscando la rajita donde yo quería que llegara y comprobó mis ganas, delatadas por esas gotitas de aceite que se me escapaban ya.

Se untó el dedo con ellos y volvió a culo. Apretó, comunicándome sus intenciones de sodomizarlo y yo respóndí aflojando el esfinter y abriéndole la bata para que mis pechos quedaran a la altura de sus morritos. Yo estaba de pie y el sentado.

-¡Qué buenísima estas hija!

Tomé uno de mis pechos y se lo puse junto a los labios. El sacó la lengua y comenzó a darle poniendo la lengua dura. Sabe como ponerme cardiaca en cinco segundos. Como levantar mis pitones. Sabe que juego hacer y como hacerlo.

El dedo entró en mi culo y perdí la vista un par de segundos por culpa del placer.

-¿Te gusta, así?¿O lo quieres más fuerte?

Siguíó lamiendo mi pezón. Pero yo le cambié de teta.

-Sigue Guille, sigueee- Se lo pedí en medio de un jadeo pesado, mi respiración entrecortada. Abriendo aún más las piernas. Sintiéndome como una golfa.

Metí tres dedos de mi mano derecha en su boca y el los llenó de saliva, sabe lo que me gusta y lo que ha de hacer.

Me los puse directamente sobre el coño, embadurnándolo todo con la saliva, busqué el clítoris y comencé a masturbarlo.

-¡Como me gusta verte así, cielo! Así de burra-

-Insúltame Guille-

-¡Cómo me gusta verte así, so zorra! Siempre has sido muy puta, pero cada día lo eres más y más te gusta que te follen el culo!

-Ahhhhhhhhhhh. Sigue, sigue, sigue-

-Zorra- Y me mordió el pezón, casi haciendome daño-

-Puta- Mordiendo el del otro pecho.

Cuando estoy en esas y me insultan la excitación me sube como la espuma. Me vuelvo loca.

Tiré la bata al suelo quedándome desnuda del todo.

Vino un azote de mi marido en el culo, fuerte, sonoro, junto a otro bocado en mi tetilla. Me hizo daño con ambos. Peró me gustó tanto que sentí venir el orgasmos con mis dedos jugando abajo.

-Me voy a correr Guille. Me corro-

-No. Espera, espera-

Me sentó en la mesa y apartó mi mano masturbadora

-Tócate tu las tetas, déjame a mi esto, cerda-

Se inclinó y sentí su lengua llegar. ¡Joder! ¡Qué gustazo tan inmenso!

Jadee como una perra. Suspire leves gritos mientras aquella lengua juguetona me hacía verdaderas perrerías.

La mesa estaba recogida y me tumbé para dejarle hacer mejor. Abriendo los muslos hasta el infinito.

Él metió tres o cuatro dedos en el coño totalmente mojado ya y se abalanzó con sus fauces sobre la presa.

¡Cómo me come mi esposo!

Grité fuerte y él aumentó la velocidad de su mano folladora. Y unos de los dedos de la otra mano volvió a llenarme el culo.

-¡Córrete puta!

No hizo falta nada más.

Guillermo notó las convulsiones del orgasmo en sus dedos y en su boca.

Quedamos así un buen rato. Yo exhausta por el episodio. Él sentado en la silla, besando mis pies y acariciando mis muslos y mi pubis.

Luego se levantó y se reclinó sobre mi cuerpo desnudo, Me beso los pezones aún mojados por su saliva.

-Anda sube y date ese baño. Entrarás en calor del todo-

Le besé y subí las escaleras rejuvenecida por el orgasmo pero triste por él.

Querido diario, Guillermo lleva sin tener un orgasmo conmigo más de dos meses. Las veces que me ha penetrado, se le ha venido a bajo a los cinco o diez minutos.

No tengo quejas en cuanto a orgasmos míos. Mi esposo me satisface haciendo lo que le pida, o lo que el intuye que deseo. Pero estoy preocupada por él. No quiere que hablemos del tema y yo respeto eso.

Pero intuyo que este cambio va a cambiar nuestras vidas.

Tal vez alguno de los lectores quieran seguirme en facebook Josefina Pettinato Llopis

Gracias por compartir conmigo.

Mi jefe Luis, conseguido el objetivo

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Mi jefe acaba de entrar a una reunión. Así que aprovecho para contaros como va la mañana.
La excesiva transparencia del vestido rosa me obliga a vestir algo encima. La longitud del modelito no es mucha, a medio muslo. Tengo una rebeca de punto, finita que me cubre el culo y es la que he llevado sobre la gasa del vestido para ocultar mi desnudez. Porque creerme que voy casi desnuda con ese vestido……. Se transparenta totalmente el tanga. Los pezones sin sujetador se adivinan con detalle.

Sentir tu peso encima. Tu culebra rebuscando entre mis piernas.

Insúltame, dime puta, dime zorra. Sabes que me gusta.

Que mi coño húmedo y hambriento te reciba mientras me tiras del pelo y me tratas como a una ramera barata.

Es una de mis fantasías. Siempre he soñado ser por un día una de esas zorras de polígono. Desnuda en la calle bajo la gabardina.

Envidio en mis fantasías su disponibilidad total. Al primero que llegue con veinte euros.

Cuando pasa un coche abrir la gabardina y sentirte observada por los conductores. Mostrando el culo con ese tanga minúsculo. Las tetas al viento.

Me he levantado cachonda hoy, y los platos rotos los va a pagar mi jefe.

Ya he follado con él. Me interesa tenerlo contento, necesito un buen aumento en mi sueldo y a la vez asegurar el puesto con esto de la crisis. Mi jefe va va a recibir un regalo hoy, un regalo muy especial.

El vestido de polyester rayón, en tonos rosa es transparentoso. Sólo lo visto en ocasiones muy particulares. Si uso tanga en un color que contraste con el rosa, negro por ejemplo, se nota tras la tela rosa el triangulito del coño por delante y la tira sobre los mofletes del culo. Me lo he puesto para ir al trabajo, y por encima una rebeca llarga y fina, de lana, que me tapa lo suficiente.

Al llegar a la ofis, he subido un café a Luis. Así se llama el jefe. y cuando llevábamos diez minutos a solas me he quitado la rebequita.

-Joder Ivana- ¿Cómo vienes así? ¿Estás revoltosilla esta mañana?, ¡Me vas a matar!-

Me reí.

-Perdona Luis. No he caído, en serio. Si quieres me pongo la rebeca de nuevo-

-Ni hablar. Estás loca. Estoy mayor y la vista es lo único que me queda-

-No seas mentiroso, Luis. Y lo del otro día ¿qué?.

La semana pasada tuve la segunda experiencia sexual con Luis. Aunque la primera casi no cuenta porque Luis estaba borracho y creo que no acabó de creérselo. Fuimos a comer el martes pasado y me atacó muy directamente. Me dijo que necesitaba estar conmigo y que había reservado habitación en un hotel. Así, de sopetón.

Acepté.

-Lo del otro día lo tenía planeado- se ha reído -Me había tomado una de esas pastillas azules que te ponen en forma-

-¿En serio?-

-Si, las tomo hace tiempo-

Toda esta charla la hemos tenido con los ojos de Luis clavados en mis senos. Me hace gracia observarle. Se va poniendo más y más caliente. El poliester deja entrever la linea redonda que delimieta mis pezones y el bultito de la punta de mis senos.

-Dentro de una hora llega la visita. Ya sabes los de los seguros-

-Sí-

-Tengo viagra en el cajón, pero tarda en………. ya sabes. ¡Crees que debo tomar una!-

No le he contestado. He separado la silla de mi mesa y me he girado hacia él. Es de esas sillas con brazos, de cuero negro, rotatorias. Luis me ha mirado con cara de tonto. Me he reido cruzando las piernas.

-¡Joder, Ivana, eres la hostia! ¡Cómo estás hija!

Ha ido hasta su mesa apresuradamente y me ha enseñado un blister de viagra. Se la ha tomado con un sorbo de agua, mirándome a los ojos. Luego ha venido a mi mesa, se ha colocado detrás de mí y me ha acariciado la melena roja.

-Me encanta tu pelo. Es un sueño tenerte, Ivana- He notado cariño paternal en sus palabras. Sé que el que él tenga casi 55 años y yo tan solo 23 hace que lo nuestro le resulte increíble.

El aumento de sueldo lo tengo casi amarrado creo. Ya veremos.

Luego se ha ido a su mesa.

-No quiero ni verte hasta que termine la reunión con esos gilipoyas-

Eso ha dicho pero mientras trabajábamos no ha dejado de obsequiarme con frecuentes observaciones.

Cuando han llegado los del seguro me he salido del despacho para dejarlos a solas y he colgado un par de fotos en mi tablón de facebook.

Media hora calculo que han estado reunidos.

-Ivana, acompaña a los señores-

Me ha dicho Luis al salir de su reunión.

Luego he subido de nuevo al despacho.

-¿Cómo habéis tardado tan poco?. ¿No decías que era muy importante?- Luis me miraba desde su inmensa mesa de caoba. Yo con mi rebequita encima, abotonada, por si entraba alguien. De repente he decidido que no me la iba a quitar hasta que él me lo pidiese o lo insinuase. Y no he podido evitar una sonrisa que él ha notado.

-¿De que te ríes Ivana? Sabes que por tu culpa, no estaba concentrado, ni para mucha reunión. Hemos dejado cerrados un par de asuntos, los verdaderamente importantes de los que te pedí que preparases, y lo demás les he dicho que lo dejabamos para la semana que viene. Iré yo a su oficina. Les he dado una escusa personal, inteligente, basada en la realidad, ya sabes que mi esposa va hoy al médico por lo de la espalda. Les he dicho que no quería dejarla ir sola-

Luis no suele fumar en la oficina. Sólo cuando está muy nervioso por algo.

Se ha dirigido a la ventana y la ha abierto, luego ha resbucado en la caja de puros. Finalmente ha tomado un cohiba grande y ha iniciado su liturgia. Primero lo huele, después se lo lleva al oído y lo aplasta ligeramente, girándolo. Despés le da llama sin llevarlo a la boca, un buen rato y finalmente lo prende aspirando varias veces y soltando el humo, hasta que la punta del puro brilla roja, redonda y perfecta. Me encanta verle.

Es un cincuentón atractivo, ocurrente y gentil. Y a mí me trata desde que trabajo como su secretaria personal, como a una princesa.

-Por favor, mi vida- era la primera vez que me llamava “mi vida”-Quítate la rebeca. Me va a dar algo-

Le he mirado pausadamente, aguantando la mirada, contemplando su carita de niño indefenso a pesar de sus 55 años. Seria. Al cabo de un instante le he sonreido. Me he levantado y me he ido hasta el perchero, desabotonado la rebeca y dejándola colgada.

Sé que ha mirado mi culo. La tira del tanga negro dibujando el límite superior de los mofletes. He vuelto a la silla y me he sentado. Esperando. Dejándo que él tomase la iniciativa.

Con el puro encendido ha venido de nuevo a mi espalda. Creo que es su posición favorita. Me mi canalillo y más porcion de pechos y adimás mis muslos expuestos con la tela transparente remangada.

No esperaba su rapidez.

-Me vuelves loco, Ivana. Ya me ha hecho efecto la viagra-

Su mano se ha colado por el escote y me ha acariciado con un dedo el pezoncito. Que se ha puesto duro al momento.

-Luis, sabes que tengo novio. No quiero decir nada con eso. Sólo que lo nuestro ha de ser ocasional. No te encariñes de mí. Tú estas casado y no quiero romper esto-

No me contestó. Cogió mi pecho entero con su mano bajo el vestido y lo amasó con dulzura. Me encanta que me toquen las tetas, me pongo tan cachonda que me dan gans de gritar.

-Ahhh- Mi suspiro le hizo envalentonarse. Tomar confianza al ver que me excitaban sus maniobras.

-Eres una diosa, Ivana-

-Soy una putita, luis. No te lo he dicho pero me gusta que me insulten-

-Te pone cachonda. ¿A que sí zorra?-

Joder al oirle llamarme zorra un golpe de flujo ha venido a mi entrepierna, automáticamente.

He olido el olor inconfundible de un pene. Era el de Luis que se lo había extraido del pantalón y lo restregaba por mi pelo rojo.

-Ivana, sólo se que te necesito. Que has dado a mi vida una ilusión que creía muerta para siempre. Si tienes novio o yo estoy casado, eso puede seguir igual-

Me han sonado tan dulces sus palabras que no he podido resistime. Enfocando el sillón hacia el. Su pene me quedaba a la altura de las tetas. He mirado hacia arriba y he visto su cara ansiosa, el deso reflejado en su mirada. Sin dejar de mirarle he cogido la polla con mi mano y he comenzado a acariciarla y a subir y bajar la piel, lentamente. La tenía durísima, seguro que por la pastilla azul. Los hombres de su edad no tiene la erección tan poderosa.

-Uhhh, mi amor- Ha exalado la expresión como un suspiro, con sus manos apoyadas en mi cabeza, dirigiendola hacia el pene, invitandome a comerlo.

Pero yo he dejado caer el vestido rosa. El escote es inmenso y saco los hombros con facilidad. Mis senos blancos, salpicados de pecas han aparecido delante de los ojos de Luis. Luego he dejado caer saliva en ellos, he aproximado mi pecho al pene de mi jefe y cerrando los senos con mis manos lo he capturado entre ellos. Mirando de nuevo hacia arriba.

El se ha acordado de que me gusta que me inulten. -Eres toda una zorra profesional, ¡cerda!

Le he comido el pene con tantas ganas que en algún momento le he hecho daño y el ha tirado el culo hacia atrás. Pero en seguida ha vuelto a adelantarlo hasta mi boquita.

Lo he lamido con suavidad y lo he vuelto a masturbar con la mano.

-Cielo. No voy a aguantar mucho. Quitate el tanga-

Me he levantado y caminando hacia la mesa caoba he dejado caer el vestido por el camino. He quedado solo con los tacones, las medias y el tanga negro. He reposado mis pechos en la mesa dejando mi cuerpo doblado, mostrando a Luis el culo. Y he cerrado los ojos.

Le he sentido llegar con su boca. Apartando el tanga, bebiendo de mi almejita.

Su lengua a jugado entre los labios y en mi ano, no mucho tiempo, no se aguantaba.

Su tronco ha separado los labios, con la cabeza redonda y mojada preseminal. Luego me ha follado poco tiempo, muy rápido, gritando.

-Ah, ah, ah aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh-

Se ha quedado dentro de mi después de correrse reposando su cansancio.

-Me vas a llamar aprovechada. Luis. Pero necesito un aumento de sueldo. Creo que merezco un poco más-

-Ya había pensado en ello mi amor. No te preocupes-

He cogido el vestido y me he ido con el al baño que tiene el despacho.

Al entrar me he mirado en el espejo. Soy una artista

No es lo que parece

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-¡Bajamos a sacar la basura y de paso os traemos unos heladitos, ¿vale….?!

-¡Vale, hasta ahora….!

Jaime está a punto de lanzarse sobre mí nada más cerrarse la puerta, pero le freno… el ascensor que sube… se cierra la puerta… ¡están bajando!

-¡Ahora, venga, corre! – Me levanto la camiseta y me subo la faldita, mientras él se desabrocha los pantalones a toda la velocidad y se abre la camisa. Está erecto como un mástil, ¡llevamos tanto tiempo esperando…! Me siento sobre él, jadeando, guío su miembro hacia mi abertura cálida y húmeda, dentro de la cual se desliza hasta el fondo sin dificultad, pero aún así estrechamente… Jaimito jadea y me agarra de la cintura… Rodeo sus hombros con mi brazo para poderle mirar y dejarle las tetas en la cara, mientras subo una pierna al sofá para colocarme mejor, hemos visto ésta postura en una película…

-¡Uf… Anita, cada día estás más buena! – Gime, apenas audiblemente, mientras lame una de mis tetas y las agarra entre sus manos, con fuerza las mueve, las amasa, las aprieta, mientras yo no dejo de subir y bajar sobre su miembro… él hace un gesto casi de dolor – ¡Uy…. Haaah…. Espera, espera… mmmh… doce por uno, doce; doce por dos, veinticuatro; doce por tres, treinta y seis… aafffh…. ¡ya, venga, sigue!

El bueno de Jaime ha estado a punto de correrse y dejarme a medias, menos mal que sabe que puede sucederle y usa esos trucos; pero la verdad es que yo misma estoy que me fundo de gusto entre sus brazos y no puedo quedarme quieta, salto sobre su polla que me parte las entrañas, mis pechos botan…. Noto sus manos en ellos, pero una de ellas sube hasta mi boca, sus dedos se cuelan entre mis labios y los lamo cerrando los ojos, mientras oigo sus gemidos de fondo… sus dedos, empapados en mi saliva, bajan hasta mi sexo, ¡AH, SÍ….! ¡Está frotando mi clítoris….!

-¡Jaimeeeeeee…. Me… me encantaaaa… si sigues así…..!

-¿Qué…. Aaah… qué pasa… si sigo así….?

-¡Que me…. Que me voy a… aaaah…..! – pero no puedo seguir hablando, el placer es demasiado intenso, subidones de gusto estallan en mi cuerpo, mis brazos se acalambran, mi mano se cierra con fuerza en su hombro…. Me llega, mmmh…. Síiii…. Una sonrisa de placer se abre en mi rostro, un poderoso escalofrío de gusto me hace estremecer…. ¡y estallo! ¡Ooooooh, qué buenoooo….! ¡Mmmmmmmh…. Mis piernas tiemblan de placer, qué maravilla, todo mi cuerpo hierve, el placer me recorre entera…! Lentamente, el intenso gozo cambia a una deliciosa sensación de bienestar… Pero mi compañero aún no ha terminado. – Ah… ahora, te toca a ti.

Jaime me sonríe con cara de cachondo, mientras me acomodo frente a él, cara a cara, hundiéndole la cabeza entre mis tetas bamboleantes, y ensartándome hasta el fondo… Jaimito se derrite de gusto… me acuclillo frente a él, y empiezo a cabalgarle como una desesperada, rápido, rápido, volverán enseguida, se nos acaba el tiempo… afortunadamente, mi compañero no aguanta demasiado unas embestidas tan seguidas y feroces… puedo ver cómo rompe a sudar, sus jadeos casi no le dejan respirar, y aún así no retira la cabeza de entre mis tetas, como si quisiera ahogarse literalmente entre ellas… su brazos se crispan en torno a mi cintura, y al fin sus caderas se elevan, aprieta los dientes para no gritar demasiado, echa hacia atrás la cabeza, sonriente, casi sorprendido… esa carita de gozón que me vuelve loca… su semen se derrama dentro de mí, y puedo sentirlo perfectamente… Jadeantes, extenuados, nos dejamos caer en el sofá, besándonos, acariciándonos la cara… y empezando a arreglarnos la ropa.

El ruido del ascensor nos hace pegar un salto en el sofá – ¡Tus padres! – susurra Jaime, arremetiéndose como puede la camisa dentro del pantalón, mientras yo me subo la falda y las bragas… de pronto nos quedamos paralizados por las palabras que acaban de salir de su boca… nos miramos con gesto confuso…

-¡NOSOTROS, somos los padres! – decimos a un tiempo, sonriendo, mientras llaman a la puerta, y corro a abrir.

-¡Hola, mamá! – dice mi hija Violeta – ¡Os hemos traído helado de turrón y vainilla!

-¡Mmmh, gracias, cielo! – contesto, cogiendo las tarrinas, mientras mi hija mayor se quita la cazadora vaquera y se acomoda en el otro sofá.

-¿Ya ha empezado la peli? – Ése es Simón, el pequeño, que tira las deportivas por el suelo para poner los pies en el sillón, junto a su hermana.

-Ahora mismo parece que se terminan los anuncios… – dice Jaime, mi marido, acomodando la manta del sofá, para ocultar la delatora mancha que ha quedado en el asiento y en su propio pantalón…

Supongo que esperabais otros protagonistas, dada la situación… pero con una hija de casi doce años y un hijo de nueve, las oportunidades son pocas, y hay que aprovecharlas todas.

Celos

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- Bueeeeno…. Me voy a echar la partidiña de dominó. Hasta luego, chatita.

Eso había sido lo que había dicho Heliodoro al salir de casa después de la comida y de reposar cinco minutitos, como tenía por costumbre. Amelia, su mujer, “Mielita”, como la llamaba de cariño su marido, había sonreído y asentido y se había puesto a retirar la mesa y fregar los cacharros con el jabón líquido, mientras cantaba aquello de “los chicos con las chicas, deben estar…”, aparentemente muy animada… pero apenas Helio salió por la puerta y le oyó bajar las escaleras, apretó entre sus manos el frasco del lavavajillas con tal fuerza, que lo vació por completo con un sonido de ¡prrrrrrrrtzt!

Heliodoro era un hombre sencillo, un fontanero muy bueno que, sin nadar en la abundancia, cobraba un sueldo bastante majo… No era muy alto, pero tampoco era bajo. Era delgado, sin ser fibroso ni delgaducho, tenía algunas entradas en su pelo muy negro, nariz muy larga, bigotito, ojillos traviesos y un acento de su Galicia natal del que nunca había sido capaz de desprenderse, pese a que había llegado a Madrid a la edad de doce años. Había entrado a trabajar de aprendiz de fontanero pocas semanas después de su llegada, y hoy día podía presumir de tener taller propio, vivir en un pisito en una zona bastante respetable, y tener un pequeño “seiscientos” aparcado frente a ella, para llevar al campo a su mujer los domingos. En cuanto a su mujer, Amelia, ella había nacido en Madrid, había estudiado el bachillerato y trabajado como taqui-meca en una pequeña empresa en la que un día, después de un corte de agua rutinario, se estropeó toda la instalación, y hubieron de llamar a un fontanero. Heliodoro llegó con su uniforme azul, y pese a no ser un hombre particularmente guapo, consiguió interesar a Amelia… por su parte, él se quedó bobo mirándola, con su faldita negra, su blusita azul de manga corta y su sonrisa radiante y su pelo castaño sobre sus ojos negrísimos y brillantes. Y se casaron.

Amelia siempre se había sentido afortunada por tener a su lado a Helio; un hombre sensato, cabal, cariñoso, muy bueno, enemigo de discusiones, complaciente y muy trabajador… y sobre todo, no demasiado guapo. En el barrio decían que era “un feo casado con una guapa”, pero a pesar de eso, nadie podía decir ni mu acerca de la virtud de Amelia… pero mucho se temía ella que quizá sí pudieran decirlo de su ingenuidad. Siempre había pensado que era una suerte que Helio no fuese guapo del todo, porque así podría vivir tranquila, sabiendo que ninguna lagartona se fijaría en un hombre tan común como él… pero era indudable que se había equivocado. Alguien quería quitarle a su Helio, y a no ser que ella hiciera algo pronto, quizá terminase por lograrlo.

La cosa había sido así: todos los días después de comer, Amelia insistía en apagar el televisor para que Helio se echase un sueñecito antes de volver al taller, mientras ella recogía los platos, pero desde hacía un mes, Helio había acortado su siesta a apenas una cabezada, y a veces ni eso, para ir a jugar una partida de dominó con los amigos del bar, después regresaba al taller, y cuando lo cerraba, subía a casa a cenar… esto, no hubiera tenido importancia, de no ser porque Amelia había bajado al bar hacía una semana para comprar un sifón, esperando encontrar allí a su marido, y no había rastro de éste. Preguntó por él a Antonio el del bar, pero éste le dijo que no había venido… ni ése día, ni ningún otro. Antonio le dijo que no se preocupase, ni se fuese a imaginar cosas raras, que Helio era un tipo muy serio, pero aquello no la tranquilizó… y menos cuando aquélla misma tarde, en el mercado, oyó cotillear a las vecinas acerca de que ya no había vergüenza ni decencia, porque los hombres ya no se esperaban ni a que oscureciese un poco para entrar en casa de Marisita, que todos sabían que trabajaba por las noches en un bar de copas, “de alterne”, para entendernos. Amelia preguntó a qué se referían, y las vecinas callaron y se miraron entre sí… unas sonrieron con suficiencia, como pensando “pobre ilusa…”, otras la miraron con lástima… finalmente, doña Angelita, le dijo:

-Yo, no he visto nada… si lo hubiera visto yo personalmente, hubiera ido enseguida a decírtelo a ti sola… pero me han contado que han visto a tu marido esta tarde, saliendo de casa de Marisita.

Un rayo que hubiera abierto la tierra a sus pies, no habría espantado tanto a Amelia. No… aquello no… su Helio, no…. No podía ser verdad… su marido, tan honesto, al que tanto quería… Sintió que sus mejillas se incendiaban, que las piernas le temblaban y los ojos se le humedecían sin que pudiera evitarlo. Llamó en su auxilio a todos los recursos de su autodominio, de la confianza que tenía en su esposo, de su propio orgullo porque las vecinas no la viesen así… Logró balbucear que no lo creía, que sin duda había sido otro hombre, fontaneros morenos parecidos a Helio los había a millares… Algunas de sus interlocutoras asintieron, como quien le da la razón a un tonto, otras se sonrieron con complicidad… Amelia no supo bien dónde ponía los pies hasta que llegó a su casa y se echó a llorar sin consuelo.

Aquélla noche, Helio notó que algo le pasaba a su Mielita, pero ella le sonreía, diciéndole que no sucedía nada, que todo estaba bien. Helio no siguió indagando, y cuando aquélla noche intentó ponerse cariñoso con ella y ésta le rechazo, empezó a pensar si su costilla no estaría embarazada…

Desde aquél día, Amelia había perdido peso, y se sentía morir cada vez que miraba a su marido… pero se propuso descubrirle con las manos en la masa, dispuesta a matarle si era verdad, y matar también a Marisita o a la que fuese que hallase en sus brazos. Durante el tiempo que su esposo estaba en el taller, Amelia empezó a leer, a devorar, un género que nunca la había atraído: las novelas policíacas. Estaba dispuesta a aprender todo lo que fuese preciso sobre cómo cometer el crimen perfecto; cómo ocultar huellas digitales, cómo deshacerse del cadáver… en principio, pensó que quería matarlos a cuchilladas, ver brotar su sangre para quedar satisfecha… luego pensó que aquello dejaría manchas delatoras y que Helio tenía fuerza suficiente para poder con ella, y lo descartó. También descartó el uso de armas de fuego, que causarían mucho ruido, y no sería nada discreto andar por la calle con la escopeta de caza de su marido… finalmente, pensó en llevar una aguja de coser empapada en lejía. Según uno de los libros, eso funcionaba… claro que en el libro, usaban curare y no lejía, pero a ver dónde conseguía ella curare… si no lo mataba, seguro que al menos, lo dejaba bien servido. Recordó que había que llevar guantes, y escribió una nota de suicidio a nombre de su marido. En ella explicaba que se sentía celoso de los otros clientes de Marisita y por eso decidía matarla y matarse él mismo. Era un buen plan…. Realmente, esos libritos, eran muy útiles… no era de extrañar que don Demetrio, el cura, estuviera tan en contra de ellos; entre asesinatos, sexo, robos, sexo, delitos, y sexo, no había por donde cogerlos… porque Amelia había descubierto que en aquéllas novelas… ¡las chicas hacían cosas! Con su marido, el sexo era bueno, sí, ella no tenía queja… pero siempre era igual: besos, caricias, palabras subidas de tono, fuera camisón, su marido sobre ella y pis-pas hasta que acababan. La mayor parte de las veces, él ni siquiera se desnudaba, o ella tan sólo se subía el camisón hasta el pecho… siempre a oscuras, siempre la misma postura… a ella no se le había ocurrido pensar que la penetración fuera posible de otra manera, o que uno fuese tan atrevido de mostrarse desnudo y hacer el amor a plena luz, viendo la cara del otro… la idea le resultaba vergonzosa, pero perversamente atrayente; sus orejas ardían recordando los pasajes explícitos que había leído, cosas como: “Carolynn se dejó caer sobre el ardiente miembro de Cooper, viendo los nervios del cuello de su amante, tensos, y su cara sudorosa por el placer, mientras ella misma se sentía atravesada y poseída, suspirando profundamente…”

El sexo de Amelia hacía cosas muy extrañas cuando ella leía o recordaba esas frases… picaba, su temperatura aumentaba y tenía muchas ganas de… bueno, para qué engañarse: de follar. De coger por banda a su marido y hacer con él todo lo que decían esas novelas… y empezó a pensar si no sería por eso que su marido veía a Marisita… porque ella no le daba el tipo de sexo que él deseaba. Por un lado, quería entenderle, perdonarle, no dejarle marchar… por otro, deseaba gritarle, abofetearle, insultarle y matarle por su traición. Así pasó la semana de preparativos, y aquél día, Helio había cogido su bufanda y bajado por las escaleras, dejándola fregando los platos, mientras iba a jugar “su partidiña”,… aunque iba a ver a Marisita.

Amelia se calzó y cogió su abrigo a toda prisa, salió por la puerta y acertó a ver a su marido al final de la calle. Corrió, cuidando de no hacer ruido o delatarse, y permaneciendo a distancia prudencial, con serpientes en el estómago. Una parte de ella no quería saber, quería vivir engañada, no enterarse de nada… la otra rabiaba por ver dónde iba, y otra rezaba para que no fuese al portal de Marisita… Helio cruzó el mercado, totalmente vacío y con los puestos cerrados, con Amelia detrás, sin ser vista. Pasó por la plaza, también vacía de niños donde sólo había un par de abuelos echando la siesta en sendos bancos, pasó frente a la zapatería López, cerrada también, y finalmente, llegó al portal 51: el portal de Marisita. Fue como un mazazo para Amelia, y sintió ganas de llorar a gritos allí mismo, pero se contuvo: tenía que seguir a su presa. Agarró la puerta antes de que se cerrase del todo, y mientras su marido subía, entró en el portal y subió detrás, silenciosamente. Helio estaba frente a la puerta del Primero A, la casa de ella; llamó y le abrió la propia Marisita, que vivía sola:

-¡Hola, Helio! – Amelia sintió deseos de matarla allí mismo, ¡sólo ella le llamaba Helio! – Venga, que está a punto de empezar, pasa.

-Gracias, y perdona que te moleste.

-Qué va a ser molestia, anda ya…

Marisita estaba a punto de cerrar la puerta, cuando Amelia se lanzó por el vano, entrando en la casa como un toro en una tienda de porcelanas:

-¡TE SORPRENDÍ, MALDITO CANALLA, MAL HOMBRE! ¡CRÁPULA!

-¡Mielita! ¡¿Pero qué haces tú aquí?!

-¡Le vas a llamar “mielita” a tu madre, golfo sinvergüenza! ¡¿Con que “esto” era tu “partidiña de dominó”, eh?!

Marisita había cerrado la puerta y miraba la escena con gesto divertido, mientras Amelia amenazaba a Helio a grito pelado y éste retrocedía, hasta dar con la espalda en la puerta de una alcoba.

- Que no, Mielita, que te equivocas, que yo te explicaré…

-¿¡Que me equivoco, caradura, CANALLA!? – gritó Amelia agarrando a su marido por las solapas del abrigo, quien la miraba con gesto aterrado y sudoroso.

-Por favor, no se ponga así… – intervino Marisita, que llevaba una bata de pirineo y un café en la mano – Deje que se lo explique… ¿usted es la señora de Helio, verdad?

-¡Yo soy la señora de TU PADRE, cacho golfa, destrozahogares! ¡Y como le pongas una mano encima a MI HOMBRE, te la arranco de cuajo! Y tú… tú…. – dijo, volviéndose a Helio, acercándose más a él, notando su aliento nervioso sobre sus labios… no quería que sucediese aquello, pero no podía evitarlo… tenía un aspecto tan aterrado y ella se sentía tan dominante… era como en las novelas, llenas de chicas malas que hacían que los hombres hicieran lo que ellas desearan… se estaba poniendo muy caliente. Miró a los labios entreabiertos de su esposo, a escasos milímetros de los suyos, sintió su jadeo sobre su piel y le pareció que se derretía de deseo… – tú…. Eres MÍO… sólo mío, ¿entiendes? Sólo mío… – Helio intentó hablar nuevamente, pero la boca de su esposa se abalanzó sobre la suya, y sintió su lengua atravesar sus labios con furia desbocada. De pronto, estaban dentro de la alcoba, en lugar de fuera de ella, y la puerta estaba cerrada. Helio no supo qué había pasado, y Amelia menos, pero a ninguno le importó demasiado. Amelia bajó el abrigo de su esposo hasta sus antebrazos para inmovilizárselos, y de un fenomenal empujón le tumbó sobre la cama de la alcoba, y al instante estaba a caballito sobre él, saboreando la perversión de aquél salvaje momento.

Helio no podía ni tragar saliva, ¿qué le había sucedido a su Mielita, una mujer tan calladita, tan formalita, tan…? Estaba celosa, no cabía ninguna duda, pero… ¿de cuándo a acá su esposa podía ser tan feroz? Helio estaba un poco asustado, y Amelia podía notar ese miedo… era increíblemente excitante… le besó sin poder contenerse mientras ella misma se desabrochaba la blusa, y ante los ojos desorbitados de su marido, recordó que nunca había visto sus pechos a plena luz, tan sólo en penumbra, porque a ella siempre le había dado vergüenza, y él nunca había insistido, porque también tenía vergüenza de su propio cuerpo…

“Dios mío… es un poco como si yo fuera un pendón…” pensó Amelia, pero no se detuvo; una fuerza superior se había apoderado de ella, y su deseo tomó las riendas de su personalidad; se quitó la blusa y la lanzó a un rincón. Estuvo a punto de quitarse también el sujetador, pero antes de eso, beso de nuevo a su marido: quería que éste sintiese tanto deseo como ella, no quería hacerlo demasiado rápido… recordó lo que había leído en las novelas, y lo juntó a su imaginación y su deseo. Empezó a lamer los labios de su esposo, y su rostro, recogiendo en su lengua las gotas de sudor de la excitación. El pecho de Helio subía y bajaba en golpes secos y las piernas le temblaban… intentó recordar cuándo fue la última vez que había estado tan excitado, pero no lo consiguió: su mente estaba demasiado copada de sensaciones como para centrarse en recuerdos. Sus manos aferraban la colcha, hubiera querido lanzarse sobre su esposa, aprovechar su fuerza para ponerla debajo de él y penetrarla en ese mismo momento, pero apenas hizo además de moverse, su esposa le apretó con mayor fuerza entre sus piernas, y le cogió la cara, apretándole los carrillos:

-Ni se te ocurra, maldito canalla… tú eres mío, y sólo estás para darme placer, ¿lo entiendes? Eres mi juguete, eres mi esclavo… Si te mueves, te mato aquí mismo, te estrangulo con las piernas y las manos, ¿entendido? – Amelia le apretó más y dirigió una mano al cuello de su marido, que jadeó en parte por la excitación, en parte por el miedo. “Está irresistible así….” Pensó ella “tan sumiso… tan a mi merced… ¡oh, tengo que tenerle AHORA!”

Se desprendió de su sujetador y su marido abrió los ojos al máximo, devorando la visión de los pechos de Amelia. Firmes, turgentes, con los pezones oscuros erectos y desafiantes. Amelia los apretó con sus manos, como había leído que hacían algunas chicas, mirando mientras lo hacía a su marido, que se mordía los labios de puro deseo. Se inclinó hacia él y le enterró la cabeza entre ellos, apretándolos contra su cara. Helio dejó escapar un gemido mientras las tetas de su esposa acariciaban y apretaban sus mejillas… eran cálidos, suaves, grandes… en el pecho de su esposa parecían modestos, pero sobre su cara, parecían enormes, apenas podía respirar… abrió la boca buscando aire y su lengua se disparó sola hacia ellos, para lamerlos, besarlos… Amelia suspiró de placer y dirigió uno de sus pechos a la boca de su marido, para que lo mamase plenamente. Helio pescó el pezón entre sus labios y succionó de él, con fuerza, Amelia gritó y a él le pareció que se le iba la vida entera…. Notó sus calzoncillos mojados y pringosos, le pareció que se sentía mejor que en toda su vida… pero aquello sólo acababa de empezar.

Amelia le agarró del jersey y tiró con fuerza para sacárselo por la cabeza, después tiró de la camisa para hacer saltar los botones y descubrir su pecho, peludo y sudado, pero a ella le pareció el hombre más irresistible del mundo, y deslizándose hacia abajo, empezó a lamerlo y besarlo, rozando sus pezones contra el estómago de su marido, que de nuevo comenzaba a jadear y notaba que su cuerpo reaccionaba ante el poderoso estímulo. Amelia llevó las manos al borde de su falda, la desabrochó y se la quitó, dejándola también tirada. Sus bragas eran muy blancas, pero mostraban una delatora mancha de humedad. A Helio le pareció que le salía humo de las orejas, mirando a su mujer sólo con las bragas y las mini medias, con los pechos húmedos de sudor y saliva y su sexo empapado de deseo…. ¿cómo era posible que fuera tan guapa? ¿Cómo podía ser tan guapa y que él no se hubiera dado cuenta hasta ahora?

Amelia llevó sus manos al bulto que había en el pantalón de su marido, y lo frotó con fuerza. Helio abrió la boca en un gemido mudo y se estremeció de gozo, luchando una vez más por liberarse y penetrarla, pero también intentando aguantar ese impulso… su esposa le estaba haciendo gozar muchísimo más que con la simple penetración, y deseaba esperar a ver todo lo que podía ofrecerle. Amelia sentía sus mejillas encendidas como brasas y una vergüenza espantosa… pero también un placer inmenso viendo gozar a su Helio y siendo mala, como las chicas de las novelas… Con deliberada lentitud, desabrochó el pantalón de su esposo y le retiró los calzoncillos. Helio asentía con la cabeza, pensando que por fin iba a poder ponerse sobre ella, por fin iba a poder penetrarla… pero se equivocaba. Su esposa se hizo un momento a un lado para quitarse las bragas, pero le miró con advertencia: no debía moverse. Helio obedeció, pese al trabajo que le costaba contenerse. De nuevo se sentó sobre él, sobre su pecho, frotando su sexo cálido y húmedo contra él. Su marido se retorcía de deseo, notando el maravilloso calor sobre su pecho… el sexo de su esposa le quemaba el corazón, le parecía que su sangre era lava hirviente…

Amelia subió por el pecho de su marido hasta dejar su sexo a la altura de su cara. Se acercó más y más, con deliberada lentitud, hasta que casi se rozaba con la punta de su nariz. Pensó que su esposo no entendería lo que ella deseaba, pero lo cierto es que boqueaba como un sediento a la vista de su humedad:

-Bésalo, miserable…. Pruébalo por primera y última vez antes de que te mate, maldito canalla… – susurró. Helio no se lo hizo repetir. Agarró las nalgas de su esposa con ambas manos para acercársela más y hundió su cara en su sexo, lamiendo los jugos de su Mielita como si en ello le fuera la vida. – ¡Aaaaaaaaaaaaah….. haaaaaaaaaaaaah, sí….. mmmmmmmmmmh….. no te pares….. No pares!

Amelia se retorcía de gozo, le parecía que estallaba, ella nunca había disfrutado así, jamás había sentido nada parecido. A Helio no se le había ocurrido nunca que el coño de una mujer pudiera ser besado, y menos aún con lengua, como una segunda boca, cálida y palpitante, y menos aún que una mujer pudiera gozar con ello… pero ahora que estaba en esas, le parecía lo más obvio del mundo, y siguió explorando con su lengua en el interior de su esposa. Rodeó los muslos de ésta con las manos y abrió sus labios para descubrir la perlita rosada que hasta entonces, nunca había visto, y sólo algunas veces había acariciado con los dedos. Apenas podía creer que algo tan hermoso, fuera para él, y la besó, succionando de ella. Amelia se mordió el puño en medio de salvajes gritos de placer:

-¡SÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII! ¡Más, sigue…. Por favor, no pareeeeeeeeeeeeeeees….! ¡Me encantaaaaaaaaaaah….!

Helio sintió que su polla gritaba igualmente de placer, intentó pensar en otra cosa, temeroso de que si se corría por segunda vez, quedaría agotado, pero lo que tenía delante era demasiado hermoso para no abandonarse a ello, estaba tan rico, era tan maravilloso ver gozar así a su Mielita… Con dos dedos, acarició sin piedad el clítoris, abultado y rojizo, mientras hundió de nuevo su boca en el coño de su mujer, y metió su lengua lo más profundo que pudo, rozando y apretando las paredes del sexo de su Mielita, explorando su interior, tragando sus salados jugos, notando cómo estos le empapaban el bigote y le chorreaban barbilla abajo. Movió la cabeza hacia uno y otro lado, sintiendo el maravilloso picor-cosquilleo que anunciaba su propio orgasmo, y lamió más profundamente, sin dejar de frotar entre sus dedos el indefenso clítoris, y pudo sentir cómo su cuerpo dejaba escapar un poderoso chorro de esperma hacia el techo, al tiempo que el sexo de su esposa temblaba, se contraía y palpitaba mientras ella se estremecía y gritaba de placer, y una potente ola de flujo le empapaba la cara.

Helio continuó acariciando las nalgas y muslos de su extenuada mujer, que temblaba aún de gozo después del orgasmo… “qué bueno ha sido…” pensaba “y pensar que tengo que matarle…” “Ha sido maravilloso” pensaba él “No sabía que me pudiese correr sin ni tocarme siquiera… y ella, cómo le tiembla el coñito cuando goza… es un encanto, mi Mielita…”. Las manos de Amelia, curvada hacia atrás, sin darse ni cuenta, se acercaban al sexo de su marido… Estaba chorreante y cálido, pero aún seguía duro y dispuesto… la excitación había sido muy fuerte, aunque Helio ahora ya no tenía fuerzas para estar encima, pese a que seguía teniendo ganas…. Bueno, Amelia sabía que no era imprescindible que estuviese encima.

“¿¡Otro?!” pensó Helio viéndola acercarse decididamente a su miembro, pero no se le ocurrió poner ni media pega. Amelia miró detenidamente la polla de su esposo… hasta entonces, nunca la había visto. De pronto, pensó en lo tonta que había sido y en que aquello no tenía nada de qué avergonzarse, sino de qué enorgullecerse… un pene erecto era algo bellísimo. Se acercó con los ojos cerrados y olfateó su olor, potente, acre, pero atrayente… sacó la lengua y lamió golosamente los restos de la descarga anterior. Helio emitió un gemido derrotado y apretó la colcha con los puños para resistir el placer que de nuevo recorría su cuerpo desde los riñones a la nuca en deliciosos calambres… Amelia sintió que su deseo crecía nuevamente y no fue capaz de esperar más: montó a su marido y se ensartó sobre su polla húmeda y tórrida. Helio gritó sin poder contenerse, ¡era increíble! ¡Era fabuloso! ¡A pesar de haber eyaculado dos veces, al estar tan excitado, el placer era salvaje, y al estar debajo, entraba tan bien….! ¡Qué maravilla! Amelia se puso a cabalgar sobre su esposo y a pesar de que ella también acababa de correrse, notó que su placer crecía rápidamente, anunciando un nuevo orgasmo, ¡apenas lo podía creer…! ¡No sabía que se podían tener dos orgasmos seguidos!

Helio agarró a su Mielita de las caderas, suaves y redondeadas, para ayudarla a cabalgar, y su esposa le llevó una de las manos a sus pechos, que botaban al ritmo de la cabalgada. Helio quiso llorar de felicidad, pero apenas podía respirar por el placer. Sintió el sexo de su esposa, húmedo y lubricado como nunca, abrazar su polla, brincar sobre ella, llenarle de gozo y calor, mientras con una mano le apretaba las caderas y con la otra masajeaba y apretaba sus pechos. Amelia asentía con la cabeza, también incapaz de hablar, sintiendo en cada cabalgada cómo el frote con la polla de su marido aumentaba más y más el placer, el calor, el gozo… éste subía por su espina dorsal en olas cada vez más cálidas, hasta que al fin, una oleada más fuerte la dominó, el placer la atacó desde las corvas, lo sintió en sus riñones, y subió hasta sus hombros, haciendo que de nuevo su coño se convulsionara y abrazara la polla de su marido, que también se corrió en aquél momento al sentir las contracciones, derramándose dentro de ella, con las manos juntas en el momento…

Amelia se dejó caer junto a su marido, sudorosa, extenuada… pero satisfecha. Su pasión había sido aplacada, y se sentía tan bien, tan feliz… a su infiel marido podía matarle más tarde, de momento, se sentía en la Gloria… Helio tenía una sonrisa tonta en la cara… él siempre había estado muy contento de su Mielita, pero nunca se le había ocurrido pensar que el sexo pudiera ser tan bueno, tan salvaje, tan agotador, tan… fantástico. Estaba claro que su mujer había venido allí con el número cambiado, pero si eso les había proporcionado el nuevo descubrimiento del sexo, benditos fueran los celos mil veces.

-¿Que vienes aquí para QUÉ? – logró decir Amelia.

-Ya te dije, Mielita, que te equivocabas, pero no me dejaste explicártelo, vidiña… – dijo su esposo fumando el cigarrillo post-coital que le gustaba tanto echar – yo vengo aquí a ver al J.R. Como después de comer, siempre me apagabas la tele para que durmiera y no me dejabas ver el serial, pensé en verlo en el bar, pero allí na más que ponen fútbol, y no puede uno cambiar el canal, y si un hombre ve los seriales, le miran mal, así que pensé, “¿Dónde puedo yo ver al J.R. sin que nadie se meta conmigo?” Y me decidí a preguntar a Marisita, ella también lo ve, así que vine aquí todas las tardes a ver el serial, pero ella te puede decir que yo no le he tocado nunca ni un peliño de la ropa, ni le he aceptado ni un café siquiera.

-Pero… pero… ¿porqué no me lo dijiste? Te hubiera dejado verlo en casa…

-Como te me ponías siempre tan pesada con lo de la siesta, que si no, no descanso, que me levanto mu pronto, y que si no, no rindo… mujer, me daba nosequé llevarte la contraria… y también me podías haber preguntao tú que dónde estaba cuando no me encontraste en el bar… esa noche te lo hubiera contao todo, yo no tengo nada que ocultar y nada que temer.

Amelia apoyó la cabeza en las manos, aún tumbada desnuda sobre la cama de la casa de Marisita… Por una parte, aquello le sonaba a cuento chino, por otra… era algo que encajaba perfectamente con su Helio, siempre evitando cualquier discusión. De todos modos, cuando salió de la habitación, preguntó a Marisita, sin estar delante su marido, que qué había venido a hacer él a esa casa, y ella le explicó lo mismo que su esposo… O tenían la versión inventada de antemano, o era verdad.

-Amelia, su marido es una buenísima persona. – dijo Marisita – Entiendo que usted tiene motivos para desconfiar de mí, no es un secreto para nadie cómo me gano la vida… pero si todos los hombres fueran el suyo, créame que yo me tendría que dedicar a la costura. Si no se fía, pregúntele a su marido por dónde va la serie, verá como lo sabe.

Amelia no quería desconfiar, pero efectivamente no pudo resistir, y efectivamente, Helio se puso a contarle la serie entera, los nombres, los líos, los parentescos, los amoríos, las bodas, las infidelidades,… le gustaba mucho.

-Eso sí – dijo él, ya de camino a casa – desde mañana, la vemos en casita juntos tú y yo, para que nadie tenga que ir diciendo que yo soy un mal hombre, o que no hago feliz a mi Mielita.

Llegaron a casa, aquélla tarde Helio decidió no ir al taller y quedarse con su Mielita, que tenía muchas ganas de hacerla arrumacos después de lo bien que lo habían pasado.

-Oye, Mielita, una cosa, sin que te enfades, ni vayas a pensar que no me fío de ti o cosas raras, pero todo eso que hicimos…. ¿quién te enseñó a hacerlo, rapaciña?


Fiesta en casa, primera parte

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Hola, queridos lectores. Lo relatado a continuación ocurrió hace relativamente poco tiempo:

Lo primero es describirme, me llamo Jose, tengo 24 años, los ojos verdes, de cabello corto y castaño, mido 1,79cm y pesaré alrededor de los 72, es decir, que tengo un cuerpo normal.

Estábamos a viernes. Acababa de llegar de un día largo de universidad. Me encontraba en mi casa solo, puesto que mis padres estaban de viaje y no volverían hasta una semana después. Así que como todo universitario y joven, lo primero que hice al saber que me quedaba ese fin de semana sin padres, fue organizar una fiesta con los amigos de la facultad.

Esa noche íbamos a ser los de siempre, Alejandro, Adrián, Hugo y su novia María, Álvaro y su novia Sara, Irene y yo. Excepto las dos novias de mis amigos, el resto pertenecíamos a la misma clase de la universidad desde hacía 4 años.

Tras hacerme de comer y comenzar a limpiar y ordenar toda la casa, me llegó un mensaje por whatsapp de Alejandro:

- Illo… tas?

- sí, dime… toy arreglando la ksa… como la ensucieis sta nx os mato

- jajaja después te ayudamos a limpiar. Te iba a preguntar si me puedo llevar a una amiga, q me la stoy intentando hacer

- tráetela no pasa na’, pero a las habitaciones no entrais ni aunque yo sté en coma… dile q se traiga mas amigas =P

- jajaja ok, se lo dire. Nos vemos esta noxe

- ok, q no se te olvide comprar la carne

- ok

Pasé el resto de tarde limpiando la casa y la barbacoa, retirando macetas y sacando platos, cubiertos y todos los utensilios que íbamos a usar. Puse un poco de música y como aún quedaba una hora para que llegase la gente, pues me fui a duchar.

Cuando ya estaba metido en la bañera y con el grifo encendido escuché el timbre de la puerta de la calle, así que me tuve que secar un poco antes de salir con una toalla anudada en la cintura. Al asomarme a la puerta, vi que estaba Irene, así pues, le abrí.

Irene, tiene dos años y medio menos que yo, 21. Ella es morena de piel, ojos marrones, tiene el cabello negro, mide alrededor de 1,60 y de cuerpo es normal. Tiene bastante pecho, yo diría que una talla 105 y de caderas anchas. Ese día iba vestida con un pantalón negro y con una camisa blanca en la cual se transparentaba, un poco, un sujetador también blanco.

- Uff, ¡Qué buen recibimiento! – me dijo dándome dos besos

- ¿As visto? No recibo a todas así, me he vestido especialmente para ti.

- Jajaja ¡qué tonto! ¿Ha venido alguien más? ¿Te ayudo en algo?

- Anda, pasa. No, no ha venido nadie. Ya he terminado de arreglar todo, ahora me iba a duchar… si quieres me puedes ayudar.

- Jajaja Mejor que no y no me lo digas dos veces. Déjame tu ordenador, mientras te duchas.

- Lo tengo en mi cuarto. ¿Te quedas finalmente a dormir aquí?

- Sí, pero mi padre me ha metido tanta prisa que se me ha olvidado traer el pijama.

- Sí, sí… claro, se te ha olvidado. He escuchado excusas mejores. Bueno ahí tienes el portátil, ya está encendido. – dije en cuanto llegamos a mi habitación.

- Gracias. – me dijo mientras se sentaba frente a la mesa donde estaba el portátil.

Tras dejarla en mi habitación, me volví a meter en el cuarto de baño, cerrando esta vez la puerta. Tras ducharme y ponerme el desodorante me di cuenta que mi ropa estaba encima de mi cama en mi dormitorio. Así que volví a colocarme la toalla en la cintura y salí a por la ropa.

Cuando llegué a mi cuarto me acerqué a la cama sin decir nada y cogí la ropa. Al parecer hice algo de ruido, pues Irene se giró mirándome.

- Jose, mira lo que me ha escrito Jorge.

- A ver…

Me acerqué a ella por detrás, pues se había vuelto mirando el ordenador. En cuanto me puse detrás no pude mirar otra cosa que no fuese su escote, pues llevaba la camisa abrochada hasta mitad del pecho y desde mi posición se le veía parte del sujetador que le llegaba hasta mitad de las tetas. Con semejante vista, sin querer me empalmé. Así que leí el mensaje que le habían escrito le dije cualquier chorrada y me fui tapándome, pues la ‘tienda’ estaba bien levantada.

Decir tengo que Irene es bastante mona y a pesar de que antes tenía unos pocos kilos de más, desde que la conozco siempre me ha dado mucho morbo. Pero a pesar de ello, nunca he intentado nada por no estropear nuestra amistad.

En cuanto terminé de vestirme y arreglarme nos fuimos al jardín donde tenía preparada la fiesta. Adrián, Hugo, Álvaro, María y Sara no tardaron en llegar. Poco después llamó al timbre Alejandro. En cuanto fui a abrirle me di cuenta que no iba con una, sino con dos mujeres.

Una de las mujeres se llamaba Paula, que yo conocía por las fotos de sus amigas, que eran amigas mías, pero nunca nos habíamos visto ni hablado. Paula tiene dos años menos que yo. Es una mujer muy guapa, tiene los ojos marrones y una sonrisa preciosa. Tiene unos pechos poco más grandes que mi mano y tiene un culo normalito. Y es de una estatura normalita, 1.65. Iba vestida con un vestido verde de tirantes y con un escote en forma de V, dejando mostrar unos buenos pechos.

La otra mujer que acompañaba Alejandro se llamaba Lucía. Nos conocíamos desde que estábamos en la misma clase en 4º de la ESO y al igual que su amiga Paula, tiene 22. Lucía es una preciosidad de mujer, tiene el pelo rizado y negro, los ojos marrones y una linda sonrisa capaz de dejar sin respiración a muchos hombres, a mí entre ellos. Tiene muy buena figura, es delgada y tiene un culazo impresionante, aunque tiene bastante poco pecho, pero es compensado con el resto de su cuerpo y belleza. Iba vestida con un vestido naranja casi fosforito que le quedaba impresionante y más con su piel morena. Llevaba un escote normalito, por encima del pecho, cubriéndolo entero y tirantes.

Les saludé a los tres y nos reunimos con nuestros amigos. La noche transcurrió con mucha carne en la barbacoa, mucho alcohol en nuestros vasos vacíos y con música que incitaba a algo más que hablar. Así pues Álvaro se puso a bailar con su novia Sara en medio del jardín. El resto comenzamos a reírnos de ellos.

La música cambió y se puso canciones de reggaetón. Alejandro sacó a bailar a Paula, pues era a la chica que, según él, se estaba intentando hacer. Vi que Lucía estaba en una zona apartada de donde estábamos y que además estaba oscura, asomada a la casa del vecino, así pues me acerqué.

- ¿Por qué estás aquí? ¿Qué es lo que miras? – dije mientras me ponía a su vera.

- Ah! Hola, pues me quería alejar un momento para despejarme, que me he pasado un poco con el alcohol. Además estaba mirando la piscina de tu vecino, que con la luz de la luna se ve súper bonita.

- Hay cosas más bonitas, y presentes, que la luna reflejada en el agua.

- Jajaja Gracias. ¿y los otros qué están haciendo?

- Se han puesto a bailar.

- ¿Y tú no bailas?

- No tengo una bella dama que me acompañe, ¿quieres?

- Jajaja… venga, pero sólo un poco.

La cogí de la mano y en el mismo lugar donde estábamos, a oscuras y sin nadie que nos viese nos pusimos a bailar los dos solos. Puse la mano que me quedaba libre en su nuca, nos pusimos a bailar y poco a poco la baje por su espalda hasta el fin de ésta misma. Cuando llegué al final, Lucía, tuvo un escalofrío que noté. Ella se pegó más a mí. Puso su otra mano a mitad de mi espalda y su cabeza sobre mi hombro. Noté como estaba expulsando el aire sobre mi cuello y que hizo que se me pusiesen los pelos de punta.

La música volvió a cambiar y volvió a salir otra movidita. A pesar de que yo no quise, nos separamos un poco y comenzamos a seguir el ritmo de la canción. Ella, a pesar de que estaba borracha o eso decía, bailaba estupendamente, tanto que empezó a calentarme de más. Con sus movimientos de cadera hizo que mis manos bajasen un poco más de la cintura hasta llegar a su culo. Noté, a través del vestido, la tira del tanga que llevaba. Ella se puso espaldas a mí, con la melena rizada a un lado de su cuello y al otro el mío. Puso su mano derecha detrás de mi cabeza, mientras que me miraba a los ojos. Cuando me iba a lanzar a darle un beso apareció Álvaro

- Illo, que nosotros cinco nos vamos, que Hugo tiene que trabajar mañana.

Me fui con ellos hacia la puerta y despedirlos. Después volví a donde estaba el gentío, que estaban sentado bebiendo, hablando y jugando al “yo nunca”. Me uní a ellos. Durante el resto de la noche intenté sacar a bailar a Lucía para seguir donde lo habíamos dejado, pero no hubo manera. Al cabo de un buen rato, tuvimos que parar porque Lucía estaba bastante borracha. Como le daba apuro llegar a su casa tan borracha me pidió quedarse a dormir y que al día siguiente la llevase. Y yo acepté.

- Bueno, entonces yo me voy a acostar ya, que no aguanto más. – Se despidió de Alejandro, Paula e Irene y nos metimos dentro de la casa.

- Puedes dormir en cualquier cama. Está la mía, la otra que tengo en mi cuarto, la de mi hermana y la de la otra habitación. ¿Dónde quieres dormir?

- Me conformo con la de tu hermana. – Me dijo sonriéndome y cogiéndome del brazo.

- ¿Segura?

- Sí.

La llevé a la habitación de mi hermana, retiré los cojines y peluches que había encima de la cama. Ella quitó la colcha y las sábanas y se sentó encima para quitarse los tacones.

- ¿Quieres un pijama mío o de mi hermana?

- No, no, gracias. Puedo dormir con el vestido, no pasa nada. – Dijo mientras se metía entre las sábanas y se tumbaba.

Me senté en el borde de la cama y la acaricié.

- Jose, gracias por hacerme pasar una noche muy buena, lo necesitaba. – me dijo dándome un beso en la mejilla y volviéndose a tumbar y arropándose. – ¿Puedes cerrar la puerta cuando salgas? Es que se escucha mucho.

Me acerqué a ella y le devolví el beso en la mejilla y dándole las buenas noches. Cuando llegué con mis amigos, que estaban en dos hamacas, me senté junto a Irene, pues en la otra estaban Alejandro y Paula tumbados. Seguimos conversando con voz baja y con la música suave un rato más y de vez en cuando nos tomábamos otra copa.

Me levanté a apagar las luces del jardín, pues así se podía ver las estrellas. Me tumbé junto a Irene que se acababa de tumbar. Ella puso su cabeza encima de mi hombro, así que si yo bajaba un poco la vista podía ver perfectamente el escotazo que llevaba. Hubo un momento en el que la pareja de al lado se callaron. Cuando les miré, vi que se estaban besando y metiéndose mano. La mano de Alejandro iba subiendo por la pierna de Paula hasta llegar a su culo, llevándose el vestido con ella. Así pues, no sé si queriendo o sin querer, Alejandro nos mostró el culo de su pareja y el culote que llevaba.

Irene no dijo nada, pues no paraba de mirar a nuestros acompañantes. Parecía que estaba disfrutando del “paisaje” al igual que yo.

Paula estaba espaldas a nosotros, pero aun así, pudimos ver como ella metía una mano dentro del pantalón de Alejandro, comenzando un pequeño movimiento sospechoso. Pocos minutos después Alejandro hizo que paula se tumbase y dándole un largo beso en los labios. Con la mano que no estaba debajo de ella, él la acarició las piernas subiendo hasta el vientre y al igual que antes llevándose el vestido con el brazo.

Tanto Irene como yo, pudimos ver perfectamente el culote por delante, incluso le veíamos la barriga a paula. Tenía el vientre plano, aunque se podía observar un pequeño bulto, que era el monte venus. Nuestra pareja vecina estaba bastante desatada, pues Alejandro dejó de besarla en los labios, bajando por el cuello y llegando al escote de ella. Paró de acariciarle la entrepierna para bajarle el tirante del vestido. Apartó el vestido y el sujetador de uno de los pechos de Paula. Se le podía ver perfectamente el pezón duro con una pequeña aureola alrededor, el cual él comenzó a chupar.

Con la situación de Lucía y con la imagen que estábamos viendo en vivo, yo no aguantaba más con mi calentón, así pues me giré un poco para ponerme detrás de Irene que estaba de costado viendo la escena. Pegué mi pene bien erecto al culo de ella y con la mano que me quedaba libre le fui acariciando el cuello. Ella ni se inmutó y me dejó hacer. Así que fui bajando mi mano hasta llegar a sus grandes pechos.

La pareja de enfrente, seguía igual. Él chupándole las tetas y metiéndole la mano bajo el culote acariciándole el clítoris y ella gimiendo y con una mano en la cabeza de él.

Mientras tanto, yo le desabroché todos los botones de la camisa a Irene, dejando al aire libre sus pechos bajo el sostén. Ella, por fin, se movió y colocó su mano en mi poya acariciándola sobre el pantalón. Sin dejar de mirar a la pareja acompañante, le besé el cuello mientras que desabrochaba el sujetador, pues el broche estaba delante. Una copa del sujetador, la que estaba más abajo, se abrió y se separó un poco del pecho de Irene, dejándome así ver su pezón. Al instante llevé mi mano allí y se lo acaricié, poniéndolo más duro de lo que estaba.

Oí un gemido, al mirar, vi que Alejandro le estaba metiendo los dedos en el coño a Paula y sin parar de besarle el escote, los pechos y el cuello.

Irene me desabrochó el pantalón con una mano y la metió bajo mis boxes. Agarró mi pene y comenzó un movimiento de vaivén. Mientras tanto, yo dejé de agarrar y acariciar sus pechos, que ya estaban totalmente al aire libre, para llevar mi única mano disponible hasta su vientre. Le desabroché el pantalón, le bajé la cremallera y metí mi mano bajo sus bragas. Me encontré con su bello púbico, lo tenía recortado un poco. Cuando bajé aún más la mano, noté como sus labios húmedos dejaban hueco para mis dedos, que los recorrieron de arriba a bajo y de fuera a dentro.

Mientras tanto, Alejandro estaba tumbado bocarriba y Paula estaba haciéndole una mamada. Ella estaba a cuatro patas delante de él, llevaba el vestido cubriéndole solo la barriga, puesto que los tirantes se los había quitado, mostrando así sus pechos. Además llevaba el vestido subido y el culote por las rodillas, mostrando así el culo en todo su resplandor. Desgraciadamente no pude ver nada, puesto que estábamos al lado y no enfrente.

Al cabo de unos minutos, Paula paró de chupársela a Alejandro y se incorporó. Miró como Irene me masturbaba y yo a ella. Cuando nos vio, nos sonrió, se puso de pie en el césped en medio de las dos hamacas, sujetándose el vestido contra la barriga y dejándonos ver su buen cuerpo. Tenía unos pechos firmes y normalitos y unos labios rosados adornados con una pequeña raya de bello púbico encima.

- Nos tenemos que ir, otro día continuaremos. – dijo mientras que se volvía a abrochar el sujetador, subirse el culote y colocarse bien el vestido.

Antes de que Alejandro se incorporase y nos viese, Irene y yo dejamos de masturbarnos y nos vestimos. No comentamos nada de lo sucedido mientras que nos acercábamos al interior de la casa. Únicamente habló Paula para pedirme un vaso de agua. Irene de despidió de ellos y se metió en la habitación en la que ella iba a dormir, mientras que yo les acompañé a la puerta de la calle.

Paula le dijo a Alejandro que se fuese al coche, ya que ella me tenía que decir algo en privado. Los dos, Alejandro y yo, nos miramos dubitativamente, sin saber qué pasaba. Cuando él se fue a la calle y se metió en el coche, Paula se volvió a mí, me miró a los ojos, se me acercó y me besó en los labios.

Aún estábamos dentro de mi casa, así que nadie nos podía ver. Irene me rodeó sin parar de besarme. Colocó sus manos en mi cabeza, mi espalda e incluso me agarró el culo. Yo, por supuesto, me dejé llevar. Así que hice lo mismo que ella y le agarré el culo, pero metiendo mis manos bajo su vestido. Tenía una piel suave y el culo duro pero tierno. Se separó de mí con una sonrisa en los labios.

- Esto es sólo un aperitivo de lo que quiero hacerte. Y esto – dijo agarrándome el paquete – te lo quiero comer enterito. Espero que pases una muy buena noche y que pienses en mí.

Sin decirme nada más y sin dejarme contestar, se marchó contoneando su cintura y su culo.

Cerré la puerta en cuanto ella cerró la que daba a la calle, me dirigí al jardín a apagar la música, pues aunque no estaba muy alta tenía la sensación que la noche había acabado. Cuando me dirigía al jardín, pasé cerca de la habitación en la que iba a dormir esa noche Irene. Vi que la luz estaba encendida y que la puerta estaba abierta, así pues me asomé. Al hacerlo me encontré a Irene de espaldas. Llevaba su camisa blanca que le llegaba a medio trasero y unas bragas, nada más. Dicha imagen me excitó mucho, pero aún lo hizo más, cuando ella se dio la vuelta. Llevaba la camisa abrochada justo por debajo del pecho, así pues llevaba un buen escote y además se le transparentaban los pezones en la tela blanca.

Nos acercamos sin decir nada y nos fundimos en un beso, que más que romántico, era apasionado y deseoso de sexo. Mientras que nos lo dábamos, le desabroché y quité la camisa y ella hizo lo mismo con la mía. En ese momento tenía mejor vista que en el resto de la noche de sus grandes y fenomenales pechos, que en cuanto los vi, llevé mis labios a ellos. Ella se dejó hacer y después se arrodilló frente a mí, me desabrochó y quitó mis pantalones y mis boxes, dejando al aire libre mi polla bien erecta, que la cogió con su mano derecha y se la llevó a la boca.

Me estremecí al notar el contacto de sus labios y de su lengua en mi glande. De vez en cuando llevaba mi polla en medio de sus pechos, me masturbaba con ellos y teniendo al final de éstos, su boca abierta para seguir chupándomela.

Ella se incorporó y me empujó, haciéndome caer encima de la cama. Terminó de quitarme el resto de ropa que aún me quedaba y ella se quitó sus bragas. Los dos nos quedamos totalmente desnudos, uno frente al otro, yo tumbado con la poya erecta a más no poder y ella de pie con las piernas un poco abiertas mostrándome los labios de su coño.

Ella se acercó a la cama y se subió encima de mí. Comenzó a rozar la punta de mi pene en sus labios y en su clítoris, cosa que me dio muchísimo placer e hizo que me diese un escalofrío de arriba abajo. Se notaba que ella quería jugar aún un poco de rato más, puesto que yo intentaba metérsela y ella lo impedía riéndose. Cuando dejé de intentarlo y me dejé hacer, ella se sentó introduciéndose mi polla en su interior. Los dos gemimos de placer y raro era que Lucía o algún vecino no nos hubiese escuchado. Durante el resto del tiempo, ella llevaba el ritmo y yo era el sumiso que se dejaba.

Ella se corrió por segunda vez, mientras que yo la penetraba desde atrás en la posición de perrito. Yo no pude aguantar más y le dije que me iba a correr, así pues, ella se levantó, se dio media vuelta y me la volvió a chupar, lamiendo los jugos de su propio coño. Terminé corriéndome en su boca. Me agarró la mano y la llevó a mi poya para que yo siguiese masturbándome. Cuando me la agarré, ella comenzó a tocarse y a acariciarse el coño. Mientras seguía con la boca abierta y llena de mi semen y mirándome. Dicha imagen me puso mucho más cachondo e hizo que yo no parase de correrme.

Cuando no había más gota que echar, paré. Ella me sonrió y mirándome, se tragó toda la corrida que tenía dentro. Volvió a cogerme la polla y se la volvió a meter dentro de la boca, para así limpiarla. Cuando ella vio que estaba reluciente, paró de masturbarse y se lamió los dedos. Se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño, cuando estaba en el umbral de la puerta se paro y se giró.

- Llevaba año esperando a esto, espero que no sea la última vez. – y dicho esto se encerró en el baño.

Me vestí y salí de la habitación. Apagué la música que aún seguía encendida, recogí lo que aún quedaba de la barbacoa en el jardín y me dirigí al baño a ducharme. Mientras que estaba bajo el chorro del agua, recordé todo lo vivido esa noche: el bailecito con Lucía, las escenas de las hamacas, la despedida de Paula y sobretodo el sexo con Irene. Tras recordarlo me volví a empalmar, pero como sabía que Irene estaba durmiendo ya, no intenté repetirlo. Así pues, me toqué antes de irme a mi habitación.

CONTINUARÁ….

Regalo de cumpleaños

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La conocí hace un tiempo por ser la amiga de una amiga de una amiga con la que coincidíamos.

Ella es jóven, morena y muy deportista; aunque ha tenido novio, nunca ha tenido nada mas allá de inocentes besos.

Yo soy mayor que ella, moreno, alto y en contraposición a ella, he tenido muchas vivencias de índole sexual, muchas de las cuales, desconoce a día de hoy.

Debido al uso de las nuevas tecnologías, fuimos adquiriendo confianza el uno con el otro y, aunque no era siempre el mismo tema, nos gustaba indagar en todo lo relativo a las experiencias vividas por ambas partes.

Tímidamente, me preguntaba sobre cuestiones como qué zonas resultan más erógenas para un chico, a la par que se intercalaba con preguntas por mi parte acerca de las suyas.

Muchas de las preguntas que yo le hacía, sabía que no iban a poder ser respondidas fehacientemente debido a su aún virginal estado físico, pero su mente iba más allá y no dejaba de elucubrar opciones.

Tras muchos días de conversación, observé que es una chica con ganas de descubrir el sexo, probando para poder elegir las cosas que le gustan y las que no. Inicialmente asevera ser heterosexual. Lleva el pelo púbico corto, aunque sin llegar a depilarselo completamente.

Lleva bastante tiempo estresada por los exámenes y en cierta ocasión le aseveré que sí el día de su cumpleaños no había tenido su primera experiencia sexual, yo mismo a modo regalo, haría lo posible para que fuese viviendo algunas experiencias.

Llegado el día de su cumpleaños, coincidimos en un local de la zona. Ella sabe que me gusta que se vista muy sensual, por lo que trae un vestido corto junto a unas sandalias. Bajo lo apretado de su vestido, no se marcan las gomas de ninguna braga/culotte, por lo que imagino que llevará tanga o lo mismo, en un ataque de valentía, quizá nada…

Tras las felicitaciones de rigor y las frases con doble sentido respecto a su regalo de cumpleaños, nos quedamos a solas durante un momento y aprovecho para preguntarle que sí lleva el tanga puesto. Me mira lujuriosamente y me responde con que es algo que tendré que comprobar. Hago que se acerque hacia donde estoy y disimuladamente, meto mi mano por debajo de su vestido y compruebo que lleva tanga el cual está completamente empapada. Le hago una broma respecto a su estado y me dice que es debido a que lleva todo el día pensando en el regalo de cumpleaños que le prometí.

Le pregunto que sí realmente está decidida a recibir su regalo y me dice “así es, pero nada de niñerías, quiero vivirlo a tu manera” mientras que una sonrisa maliciosa y un brillo en sus ojos que delata su estado de excitación.

Ella sabe que me encanta jugar y le digo que para empezar, vaya al baño, se quite el tanga y me lo traiga.

Se queda un poco sorprendida, pero enseguida comprende el juego y se va sonriendo dirección al baño. Regresa con el puño bien cerrado y me entrega su tanga empapado y lo guardo en el bolsillo de mi pantalón.

Su estado deja ver una mezcla entre nerviosismo, excitación y ganas de seguir recibiendo su regalo, pero justo en ese momento llegan sus amigos a decirle que tiene que jugar al billar de nuevo para la revancha de la partida anterior. Me mira preguntándome mentalmente qué hacer, a lo cual con un gesto de aprobación, le doy permiso para que juegue.

La partida de billar trascurre con normalidad para todo el mundo excepto para ella, que evita a toda costa tener que reclinarse para evitar que la gente del local vea su desnudez, y para mi, que disfruto viendo cómo por culpa de la situación, cada vez falla mas, alargando así la partida.

Termina perdiendo irremediablemente y haciendo gala de sus buenos modales, se excusa alegando que tiene que ir al baño. La gente no le da mas importancia, pero ella vuela literalmente para secar un par de gotas que le bajaban por la entrepierna y que se acercaban peligrosamente al limite que tapa su falda.

Ésta es la primera parte de una historia que se irá publicando semanalmente.

Un saludo y feliz cumpleaños ;)

Faje en el jardín, mamada en el coche y sexo en…

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La idea de una fiesta de disfraces nunca me ha parecido mala, y menos aún cuando Regina, mi mejor amiga decidió celebrar sus 20 años con una fiesta temática: Prostitutas y PIMP’S.

Alrededor de 80 personas habían llegado a una enorme casa rentada. Vestidos diminutos, zapatos de plataforma, escotes sumamente reveladores, labios rojos y pestañas postizas; fueron lo que todas las chicas usaban. Ellos, enfundados en trajes brillantes, camisas llamativas, sombreros y grandes cadenas tenían un espectáculo visual a donde quiera que miraran.

Apenas eran las 2 de la madrugada y casi todos estábamos borrachos, quizá la ropa escasa y la atmósfera del lugar nos hacía un poco más desinhibidos. Esa noche elegí unos tacones plateados de 10 cm y plataformas, medias de red, un mini vestido plateado que apenas llegaba unos tres dedos debajo de mis nalgas, puse brillos en mi clavícula y en mi espalda para que contrastaran con mis pecas, el gloss rojo es mis labios terminó con mi look. Mis rizos rojos naturales descansaban sobre mi espalda.

Con todo entallado, la curva de mis nalgas resaltaba y mi cintura embonaba perfectamente entre las manos de Marcelo, mi novio. En ese momento me sentía diferente, nunca he tenido ataduras en cuanto al sexo pero al vestirme así y notar la mirada de otros hombres y de otras mujeres, era como si ellos pudieran saber lo que pasaba entre mis sábanas.

Si algo me enseñó Marcelo fue a disfrutar mi cuerpo con todo y que soy de proporciones pequeñas y muy delgada, estando con él descubrí todo lo que podía lograr aceptándome y dejándome que otros me disfrutaran. Siempre gocé masturbándome pero hacerlo frente a él era muchísimo mejor: su mirada, sus ganas, su ansiedad por tenerme alimentaba mi placer… no necesitaba nada más y así entendí que no necesitaba unos senos enormes, bastaba con un culito duro, paradito y unas tetas firmes; como las mías. El resto, era simple actitud.

Decidí llevar un poco de esa actitud frente a todos y provocar más cínicamente a Marcelo. Él había notado que gracias al vestido lograba llamar mucho la atención, no se separaba de mí por mucho tiempo, cuando no me abrazaba por la cintura, me tomaba de la mano, me ponía frente a su cuerpo y acariciaba suavemente mi vientre; era evidente que hacía notar que era mi dueño.

Me puse frente a él para platicar, tomé su mano y la puse en mi cintura, acerqué mi cuerpo y puse una de mis piernas entre la suya, acerqué mis labios a los suyos para apenas rozarlos, lo besé en las comisuras y bajé mi mano para acariciar lentamente su entrepierna.

-Sin pensarlo te quitaría la ropa aquí mismo, no sigas Sofía- Me dijo Marcelo pero no dio un solo paso hacia atrás, se quedó quieto sintiendo mi respiración.

-Sin pensarlo te la chuparía aquí mismo.- Le respondí y acto seguido lo besé, metí mi lengua entre sus labios casi desesperada, aprisioné su labio inferior entre los míos y succioné un poco. Sus brazos rodearon mi cuerpo y una de mis manos se posicionó en su paquete. Presioné un poco y la fuerza de sus brazos fue mayor.

-¡Vámonos!- Me ordenó.

-No quiero irme, ya me voy a calmar.- Respondí.

-No, no quiero que te calmes; te quiero desvestir, te quiero comer, hoy vas a cenar. Vámonos.- Insistió, diciéndomelo al oído y agarrándome una nalga.

-Cógeme aquí.- Le dije.

Un segundo después nuestros amigos se acercaron para seguir con la fiesta en grupo. Yo bailaba, le lanzaba miradas, le restregaba alguna parte de mi cuerpo cada vez que tenía una oportunidad, tiré una cajetilla de cigarros y me incliné al piso sin doblar las rodillas.

No iba ni a la mitad cuando sentí como un brazo me jalaba hacia arriba con mucha fuerza y me acomodaba firmemente hacia él, era Marcelo. De espaldas a él me dijo:

-¿Qué crees que haces? Lo de puta es sólo el disfraz, ¿por qué tendrías que mostrarle los calzones a esta gente?

-No traigo nada qué enseñarles… sólo un coño bien depilado, como siempre.-

-No es pregunta Sofía, vámonos.-

-Cógeme aquí.- Lo tomé de la mano y lo llevé a una esquina del jardín, apenas teníamos iluminación. Estábamos lo suficientemente alejados como para pasar desapercibidos unos minutos.

Marcelo ni lo pensó, me puso sobre la pared y me besó frenéticamente, su lengua acariciaba la mía y sus labios buscaban los míos, me mordió el labio inferior y bajó al cuello. Sus dedos se enredaban en mi cabello y yo subí una pierna a su cintura.

Debajo del vestido llevaba unas medias que estaban sujetas por una banda de silicón, al subir la pierna sentí el aire que tocaba mi conchita ya mojada. El vestido se subió y sus dedos hurgaron en mi rajita, fue directamente al clítoris, mi espalda se arqueaba y si no lo besaba, mordía sus labios, sus hombros, mis dedos se aferraban a su espalda.

La adrenalina recorría nuestros cuerpos, sentía el latir de su corazón, su respiración, sus dedos entrar a mi vagina terminaron con el equilibrio de mis piernas. Me esforzaba por mantenerme de pie, por no emitir ni un suspiro, prácticamente me colgaba de su cuerpo.

-Marcelo, vámonos. No podemos terminar aquí.- Alcancé a pedirle mientras intentaba retirar su mano de mi entrepierna, sin lograrlo.

-Querías que te cogiera, estás muy mojada y te niegas a continuar. Creo que lo puta sí es sólo por el vestido.- Me contestó en un tono seductor y lleno de deseo.

Siguió tocándome, sólo que esta vez me penetró con sus dedos. La situación y su dedo en mi clítoris provocaron un gran orgasmo que no oculte. Mi cadera se pegó completamente a él, mis brazos lo abrazaron fuertemente y de mi boca salió un sonoro gemido que Marcelo ocultó con un profundo beso, cuando terminó me dijo:

-Shhh… Aunque siempre te vienes delicioso y me encanta oírte, esta vez tenías que ser un poco más discreta. Pero me tienes muy caliente, ahora sí ya vámonos.

Salimos sin despedirnos de nadie, podía sentir mis propios jugos deslizándose por mis piernas, subimos a su auto y la tensión sexual se sentía en el aire. Prendió el aire acondicionado, subió las ventanas y tomó camino:

-¿No quieres?- Preguntó sacándose la verga del pantalón.

Enseguida la tomé entre mis manos, no me costó trabajo ponerla dura. La apretaba con algo de fuerza y sólo movía la muñeca y ocasionalmente rozaba la punta con el pulgar, pasé mi cabello a un lado de mi cabeza y me incliné dispuesta a devorar ese gran pedazo de carne.

Circuncidada, ya tenía unas gotitas en la punta, pase la lengua alrededor y bese la punta. La chupe delicadamente y seguía pajeándolo; iba metiéndola poco a poco a mi boca, ya estaba bien dura, caliente, se le notaban las venas y yo simplemente no podía parar a pesar de que ya me lo había pedido.

-Ya detente o vamos a chocar- Y me tomó del cabello.

Cuando me detuve ya estábamos muy cerca de su depa, el policía nos abrió, estacionamos y subimos por el elevador sin quitarnos las manos de encima. Yo estaba súper mojada, él tenía el pito durísimo, los besos, las caricias, la presión de su cuerpo, todo era perfecto.

Entramos sin siquiera prender las luces, no alcanzamos a llegar a la recámara.

-Siempre he querido cogerte en la cocina, ven.- Me dijo al oído.

La cocina tiene una isla justo en el centro, me tomó de la cintura y me subió a ella, el frío del mosaico hizo un contraste que me erizó la piel. Marcelo subió una de mis piernas y me comió el coño, lengüetazos largos y profundos me hicieron vibrar; recargándome con los codos mi pelvis se movía sola, mis piernas ganaron tensión y no pude evitar abrazarlo con los muslos.

En unos minutos terminé en su boca. Después de aquello me besó tranquilamente, sabía a mí. Deslizo mi vestido por arriba y quedé completamente desnuda, realmente estaba cansada y me desplomé sobre la fría isla, mi respiración continuaba agitada.

No me recuperaba aún cuando sus manos tocaron mis piernas nuevamente, me estaba bajando las medias, me quitó los zapatos y hasta ese momento me incorporé. Marcelo ya estaba completamente desnudo, con la verga bien parada, lista para embestirme. Con la misma facilidad con la que me subió me bajó y me puso de espaldas a él.

La dureza de su verga la sentía en mi cadera, sus labios se paseaban por mis hombros, cuello, oídos, sus manos iban de la cintura a mis tetas. Por la cintura me abrazaba, en las tetas sentía una ligera presión, me jalaba los pezones y mi culito buscaba su pito, estuvimos así unos minutos.

Me inclinó hacia adelante, me recargué en la isla y de un solo golpe me la metió por la vagina. Estaba totalmente mojada, entró sin problema y llegó tan dentro que tuve que recargarme por completo contra el mueble.

-Ahhhhh!!!!- Grité instantáneamente.

-Ahora si puedes gritar todo lo que quieras.- Me dijo mientras me obligaba a enderezarme más, apretó sin contemplación mis tetas y me dio una nalgada. Yo estaba realmente muy excitada, sólo gemía y eso a él lo prendía más.

-No se si me gusta más lo apretadita que estás o lo rico que gimes, mi puta.- Dijo con la respiración entrecortada.

-Sólo dame más, no te detengas.- Respondí.

Entonces me tomó del pelo y me jaló hacia él, mordisqueó mis hombros y esta vez de verdad me cogió bien fuerte, mis piernas perdían fuerza y la violencia con la que entraba y salía no me dejaba poner atención a lo que decía. Ya no me tocaba, me sujetaba del pelo con una mano y con la otra me abrazaba por la cintura.

Me dolía pero el placer de sentirme usada me gustaba, no me llenaba solamente su verga, me llenaba su furia, su deseo.

-Mmmm…. Ahhhhh!!!!!! Que rico coges!- Le grité

-Te cojo así porque no vas a volver a enseñarle el culo a la gente como hoy.- Y entre cada embestida continuó diciéndome: -Este cuerpo, es mío. Y estas ganas, son sólo para mí. Eres mía Sofía, solamente mía.- En esas últimas palabras puso toda su energía, penetró fuerte y profundamente.

A continuación aceleró el ritmo y terminó dentro de mí, su leche me invadió y salió. Se quedó un momento inmóvil, se sentó en uno de los bancos y me llevó sobre sus piernas abrazándome.

-Perdóname si te lastimé.

FIN

Semana fértil y a pelo

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Voy a colgar esta nueva confesión… nueva por el hecho que voy a publicarla pues hace años que me ocurrió, os confesare antes de nada que por culpa de esta confesión tengo los dedos pringados de mis propios fluidos, no me he podido contener de hacerme un dedo a medida que lo he estado corrigiéndolo… mmm (joder, ya sabéis un acento, una frase, una palabra, etc.). Os confesare que siento la imperiosa necesidad de dirigir mi mano hacia mi entre pierna y notar la humedad de mis braguitas… mmm, solo con el leve gesto de posar las yemas de mis dedos sobre mi pubis me estremezco… ooohhh. Sabiendo perfectamente que este lo debo de colgar hoy mismo y no quedarse como tantos dentro de la carpeta “Mis Documentos”, pero lo peor es cuando me levanto y siento mis braguitas mojadas pegarse sobre mi ingle y despegarse acto seguido… ooohhh, me estremezco nuevamente y el placer va en aumento… aaahhh.

Hace escasamente un par de años de estos hechos… mirad estaba en casa de mis padres como tantos fines de semanas cuando voy a visitarlos, pero ese fin de semana fue diferente pues cuando llegue mi madre se encontraba realmente mal y ante las insistencia hacia mi padre de su cuidado, este solo me hizo saber que mi madre fingía para que la tomaran en cuenta. Por lo que por mucho que me pesara no me quedo otra que quedarme a cuidarla… claro esta podría haber contratado a una enfermera, pero el cerdo de mi padre no dejaba de decir que no le pasaba nada y que solo fingía, cosa que para nada era cierto a no ser que lo marcado en el termómetro (39º grados) fuera un truco y muy bueno, mi padre pasaba de cuidarla… claro esta sentí la obligación de hacerlo yo.

Aun recuerdo cuando llame a un medico amigo mío para que pudiera auscultarla y de paso mandarle el medicamento necesario, este le diagnostico unos síntomas que debía de verle un especialista pues su edad era para tomárselo en serio, como os he dicho previamente conocía al médico le pedí que le tomara la fiebre no solo por las axilas, sino que le tomara la fiebre tanto vaginalmente como anal… cosa que mi amigo el médico, no solo se negó inicialmente sino que me informo de lo que podría producirle si le descubren o le denunciaran, claro está que hice saber a este que tal cosa no pasaría… ofreciéndome como moneda de cambio por tal favor y de paso, ser la “conejilla” para sus fantasías a la hora de practicar lavativas… mmm. Claro está que adivine que mi amigo acepto… más aun cuando una de sus manos se aferro a mis nalgas… mmm, aun me viene a la cabeza la última vez que me introdujo el irradiador… ooohhh.

Bueno continuo que me voy por los cerros de Úbeda (que me pierdo) y ya no se por donde iba… ji ji ji. Me gusto ver como mi amigo el médico colocaba a mi madre un termómetro anal por su orificio vaginal y tras unos minutos donde pude apreciar el rostro de mi madre primero molestias y en escasos minutos de satisfacción (joder, con la calentorra), continúo por tomarle la temperatura analmente aunque le hizo saber que no conocía tal práctica. Siendo yo misma quien convenció a mi madre de tal practica haciéndole saber que es la más efectiva, tras ponérsela el médico con ayuda de vaselina… yo misma fue quien sustituyo este objeto por un juguete de mayor tamaño y grosor de los míos… mmm (coño, claro que no dijo nada y si, os admito que fue por venganza). Pudimos escuchar ambos los quejidos de mi madre que más que quejidos eran gemidos, para tras no más de quince minutos quedarse plácidamente dormida una vez que le sacamos el objeto de su orificio anal, claro está que este lo tire a la basura.

Durante el día mi padre estaba “misin” (desaparecido) hasta el anochecer el cual me pidió cenar, asistí primero a mi madre a la cual le di los medicamentos que le tocaba, continúe por darme una ducha… no sin antes haber cerrado el pestillo y tras ponerme algo mas cómodo, baje a preparar algo de comer. Después de cenar me dirigí hacia la cocina a recogerla… no soy de las que dejan los cacharos por ahí, por lo que comencé a meterlos al menos en el interior del lavavajillas, escuchaba la televisión y pensé que mi padre estaba viéndola por lo que ni sentí cuando el muy cabronazo entro en la cocina.

Estaba claramente inclinada hacia delante introduciendo los platos y cacerolas en la parte inferior… cuando sentí el roce en mis nalgas de algo, como un resorte me levante y con rapidez mi padre paso al tiempo que se disculpaba no solo por el roce sino por haberme asustado. Su manera de hablar delata que pretendía algo y así se lo hice saber… como es natural, no solo negó tales acusaciones sino que solo quería conversar conmigo… como él decía “una charla entre hija y padre”, comenzó primero por felicitarme por mis logros laborales, continuo por mantener una relación sin que el entorno o lo que hubiera pasado en el pasado le afecte, siguió por elogiarme por lo hermosa y guapa que me había echo… por no decir la envidia que siente de no tener la mitad de edad y no ser mi padre (coño, ya comenzaba a calentar motores).

Como deseaba acostarme pronto y claro está mi idea era precisamente sola… sin que el moscón de mi padre me moleste y aun menos me atosigue como es costumbre en él, no tuve más remedio que inclinarme a modo de colocar los cubiertos y demás objetos en el interior del lavavajillas, sabiendo perfectamente que este aprovecharía por ver mi ropa interior. Mi padre continuaba hablando y por el rabillo del ojo vi como se levantaba, acto seguido note su pelvis rozar mis nalgas primero para continuar por presionar… mmm (joder, claro que me gustaba sentir un trozo de carne tan dura pero no por eso se lo iba a decir), puso ambas manos a cada lado de mi cintura y con sus dedos me acariciaba muy lentamente… mientras yo ya me había incorporado. Sentí un escalofrió al notar la respiración de mi padre en mi cuello… ooohhh, no os niego que en aquellos momentos notaba como se le endurecía por momentos… mientras me hablaba de algo que ya ni siquiera atendía.

Volví a inclinarme sin avisarle de ello… uuuaaauuufff, creo que ambos lo sentimos… pues al inclinarme hacia abajo note como su duro miembro se restregaba por entre mis glúteos… ooohhh y acto seguido volví a enderezarme, volviendo a sentir esa verga entre mis nalgas al tiempo que mi padre emitía un pequeño y ahogado quejido. Comenzó a deslizar una de sus manos desde mi cintura hasta mis senos… acariciándomelo con suavidad, no penséis que estaba tan sumisa y de paso “calientapollas”… pues no deje de mencionarle que debía de recordar que era su hija y que ya había dejado de ser aquella chiquilla inocente, cosa que con un gesto de cabeza me hacia entender que lo sabía y continúe por advertirle que no pasaría nada mas al estar yo con la regla… o sea en mi semana más fértil, palabra que mi padre dio un significado más a su forma de parecer… “fértil… o sea que es cuando más salida estas y ganas de follar tienes” (ostias… hombres).

Me hizo estremecer cuando su mano dejo de acariciar mi pecho para continuar con mi sensible pezón… ooohhh, no pude evitar delatarme… más aun cuando esas caricias las notaba mas ante la ausencia de sostén, obviamente le aparte y tuve que hacerlo de malas maneras ya que a las buenas no atendía razones… tras apartarle la mano, le recordé nuevamente quien coño era y que mi madre dormía aun arriba, cosa que este mencionaba que no le molestaba y que tiene una “medicina” que ambas podrían tomar y ser follada sin notar nada (cabron).

Me confesó que me veía muy sexy con la faldita que me había puesto y que pensó que cuando saliera del aseo… me pondría un camisón, levantaba una vez tras otra mi falda hacia arriba pues deseaba ver el color de mis braguitas… siempre y cuando me las hubiere puesto. Claro esta que le hice ver que si las llevaba pero que no estaba dispuesta a enseñárselas, hasta que de malas maneras consiguió levantármelas y ver el color celeste de estas… soltó un gesto de satisfacción al tiempo que me hacia recordar las buenas experiencias que habíamos tenido.

Aun recuerdo cuando las campanadas del reloj del salón me hizo saber que eran las 0:00 horas de la noche, hora en que debía de preparar a mi madre la medicina y dársela por lo que me dirigí hacia el mueble donde tenemos las medicinas, tras cogerla y delante del fregadero alce nuevamente la mano a coger un vaso. Otra vez mi padre detrás y sus manos nuevamente en mi cintura… por no decir su pelvis contra mis nalgas, le dije que me dejara más aun cuando sentí sus manos descender hasta mis muslos y volver ascender hasta mis nalgas pero en está ocasión por debajo de mi falda. Claro está que me revolví pero parecía que sus manos se multiplicaban por no mencionar que tiene más fuerza que yo, obviamente pensé en hacerle frente a mi padre pero si me echara de casa quien perdería sería mi madre y por mucho odio que le tenga… es m madre.

Sus maneras delataba a mi padre más aun cuando sus manos se hicieron con mis pechos… ambos por debajo de mi blusa, perdiéndome aunque intentaba evitarlo por culpa de esos labios en mi cuello… ooohhh. Masajeaban mis pechos pero para nada con violencia… quizás eso fuera lo que más me perdía, una de sus manos bajaba de vez en cuando hasta mi ingle para presionar por minutos mi… ooouuufff, “Padre por favor…” le decía pero cada vez con menos fuerza de palabra. Llego mi padre a tomar una de mis manos e introducírsela en su entre pierna a modo de que pudiera palpar el tamaño de su miembro… al tiempo que me decía “mira como me has puesto”, mientras su mano acariciaba mi vulva… ooohhh.

Por mi cabeza pensé que debía de coger las riendas antes de que desboque aun más la situación… por lo que rechace a mi padre, haciéndole en esta ocasión frente al tiempo que le di una bofetada… cosa que a este no le hizo gracia pues no solo me la devolvió, sino que de un tirón me arranco la camisa y tras cogerme en el aire me puso sobre la encimera de uno de los muebles de cocina. Una segunda y hasta tercera bofetada recibí… mientras me hacía saber que todo dependía de mi, su boca se hacía con mis pechos y sobre todo mis pezones que en esta ocasión dejo los modales y aunque me cueste admitirlo me estremecí… sintiendo mis braguitas humedecerse… aaammm.

Separo mis muslos con fuerza con tanta con la cual minutos antes arranco mis braguitas, se agacho y dirigió su cabeza hasta mi entre pierna… comenzando a lamer mis labios vaginales… ooohhh, no pude evitar entre sollozos emitir algún que otro gesto de placer… uuummm. Absorbía mi clítoris al mismo tiempo que me penetraba con uno de sus dedos… aaahhh, ignoro cómo y en qué momento pose una de mis manos sobre su nuca a modo de evitar que se apartara, mientras que su mano subía para magrear mis pechos… ooohhh.

Me hizo lograr no solo un orgasmo sino hasta dos… con esa manera que tiene de hacerme el sexo oral… que tanto odia pero al mismo tiempo tanto disfruta (ostias, sé que es difícil comprenderlo pues siempre dice de palabra que es lo mas asqueroso… pero al mismo tiempo el primero que lo solicita) o quizás fuera que estaba mas fértil y sensiblera… uuummm, apartándose me hizo saber que ahora me tocaba a mí y tras apartarme de la encimera se apoyo él, me hizo arrodillarme con esa manera tan peculiar que tiene, coger mi mano y doblármela hasta obligarme a estar a sus pies.

Tuve que tomar su miembro entre mis manos y comenzar primero pajearsela pero sus bruscas maneras me hizo comprender que no deseaba una “pajilla”, por lo que el mismo me tomo por la cabeza y me hizo tragármela… estaba asquerosa pues no solo olía a orín sino que hasta sabia, sentí arcadas pero tuve que comerme su grande… ooohhh. Mi padre gemía por como se lo hacía y al mismo tiempo el alargaba su mano hasta magrear mis nalgas, sacaba su grande de mi boca para lamer su tronco desde la base de sus genitales hasta su prepucio y nuevamente tragármelo, limpie su polla de restos de semen reseco… mientras me recordaba las esplendidas noches de sexo que pasábamos. La presión de sus manos sobre mi cabeza me hizo presagiar su primera descarga y aunque intentaba luchar por evitar tragármela mis actos fueron inútiles, comenzó a soltar chorros de leches viscosas y calientes en el interior de mi boca… pasando por mi garganta hasta el fondo de mi estomago, llore pero no le enternecí sino más bien lo contrario mas por lo rapidez que se endureció.

Nuevamente me hizo levantar y tras subirme otra vez sobre la encimera… coloco su grande en mi orificio vaginal, suplique a mi padre ya no por ser mi padre sino porque se pusiera un preservativo, pues no deseaba quedarme embarazada sabiendo bien que mi padre son de los que descarga dentro, ya que como recordáis estoy con la regla. Tras las primeras embestidas no pude evitar gemir de placer… ooohhh por cada una de sus penetraciones, me la introdujo hasta el fondo de mi ser sintiéndola muy dentro y siendo yo misma quien me agarre como pude a algo mientras me movía de adentro hacia afuera… ooohhh, hasta no más de veinte minutos o quizás veinte cinco minutos mientras con los dedos de una de sus manos perforaban mi orificio anal y de esta manera evitaba que la sacará su miembro de mi… con la otra magreaba mis pechos, mientras su boca señalaba y ponía en evidencia tanto mi cuello como mis labios… mmm.

Sentí lo inevitable… como entre convulsiones y exclamaciones descargaba en mi interior, como mi fértil útero mezclaba mis fluidos de un lamentable orgasmo con los suyos, ya no era malo sentirse humillada sino la horrorosa sensación de volver a ser violada, pero lo peor la culpabilidad hacia mí. Llore porque estaba asqueada… sentía sus fluidos emanar en mi interior y lo peor era que estaba en esa semana mas fértil… en esa semana en que estamos ovulando y por mucho que le previne, no me hizo caso y mas pareció que lo hizo agrede por la manera de hacerlo. Mi padre se levanto y tras limpiar su verga con mis braguitas, cogió su móvil haciéndome saber que llamaría a un amigo que solventaría mi problema… o eso o habría boda antes de lo previsto. En no más de veinte minutos sonó el timbre de la puerta… pensé que “coño sería a estas horas”, mi padre fue a abrir al tiempo que me hacía saber que no me moviera y tras escuchar la puerta cerrarse, apareció entrar junto a mi padre un hombre con los mismos rasgos físicos, quizás años e igual mal carácter, tras explicarle mi padre lo sucedido me llamo y me pidió tenderme sobre la mesa pues deseaba explorarme, claro está que me negué mas por aludir que “como sabía yo que era medico”, este solo me hizo saber que si en serio me había quedado embarazada hasta los nueves veríamos si es niño o niña.

Aun recuerdo que acabe por ceder y me tumbe sobre la mesa, mi padre se coloco en la cabecera mirando como su amigo me ocultaba… separaba mis piernas no antes sin haberme bajado las braguitas, comenzó a hurgar… mmm mientras me preguntaba por mi vida sexual, obviamente omití que tenía relaciones sexuales con mi padre… algo que mi padre hizo saber a este, me sentía humillada por tal revelador dato. Sentía asqueada esos dedos tocar… profundizar en mi cuerpo, tras coger unos restos lo introdujo en un tubo y tras unos minutos me hizo saber que no estaba embarazada, pero que debía de introducirme un aparato para cerciorarse y de paso evitar futuros embarazos. Tras colocar unas sillas junto a la mesa me hizo colocar mis piernas sobre el respaldar de estas, claro está me las separo aun más y colocarse entre estas… hizo que mi padre me sujetara por mis muñecas, pues me aviso que no solo me molestaría sino que podría incluso a dolerme… cosa que mi padre hizo.

Me ofreció colocar una especie de pantalla a modo de evitar ver lo que sucedía… cosa que acepte, observe como colocaba unas varillas para sujetar a esta mediante belcro una blanca tela y de esta manera no pude ver nada de cintura hacia abajo. Uuummm… sentí como me introducía algo dentro de mí y aunque comencé a disfrutar, no dejaba de pensar en no volverá repetirlo con mi padre, emití varios quejidos a modo de gemidos y aunque de forma sospechosa lo veía moverse, no dejaba de explicarme que era debido al objeto que me estaba introduciendo… ya que era una especie de “jeringuilla”. Cuando en uno de esos movimientos se cayó la mampara… pude ver sorprendida como estaba siendo penetrada por esta persona… aaammm, quise apartarme cosa que no pude no solo por estar maniatada por mí padre… sino por mi misma por el placer que estaba sintiendo.

Pero la mayor culpable fui yo misma… como si no hubiera aprendido de todos estos años de las humillaciones o vejaciones por parte de mi padre, tantos años siendo sometida y lo peor de todo, fue que en pleno éxtasis no tuve el valor de pedirle que se detuviera sino todo lo contrario le rogué que no dejaran de penetrarme. Palabras que al ser oída por mi padre… sintió la necesidad de unirse a su amigo, tras bajarse la cremallera… saco de su interior su miembro y me lo introdujo en la boca… ooohhh. Os admito que no me falto tiempo para cogerla una vez soltó mis manos… mmm, me convertí una vez más en lo “zorra de mí padre” que soy… en esa ninfómana sedienta de sexo, penetrada por el médico amigo de mi padre al tiempo que yo misma practicaba a mi propio padre una mamada… ooohhh.

Los muy cabrones me usaron a su placer… me hizo girar y ser penetrada analmente, trague la corrida de mi padre en su totalidad y como colofón final, me penetraron ambos al mismo tiempo por ambos orificios… haciéndome saber la mala suerte de no haber otro que penetrara mi boca. Tras una serie de brutales embestidas nuevamente me hizo la pena de haber coincidido con su homologo del anterior día, pues podrían haber practicado juntos esa nueva forma de tomar la temperatura… pensé como coño supo este eso. Este me hizo saber que mi propio padre fue testigo ocasionalmente del trato que habíamos dado tanto su homologo como yo a mi madre, donde no solo se sintió mal… sino que acabo por masturbarse ante tal escena, llegando a hacerme saber que pensó que tal ofenda hacia mi madre debía de ser castigada con el mismo o igual daño emocional.

Esto me hace recordar el mal trago que tuve a los 17 años cuando mi padre entro en mi dormitorio… aprovecho la ausencia de mi madre y de mi hermano durante unos días, tras tomarme a la fuerza… pero creo que mejor os lo cuento en otra ocasión. Por cierto las relaciones que he tenido con algún pariente o familiar para nada son ficticias… como mucho me quedo para mi algunas cosas, os debo confesar que no me siento afortunada de ser la persona que siempre me ocurre esta clase de cosas, tampoco creo que las buscaba o las busco… aunque si soy participe para hacerlas realidad, no me gusta que puedan hacer conmigo lo que le plazca… pero me excita enormemente y me produce un morbosa sensación… difícil de explicar, pero creo que ningún hombre o mujer llegado el momento se negaría. Bueno mejor os dejo, vale hasta pronto.

Antes de despedirme os debo de agradecer que hayáis compartido parte de vuestro tiempo conmigo, confió que no os haya molestado mi forma de ver la vida y de paso disfrutarla, pues soy de esas que opino que la vida es corta y merecemos vivirla plenamente con todas sus desgracias y satisfacciones. Bueno queridos lectores… lo dicho, si alguno desea expresaros dejad vuestros comentarios os invito a que lo hagáis y porque no, haber si alguno desea calentarme… ya sabéis mi dirección: susanabix@hotmail.com, yo os responderé lo más rápido que pueda.

Bueno me presentare… soy una ardiente Sevillana de cabellos castaños, ojos marrones y complexión delgada, mido 1.75 cm. de altura y peso… bueno eso mejor me lo guardo, perdón me llamo Susana. Si queréis saber más… como por ejemplo mis medidas (90/59/88) o preferencias sexuales (bisexual), os diré que me da igual tener en la cama un hombre (muy maduros) como una mujer… pero como de hombres solos estoy servida, mis preferencias son parejas, chicas y muchos hombres siempre y cuando sea en plena orgia… mmm. Por cierto sí deseáis saber de mi físico o cuerpo… cuando eso es lo de menos, os invito a pasaros por mi blogs personal: http://susanabix-misconfidencias.blogspot.com.es/, no quiero extenderme aun más, espero ver vuestros email en mi correo… besitos muy húmedos donde preferías.

Ibiza (parte1)

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- Es para que mi chochito tenga un sabor más dulce.

Carolina, así se llamaba, había dicho esa frase en un susurro, contándomelo en secreto, acercándo su cara a mi y dejándo que su olor a hembra jóven impregnara todos mis sentidos. Se vuelve a sentar en su sitio, al otro lado de la mesa. Da una lamida a su helado de melocotón y se pasa la lengua por los labios para limpiar los restos sin dejar de mirarme. Sonríe coqueta y prosigue.

- Los sabores dulces y la fruta le dan un mejor sabor, por eso estoy siempre comiendo helados.

Su sonrisa es algo nerviosa. Sabe que está siendo una niña mala. Tiene una cara angelical, con unos enormes ojos verdes, algo achinados y una boca carnosa que no puedo dejar de mirar. Su cuerpo no, su cuerpo no es angélical, es pecado puro. Su cuerpo, doradito contrastaba con la parte de arriba del bikini blanco. Unos pechos no muy grandes pero decididamente firmes, con los pezones morenos luchando por salir de la tela. Un vientre plano adornado por un piercing en el ombliguito. En ese momento no veía nada más de ella, recordaba sus muslos firmes al acercarse a la mesa, y una minifalda blanca que se movía hipnótica al andar.

Yo jugueteaba con la pajita del mojito gastado que tenía en mis manos.

- Que directa eres, ¿no?

Carol se apoya en el respaldo de su silla. Me mira de arriba a abajo, dando una chupada al helado.

- Hace dos semanas que lo dejé con mi novio y ahora estoy de vacaciones en Ibiza. Te vi antes en la playa nudista.

Noto su pie descalzo apoyándose en mi paquete. Mi polla se empieza a empalmar lentamente.

- … y lo que vi me gustó.

Su pie empieza a subir y bajar por mi entrepierna. Se le cae una gota del helado en el escote, la recoge suavemente con el dedo y lo chupa sin dejar de mirarme.

- Quería saber si lo que era tan bonito en reposo lo es más cuando crece.

El pie de Carol empuja suavemente para notar mi dureza. Me la ha puesto como una piedra. La veo estremecerse mordiéndose el labio. Parece que le gusta lo que toca.

- ¡Joder! – Carol respira agitada, deja el resto de helado en un cenicero y se levanta. Ahí están esos muslos apetecibles. Me coge de la mano y me arrastra a la pista de baile. Yo la sigo hipnotizado por el bamboleo de ese culo duro. Probablemente se me nota el empalme en los pantalones de lino, pero me da igual.

Baila pegada a mi, ninguno de los dos lleva camiseta. Siento su piel en piel. Recorre suavemente sus uñas por mi espalda. Es algo de house lentito, se mueve despacito, de forma erótica. Nos acompasamos y movemos nuestras caderas a la vez, con las caras muy cerca, notando nuestros alientos. Su aliento a melocotón me vuelve loco. Voy a besarla, pero antes lo hace ella. Desesperada, chocando nuestros labios, chupándome la lengua, respirando agitada en mi boca, con mi pene caliente y duro apretujándose entre nuestros cuerpos. La música cambia, ahora es mas movidita, algo de tecno. Ella se da la vuelta y pega su culo a mi polla. Mi dureza se frota contra sus nalgas, ella se mueve frenética, al compás de la música, arqueando su espalda pegando su cabeza a la mia. Muerdo su cuello delgado, delicioso. Ella gime desesperada, ya no sigue el ritmo de la música; se mueve más rápido, en círculos, masajeando mi polla.

- Si sigues así vas a hacer que me corra- le susurro en la oreja, después de un suave mordisco.

Al oir esto, Carol me agarra de la mano y me hace seguirla otra vez, otra vez ese culo prodigioso, que me acababa de masturbar delante de todo el mundo, me obligaba a seguirle, esta vez, fuera de la terraza. Otra vez mi polla dura chocando contra mi tela descaradamente delante de todo el mundo. Carol se para y me mira con hambre. Señala al otro lado de la calle.

- Allí está mi apartamento.

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